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EXALTACIÓN DEL RELATO MARINO A TRAVÉS DE LA NOVELA BREVE
“EL MATADOR DE TIBURONES” DE SALVADOR REYES.
Por Juan Pablo Cifuentes Palma
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Nuestro país goza de grandes obras de la vida marina a través de la creatividad, experiencia y genialidad de Francisco Coloane con sus obras que han dado un testimonio vivo de la dura realidad del hombre y la vida en el mar. Sin embargo, hay otro escritor chileno que permanece aún en el anonimato a pesar de ser galardonado en el año 1967 con el Premio Nacional de Literatura y de recibir un reconocimiento mayor en Francia que en el propio país, debido a que nuestra frágil memoria suele olvidar a aquellos escritores en cuyas letras se han plasmado desgarradores relatos sobre nuestra sociedad.
Es el caso del escritor Salvador Reyes, hombre oriundo de Copiapó y que aún no ha sido reconocida ni valorada su obra por la crítica chilena ni por la academia ni por las nuevas generaciones de escritores. Reyes goza de ser un escritor marcado por el desarraigo de su tierra natal, ya que Copiapó le dio la espalda al ignorar su relevancia, al no realizarle homenajes ni siquiera un tributo que ha obtenido con creces. De esta forma, es natural que Reyes le diera la espalda a Copiapó y abandonara el desierto por la tempestuosa y a veces tranquila mar. Es así como vemos que en sus relatos y novelas a distintos puertos chilenos que están siendo explorados en profundidad desde la soledad, el sufrimiento y la desazón de una vida destinada a nadar contra la corriente.
Reyes, en su breve novela El matador de tiburones nos envuelve en la bruma y aires marinos del puerto de Taltal, en donde vemos como la vida gira en torno al Océano Pacífico. Reyes nos aventura en el mito de un hombre que es capaz de enfrentarse mano a mano a una de las principales bestias del mar como es el tiburón. Un relato en el cual vemos al protagonista que es un niño que desde pequeño iba atesorando en un diario de vida recuerdos de su infancia complementados con la dura vida marina y que en un afortunado encuentro termina por conocer a un misterioso hombre, una especie de gigante, un noruego llamado Luis Adler quien es el que se enfrenta con sus propias manos contra el tiburón y le da muerte. Con ello, la leyenda crece a tal punto que es respetado en toda la ciudad y el joven Perico Navas ve en este gigante a su héroe a pesar que lanza el diario al mar y le obliga a ser fuerte, a dejar atrás las ataduras de los sentimientos y emociones y enfrentar con bravura a los oleajes de la vida, Perico encuentra en Luis Adler a este progenitor, a este tutor, a este guía que va moldeando su camino.
En la literatura universal vemos como el hombre que intenta oponerse al mar siempre termina siendo derrotado. Vemos a Ulises que deambula de un lado a otro debido al orgullo herido y la furia de Poseidón en La Odisea o a este viejo pescador cubano que tras meses de fracaso captura al pez más grande pero termina luchando contra los tiburones que desean no solo a este preciado pez sino que también a su vida en el relato El viejo y el mar de Hemingway.
En El matador de tiburones, Reyes evita que Luis Adler sea presa del destino marino sino que es el destino amoroso el que determinará el desenlace del gigante noruego. La aparición de María Clemencia en la vida de Adler provoca que descuide su filosofía de vida, ata su alma a sus emociones y con ello, es una presa fácil para el mar. Es por esto que no es de extrañar que Reyes termine asesinando al gigante noruego en este último combate contra el tiburón a pesar de las corazonadas del joven Perico. Adler intentaba demostrar su valía ante la mirada de María Clementina sin saber que estaba realizando el réquiem de su propio funeral. Así, en El Matador de tiburones surge nuevamente la interrogante sobre nuestra existencia, sobre si somos fruto de nuestras obras o nuestro camino ya está determinado por un destino inescrutable e intransigente.
“Los Tripulantes de la noche”: El Matador de Tiburones, Salvador Reyes, Editorial Andrés Bello, 1ª Edición (1967), pág 49 - 69