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La carga del antologador

Por Sergio Rodríguez Saavedra

EL BURRO DEL DIABLO: Arqueo de la poesía contemporánea de la Región de Coquimbo. Selección y notas de Arturo Volantines. Ediciones Universitarias – Universidad Católica del Norte, Coquimbo, 2008.


Presentada a todo cuerpo en un atosigado salón en la Casa de la Cultura de Coquimbo, cerrando y conmoviendo los cánones del norte del país, esta empresa amerita, a lo menos alguno de los múltiples ejercicios de aproximación que posee una obra antológica.

Más allá de disputas míticas entre bien y mal, demonios versus Vírgenes Santísimas, acaecidos en el memorial de nuestra cultura post hispánica, en este arqueo poético denominado El burro del Diablo, está lo que Mijail Bajtín cataloga en los géneros discursivos orales como poderosos medios de humanización e intensificación del espacio nativo, no puede ser de otra forma, existe en la acuciosa selección que Arturo Volantines hace de la poesía de la Región de Coquimbo, una decidida identidad profesada desde las materias territoriales que sitúan y definen tanto al escenario como al ser que lo habla. Así vistos, los 45 seleccionados, vienen a refrendar desde espacios de creación y estilos propios una geografía anímica que también es parte de la historia del arte nortino. Este entorno ya justifica la exclusión de quienes desarrollaron su trabajo fuera del corpus que limita al mar chango, y en la misma medida, autoriza a los presentes a hablar por todos los restantes.

Desde y hacia los estudios críticos contemporáneos podemos establecer la hibridez como un rasgo predominante en la cultura chilena, sin embargo, esta lectura, ya lo insinuamos anteriormente, también ancestral, nos entronca a un bosque donde el hispano nace de la duda en su lengua, puesto que cruza el mapuche y el quechua, vuelan por aquí el cunza y el kakán, para abrirse desde el puerto al lenguaje de la jerga, del fragmento que resiste la rabia, la economía de la palabra auspicio de la heredad industrial, ubicándonos desde ya en las lecturas de síntesis del milenio que se fue, luego, este notable trabajo de recomposición del canon es la demostración del ojo que recicla estas voces para hacerlas a su vez el oído de la actual sociedad. Tarea no menor, cuando hablamos de autores nacidos en el arco que va desde 1926 (María Eliana Duran) hasta 1982 (Andrés Pulgar), pasando por obras como las de Julio Piñones o Walter Hoefler, ya coincidentes con el reordenamiento generacional que trajo la Diáspora y los 80.

La memoria del siglo ido permite apreciar ciertamente algunos fenómenos que no podemos desatender, y que son visibles gracias al presente manuscrito. Primariamente las publicaciones; creo que a excepción de Jorge Zambra, se inician en lo público a fines de los 80 y principios de la década del 90, época en la cual se formaliza además una promoción como la del Café Tito’s en la ciudad de La Serena, con todo el aporte que significó para la zona, coincidente con la actitud gregaria que articula diversos movimientos a través del país como el Colectivo de Escritores Jóvenes en la Sech, o C.A.D.A.  en la acción callejera. Esta otra forma de leer la antología puede llevarnos peligrosamente al tiempo presente, al Chile de hoy, con los desajustes propios de la centralidad política y las diferencias en la aplicación del modelo económico. Cala hondo la operación que hacen desde la marginalidad las voces de Samuel Núñez, Óscar Elgueta, Susana Moya, Javier del Cerro o Javier Milanca por nombrar a quienes nutren expresamente desde una realidad degradada (re)componiendo un sueño que no termina de ser. Ya maduras estas y otras voces serán sin duda alguna referentes de una estética que a pesar de su evolución, sigue siendo abiertamente solidaria con el sujeto y su orfandad. Otra característica que devela la creación regional.

