Stella Díaz Varin


 
 





Stella Díaz Varin


Más que una poetisa, una leyenda. La bellísima colorina rebelde de piel láctea que frecuentaba los bares con Enrique Lihn y Alejandro Jodorowsky en los años 50; la iconoclasta de voz bronca que aportilla los discuros en la Universidad de Chile, la Sociedad de Escritores y todo lugar; la rebelde perpetua. Injustamente, su poesía es menos conocida que su leyenda.

Por José Miguel Varas
En Rocinante. Marzo de 1999.

 

 



Fumando sin parar sus cigarrillos sin filtro, junto a su departamento de la macilenta Villa Olímpica, Stella dice en tono casual, con esa voz profunda, gastada, tabacal:

-El otorrino que me curó mi otitis me dijo que mi voz no le gustaba nada. A otros tampoco, le dije, la encuentran aguardentosa. Ordenó algunos exámenes y resultó que no es el tabaco ni el aguardiente, sino un tumor en las cuerdas vocales. En un par de semanas más se sabrá si es canceroso.

¿Te sientes preocupada?
-Sí. Por mi hijo y mis tres nietos, que viven conmigo dependen de mí.

Pocos saben que Stella fue una niña de una familia "bien" de La Serena. A los 18 años estalló su rebeldía. Acorazada en su belleza, su desplante y, tal vez, por su mirada directa y desafiante, dueña de un cuerpo esbelto y ondulante y una cabellera roja que atraían las miradas de todos los hombres, viajó sola a la conquista de Santiago, contra la oposición de su mamá, en busca de aire, poesía, sensaciones, la vida de verdad. Hizo el lento viaje, que duraba casi dos días, en la pisadera de un vagón del tren Longitudinal Norte, saturado con los olores de trescientos soldados, sometidos a un lento escabeche en tres días de viaje desde Iquique, y con los vapores de la creolina que los funcionarios de la Empresa de Ferrocarriles del Estado esparcían higiénicamente por los pasillos.

-Yo nací en La Serena, entre campanarios y beatas, en una familia rica. Inmensamente rica, sin exagerar. Esa fortuna consistía en grandes fundos en el valle de Vicuña, Santa Rita, San Juan... y la estancia Romero que llegaba hasta el límite con Argentina; casas, animales y otros bienes. La riqueza venía por el lado de mi madre. Mi padre administraba todo eso, y no lo hacía mal. Pero su pasión era la política. Abogado frustrado (nunca terminó sus estudios), era un liberal balmacedista muy crítico, con algo de anarquista. Muy niña sentí en las puertas de la casa las pedradas que lanzaban los momios conservadores de La Serena. Mi infancia, encantada y feliz, se acabó cuando murió mi padre. Yo tenía siete años.

¿Qué pasó entonces?
-Todo se acabó. Fue la desaparición del ser que más quería. Yo había pasado junto a él la mayor parte de mi niñez, conversando de igual a igual, escuchando sus cuentos, sus opiniones políticas y sus sueños. Más tarde, hojeando los libros de su gran biblioteca y leyéndolos sin limitaciones cuando supe hacerlo. Mi madre, joven y bella, se enfundó en un mantón negro y nunca más miró a un hombre. La vida se hizo oscura. Era un casa de mujeres: mi madre, mi abuela la y cuatro sirvientas viejas. Y mis hermanos, todavía niños. Se hablaba a media voz y nunca brillaba el sol. Recuerdo ese tiempo de mi adolescencia como una angustia eterna.

Pero en todo caso, dada la situación de tu familia, no sufrirías privaciones...
-No creas. En pocos años toda esa riqueza desapareció, se hizo humo. Ni mi madre ni mi abuela habían trabajado nunca. No tenían idea de las faenas del campo ni de asuntos de dinero. La plata llegaba, eso es todo. Creían que eso iba a durar eternamente. De repente descubrieron que había seis o diez bocas que alimentar y no había con qué. Comenzaron a vender las casas, las tierras, las cosas de valor. En seis o siete años se consumió todo. La mayor parte quedó pegada en las manos de los abogados. Los pleitos terminaron de consumar la ruina. Cuando "se perdió" la bella hacienda Romero, la más grande y productiva, con su microclima prodigioso, sentí que se me acababa la vida. Cierta vida. Pero debía comenzar otra. Yo tenía quince años y estaba llena de inquietudes.


Háblame corazón, hállame sangre,
Encuéntrame mortaja, desentiérrame,
Que bajo ligera nieve estoy ardiendo.


