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Presentación del libro
El circo en llamas
Ponencias Seminario de Crítica Literaria

Por Sergio Pizarro Roberts
La Sebastiana, Valparaíso. 25 de mayo de 2018


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En octubre de 2015 tuve el agrado - y la suerte - de presenciar una serie de ponencias sobre crítica literaria dentro del marco del seminario “El circo en llamas” organizado, aquí, en La Sebastiana y cuyo título fue pensado precisamente en honor al homónimo y póstumo libro que reúne la producción crítica del escritor chileno Enrique Lihn.

Los organizadores del seminario fueron precisos en la selección de los expositores ya que intersectaron dos variables atractivas para una mirada de la crítica literaria chilena del actual siglo XXI: una primera selección que podríamos llamar vertical, es de carácter geográfica. En efecto, tuvimos la oportunidad de escuchar a críticos provenientes de las diversas latitudes del territorio nacional, del norte, centro y sur del país. La segunda variable, que llamaría horizontal, debido a que la diferencia entre ellas no es cualitativa sino más bien de formato, es la que reunió a críticos que pertenecen indistintamente al mundo académico, al mundo periodístico o al ejercicio neto del oficio literario.

Lo que me llamó buenamente la atención en esa oportunidad era constatar, una vez más, que la crítica literaria denota una actividad intelectual cuyos márgenes de acción y especulación escapan a cualquier intento de formateo o circunscripción. Cada uno de los exponentes compartió su inteligencia, demostrando que no existe un criterio único o totalizante para abordar la actividad de la crítica literaria. Todo lo contrario, se perfila con fuerza una impronta de libertad resistente a pesar de los intentos normalizadores o estandarizadores del presente.

Hoy corresponde presentar el libro que reúne todas o gran parte de dichas ponencias y que lleva por título el mismo nombre del seminario El circo en llamas, y el respectivo subtítulo explicativo: “Ponencias Seminario de Crítica Literaria”, publicado por Libros del Pez Espiral el año 2017 recién pasado. Veamos distintos acercamientos al texto:

En primer lugar, y debido al monopolio crítico y mediático ejercido durante gran parte del siglo XX por Hernán Díaz Arrieta (Alone) y luego heredado por el sacerdote José Miguel Ibáñez Langlois (Ignacio Valente) y debido, en segundo lugar, a la actual crisis cultural de nuestro país, se podría conjeturar que, en el ánimo de continuar la veta de la tradición crítica canónica y académica de autores de la talla de Goic, Promis, Subercaseaux o Rojo, el estado de salud de la crítica literaria en el siglo XXI gozaría de espléndida salud, rebosante, gracias al exceso de producción que hoy presenciamos, dispersa y desbordante, con publicaciones monográficas, artículos de indexación académica, múltiples revistas digitales e incluso las “formas menores de la crítica” detalladas por Leonardo Sanhueza como “reseña enana”, “crónica de libros” y “columna literaria”. Se podría decir que hay tanta crítica circulante que el problema es la selección del material. Sin embargo, una de las exponentes del seminario, la académica Lorena Amaro, mira con escepticismo este rebrote ya que echa de menos el ejercicio dialógico de todas esas fuentes, reduciendo toda la mediocre producción a, según sus palabras, un “ostracismo crítico chileno”, donde los supuestos especialistas ejercen una mala crítica literaria que al fin de cuentas, nadie lee. Algo similar denuncia en su ponencia el escritor Alvaro Bisama, cuando sostiene que el libro que contiene las cartas de Enrique Lihn a Pedro Lastra devela una cierta manera de mirar la historia de la crítica literaria, desde que dicho libro incluye solamente las cartas de Lihn y no las respuestas de Lastra; en otras palabras, nadie contesta a la crítica literaria porque, según Bisama, “no hay nadie ahí afuera”. No obstante, Lorena Amaro, en este sombrío panorama, rescata los excepcionales trabajos cartográficos de Rodrigo Cánovas, Macarena Areco, Rubí Carreño, entre otros pocos, y deja cifrada la esperanza de que en un futuro impreciso la actividad del crítico literario pueda recuperar los niveles de incidencia cultural que alguna vez tuvo el oficio.

