MISAL DEVELADO
Sebastián del Pino Rubio. Editorial Pfeiffer, 2011
PRÓLOGO
Por Rafael Rubio Barrientos
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I
Misal Develado, el primer poemario de Sebastián del Pino Rubio, es un libro deliberadamente extemporáneo. Situarse —en la forma de un diálogo— dentro de una tradición poética actualmente poco visitada por los autores jóvenes, como lo es la poesía española del Siglo de Oro, puede ser signo de mera continuidad tradicionalista o, por el contrario —como es el caso de esta obra—, de una desestabilizadora provocación estética. El autor, al hacer uso de un lenguaje determinadamente cultista, al modo de los poetas manieristas y barrocos españoles, da la espalda a los referentes formales de la escritura poética más reciente, provocativamente, pues, al retomar ese lenguaje, lo resignifica, revitalizándolo, redirigiéndolo hacia la codificación de una experiencia personal. Misal Develado trasunta una experiencia crítica, en el sentido etimológico del término (“rota”, “separada”), la cual se vale de un lenguaje ajeno para su codificación: un lenguaje intencionadamente divorciado del registro consensuado de la producción poética chilena más reciente. Su excentricidad radica en la distancia histórica, cultural e ideológica que la separa del material lingüístico con el que trabaja. Lo interesante es que ese material es exigido por el contenido de los propios textos, lo cual redime a este poemario de convertirse en un mero trabajo de reciclaje poético.
Parte importante de dicho material lo constituye la obra del gran poeta español del siglo XVI, San Juan de la Cruz, cuyo Cántico Espiritual, poema con el cual Misal Develado establece un diálogo enriquecedor, es considerada la cumbre de la poesía mística española. En su prólogo a este texto, San Juan de la Cruz expone lúcidamente su concepción de lo poético: “¿Quién podrá escribir lo que a las almas amorosas donde él mora hace entender? Y ¿quién podrá manifestar con palabras lo que las hace sentir? Y ¿quién finalmente, lo que las hace desear? Cierto nadie lo puede; cierto ni ellas mismas por quien pasa, lo pueden; porque esta es la causa por qué con figuras, comparaciones y semejanzas, antes rebosan algo de lo que sienten, y de la abundancia del espíritu vierten secretos y misterios que con razones lo declaran. Las cuales semejanzas, no leídas con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que a ellas llevan, antes parecen dislates que dichos puestos en razón, según es de ver en los Divinos Cantares de Salomón”. Si algo alcanzo a entender de lo que afirma San Juan en este párrafo, es que el lenguaje poético, aunque él no use ese término, surge de la ineficacia del lenguaje usual —racional— para codificar experiencias que lo desbordan por completo; esto es, aquellas vivencias inefables, de las que no se puede hablar sin utilizar “figuras, comparaciones y semejanzas”, las cuales parecerían a un lector convencional meros “dislates”, disparates puros. La verdadera poesía se aleja siempre del sentido común, en proporción directa a su acercamiento a la realidad. La poesía de Sebastián es un glorioso disparate, un gozoso delirio, un doloroso atentado contra el sentido común, perpetrado por un poeta joven, dueño resuelto y seguro de sus materiales expresivos, urdidor de un tono ya prematuramente personal:
De tu llaga, Carnero,
brota el caudal que arrastra y regenera
Quien beba con esmero
el agua que nos diera
ha de pasar los fuertes que temiera.
(Introitos del Canero)
Misal Develado es —desde mi punto de vista— un Cántico Espiritual invertido.
