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Publican la novela "Matadero Franklin" de Simón Soto
El Cabro Carrera vuelve a ser joven entre matarifes, caballos y tiroteos
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, Lunes 20 de Agosto de 2018
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En abril de 1997, un espectacular operativo policial logró al fin echarle el guante al ya legendario narcotraficante Mario Silva Leiva, alias el Cabro Carrera. Llevado junto a una docena de cómplices a la cárcel de San Miguel, entró así en la fase final de su existencia y dos años más tarde murió de un ataque cardíaco, pero a partir de ahí su historia se hizo cada vez más pública y rápidamente ocupó su lugar en el salón de la fama del hampa nacional, no sólo como precursor de los mayores narcotraficantes latinoamericanos, sino también como uno de los últimos y más recordados delincuentes de la vieja escuela.
Justamente los orígenes del Cabro Carrera, el barrio bravo en que creció y el entorno afectivo en que se forjó su destino delictual son el meollo de la novela Matadero Franklin, de Simón Soto, que acaba de publicarse bajo el sello de Planeta.
Barrio de leyes propias. El libro comienza remontándose a 1930, cuando el niño Mario, Malito, a los seis años, queda huérfano. A partir de entonces, su mundo será en parte el de su padrino, el Lobo Mardones, un respetado matarife de cuchillo al cinto. Hombre duro y gozador de la cueca, es un líder ético en un lugar de leyes propias, donde las fronteras entre el bien y el mal son difusas, gobernadas por códigos no escritos y vigiladas por la convivencia. En el barrio Matadero, en efecto, conviven trabajadores y ladrones de poca monta, matarifes y cuchilleros, mujeres de armas tomar y prostíbulos de fiestas eternas con piano y pandero. Así como el Lobo Mardones es respetado por sus palabras, por su bondad y por su recta bravura, otros más turbios, como Torcuato Cisternas o el Pájaro Acuña, se mueven en la zona más tóxica de las relaciones humanas, siempre merodeando la traición, la sed de venganza y la ambición de hacerse respetar a la mala. En ese ambiente, Marito comienza a ser el Cabro.
Caballos y deseo. El grueso de la novela transcurre quince años después, en 1945, cuando el Cabro Carrera ya es un conocido aunque aún insignificante lanza, el viejo Lobo Mardones ha cumplido su sueño de comprarse un caballo purasangre y Torcuato Cisternas, luego de una larga estadía en Argentina, ha vuelto al barrio Matadero forrado en plata y convertido en un peligroso gángster, entre cuyos rubros está el incipiente tráfico de cocaína. El joven protagonista se debate así entre dos patrones: su querido padrino, a quien no traicionaría jamás, y un poder mafioso que lo hace entrar a su primera organización criminal, maquinando un plan para quedarse con el negocio de las apuestas clandestinas en el Club Hípico, plan
que también incluye el deseo amoroso: si todo sale bien, pretende huir con María Luisa, arrancándola de las sucias garras de Torcuato Cisternas.
Gente brava. Organizada en veloces capítulos de dos o tres de páginas, la novela salta vertiginosamente del matadero a las apuestas y de los tiroteos al amor. Su lenguaje cinematográfico le permite entrar a los bajos fondos de Santiago sin juicios ni moralinas, mostrando que en territorios de gente brava el valor de la amistad y la dignidad a toda prueba están en el mismo plano de la realidad que las peores bajezas, el cuchillo fácil y la subyugación por la violencia. Como las cuecas que suenan a lo largo de sus páginas, el mundo que retrata es una danza en que el honor y la traición se merodean, se buscan, se rechazan y zapatean, todo al mismo tiempo.
Aguardiente del diablo
El contrapunto entre el Lobo Mardones y Torcuato Cisternas ofrece una batalla alegórica entre una chilenidad comunitaria y otra amenazante, en que cada quien se rasca con sus propias uñas. Por eso la cueca le toca las fibras a Mardones. En palabras de su amigo Orteguita, la cueca "es como tomarse un aguardiente del diablo y ese trago endemoniado a uno lo pone en contacto con lo que no se ve, con lo que viene a ver uno en los sueños, Mardones, con los espíritus de los que se han muerto, (...) y los que participan de la ceremonia que es el canto y el baile pueden conectarse con eso que habita en otra parte".