Otra interesante mirada hacia la crítica literaria la otorga el escritor Alvaro Bisama cuando compara los mejores textos de crítica literaria a los singles de punk de tres minutos y que la revelan como fragmentos de una posible autobiografía. Bajo esa particular premisa rescato la relación casi biográfica de Soledad Bianchi que, en un paseo por su biblioteca, nos demuestra una forma ¿literaria me pregunto? de ejercer la crítica cuando casi la visualizamos pasando su mano por los distintos libros de sus contundentes anaqueles y deteniéndose en aquellos textos que podrían conformar una huella de análisis crítico. Y Felipe Cussen, por su parte, que nos describe su vida mixta de poeta y académico como una forma de representar, con su particular hilaridad, las peripecias del día a día de un crítico literario; o el poeta Ismael Gavilán que califica a la crítica literaria como “autobiografía culpable” y, finalmente, el escritor Luis Riffo que, desde el ámbito de la columna periodística, nos refiere las venturas y desventuras de un comentarista de libros según el tenor literal del título de su ponencia.

Desde la perspectiva horizontal a la que aludo inicialmente, las ponencias reunidas en El circo en llamas nos permiten reconocer diversos formatos o plataformas desde las cuales se puede ejercer la crítica literaria. Ismael Gavilán nos refresca la memoria cuando señala que, a pesar del formato academicista del artículo indexado llamado corrientemente “paper” tan en boga en la actualidad para ejercer la crítica literaria, no debe olvidarse que el ejercicio crítico surgió en el siglo XIX con el género ensayístico y cómo, a través de este tipo de discurso, el pensamiento crítico ha podido decantar en reflexiones de contenido trascendente y de gran profundidad, sin que ello sea “necesariamente sinónimo de resolución aclaratoria”, como nos señala lúcidamente Gavilán. ¿Cuántos textos de vital importancia en el desarrollo del pensamiento crítico literario no pasarían la valla del formulismo actual que se le exige a los artículos académicos? (se pregunta Gavilán con preocupación). Y yo me cuelgo de esa misma preocupación de Ismael para comparar la importancia comparativa entre el texto analítico de un paper indexado que no supera las 25 páginas y el desarrollo de una monografía crítica que, sobre el mismo tema, es abordada en 200 ó 300 páginas y que, obviamente se ve invisibilizada debido a su nula indexación. Ismael da varios ejemplos de libros indispensables de crítica literaria al final de su ponencia y yo me permito agregar a ese listado algunos más recientes como el caso de la monografía de Marcelo Pellegrini, titulada La ficción suprema: Gonzalo Rojas y el viaje a los comienzos, que considero el mejor análisis de la obra rojiana por sobre cualquier trabajo indexado; o el estudio del mismo Ismael Gavilán Pensamiento y creación por el lenguaje. Acercamiento a la obra poética de Eduardo Anguita, instaurado como el primer trabajo crítico de importancia acerca de la poética anguitana; o finalmente, el trabajo recién editado de Claudio Guerrero sobre los imaginarios de infancia en la poesía chilena, titulado Qué será de los niños que fuimos.

Un segundo punto de inflexión horizontal lo confiere la profesora Macarena García al proponer mayores “alianzas entre la crítica intra y extraacadémica” dada la mayor flexibilidad de esta última (a pesar de la suspicacia, antes referida, de Lorena Amaro al respecto). Confiere una mirada más abierta a lo que en cienciometría suele llamarse literatura gris, es decir, la crítica literaria no indexada, contenida en blogs, páginas de internet y revistas electrónicas, como una manera de recurrir a fuentes no oficiales que suplen los vacíos, omisiones o lentitudes de las que sí los son. Propone, con una mirada estética más amplia y a largo plazo, “conexiones con otros textos culturales o literarios para situar la obra en una suerte de cartografía de la cultura nacional”.

Otra posible mirada a la crítica literaria es vertical, como señalé al inicio, a través de un recorrido geográfico de su ejercicio. Daniel Rojas, por ejemplo, informa acerca de las condiciones de trabajo de la crítica en el norte de Chile e intenta dar cuenta de su desarrollo en lo que él llama “el extremo fronterizo de Arica hasta Atacama”. Explica, a su vez, cómo la enorme distancia que separa el norte chileno del centro del país disminuye sus nexos y favorece el intercambio intereditorial con Bolivia y Perú. Por último, rescato someramente su interesante hipótesis de cómo el imaginario nortino, canonizado a través de figuras como Andrés Sabella, Rivera Letelier e incluso Jodorowsky, están siendo desplazados por nuevas miradas alternativas. Por su parte, Yanko González se sitúa en lo que él llama poéticamente “un sur inventado en lo leído” para referirse a la crítica literaria pronunciada desde esas latitudes. Desde ese lugar diagnostica negativamente que “resulta notorio el abandono receptivo local de autores domiciliados tópicamente”, es decir, reconoce señales de una “desvanecida” función crítica sureña durante los últimos años al comparársele con mejores tiempos de desempeño, en la segunda mitad del siglo XX.

