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“¡Viva la muerte!” ¿O muera la vida?
Paradojas de la Guerra Civil Española.[*]

Sergio Pizarro Roberts [**]


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Algo ocurre con la muerte en la guerra. Es evidente. Adquiere presencia relevante. Domina el paisaje y activa una mirada más inquisitiva y exasperada hacia la carga semántica de esa palabra tan evitada. La muerte adquiere una trágica intensificación durante los procesos bélicos que modifica la mirada más neutral, o resignada si se prefiere, que se proyecta en tiempos de paz.

La exclamación “¡Viva la muerte!” encierra una paradoja; una contradicción en la que se anulan recíprocamente los términos antagónicos. La muerte está viva o la vida está muerta parece un trabalenguas compuesto por exclamaciones que encierran una contradicción lógica irresoluble. Dice la leyenda que la exclamación “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!” fue gritada por el general José Millán Astray durante la celebración de la Fiesta de la Raza, el 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca como reacción a la famosa frase “vencer no es convencer” proferida por Miguel de Unamuno, quien presidía el acto en su calidad de rector de dicho establecimiento[1].

Tomo esta anécdota como dato que registra las tensiones sociales de la España convulsionada de la década del ’30 cuya crispación revolucionaria afecta todos los registros, y es  captada por la poesía como referente.

Ya es un lugar común señalar que uno de los temas predilectos de la poesía, junto al amor, es el misterio de la muerte. La muerte, y ese lugar invisible al que nos transporta la imaginación, no es susceptible de constatación empírica por lo que ha sido objeto de divagaciones desde que el ser humano comienza a desarrollar su capacidad imaginativa y abstracta. Por ello, las posibilidades de significación de la muerte son prácticamente infinitas y ofrecen un sinnúmero de alternativas para el imaginario poético. Por lo mismo, el tratamiento de la muerte en la poesía chilena es bastante contundente. La producción poética chilena del siglo XX contempla un amplio abanico de poéticas escatológicas que no son otra cosa que una manifestación reactiva ante la crisis metafísica de la modernidad. Muchos poetas mencionan la muerte o la tratan como un apartado dentro de su corpus poético, y muy pocos asumen la muerte como la base central de su opus poético.

Por dar sólo algunos ejemplos notables, Gabriela Mistral, Pedro Prado, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas y Eduardo Anguita ofrecen interesantes poéticas heterodoxas de ultratumba. Las llamo heterodoxas porque simplemente se alejan de la ortodoxia del credo cristiano. El análisis de todas estas poéticas da como resultado el asumir que la muerte es un vocablo cuya ambigüedad les permite trabajar sobre la base de esa polisemia.

Muchas de estas producciones van de la mano con procesos bélicos. En el caso de Huidobro, por ejemplo, el poeta vive en Europa en plena Primera Guerra Mundial y luego vuelve al mismo continente como corresponsal de guerra para el segundo conflicto mundial. Su contacto directo con dichos episodios históricos da como resultado la generación de un programa estético que contempla una inédita poética escatológica en la cual el hablante lírico queda habilitado para emitir su discurso desde la muerte como un insólito lugar de enunciación.

La generación siguiente de poetas chilenos, catalogados como aquellos pertenecientes a la generación del ’38 lleva ese nombre en directa alusión a la coalición política del Frente Popular formada en el año 1938 en Chile y su crítica vehemente hacia las condiciones sociales imperantes en el país de entonces. Dicha alianza se gestó en directa concomitancia con los enfrentamientos que estaban ocurriendo en Europa y, particularmente, con la Guerra Civil Española. Este ambiente de belicosidad mundial podría ser la razón de que importantes poetas pertenecientes a esta generación hayan continuado o ampliado el tratamiento de la muerte que Huidobro había generado en su obra poética. Se da el caso, por ejemplo, de Gonzalo Rojas y Eduardo Anguita,  que siguen trabajando la figura de un sujeto lírico escatológico que ocupa la muerte como locus de enunciación. Con ello se alteran ostensiblemente, junto al trabajo de Huidobro, los contornos tradicionales de la acepción de ultratumba.

Otros casos paradigmáticos son los de Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Ambos ejercieron cargos consulares en España antes y durante la guerra civil y sus poéticas reflejan una notoria resignificación de la muerte. Esta resemantización puede, incluso, percibirse en las obras poéticas directamente ligadas al escenario bélico español. En el poemario de Neruda “España en el corazón”, publicado en 1937 e incorporado posteriormente en el libro Tercera Residencia, la sección titulada “Canto a las madres de los milicianos muertos” es un ejemplo palpable de la resignificación antedicha. Si el título alude a los milicianos “muertos”, su primer verso, sin embargo, reza “[N]o han muerto”, es decir que estando muertos, a la vez, paradójicamente, están vivos: “[E]stán en medio / de la pólvora, / de pie, como mechas ardiendo” (1961: 51).

