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sobre «Moví un día» (2001) de Sergio Pizarro Roberts

luis correa-díaz
http://www.rom.uga.edu/directory/luis-correa-diaz-0



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de cierta manera inevitable, hoy por hoy, cuando se habla de un poeta, de un escritor —que ha sido entre los artistas el más reticente—, hay que preguntarse, aunque no se vaya muy lejos en la respuesta, sobre una de dos (o dos de dos, mejor): a) si es un autor presente en el ciberespacio y si su obra tiene alguna presencia o manifestación digital/virtual, fuera de la virtualidad inherente y vergonzante de la letra misma; y+/o- b) si en su obra el autor (sea quien sea esta figura un tanto opaca, como se sabe, pese a sus deseos de exhibitura), al menos, registra y (se) reconoce (en) su dobre vida[1], es decir si la vida de la pantalla se le ha inmuscuido en las páginas (que insiste en teclarlas, cosa que ya hace sin ruido en un computador personal y las manda formateadas en pdf a su editor, sin necesidad de imprimirlas, sólo si le entra la nostalgia de un olorcito a bosque que ya no huele a tal y que ya no existe tal vez de suyo)…

por eso, cuando leí ese elegíaco Moví un día de Sergio no pude dejar de incluírlo, con un breve comentario a propósito, en mi (2019), en el capítulo 3, en el que se habla precisamente de eso, del punto b) en el párrafo anterior. En ese momento fueron esos contados pero decididos hipertextos (enlaces) escritos a mano y soñados en su clickabilidad autónoma e instantánea lo que señalé en esa nota, puesto que ya por ese mínimo deseoso y simulado remediarse del hipertexto tradicional de la página impresa, Pizarro Roberts se colocaba dentro de los poetas que yo considero que se mueven entre lo que fue la literatura un día y lo que viene siendo desde que se le atravesaron en el camino los nuevos medios tecnológicos; ni mejores ni peores poetas, sino simplemente multimediales, y que denomino e-poets still in print, una categoría que ha tenido cierta validación académica.  

pero, ahora que releo este libro, dispuesto como un multívoco discurso amoroso entre los otros de su Obra poética reunida (1993-2016), titulada A mitad de camino —título que es en sí mismo un mega-vínculo que ya sabemos a y por donde nos lleva—, reparo en que casi todo en él está vinculado (a algo, a otro texto, autor, realidad, escena cultural…) y se hace vinculante en el acto de lectura, puesto que Pizarro Roberts no deja de indicar con un silencio directo y tajante que este acto es un contrato y que romperlo (que getting out of it) implica romper un pacto de sangre, o, si se quiere en términos menos inquietantes, equivale a no (querer) terminar de leer una carta que ha llegado a tu nombre y que la has abierto ya, como lo hace en este libro Cupido respecto a la carta que le envía Psique, quien pretende descubrirle su “rostro secreto”, y aquél no se decide a hacer click (flechas otrora lanzaba el angelito…) sobre ella, que espera que ese clickear(la) sea como apretar(la como) una golondrina y con ello se termine “el Silencio de las palabras / que nos habremos dicho”. Este es todo un canto de la página inmóvil por moverse un día, por volverse de facto (y no en potencia) pantalla —y sé que le pido al lector aquí un salto intrépido de confianza heurística. La poesía de Sergio, a medio saberlo, está (still in print) en un espacio de transición entre la escritura como era/fue y como podría seguir siendo después de lo que le ha pasado a la cultura absorta por los nuevos medios tecnológicos (que no cancelan nada de lo anterior, sino que lo reconfiguran y lo proyectan a la escritura del porvenir, acordándose de Blanchot); su poesía está en ese espacio —lo que comprueba que se trata de una huella de su poética—, como dice en el libro cronológicamente siguiente, Apocatástasis Asténica (2003),

Simula[ndo] un reposo transitorio;
un respiro entre esta escritura
y la que sobreviene

[…]

en el fondo de todo (si lo hubiera), esta ‘doble vida’ que llevamos y deseamos es una especie de idilio –que incluye toda una camada de palabras asociadas, incluso la de presente resonancia: androide-, por eso es que no puedo finalizar esta nota sin señalar que al terminar su libro (Moví un día) el poeta ofrece una imagen, una postal, una foto verbal, una pantalla, cuasi en 3D y en clave budista, de este idilio que ya tiene miles de años en nuestra conciencia de especie: si se deja de temer la quietud de las olas, en la contemplación,

Sólo entonces se constituyen como el acontecimiento
. . . . . . . del sol que declina
un espacio en el que no se mueven los botes,
. . . . . . .el agua ni los rayos y las sombras
un fondo con frecuencia luminosa que parece
. . . . . . .disolverse hacia la región del idilio supratemporal
. . . . . . .del Sistema

no lo interpreto ni explico porque sé que el / la que lee esto lo ha pillado ya…

 

luis correa-díaz (academia chilena de la lengua)
university of georgia
romance languages

 

[1] La que ha propuesto/observado J. Hillis Miller en su ensayo “The Poetics of Cyberspace: Two Ways to Get a Life” (Contemporary Poetics: Redefining the Boundaries of Contemporary Poetics, in Theory & Practice, for the Twenty-First Century. Ed. Louis Armand. Evanston: Northwestern UP. 2007. 256-278).



 

 

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