En las ponencias que estructuran El circo en llamas se discurre elocuentemente acerca del estado actual de la crítica literaria a lo largo del territorio nacional y en sus diversos formatos, dando por supuesto que el lector sabe lo que significa dicho ejercicio intelectual. Tangencialmente, y a la pasada, los diversos autores recopilados deslizan lo que, a su entender, significa la crítica literaria. De esta manera, Leonardo Sanhueza sostiene que ese oficio “puede tomar tantas formas que nadie sabe muy bien en qué consiste” para finalmente reconocer que se trata de “la comunicación amable de una lectura”. En principio no debiese llamar particularmente la atención esta conexión de la crítica con la lectura si no fuese por su reiterada alusión por parte de casi todos los exponentes del seminario. Luis Riffo, por ejemplo, define al crítico literario como un “lector profesional”; Soledad Bianchi señala textualmente: “la crítica es, para mí, una lectura posible, ni única ni estática”; Álvaro Bisama, a su vez, la describe como “una anotación sobre cómo leer”, señalando, en el mismo texto, que la crítica literaria confiere “modernísimas y anticuadas formas de lectura”; Ismael Gavilán piensa la crítica literaria “como el registro de una o varias lecturas”, y en otra frase “como escritura de la lectura”. Y cito otro fragmento de Gavilán por su inconfundible estilo ensayístico: “Pensar la crítica literaria como un desplazamiento permanente que va en busca de esa presa única y huidiza: la lectura”; Yanko González  reduce poéticamente la crítica a “inventar lo leído”; Bernardo Subercaseaux considera la crítica literaria como una mediación entre la literatura y los lectores; Vicente Undurraga cita a Roland Barthes que habla de la crítica como una lectura perfilada, una lectura que toma riesgos al inclinarse por tal o cual sentido que puede desprenderse de un texto, una lectura que “redistribuye los elementos de la obra de modo de darle cierta inteligencia”. En fin, para qué sirve la crítica literaria, se pregunta Vicente Undurraga, para seguir leyendo, se responde; Jorge Polanco, cuando se pregunta explícitamente “¿Qué entendemos por crítica?”, la califica como “un respaldo sobre la lectura correcta, incluso correctiva, trasuntado en el hábito de establecer un canon y una antología que represente lo que debe leerse”. Se trata, por tanto, de una acumulación de referencias similares que se iluminan en su relación de conjunto y que dan, precisamente, valor a este libro al proveer interesantes y necesarias huellas de reflexión.

De los temas que esta recopilación deja abiertos como desafíos destaca la crítica literaria que aborda la temática de género contenida en la última ponencia del libro, de la profesora  Rubí Carreño, referida a las políticas del cuerpo en la academia. Y el gran ausente de El circo en llamas es la crítica literaria referida al género dramático. Si el diagnóstico de la crítica literaria que aborda la novela, la poesía y escasamente al ensayo es preocupante, la crítica dramática es irónicamente trágica al ser casi nula en la profusa bibliografía crítica de la literatura en Chile. Urge como tema pendiente.

Como diagnóstico final del oficio crítico se percibe que algunas de las ponencias, contenidas en El circo en llamas, reflejan un cierto desánimo en cuanto a la trascendencia política que su desempeño implica. Al escasísimo público lector al que se hace referencia, se suma la normalización del gusto de ese mismo público lector a través de factores estrictamente mercantiles como, asimismo, la asepsia lectora en cuanto desinfectada de cualquier cuestionamiento de las estructuras basales que sostienen el escenario social y cívico del mundo que nos toca vivir en este siglo XXI. Incluso la escasa crítica académica que se pregunta inquisitivamente se ve reducida a un formato uniformador que no es otra cosa que un mecanismo de control del discurso que pretende ser disidente, según la ideología de la tiranía del paper que desenmascara el filósofo chileno José Santos. Mal augurio entonces para la crítica literaria, y Luis Riffo no pudo decirlo mejor cuando señala que al comentarista de libros no le queda otra opción, en este sombrío paisaje, que el deseo de conversar con esos lectores que “se ven forzados a imaginar, mientras sostienen un libro entre las manos, que la vida está en otra parte”. Hace ya varios años que se ha instalado en Chile, y en gran parte del mundo occidental, una resignación casi irrevocable (y ese “casi” es la única salvación) de que el ser humano debe ser el sumiso destinatario de un plan de vida que se le impone desde fuera, y respecto del cual no tiene opinión alguna que valga. En este mundo se piensa y se actúa según el molde neoliberal y punto.

Cochoa. 2018.



 

 

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