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Contracorriente
Espejo de enemigos. Marcelo Rioseco. Uqbar Editores, 2010

Por Sergio Rodríguez Saavedra

 

 

 

 

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Marcelo Rioseco (Concepción, 1967) se dio a conocer en el panorama de la poesía chilena de los 90' con Ludovicos o la aristocracia del ser, texto ganador del Segundo Concurso de Poesía Premio "Revista de Libros”, en 1994. A pesar de la intensa labor como traductor y editor, no publicó poesía nuevamente hasta el 2010, cuando Uqbar Editores lanza Espejo de enemigos. Sobre este libro centraré las opiniones, ciertamente, sin esquivar las correspondencias con la obra precedente.

Si bien la “novedad” de Ludovicos o la aristocracia del ser, era retornar al guiño Huidobriano: “El mérito mayor de este libro reside en que se atreve a pasar por el canon dominante de la poesía chilena y se la juega agresivamente por valores que parecían haber desaparecido de circulación“, como argumentara Óscar Hahn en el número dedicado al ganador, en Espejo de enemigos su regresión es todavía mayor. El hablante –un coro de hablantes finalmente- es la voz de un romano que contempla la caída del Imperio, incluyendo la devastación de la poesía misma. En esta operación, las voces de Cátulo o Marcial están en línea directa con la forma irónica o satírica que unen mayoritariamente los poemas. Así, de lo vanguardista transita ahora por las formas clásicas, lo alejandrino, lo epigramático y -era que no- sus motivaciones:

“La poesía es
dar en el blanco arriba de un caballo en movimiento.
Más allá de esto, todo es perfección.”

(ARTE POÉTICA)

Rioseco escribe a contracorriente, experimenta con la escritura epistolar, lo que otros hacen fragmentando la poética. Articula con la oratoria un poema postmoderno. Pero es un enmascaramiento. Así como Ludovicos retoma la discusión de las utopías, auge y caída, ciertamente otro tanto ocurre con los “enemigos” reflejados en esta obra más reciente. Es un estado de crisis, menos estética si se quiere, más histórica en cuanto podemos ubicarla cronológicamente en la memoria de occidente, pero situada en el momento del quiebre, el instante donde la desolación es un espectáculo: “No, no es posible / los grandes imperios no sobrevivirán.” confirma en el poema de la página 40, agregando en el título siguiente “Recuerda al magnífico César Emperador”. Nuevamente y, a pesar de estar situado a siglos, se resuelve a hablar por medio de la interlocución del tiempo, porque el mejor ya pasó, y lo actual, “su” actualidad, para nada satisface el anhelo de grandeza que toda poesía debiese portar, que toda sociedad debiese sostener.

Jaime Siles decía que “en literatura todo lo nuevo es siempre reelaboración de lo viejo y que cada cambio no es sino una nueva disposición de elementos ya existentes”, creo que, fuera de enmarcar este artículo, las palabras de Siles dan la connotación necesaria al proyecto de Espejos de enemigos, un trabajo de escritura metódico, cargado de retoricismo, pero además lleno de esos matices que se leen entre las líneas de un pensamiento organizado con una intención no moralizante, pero que sí recuerda una ética, tal vez una perdida ética. Rioseco construye un universo conocido -reconstruye sería un mejor verbo- sin embargo no puede escapar a las comparaciones con nuestro escenario. Esta opción la confirma como motivo central en una entrevista, pero no hay necesidad, es casi imposible no advertir coincidencias con la tipología que abunda en el mundo del arte chileno:

“Los malos poetas envidian el talento,
el oro, las muchachas de los otros,
el premio bien concedido, a los grandes
que han muerto e, incluso –si hay tiempo
y el veneno alcanza-, todo lo que hay
entre el portero y el privado.”

(APIADÉMONOS DE LAS POBRES
ALMAS EMBRUTECIDAS)

Quizás –igual que en la leyenda persa- queriendo escapar de su destino ha viajado hacia él, porque los reflejos, aun roto el espejo, siguen siendo reflejos del cuerpo individual y social que enfrenta, donde debe escarbar y, a la vez, encontrar los vestigios.

Se destaca en la obra su intención apelativa, la necesidad de establecer en el monólogo poético la ausencia de verdaderos diálogos, como diría el mismo Marco Valerio Marcial: “Esos versos que lees en público, Fidentino, son míos, pero justamente comienzan a ser tuyos en cuanto los lees”. 

Esta incorporación otorga al discurso dos tesituras: la cronística, ligada con un lector atento a responsabilizarse o responder por el actual estado de nuestra convivencia, cuyo eje transversal va de principio a fin. Desde el inicio del epistolario hasta la contraportada que nos devuelve a nuestra época. En lo segundo, una ácida crítica, cuyo lenguaje formal, representado en estos actores, imprime una segunda lectura: la de un sistema moderado por sí mismo y que olvida sus falencias, como los pecados tras cerrar la puerta. Si bien hay textos cuya función contribuye a perfilar más el escenario que el discurso, Rioseco hace una interesante y compleja apuesta, escribir el presente a partir de la distancia del pasado, articular la parodia de un mundo conocido a través de voces que fueron –o creyeron ser- el centro del mundo. Verse en el espejo de lo que somos.



 


 

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