Algunos versos más adelante, el poeta señala:

No sólo son raíces
bajo las piedras teñidas de sangre,
no sólo sus pobres huesos derribados
definitivamente trabajan en la tierra (…)
sus puños levantados contradicen la muerte.
Porque de tantos cuerpos una vida invisible
se levanta. (1961: 52)

En estos versos se percibe lo que yo sostengo como un asomo de panteísmo en la poética escatológica de Pablo Neruda. La relación dicotómica entre las palabras vida y muerte se ve alterada con un balance pro vitalista en dicha relación binaria. El miliciano que muere, en verdad no muere. La muerte es resignificada en la medida en que su acepción destructiva es reemplazada por una noción transformadora y que tiene semejanzas con ciertos ciclos religiosos de Oriente que profesan una relación encadenada de vida y muerte, en un proceso de permanente ocaso y germinación sucesivas. La raíz escatológica germinativa en la poesía de Neruda se aprecia nítidamente en ciertos poemas de Residencia en la Tierra y principalmente en Canto general, en cuyos textos la metáfora de la semilla altera repetidamente las nociones ortodoxo cristianas de ultratumba. Si volvemos a revisar el extracto del poema transcrito veremos que la figura seminal ronda en los milicianos en cuanto “raíces bajo las piedras” y “huesos que trabajan en la tierra”. Existe, por ende, una constante en la poética nerudiana que refleja una obra escatológicamente coherente. En el mismo extracto los milicianos muertos “contradicen la muerte” cuando sus cuerpos “levantan una vida invisible”. La coherencia lírica llega hasta el final de esta sección funeraria cuando el poeta insiste en la función germinativa y seminal de la muerte al decirle a las madres de los milicianos: “sabed que vuestros muertos sonríen desde la tierra / levantando los puños sobre el trigo” (1961: 53).

El libro Para nacer he nacido, de Pablo Neruda, contiene un homenaje a Federico García Lorca (mártir de la guerra civil española), titulado “Querían matar la luz de España”, del cual rescato la siguiente idea, que retoma la metáfora de la semilla como reformulación semántica de la muerte: “[S]u corazón destrozado estaba repleto de semillas: no sabrán los que lo asesinaron que lo estaban sembrando, que echaría raíces, que seguiría cantando y floreciendo en todas partes (…) cada vez más viviente” (1980: 114).

Por su parte, en el homenaje Madre España, de 1937, que suscriben varios poetas chilenos, entre los que destacan Winett de Rokha, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Braulio Arenas, Juvencio Valle y Carlos de Rokha, entre otros, rescato los textos de Rosamel del Valle y Eduardo Anguita que colaboran en esta resemantización de la muerte, y que también podríamos presumir como el resultado de una muy cercana Guerra Civil Española.

Del texto de Rosamel del Valle “Mensaje en el oído del Océano Pacífico”, dedicado a Rafael Alberti, rescato los siguientes versos: “Allá lejos la muerte en alegría, la muerte en esta alegría, la muerte sola. (…) La vida tiembla desde albas de muerte hasta noches de puños sonámbulos (…) Desde el foso donde nadan sonrientes los milicianos asesinados” (1937: 15, la cursiva es mía). Los milicianos que están muertos, lógicamente no pueden nadar sonrientes en un foso, pero el giro poético que los habilita para ello se vale del oxímoron, un recurso retórico propio de los místicos que intentan transmitir lo inefable. En la realidad circundante “la vida no tiembla desde albas de muerte” pero sí puede hacerlo en el poema. En el poema, los milicianos muertos están oximorónicamente vivos con lo cual se provoca una alteración semántica de la muerte que obliga a resignificarla. A su vez, en su libro Poesía, de 1939, Rosamel del Valle incluye varios poemas expresamente dedicados a la Guerra Civil Española (“Soldado de Madrid”, “Paisaje del poeta asesinado”, “España, muerte devuelta”, etc) y el siguiente verso que transcribo confirma lo antes expuesto: “Oh larga muerte necesaria para vivir y viceversa” (2000: 135).

Otro tanto ocurre con el texto de Eduardo Anguita incluido en el mismo homenaje Madre España titulado “Vida de España”, y sorprende que después del título que comienza con la palabra “vida”, en los primeros versos se señale: “[C]ae la sangre en forma demasiado milagrosa / Porque es la muerte echada a crecer por causa de la vida” (1937: 22, el énfasis es mío). En la breve obra completa de Eduardo Anguita es destacable la resignificación de la muerte que su poesía contiene y estos versos transcritos no hacen sino confirmar dicha intención estética en la que subyace un fundamento metafísico que, finalmente, conecta su trabajo con el pensamiento taoísta y budista.

