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Bernstein con ají

Por Sergio Rodríguez Saavedra


 



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Enrique Winter (1982) ha desarrollado un trabajo de escritura tan amplio como variado. Su poética social, con rasgos neovanguardistas que se articula en los espacios de la ciudad y sus habitantes, la sociedad a la que aspira, el lector que se pretende y ejercita en los poemas, establece una política que incomodando se siente cómoda. Sus artículos trabajados, sistemáticos, la edición rigurosa, son parte de su sello y ahora, la traducción. Preocupada de ser fiel y además atrevida. Hablamos entonces de Blanco inmóvil, un trasvasije que hace de parte de la obra de Charles Bernstein al español, trabajo desarrollado con el concienzudo estudio de un poeta y una poesía bien estudiada.

En la Nota introductoria a la tercera edición de Una poética activa poesía estadounidense del siglo XX, Kevin Power –de reciente deceso el 2013- nos dice: “…escribí un nuevo capítulo sobre Language Poetry, que representa el movimiento que además de cuestionar radicalmente la poética abordada en la primera edición, ha sido su continuación más destacada. Pude haber centrado mi ensayo en un solo poeta, por ejemplo Ron Silliman, Barett Watten, Lyn Hejinian o Charles Bernstein, pero opté por una visión general, plenamente consciente de que me adentraba en un terreno peligroso al ser un movimiento tan salpicado de diferencias internas.” El destacado ensayista inglés, comprende la dificultad de señalar, nominar en sus virtudes y defectos un ejercicio que en sí, es una compleja trama de análisis donde todo puede ser confrontado. En este estado de permanente movimiento, el poeta chileno instala, a partir de la traducción, un escenario que observábamos desde la distancia y que ahora, gracias a Blanco inmóvil, queda en primera fila.

El uso que hace del lenguaje, las formas de la escritura, el pensamiento mismo, ubican a la poesía de Berstein en un constante desafío, y traducirla, manteniendo este tono, ese ritmo, aquella ironía, una verdadera proeza lingüística. La inminente búsqueda del poeta norteamericano de un lugar donde palabra y realidad, “lector” y mero “receptor” no sean sinónimos de poesía, hace crecer el conflicto entre traducir una obra o trasplantar una propuesta. La antología de Charles Bernstein, pilar fundamental de L=A=N=G=U=A=G=E, consta de una cincuentena de textos que abarcan la extensión de su obra y su giro. Experimental, conceptual, indómito finalmente, que logra del todo dar cuenta de un proyecto escritural.

Winter lo ha hecho con anterioridad en el caso de Philip Larkin, pero la complejidad de este trabajo sería la de traducir algunos poemas de Rodrigo Lira al anglosajón, sin embargo –y a pesar de la amplitud de registros- lo consigue plenamente, sobre todo en aquellos giros y modismos que suelen marcar una traducción como el caso de las españolas. Con sutileza de artesano, une las piezas fonéticas con su equivalente tanto en sonido como sentido hasta dar semejanza al guiño original. Riguroso en la métrica, se apreciará al escuchar al mismo Bernstein en YouTube como la copia calza en el original. De muestra este botón de “Whose language”, donde asistimos al fraseo conocido para luego desplazarnos hacia la sinestesia, el pensamiento y finalmente nuestros actos, sin cerrar jamás los espacios abiertos anteriormente:

¿Quién va en primera? El polvo desciende mientras
el tragaluz se derrumba. Se cierra
la puerta en un sueño de endeudamiento y
denuncia (a tomarse las plazas),
anhelando un ambiente (ambivalencia) congelado
(prosaico). Puertas donde dejarse caer, campanas
por desempolvar, matices para circunscribir.
Sólo lo real es real: la niña
que chilla “¡Bebé! Bebé!”
pero olvida mirarse en el espejo
–de un… No importa
realmente de quién, sólo el nombramiento
para un desfile chueco y descuidado.
Mi cara se convierte en vidrio, al fin.

Podemos afirmar que es un trabajo completo. Las notas, las referencias históricas y las dudas propias, las intertextualidades de Bernstein y el contexto en el cual trabajó el traductor, los conflictos y las soluciones aparecen una por una en su Exordio despejando la imagen del trabajo, llamándonos a comparar abiertamente.

Ya sobre los poemas mismos, podemos generar la tremenda concentración de energía que supuso este ejercicio de ser otro. En la introducción nos dice a propósito de consultas sobre el sentido de un texto que él planteó dos y Bernstein le devolvió cuatro:

“Por supuesto, nunca más le pregunté un detalle, hasta que terminé una versión íntegra del libro, pero me quedó entonces claro que las variables en juego eran muchas más, y con engaños, de las que había previsto.”

Siguiendo el sentido que el autor neoyorquino realiza, es necesario pensar contradictoriamente en otros cauces verbales, en las basuras que arrastra ese cauce, en la fuerza que puede cobrar cuando desbarranca hacia el lector, como ocurre con nuestras quebradas en invierno cuando llegan a la calle. Más que las palabras, sus usos, tal como lo hizo en 1972 al publicar “LIFT OFF”, el borrador de una cinta de su máquina de escribir o el poema “Las vidas de los cobradores de peaje” cuyo título nos dice todo lo que basureamos cuando se habla del poema. Es que el trabajo de Bernstein se articula a partir de un proyecto donde las materias no habituales en poesía, pero que son ampliamente conocidas en nuestra sociedad de consumo, se hacen parte de un procedimiento conceptual que refiere la evolución del “oficio”. En una entrevista hecha por Maurizio Medo nos dice:

“Trato de hacerme tropezar a mí mismo en un sinfín de formas. Me gusta también hacer hincapié en la experiencia de tropezar, caer, fallar, agitarse. Creo que en cualquiera de mis libros soy bastante bueno incluyendo una mezcla que, incluso para un lector compasivo, incluirá trabajos que parecen fuera de lugar, erróneos, fallidos, pero, por supuesto, me gustan los malos juegos de palabras y estar fuera de lugar, así que tiene que ser más que eso”.

Lo anterior es un hecho en tanto representa la construcción de sus libros, pero también es una opinión formada por un testigo privilegiado de ese ejercicio. Ambas posturas se centran en el objeto poético, construyendo, destruyendo (y puede ser a la inversa) el texto, de manera que el lector jamás se encuentre cómodo y, lo más se agradece, el autor tampoco. Las primeras copias de las traducciones de Enrique Winter ya circulan en Ecuador gracias a Fondo Animal Editores de Guayaquil en versión bilingüe. En el caso de Chile y prontamente, serán publicadas para nuestro esperanzado (dis)gusto.



 



 

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Bernstein con ají.
“Blanco inmóvil”, de Charles Bernstein, traducción de Enrique Winter.
Por Sergio Rodríguez Saavedra