Presentación del poemario “Misal Develado” de Sebastián del Pino
Editorial Pfeiffer, 2011
Por Gastón Biotti
La Chascona, 9 septiembre de 2011
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Una celebración. Un libro que se lee durante una celebración. Eso es un misal. Hablamiento de palabras que forman parte del rito; una acción colmada de sonido, de encuentro, de personas, de recuerdo… Una celebración particular, que dice algo así: Tomen y coman todos de él / porque este es mi cuerpo. / Tomen y beban todos de él / porque esta es mi sangre. / Y hágase esto en memoria mía. Nada es, entonces, más lejano al silencio que un misal, libro colmado de fiesta.
Sin embargo, la celebración que nos convoca, el Misal Develado de Sebastián del Pino, se relaciona estrechamente con el silencio. Develar implica, necesariamente, un silencio previo. Implica indicar el silencio, acusar su presencia ocultadora, y retirarlo. Pero, ¿qué clase de silencio es indicado por este libro? ¿De qué manera se lo acusa? O en suma, y a fin de cuentas, ¿qué es lo que se está celebrando?
Ahí mismo, en el título (Misal Develado), se encuentra otra estrecha relación, con la que se podría ensayar una respuesta a estas preguntas. Porque si el asunto se trata de, religiosamente, indicar los tupidos velos que mantienen algo en silencio, hay un libro que salta a la vista de inmediato: el Apocalipsis de San Juan, o bien, siendo fiel a su sentido etimológico, las Revelaciones de San Juan. Podríamos, entonces, comparar, somera y humildemente, las maneras de indicar el silencio que ambos autores ostentan. Podríamos reconocer en dicho ejercicio las diferencias: la distancia existente entre develar, por un lado, y revelar, por el otro.
El Apocalipsis, entonces, es un libro que revela el futuro: la destrucción del mundo, pero también la salvación del mundo. El Cordero de Dios, Cristo inmolado, está furioso, y castigará al ímprobo con una crueldad directamente proporcional a la bondad con que premiará al fiel, quien vivirá en una ciudad plena, lujosa y exclusiva: “No entrará en ella [en la ciudad de los fieles] ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap. 21:27).
A dicho libro de la vida, es decir, a la lista de los elegidos, debemos acercarnos con un silencio respetuoso, parece aconsejar San Juan en sus Revelaciones. Porque el Cordero es el único que puede desatar los siete sellos que cierran el acceso al libro, y que velan la lista al mundo. El Cordero, en el relato de San Juan, retira los sellos, y nos revela la lista, para que busquemos nuestro nombre en ella, ansiosamente, solemnemente, silenciosamente (Ap. 8:1):
abrió el séptimo sello y se hizo silencio en el cielo como por media hora.
Con ese mismo silencio debe leerse el Apocalipsis. Porque, además, San Juan presenta el contenido del libro como una verdad dictada. En efecto, su relato señala que cuando intentó ponerse a escribir sus visiones por cuenta propia, fue detenido por una voz que vino del cielo (Ap. 10:4), y que sólo logró escribir cuando esto le fue ordenado: hace juramento, entonces, de estar transcribiendo literalmente lo sucedido. Es decir, jura no estar interviniendo en el dictado divino; jura solamente estar testimoniándolo; jura estar guardando silencio él también.
En este sentido, las Revelaciones de San Juan actúan de manera misteriosa: dan a conocer algo, una profecía, que se mantenía velada por el silencio, pero al entregarla imponen el mismo silencio a las posibles opiniones de los que escuchan; se cambia un velo, por otro igual de tupido: se pide leer silenciosamente; se pide no intervenir; se pide acatar la revelación. Es decir, entregarse a un destino de sufrimiento, o acceder a la ciudad luminosa.
El Misal de Sebastián del Pino no es testimonial en este sentido; no se presenta a sí mismo como verdad dictada. No sólo porque es un poemario, un conjunto de textos literarios, de ficciones. Sino que también porque en algunos de sus poemas el lenguaje ostenta, sin ninguna clase de tapujos, una trabajosa construcción: la gracia de sus liras ondulosas; la fuerza de su estancia endecasílaba; las rimas festinadas en sus glosas. Liras, estancias y glosas, tres formas métricas que exhiben la artificiosidad de lo que se está diciendo.
Es más, incluso los poemas de Misal Develado que, por la utilización del verso libre, podrían considerarse de menor artificiosidad, o más fieles a una sinceridad interior, a alguna clase de testimonio, no dejan de ostentar su hechura, su construcción trabajosa. Dichos poemas son, como expresa el título de la tercera sección del libro, “Máscaras Evangélicas”. Son roles que asume la voz del poema, transitoriamente, como quien se coloca una máscara y sale a celebrar. Máscara del Pío Pelícano, máscara de San Juan, máscara de Judas Iscariote, máscara de María Magdalena, por parafrasear algunos de los títulos de estos poemas en verso libre.