Julio Espinosa Guerra, autor de la antología de poesía chilena publicada por Visor en Madrid, hablaba del “imaginario paralelo” en relación a aquellos discursos que no fueron sumados a la norma imperante, cuyos formatos suelen imitarse  a si mismos en los análisis teoréticos o más bien formales que informados. Desde estas doscientas diecisiete páginas efectivamente corroboramos esta situación latente, pero además, cerramos el monólogo con un diálogo, donde autores desconocidos para la mayor parte de la crítica literaria y que desde ahora integrarán el coro y el canto. Juana Baudoin, Dinko Pavlov, Caupolicán Peña, nombres que suenan en la conciencia de los lectores, se suman con Sergio Godoy, Iván Mendieta, Guillermo Gálvez, Raúl Kastillo a una muestra posible de estudiar en su compleja composición. De hecho, autores casi inéditos o que crearon su trabajo alrededor de movimientos de autoedición o con formatos de revista tienen aquí el mismo referente. Este es un trabajo con voluntad inclusivista, nuestros poetas cubren todos los perímetros. El poema del lar convive con el texto del desborde, el discursivo con aquel casi epigramático, sin embargo nos dejan partes de sus títulos, cierto vocabulario deslizado en lo conversacional, tópicos que se reiteran aunque exista una aparente diferencia generacional, como ocurre con la muerte en su diario antagonismo, en su precaria pero obstinada visita, porque sabemos ahora, todos conocen el dolor de estas tierras, mas, como si Gabriela Mistral no fuese suficiente uva, también heredan el levantarse desde la arena y la sal. Una contemplación admirativa, como manifestaba Octavio Paz, surge en la totalidad de la obra, en ello autores y antologador han sido generosos, y en estos tiempos es de agradecer.

Si hay una carga de la cual no hace eco este “burro” es el compilador. Arturo Volantines perfectamente debió –debe- ocupar un sitio de privilegio en esta historia. Asentado en la mitología, flora y fauna de los valles del sol eterno, su trabajo de creación solamente –fuera de otras hierbas- es tan suficiente como maduro dentro del panorama actual de esta nación tan pródiga. Suponemos que esta debilidad formal tiene una razón; distanciar al estudioso del creador y de esta rigurosa forma objetivar hasta el extremo dicha selección. Hecha la aclaración presunta, hablemos de los textos en cuestión. Nuestro compilador advierte desde ya que este trabajo surge desde una reflexión congresal y la investigación de más de veinte años, luego nos lleva una sumaria ventaja, de este adelantamiento (del que cabe mencionar la revista Añañuca, el periódico El Papiro –cabe mencionar al desaparecido Juan Godoy, y por su berma a Tristán Altagracia y Stella Días Varín-, las antologías Poesía chilena contemporánea, Coquimbo-La Serena 1980-2000, y del propio autor Antología de la poesía del Valle de Elqui, editada por el mismo sello de Ediciones Universitarias – Universidad Católica del Norte en un esfuerzo cada vez más destacable), podemos agregar nuestra propia lectura, donde se constata primeramente que la obra la hizo un poeta, tiene gusto y sonido lírico, puede ser leída con ese secreto placer de descubrirse y descubrirnos en la inteligencia del lenguaje y la emocionalidad de quienes vienen a decirnos su verdad sin aspavientos. Es grata de leer, los textos sostienen un nivel –cuestión no menor dada la cantidad- , y no sólo eso, se dan maña para que sea una buena representación personal, pero también para que el paso de uno a otro contemple un ejercicio de identidad que muestre al país una alternativa válida para encontrar de una vez por todas quienes somos. Tiene ese ojo certero capaz de calibrar el verso en su mejor tensión, separar paja de grano. A ello adosamos la siempre necesaria bibliografía que inicia la presentación de cada autor, la contextualización del arqueo que prologa el libro, la excelente labor tipográfica, cerrando este párrafo con la invitación a disfrutar como yo esta obra gruesa de la literatura chilena.

Finalizando, no puedo dejar de mencionar el riesgo de hacer una muestra de poesía hoy, quizás la operación más confrontacional que pueda dar un autor para sus pares, y a la vez, el mayor de los legados para una sociedad que también más que nunca requieren de una palabra. Creo que el riesgo lo asume Arturo Volantines con una increíble dignidad y el Arqueo de la poesía contemporáneo de la Región de Coquimbo, es la prueba de que se puede andar a lomo del tiempo y descargar finalmente la historia en una página. Felicidades Arturo, que cada uno lleve su carga, que a nosotros nos basta con el Burro del Diablo.

 

 

 

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La carga del antologador.
Presentación de “El burro del Diablo” (Ediciones Universidad Católica del Norte).
Por Sergio Rodríguez Saavedra