Boceto
Alguien dice que esto no se entiende,
por qué no enciendo luz en las palabras.
Yo humedezco mis dedos en lluvia
apagando aquella vela que no encendí.
Alguien insiste sobre el lenguaje
de las cosas comunes, la canción del amor.
Le muestro mi hueso de calle angosta,
la vieja escoba con que barrimos días
mientras el vecino se pegaba al televisor.
Le digo que hoy no, que vino la sombra
y me nombró, que vino la camisa por mis
sueños, que soy lo que alcanzo a distinguir,
soy lo que no pueden ver. Les digo
que este lápiz es un fósforo quemado
antes de ver el sol.
Combustión interna
Es hoguera. Debes
hacerla y venir.
Mirarnos así: leño
y piel. Por dentro,
por fuera. Días y
años. Hoguera el
tacto, la mano. Pubis
y corteza. Arder del
sueño a la noche.
Sin horarios ni
minutas.
El mundo está,
pero cuándo.
Todo lo que arde
es amor. El resto
ceniza.
Pan tostado
Cada parte del hambre es mi pan. Cada mordida el mismo trigo.
Si mastico soy aquel alimento cansado y su viaje, la espera,
aquella semilla envejecida en el umbral.
Y cuando abro el pan también abro la puerta
por donde entro en la boca de mi padre
que deposita esa mortaja con la harina del perdón.
Entonces las migas caen multiplicadas antes de llegar al auelo,
aroma entonces el territorio de la pobreza
aunque la mantequilla derrita y luego vuelva
a enfriarse en un rincón.
Un fósforo cae en la lluvia
Alguien te nombró y te dijo. Vino entonces la lluvia,
y aquellos árboles de Avenida La Paz parecían extender sus ramas
hasta mis ojos, parecían abrir un camino hacia las barcas,
hacerse tu gorra mojada en lo mojado de tu cuerpo,
parecían cruzar el estrecho y su canal chorreando del mástil
esos nombres que albergan destino, parecían venir
del mismo cielo que en Concepción ya acunara mi luto,
y desbarrancados, parecían aquellas gaviotas que en Valparaíso
pusiste la alcance de esta mano, para que escogiera entre
cielo y mar el viaje de mi propio horizonte.
Alguien encendió un cigarro entonces, te nombró y te dijo,
pero ya estabas lejos.
Yo cogería tu blanca mano
si dejaras de mirarme como un inquisidor
con antorchas en los ojos
Apretaría con fuerza esos dedos
embadurnados en aceite de oliva
atrayéndote hacia mí
hasta hacer de nosotros una pira sobre las aguas
Yo cogería tu blanca mano
si no la dejara llena de cenizas.
Bonzo para una escritura suicida
No es por rabia que unto en bencina la situación
de mi rostro, no son estas lágrimas las que apagarán mi cuerpo.
No es por rabia que me incendio ni por orgullo
que ilumino lo claro del día, lo trémulo
del viento que aviva este chamuscar. Nadie debe creer
que soy la ceniza que dejé, sino este segundo de luz.