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MILITANCIA PERSONAL DE Sergio Rodríguez Saavedra
Por Cristián Cruz
Aparecido en revista Pluma y Pincel n° 107 – noviembre 2008
Un libro espera una nota, un comentario, más bien dicho una seña. Rodríguez Saavedra acumula señas, señas urbanas. Escribe desde la calle, el local de fotocopias, desde la Avenida Manuel Rodríguez. En este libro apunta a una poesía de afirmaciones. Loca tarea, ya que afirmar en poesía
se acerca a la verdad y eso es la contradicción. Es decir, que se contrapone al verso “Un poema no debe significar sino ser”.
Este poemario se encuentra dividido en tres secciones. En la primera, que se encabeza por el título del libro, Rodríguez Saavedra apunta a la explicación. A ese inminente trato con la condición del poeta, de sentido auto poético. Insiste de manera un tanto reiterativa hacia una meta poesía, pero que en este caso sobrepasa la condición que todos ya sabemos, la puesta en escena de un delirio por ser la contraposición de las circunstancias adversas que el oficio carga :”Tengo un lugar desocupado entre los perdedores/ El pago de Chile sin cobrar aún”. Ese arrastrar cadenas por la eterna derrota, por la condición de perenne fuera del juego, como si la literatura nos hubiese levantado la banderola y te quedas en un limbo infinito. En definitiva, Rodríguez Saavedra no dicta mucho de la voz poética de su generación, es decir, la de recalcar, aunque ya se advierte, su condición. Eso en sí no es un hallazgo, es una estructura delineada de antemano por el discurso post dictadura, o bien un molde del que debiéramos y me incluyo, desperezarnos.
Para una segunda etapa de este libro el poeta apunta a una especie de homenaje a sus autores de cabecera. Afloran un De Rokha, Teillier, Lihn, un Óscar castro. Sorprende la dedicatoria a uno de los poetas vivos más postergados de la poesía chilena. Hablamos de Pedro Lastra, aquél que nos enviaba sus poemas en Noticias del Extranjero o aprendimos después a repasar Leído y Anotado, una serie de crónicas literarias, género escaso en Chile. En este espacio el libro de Rodríguez se sumerge al recordatorio y trata de escribirse a partir de una lectura, aunque interpretativa. Logra su objetivo, el de situarse en una especie de pequeño homenaje, de salvataje del silencio que en parte se deja ver desde las nuevas generaciones de poetas. Rodríguez sabe que el andamio de la poesía chilena pasa por los autores citados y muchos otros que ya recorrieron el pantano y el cielo de las letras nacionales.
A manera de gusto personal, me interpreta de sobremanera la tercera parte de este libro “Rimbaud en la poesía chilena”. Se presenta aquí una de las escrituras más sueltas y discursivas sobre la presencia y las filiaciones que tenemos con el poeta adolescente francés. Se filtra en los poemas de esta sección el Santiago de Chile, por el cual el poeta trafica sus versos, los locales de cultivos poéticos trasnochados. Pienso que estos poemas se ajustan a lo que muchas veces nos agrada leer: “Imagina, Jean Arthur,/ imagina simplemente que tu apellido no es Rimbaud/ que te nombran Antonius Block/ -un alter ego de nadie-/ y sabes que el gran sentido de la épica/ es el sufrimiento”. Logra este segmento del libro encumbrarse hasta el verdadero sentido de la poesía; el eterno diálogo, el fantasmal retorno a las obras que se entrecruzan con las escrituras de nuestros antepasados transeúntes de la poesía. Esta sección del libro es la completitud del poeta, se deja llevar sin afanes discursivos, si no en una eterna descripción cotidiana, en un paso cansino por la página hasta lograr la conjunción entre Tema, Ritmo y Temple.
Cuando veas el derrumbe
de lo que alguna vez fue tu hogar
escupe en la escarcha
y no vuelvas.
(Cuatro versos a orillas de la carretera. Pág. 46)
