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Noche Abierta. Hugo Mujica. Ediciones del Temple y J. C. Sáez editor, 2009.

LA OTRA VOZ: Mujica en edición chilena

Por Sergio Rodríguez Saavedra

 

El guiño de Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) en Noche Abierta (publicado en 1999 por Ediciones Pre-Textos en España), aparece en la fragilidad y simpleza de una línea de Marguerite Duras que inicia la obra: “Un libro abierto también es la noche”. De ese abrirse se nutren los treinta y seis textos que se leen casi como propuesta unitaria a pesar de la fragmentación con la cual compone el autor trasandino -convengamos, eso sí, que en Mujica el fragmento opera en el sentido inverso que tiene en la mayor parte de la literatura contemporánea, es decir, un referente de la violencia-. Es este trazo más bien una contemplación sobre los efectos que el gesto mínimo cobra en la vida, y ciertamente la muerte. Es esta contemplación admirativa –quizás sólo entrañable a Octavio Paz en nuestra lengua (léase Salamandra, del mexicano)- donde el hablante es además intermediario entre la realidad representada y esta realidad otra, detenida, allí, donde sólo la aguda sensibilidad comprende la simpleza universal del momento. Mujica no se detiene en el tiempo como ocurre con Teillier en verso chileno, se estaciona en el momento en que observamos el tiempo observado, abriendo de esta forma el objeto a un pensamiento lleno de matices antes desapercibidos: “buscamos retener lo que en otro/ se va yendo,/ lo que a veces se derrumba/ / pero es apenas la despedida/ lo que el abrazo abarca.” (Lo que el abrazo abarca).

Es en la levedad donde se puede ser, parece decirnos con un lenguaje hecho de vocablos sutiles, de agua, sombras, lejanía y sobre todo milagro. Un lenguaje que puede creer en su capacidad no de nombrar el paso, sino de recordar la huella. Esto, porque el hablante pareciera tener sólo un norte: destacar los gestos vitales a través de mediadores que se registran en el tono del minimalismo. Así la palabra vida aparece reiterativamente, incluso en los textos en que se nombra la muerte, el vocablo es utilizado en una proporción mayor, como si quisieran confirmarnos que la vida es ante todo, con y sobre la finitud.

Lengua precaria la de Mujica, despojada de abiertas intenciones (aunque el autor lo niegue, siempre habrá un trasfondo), poesía desde la sinestesia para que la estética del texto esté al alcance de las sensaciones, para que no siendo filosofía, sea al mismo tiempo convocatoria a filosofar: “al caer la tarde,/ la postrera, callaremos las palabras/ con las que enhebramos/ los pedazos de la vida;// cuando llegue la noche/ y se nos devuelva el silencio/ oiremos al fin el latido.” (Tierra desnuda). Lengua además que suma el mutismo y la pausa como forma de articular el mensaje buscado, en una totalización de sentido inverso. Por cierto, la mítica nos indica que en la cocina del monasterio trapense en el cual vivió siete años en silencio, escribió su primer poema, ése que parece seguir escribiendo, siempre a través de la ventana que guardó la voz.

Se hace necesario también, dar cuenta de la posición de esta obra en nuestra lírica, digamos a propósito que ante el uso indiscriminado del género, la evocaciones neo-étnicas, la post vanguardia, las escrituras del borde, del desborde y del margen, subyace un análisis más sutil de nuestro estar en la alteridad que ofrecen estos textos. Ubicación que logra recrear un estado inicial en el sujeto poético,  el que está en abrirse a sí mismo antes de usar el bisturí para diseccionar la visión total. Un pensar que agrega además un desahogo en la situación del espíritu.

Publicado en nuestro país por Ediciones del Temple y J. C. Sáez editor, en la colección Amarcord de la primera citada (colección imprescindible a estas alturas) se presentó en el Bar Rapa Nui con la presencia del autor y el prologuista Armando Roa Vial, un sábado previo a la lluvia. Algo quiso que el espacio contuviera lo indispensable para hacer de su lectura justamente la retención voluntaria del gesto. Leer a Hugo Mujica hoy implica deshacerse de todo análisis estructural y sentarse en el lugar donde el dolor y la belleza nos observan mientras creemos hacerlo nosotros. Después vendrá la noche.

 

 

 

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