Una lectura indocumentada de ese poema de San Juan (y tal vez sea ésa la lectura más fecunda que pueda hacerse de un texto poético) nos entrega una impresión unívoca: un poema de amor —un epitalamio— donde, en la forma de un diálogo, se nos presenta la ausencia, búsqueda y encuentro entre los amantes. La estructura métrica en que está escrito este poema y a la que Sebastián se ciñe, con un virtuosismo técnico ejemplar, en los textos “Introitos del Carnero” y “San Sebastián” es la lira: estrofa de cinco versos en la que se enlazan dos versos endecasílabos y tres heptasílabos. Son los comentarios en prosa que San Juan superpone al poema, los que nos permiten leer alegóricamente el texto, asignarle a cada cosa (amada, amado, paloma, ciervo, fuente, criaturas) una significación simbólica. Entonces, la relación amorosa entre amada y amado —ausencia, búsqueda y encuentro— se traduce como la relación entre Dios y el Alma, desarrollada en tres etapas: vía purgativa, iluminativa y unitiva, las cuales culminan en el matrimonio espiritual. Misal Develado pareciera seguir el camino inverso. Es decir, a partir de un divorcio espiritual, se inicia una búsqueda que va enroscándose en si misma, penosa y dolorosamente.
Dicha inversión es evidente en el poema “A la fonte”, la cual reescribe el texto “Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por la fe”:
¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre
aunque es de noche!
(San Juan de la Cruz)
¡Qué bien sé yo la fonte no mana ni corre,
aunque se niega la noche!
(Sebastián del Pino Rubio)
El procedimiento utilizado por Sebastián es el de la parodia, entendida como la apropiación de un texto ajeno, con la intención de modificarlo críticamente. Esta forma de la intertextualidad es ejercida también en otros textos de Misal Develado, con resultados excelentes, como en “Glosa”, cuyo título explicita el procedimiento de reescritura puesto en práctica o como en el poema “Apostasía”, en el que se invierte lúcidamente el discurso de la poesía religiosa y mística. A pesar de ese trabajo de inversión o, mejor dicho, en virtud del mismo, Misal Develado es un libro de genuina poesía religiosa, pero en ningún caso una poesía religiosa escrita desde la comodidad acrítica de la convicción, sino desde la fisura de un quiebre, desde una ruptura dolorosa.
II
Este poemario sorprende por el virtuosismo técnico de su lenguaje.
Los textos en que Sebastián se atreve con el verso libre (“Los graznidos del Pío Pelícano”, “Los Alaridos de San Juan”, “El Precursor”, “Iscariote”, “Nunc Dimittis”, “La Confesión de María Magdalena”) maravillan por su resuelto dominio del ritmo, su altísimo vuelo poético, la calidad de su imaginería, que demuestran versatilidad estilística, un talento que va mucho más allá de la mera habilidad del conteo silábico:
Ahora, Señor, que el buitre me corona
has mostrado la fragilidad de tu alianza:
jamás enviaste al Mesías —el germen de tu simiente—
La palabra de tu espíritu fue el fraude
que mantuvo expectante a mi cuerpo caduco
la espada de tu gloria no se levantará contra nuestros opresores
estaremos ayuntados al buey del sacrificio
y tu propio ángel nos degollará en alevosa teofanía
Para qué nos elegiste, Señor, para qué
sino para ser burla de los pueblos
(Nunc Dimitis)
La valentía suya en escribir poesía religiosa —en el sentido más profundo del término—, en utilizar formas, estrofas y métricas actualmente en desuso y de situarse en una tradición poética tan poco contemporánea como la de la poesía española del Siglo de Oro, sitúan a Sebastián como un artista provocador y, en tanto artista provocador, como un poeta extemporáneo, en la línea de la extemporaneidad de un Carlos Germán Belli, de un Óscar Hahn, de un Martín Adán, por mencionar a tres de los más flamantes autores de la poesía hispanoamericana de los últimos tiempos, con los cuales Sebastián comparte logros y afinidades. Su extemporaneidad lo sitúa como un poeta cuyo lenguaje pone en duda el facilismo de ciertos discursos supuestamente contingentes, dudosamente novísimos, saturados de “modernidad”. Y precisamente, es gracias a esa extemporaneidad que Misal Develado es un poemario de absoluta actualidad.