En vistas de esto, el Misal de Sebastián del Pino más que una celebración develada o develadora, podría considerarse una celebración de los velos; un libro que conoce el silencio solemne del juicio final, del Apocalipsis, pero que insiste en ser un misal, una celebración, un canto que forma parte de las acciones de la vida. Prueba de esto es la modificación del relato apocalíptico que introducen los dos primeros versos del libro:
Abres brioso Carnero
siete sellos del libro de la vida
En estos versos de Misal Develado, elsimbólico Cordero celestial se ha encarnado en el Carnero vigoroso, corporeizado en la sonora constitución de las liras. Es como si San Juan, ante sus visiones, se hubiera negado al silencio solemne que sigue a la apertura del séptimo sello. Como si hubiera podido o querido intervenir y, buscando trabajosamente una manera modificar la profecía revelada, hubiera generado una versión apócrifa. No el Cordero de Dios que borra los pecados del mundo, sino el Carnero de Hoy que alumbra los deseos del mundo.
Los deseos de hablar, de vivir, de celebrar, claman por un sello que los libre del silencio solemne, que vuelva a cerrar la lista condenadora. Un sello que necesariamente será, como dije, apócrifo, falso, traicionero. Porque el Carnero, no respetará al Cordero. No respetará la revelación divina, y esto le valdrá la muerte. Pero, en su desacato, ejercerá la libertad del condenado. Se alejará de la tradición bíblica imperante, pero seguirá siendo igualmente tradición del desposeído. Porque tradición y traición tienen la misma raíz: transmisión, entrega.
Un caso en que esta traición por la libertad resulta particularmente fecunda es el poema “San Sebastián”, máscara del mártir condenado a muerte por insistir en su fe. En el cortejo del Carnero, participando entonces de la traición al Cordero, la máscara del joven mártir, atada al leño y condenada a morir asaetada, recibe infatigable cada herida. Seguir al Carnero, y no al Cordero, no salva a la máscara de San Sebastián de afrontar su propia destrucción. Pero le transforma la muerte del cuerpo en fecunda posibilidad de autodefinición:
Naceré de escarlata
seré por minorías venerado
como mi pasión ata
de la flecha arrancado
el odio que mal tiña despreciado.
Mi cuerpo tan formado
en fiero combate —músculo tenso—
será bien traspasado
y he de tornarme trenso
en tanto la sangre bastarda prenso
El mártir resiste su muerte, entonces, porque de la sangre escarlata que mana de sus odiosas heridas, él volverá a prensar su nacimiento: tras su destrucción, volverá a formar un cuerpo sin más guía que su propia voluntad: habrá de tornarse trenso. Y en esta rara palabra, en este neologismo (trenso), mitad tenso, mitad trenza, es que se urde y realiza lo que me parece el desacato más hermoso del libro de Sebastián del Pino. Hemos desobedecido, no hemos acatado el silencio solemne del Apocalipsis y, por lo tanto, no accederemos a esa vida eterna, lujosa y exclusiva. Pero en nuestra vida, debido a la realidad inevitable de la muerte, haremos trabajosamente lo que queramos hacer. La máscara de San Sebastián inventa el neologismo trenso, porque respetar la rima que corresponde a la lira es respetar la constitución de su propio cuerpo de máscara: es respetar la propia voluntad de construir su identidad, sin importarle el uso de palabras disparatadas. El neologismo es entonces el desacato más hermoso porque, al desviarse de la revelación impuesta, encarna la opción de, no sólo hacer lo que se quiera hacer, sino de ser tal y como se quiera ser. Asunto que se torna particularmente significativo si se considera que “San Sebastián” es el patrono, no reconocido por la iglesia, de las comunidades de identidad basada en la sexualidad y género no-heterosexuales.
Ese desacato es la razón última, en mi opinión, por la que el libro de Sebastián del Pino es la celebración de los velos: porque celebra la posibilidad del ejercicio de la libertad, incluso ahí, entre tópicos y formas que podrían parecernos anticuados o conservadores.
Todo esto da respuesta a las preguntas que alguna vez plantié: i. El libro se aguza para indicarnos que aquello que se nos presenta como revelación, como verdad innegable, es necesariamente otro velo artificioso. ii. La manera en que el libro lo hace es celebrando, desfilando su artificio individual, disfrazándose de divinidad. Y iii. lo hace porque en esa actividad, trabajosa, de la identidad cambiante reside, precisamente, su humanidad: más que a sacarnos los trapitos para encontrar nuestro yo verdadero e inamovible, Misal Develado nos invita a conocer nuestros trapitos, a trabajar nuestro cuerpo, a celebrar nuestro cambio continuo. Porque lo que celebramos no es solamente la oportunidad de hacer lo que queramos, sino la necesidad de ser lo que queramos.
Y a fin de cuentas, al hacer esto, ¿le estaríamos faltando el respeto a alguien? ¿Al Cordero de Dios, a aquel que borra los pecados del mundo? No. Estaríamos hincándole el colmillo con venero al Carnero de hoy, a aquel que alumbra nuestro deseo de vida.
Celebramos, entonces, Sebastián.