LA POESÍA EN NUESTRA EXISTENCIA
Silvia Rodríguez
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Se reveló en quien; mirando una noche estrellada, se preguntó el porqué de su existencia. Existe desde antes del lenguaje y a través del lenguaje se manifestó en vocal, consonante, palabra, idioma, letra. Es el misterio existente junto al eslabón perdido de nuestra evolución. La han dividido en técnica, tendencias, movimientos. La han diseccionado en sonetos, rimas, poemas. La han divinizado y también prostituido. Muchos han envenenado su agua, pero no pueden envenenar su manantial. Muchos tienen preparado su funeral porque dicen que agoniza.
Hablar de poesía es hablar de vida. Escribir poesía es re-crear la vida.
Hoy en día la existencia nos ofrece un menú variado, donde cada quien es libre de elegir a partir de la perspectiva de su propia verdad. El esfuerzo de escoger es abrumador como lo es el desencanto y el vacío que nos provoca nuestra época. La sociedad moderna prometió conquistas, confiaba en el futuro. La ciencia y la técnica estarían a merced del ser humano. Ahora que estamos en el sueño futuro del ayer, hemos perdido la creencia en la revolución y el progreso, al percibir que; toda gran novedad pierde su valor rápidamente, que cada día oscilamos entre el abismo y la incertidumbre. Estamos destinados a consumir y después de consumir a enfrentarnos de nuevo al vacío emocional. Sin líderes, y con un dios diferente para cada religión, debemos elegir del menú, nuestra existencia, y comer al lado del individuo que ha empezado por el postre.
Y dentro de esta postmodernidad ¿Dónde está la poesía?. La poesía continúa siendo, a pesar de los poetas y de los poemas, porque no todo poema contiene poesía, porque ella es: sensibilidad, náusea, fortaleza, soledad, talento, trabajo, experiencia, observación, vómito. Es quien humilla al poeta y lo condena a buscarse una y mil veces dentro de su propio ser. No está en las manos de nadie, no se puede heredar a generaciones futuras porque ella es futuro, es la única manifestación de nuestro pasado que vive en el presente y permanecerá en el mañana sin que tiempo y destino rocen su esencia y su existencia.
La poesía no vende, no es rentable para el poeta, editoriales, el comercio, ni se tranza en la bolsa de valores. Debería desaparecer de este mundo materialista, pero está ahí, esperando ser observada en el universo, en la naturaleza, en nuestra vida diaria, en nuestros sueños, y en la muerte que nos espera. Está en todo lo que somos de odio, ira, egoísmo, vanidad, celos. En nuestra lealtad, confianza, pureza, prudencia, justicia. Comparte nuestra inocencia y nuestra culpa.
Podemos tener la mesa servida, adornada, hacer rituales, leerla, estudiarla, seducirla, llamarla, suplicarle durante toda la noche, todas las horas, todos los minutos, todo segundo, todo el día, toda la vida, pero la poesía, si quiere, no llega. No depende de nosotros, es ella quien elije. Aún conciente que es parte de nuestra razón de ser, nos condena, menosprecia, insulta, al dejarnos solos en medio de una página en blanco.
La poesía no sólo vive en las urbes, en los primeros premios nacionales o de un concurso cualquiera, en el poeta publicado por una prestigiosa editorial, en los poemas elegidos para una antología, en los textos leídos en un recital poético. La poesía también está en la mirada de quien lee un libro. Está ahí, manifestándose en el poema de alguien desconocido, en las manos de esa mujer que está amasando el pan.
Negar la poesía es negar la propia existencia.