Por último, cabe resaltar que en el referido homenaje Madre España, Pablo Neruda, por su parte, incorpora precisamente el texto “Canto a las madres de los milicianos muertos”, antes mencionado.

El poeta peruano César Vallejo en España, aparta de mí este cáliz, publicado el año 1937, al igual que los poetas chilenos ya señalados, elabora un poemario directamente vinculado con la Guerra Civil Española. Del poema “Batallas” transcribo los siguientes versos: “y sangre muerta de la sangre viva! / (…) / Extremeño, oh!, no ser aún ese hombre / por el que te mató la vida y te parió la muerte”. Más adelante, en el mismo poema insiste: “Málaga sin defensa, donde nació mi muerte dando pasos / y murió de pasión mi nacimiento!” (1985: 199, 201). El título del poema es decidor. La palabra “batallas” nos sitúa en un ambiente hostil y belicoso dentro del cual se transfiguran las acepciones de la vida y la muerte.

En el tercer poema se lee: “muerte viva (…) Pedro Rojas, así, después de muerto, / se levantó (…) Su cadáver estaba lleno de mundo” (1985: 203). Aparentemente cristianos, estos versos ofrecen la figura resurrecta del personaje Pedro Rojas; un ejercicio de catábasis que altera el carácter irreversible de la muerte permitiendo el regreso de dicho personaje desde ultratumba cual Lázaro u Orfeo.

El título del quinto poema, “Imagen española de la muerte”, nos facilita argumentos cuando en un verso se anuncia: “que la muerte es un ser sido a la fuerza” (1985: 205). La transgresión sintáctica de la frase que vincula el infinitivo del verbo ser y su conjugación en participio pasado (ser y sido) da como resultado una muerte que permite ser calificada como una entidad que supera los límites lógicos del tiempo. Se podría colegir con este verso vanguardista que la Guerra Civil Española confiere una particular acepción de la muerte, una “imagen española de la muerte” en virtud de la cual dicha entidad entra desde su eternidad a los límites imprecisos y vulnerables del tiempo de la vida gracias a la violencia o a la “fuerza” de la guerra.

En conclusión, la guerra altera indefectiblemente los procesos sociales y la vida en comunidad. Esa realidad confrontacional es subjetivizada de tal manera que se transfiere al lenguaje. El lenguaje poético, por su parte, cristaliza las alteraciones significativas de las palabras removidas en sus acepciones tradicionales y transcribe esa resignificación. De esta manera, la resignificación escatológica afecta, sin duda, los campos semánticos atribuidos a los vocablos vida y muerte, con intensidades y matices diferenciados si es que son emitidos en tiempos de paz o de guerra, respectivamente. En definitiva, en los trabajos poéticos reseñados, su conexión temática con la Guerra Civil Española provoca un desplazamiento de la carga semántica de la muerte: de la denotación originaria pasamos a la connotación y llanamente a la aporía, que sólo el discurso poético puede registrar y codificar.

 

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Bibliografía.

Martín, Francisco José. “Contra los hunos y los hotros”. Revista ABCD Las Artes y las Letras, n° 766, (octubre 2006): 26-27.
Neruda, Pablo. (1980). Para nacer he nacido. Barcelona: Bruguera.
_______ . (1961). Tercera residencia. Buenos Aires: Losada.
Valle, Rosamel del. (2000). Obra poética. Santiago: J.C. Sáez editor.
Vallejo, César. (1985). Obra poética completa. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho.
Zambrano, María. (1937). Madre España. Santiago: Panorama.

 

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[*] Este trabajo se inserta en la línea de investigación doctoral del autor relativo al tratamiento de la muerte en la poesía chilena y que aspira a dilucidar la existencia de una o varias poéticas escatológicas en el escenario lírico del país y es expuesto en la jornada de estudio titulada “Literatura (chilena) y Guerra civil (española)”, organizada por el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Playa Ancha, el 12 de diciembre de 2017, Viña del Mar.
[**] Chileno, Magíster en Literatura Chilena e Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y Doctor © del programa de Doctorado en Literatura Hispanoamericana Contemporánea de la Universidad de Playa Ancha, Chile. sergioto.pizarro@gmail.com

[1] Información rescatada del artículo de prensa de Francisco José Martín publicado en revista ABCD Las Artes y las Letras, n° 766, del 7 de octubre de 2006.

 


 

 

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