Debiera partir por señalar que conozco a Simón Soto con la suficiente proximidad, y, por ende, he echado un vistazo a sus procedimientos. El siguiente comentario pretende reflexionar, a partir de ellos, acerca de pasarse al otro lado del mostrador, tal vez haciendo funcionar como metáfora la labor literaria respecto de cualquier otra.
Cuando pienso en el autor de Cielo Negro y La pesadilla del mundo, me vuelvo inmediatamente a Tomás Moulian con El consumo me consume. Tengo otros referentes a mano, Bill Hicks con su parodia suicida de la madre preocupada del consumo, el recuerdo de un viaje a Temuco gastando tarjetas de llamadas telefónicas para conversar de neo grunge, la lectura de Generación X, todo muy noventero, o de unos noventas, porque las décadas también pueden ser reaccionarias, como señalaría un segundo vistazo al fin del milenio de parte del feminismo en relación a la publicidad de la época. El consumo me consume creo que lo sintetiza. Todavía pienso mis materiales en su valor de uso, y me abruma el valor de cambio que pueden tener unos juguetes hechos a partir de tenedores de plástico, si la tienda está en un palacio.
Pero, de vuelta en vuelta, dudo haber conocido todavía el libro que diga lo que busco decir, esto es, el paso específico de ser consumidor a ser productor, con especial cuidado por una producción mezcla de pasión y deber ser, cuando se ha consumido con admiración, enamorado de crear y de los creadores.
Recuerdo a Simón en la amistad y la fiesta, trabajando, lo recuerdo trabajando en medio de cualquier actividad, realmente. Se levantaba muy temprano para ir a una productora audiovisual, y conversaba hasta altas horas de la noche sobre series de televisión (antes de que fueran tan populares, antes de Netflix). En ese tiempo todavía no era un guionista de prestigio como actualmente es, atravesaba los derroteros de publicar el primer libro. Y lo logró, emperifollándolo, puliéndolo, concretó un libro que funcionaba y fue publicado. Se sucedieron el primer libro, de cuentos, el primer guion para una serie del 13, el quiebre de la amistad, el segundo libro de cuentos, incluso mejor que el primero, hizo por lo menos dos teleseries geniales, y ahora saca Matadero Franklin, ¿una pega sobre la pega? ¿Una crítica de la crítica? O quizás un ejemplo de inocencia, una carta de fan a los guionistas de Los Soprano y a Mario Puzo.
Me pregunto por demasiadas cosas conMatadero Franklin: sobre la publicidad y si es legítima o por lo menos útil, sobre el chilenismo de un gesto inocente y no será eso lo que pesa en una gran y muy sustanciosa novela, la humildad del chileno cuando crea industria nacional en un género. Y no desearía insistir con preguntas o sobre-ensayar el comentario. Nada más resumir, para cerrar, que este no es el mejor libro de Simón Soto, pero, como quien pisara la luna, es una gran novela chilena, donde tal vez se atisba un poco del estilo de Soto, o sus obsesiones, mas se ha invisibilizado al mejor, el Simón Soto humorista o caotizado. Violenta, muy verídica, informada y dejando muy poco fuera de su control. Un clásico, serio en el buen y el mal sentido.
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"Matadero Franklin", de Simón Soto
Por Maori Pérez
Publicado en ASDECOPAS, de 6 septiembre 2019