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¿Quién recibe la mercancía? Alusiones a Guía de despacho de Enrique Winter

Por Sergio Rodríguez Saavedra


Cada autor es libre de producir la mercancía que trafiquen sus libros, desde el envase hasta la etiqueta que incluso puede ser “poesía chilena joven”. Cada autor tiene también la noción –a veces vaga, a veces documentada- del valor de su materia, aunque “la poesía no se vende, porque no se vende poesía” y de esas nociones surgen productos –disculparán los más clásicos esta palabra, pero deben tomarlo como un simple correlato- que son absorbidos, consumidos o vencen por estar fuera de plazo. Esta obra desde el guiño inicial que formula su portada, su estructura interna y la disposición de su lenguaje nos estimula, cual pasillo Líder, a consumir sus poemas en forma perentoria y desde el hoy definir desde ya si es o no necesario en la canasta familiar de los poetas.

Enrique Winter  (1982) a favor de su edad, tiene obra anterior: Atar las naves (2003) y Rascacielos (2008), esta última, ya un libro inclusivo, donde propuesta escritural y andamio social logran reunir elementos que van más allá de la escritura. Texto que fuera bien acogido, al menos en las reseñas y artículos publicados, generalmente, destacando su capacidad de contener el lenguaje y al mismo tiempo la sociedad desde la cual se crea. Por lo tanto tiene, digámoslo así, una cierta marca registrada. En Guía de despacho, esa impronta se mantiene como base experiencial que sostienen sus textos, situados en un lugar, una referencia o una persona específica:

“Amaranto. Burdeo.
Desmembrado como vino sobre el agua
del lavaplatos, dejando luego
un rastro sólido indigno de la belleza acuosa
de la mezcla, de la inquietud
previa al viaje,
mi padre tuvo que ofrecerle matrimonio a mi madre
para que volviera.

La distancia no es para las personas
y descascara el barniz de los días (…)”
(Valentines)

Carga, por cierto de capacidad coral, donde otras voces ocupan el lugar del observador. Testimonio entonces no de autor, de humanidad:

“(…) Soy luna llena.
Soy rock. Soy show de música en vivo.
Soy beso en la boca. Soy cómplice.
Soy un abrazo fuerte.
Soy un camino, soy río santos.
Soy una sonrisa. Soy explosiva. Soy reggae.
Soy arrepentida. Soy sicodélica. Soy equivocada.
Soy familia. Soy linda. Soy un sol.
Soy correcta. Soy una vuelta por pacaembú de noche.
Siempre fui labrador y ahora también soy Staffordshire.
Soy la Miná. Soy yo misma.
Soy Sabrina.”
(Ribeiro)

Lo interesante de Winter es que no descansa solo en la referencialidad del sujeto observado, también se compromete con él, también asume su mirada, establece su punto de vista, se ubica a sí mismo dentro de esa observación, lo que da un grado de verosimilitud a las diversas propuestas:

“Abajo marcha el primero de mayo.

La pareja casual del cuarto piso
duerme la noche del treinta de abril.

Las arengas en su sola dimensión sonora
(jura que son evangélicos).

Abre las cortinas a los tambores
(parece un teatro, ellos tras bambalinas).

El sol se apoza en los sostenes
y evapora la noche el pan partido.

Cómo se menea el agua en la batea
y la leche en el plato de cereales.
(Trabajadores)

Ya que hablamos de propuestas, convengamos que surte de una buena variedad su creación Desde el texto experimental, el elegiaco, hasta la forma estrófica de la cueca, cuestión que permite transitar por diversos pasillos sin perder el camino.  Más que nada es una composición.

Caso aparte el poema largo, donde lo inclusivo deviene en exclusivo, topando tópicos no siempre bien argumentados o por el contrario, en demasía, como esas comidas de trasnoche que finalmente saben a resaca. Aún así, Guía de despacho es un texto de construcción coherente, capaz de incluir alimentos perecibles y delicatessen en un mismo envase.

Ahora bien, a casi 60 años de los Poemas y antipoemas de Parra, a más de 30 de La nueva novela de Juan Luis Martínez, cerca de tres décadas también de Contradiccionario de Eduardo Llanos Melussa, por nombrar las líneas que creo percibir más cercanas a Winter, es conveniente acotar que el ejercicio intertextual se complejiza y exige cada vez una mayor innovación al mismo tiempo que un ajuste del lenguaje que, generalmente, son elementos opuestos. En este sentido, se puede decir que la formulación neovanguardista del libro nos recuerda a varios creadores de los 80 cuyo metalenguaje era de corte similar, dotando de añeja la propuesta actual. Nada más alejado. Winter incorpora cierto objetivismo al poema cuyo desciframiento cobra valor en el remate. Recordando un texto de George Oppen (objetivista norteamericano a la sazón), Citas, para ser más exacto, que no puedo dejar pasar: “Cuando le pregunté al anciano/ en las Bahamas/ cuan vieja era esta aldea/ él dijo:/ Yo la encontré”. Mecanismo, que con algo más de tiempo y narración se aplica a varias creaciones de Enrique. Y sin haberlos leído profundamente, recuerdo que fuera de plantear el poema como objeto, los objetivistas, también predicaban la acentuación de la sinceridad, la inteligencia y la capacidad que tenía el poeta de mirar claramente el mundo, requisitos que la obra, en general, de Winter, asume como propias.

La dosis cosmopolita que integra a su creación, también es otro factor que le aleja a las propuestas ochenteras, cuya mayoría tenía un claro acento nacional. Ahora, aunque no todos los textos tengan el mismo nivel, sí tienen el mismo de trabajo, ya no hablando de una “fusión” de discursos más o menos interrelacionados, sino de una “cohesión”, que es al final de cuentas lo que debe preocuparnos. A despecho de los que suelen establecer guías para la literatura futura, Guía de despacho se instala precisamente en la zona puente. De ahí que recibirla depende de un lado y otro, algo innovador en lo viejo, algo viejo con novedad. Hay que poner atención, la canasta ya contempla otros alimentos, y este autor es uno de ellos.


 

 

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