El fin de la escritura , selección de cuentos de Andrés Neuman. Editorial Cuneta, 2011
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Por Sergio Rodríguez Saavedra
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El nombre de Andrés Neuman se hizo medianamente conocido para nuestro público literario cuando El viajero del siglo obtuviera el Premio Alfaguara en el 2009, integrándose a esta selección de narrativa contemporánea junto Elena Poniatowska o Tomás Eloy Martínez, por recordar sólo un par de ellos. El antecedente inmediato es Bariloche , novela finalista del Premio Herralde diez años antes. Sin embargo, hay un ancestro casi olvidado: el poeta. Alguna muestra, alguna buena muestra ha llegado para ser comentada en aquel proyecto de difusión periódica llamado Carajo, que circulara a principios de la década en los quioscos de Santiago, amén de Winnipeg poesía chileno española contemporánea, donde aparece una selección de sus poemas. Ahora, tal vez para justificar su inclusión entre las grandes promesas de la literatura de lengua hispana y, la admirable recomendación de Roberto Bolaño, también escribe cuentos, completando la esfericidad de un oficio en el cual se desplaza sin línea ni margen. Precisamente, sobre está área trazaremos hoy algunos apuntes esperando encontrar el sentido de El fin de la escritura (2011), selección de cuentos publicados en nuestro país por la incipiente Editorial Cuneta.
Al centro de ningún lado, pero siempre el centro, parece ser la visión que Andrés Neuman posee de la escritura. Moviéndose en distintas direcciones, ocupando voces con y sin matices evidentes, limitando con estilos de uso reiterado o dudosamente vanguardistas, logra en esta dispersión mantener su mano, el tono de un narrador que trabaja sobre las materias que desde siempre conoce: el equívoco, su ironía; el absurdo, su presencia; la traición, esa costumbre; las inversiones, toda posibilidad; la metáfora que dispara en distintas direcciones pero hacia aquel blanco irrenunciable que es el lector.
¿Herencia Argentina? Puede ser. Aunque su carrera ha transcurrido en España, nació en Buenos Aires en 1977, conservando todavía en el habla un leve acento posible de reproducir. Borges, Denevi, Cortázar son parte del mapa donde esta narrativa se puede rastrear –inicialmente, ya que hay un siglo XIX detrás, que caramba... Autores que con la simple postura de un suéter –pulóver si volvemos a Cortázar- o la lectura de una Biblia construyen la compleja trama del pensamiento. Neuman trabaja con estas materias alternas: una vieja chaqueta, una raya en la arena, una página en blanco, un simple clic en el interruptor son suficiente energía para disparar una idea que reviente en la consciencia crítica de quienes leen. El efecto es devastador.
A modo de ejemplo, Cómo maté a John Lennon, donde relata el día en que el ex Beatle fue asesinado con una sorprendente capacidad para convencernos de su versión: ésta fue la verdadera historia ocurrida en el edificio Dakota y todas las informaciones entregadas son previsibles engaños o, Alumbramiento, donde con increíble desenfado narra el parto de un hombre, a la vez que machaca con flashback la relación de éste con su padre y el momento de la concepción del hijo por venir. Un trabajo precioso, pulcro, inteligente, sobre las dimensiones del ser humano. Como podemos apreciar, en los extremos opuestos de las furias y pasiones que nos definen en este mundo.
A pesar de la armazón técnica y su dominio retórico -el absurdo, la ciencia ficción, las alusiones al culteranismo, el poema- los cuentos mantienen siempre un fondo filial, empático aún en la incapacidad del hombre para reconocer su fracaso, su miserable dolor. Textos como Las cartas de los turistas, El último poema de Piotr Czerny, urgen en la llaga de nuestros pecados. Hunden su dedo en las imposturas que esperamos nos definan frente a los demás y, cuya respuesta es simplemente que los demás tampoco son ellos. O lo son en el sentido más incomprendido, como ese pugilista que es un arte poética en Ringo mentón de seda o el desnudo protagonista de La ropa. Paradigmas, este autor tiene una capacidad única para dejarnos intuir los verdaderos paradigmas de la contemporaneidad.
No se crea a propósito de su capacidad estilística que es un continuador nato de los estilos en boga, al contrario, para Neuman la repetición no es herencia, siempre el lenguaje puede ser renovado, encontrar la paradoja de los libros en la misma literatura. Un autor que no teme a las formas, como tampoco romper con los esquemas, siempre que el destino sea un buen cuento. Un autor de pulso seguro, de vocabulario preciso, de ritmo sincopado, para disfrutar.
Estaba perfectamente fría –a propósito- la Quilmes que tomé, cuando por segunda vez leí El fin de la lectura, sabiendo que sentiría la sorpresa de una literatura que reúne todas las condiciones del canon y, que aun así, posee la fuerza de la novedad. Así escribe Neuman, pensando que la meta de su escritura es principal y definitivamente, usted.