Stella Díaz Varin habla con pasión de la sociedad atrozmente clasista y elitista de La Serena. Su familia venida a menos, excluida de los círculos llamados aristocráticos, seguía siendo de todas maneras, de "gente decente", en un tiempo en que ningún árabe podía entrar al Club Social, aunque fuera muy rico, como solía ser el caso. Se vivía la falsedad espantosa de mantener las apariencias. El decoro. La pobreza arreglada, la más horrenda de todas las pobrezas, según Pablo de Rokha. Ella se rebelaba y gritaba ante el espanto de su madre: ¡Somos pobres, no tenemos nada!

 

¿De qué se alimentaba tu rebeldía? ¿Venia de las ideas de tu padre?
-En parte sí, seguramente, Pero también de otros estímulos; del liceo, de mis lecturas. Del contacto con una clase media culta, con algunos escritores. Por ejemplo, el rector del liceo, el señor Miranda, padre de quien sería más tarde parlamentario y dirigente del Partido Radical, Hugo Miranda. El alentaba mi curiosidad y mis ansias de leer. Ya había comenzado a escribir versos. Los publiqué en el diario católico "El Día" y en "El Siglo" de La Serena, el diario del Partido Comunista. Conocí al famoso poeta bohemio, Barack Canut de Bon, con su larga capa. Fui alumna precoz. Terminé mis estudios secundarios a los quince años, en 1946. Un día, en la biblioteca, se me acercó un señor a quien conocía, Eliseo González, el alcalde de La Serena. Meloso me dijo: "Yo conocí mucho a su papá... Quiero pedirle algo. Pronto vendrá a La Serena el Presidente electo, don Gabriel González Videla. Viene a visitar su ciudad natal y a inaugurar el hotel Francisco de Aguirre.Yo quiero pedirle que Ud. asista a la ceremonia y reciba al Presidente en nombre de ciudad..."

No podía negarse. Disimulando su inseguridad, con un vestido rosa viejo (prestado por su compañera de colegio Eliana Maddaleno), sus cabellos rojo-caoba recogidos en dos trenzas que coronaban su cabeza, Stella deslumhró, aunque se sentía como pollo en corral ajeno. Fue presentada como la poetisa de La Serena. Aplausos clamorosos saludaron su recitación del poema que escribiera en honor del visitante: No te vayas, Gabriel / quédate en La Serena / ella es mujer y contigo / se siente acariciada. Hoy me da vergüenza. Pero, ¿y Neruda? El escribió el famoso poema de la campaña electoral, "El pueblo te llama Gabriel".

¿Cuál fue la reacción de González Videla?
-Estaba radiante. "Eres de izquierda, me dijo, ¿qué deseas?". Le dije que aspiraba a irme a Santiago, para estudiar medicina y, mientras tanto, trabajar en cualquier cosa, "Muy bien, respondió, yo te llevo a Santiago". Mi actuación pública cayó como una bomba. Al día siguiente, el cura que dirigía el diario "El Día" publicó un párrafo que decía: "Ponemos en conocimiento de nuestros lectores y avisadores que la señorita Stella Díaz Varin no pertenece al personal de este diario".

¿Y cómo fue la reacción de tu familia?
-Atroz. Para mi madre, era algo deshonroso. Llamó a mi hermano mayor y le ordenó: "Dele su merecido", Me aplicó varios golpes de plano con un viejo sable de mi abuelo. Luego mi madre me castigó con varios días de encierro, sin salir a la calle. No lloré. Con todo eso, se redobló mi decisión de salir de allí lo más pronto posible.Yo desgrané el choclo de la familia.

Unos días después el cartero llevó a su casa un sobre con el emblema dorado de la Presidencia de la República. Era una carta de Voltaire Lois, colaborador cercano de González Videla. Le comunicaba que estaba "ubicada" en la Dirección de Informaciones y Cultura. Debía presentarse ante su director, Ricardo Boizard. A los ocho días otra carta: "Se le está esperando..."


Entonces -dice Stella-, hablé con mi mamá, Le mostré las cartas y le comuniqué: "Me voy a Santiago esta semana". Respondió: "Usted no va a ninguna parte. No permito que se vaya a prostituir al cerro Santa Lucía". Le dije que me iba de todas maneras, "Si no me da permiso, me arranco, ¡Présteme una maleta!". "jamás. No quiero contribuir a la corrupción de mi hija". Conseguí prestada una vieja maleta de cartón en la que metí mis libros: Rilke, Tagore, Kierkegaard, Marx, y algo de ropa. La poca que tenía, Al final, mi madre se ablandó. Me dio el teléfono de una familia amiga (al que nunca llamé) fue a dejarme a la estación y se despidió llorosa, Con mi maleta a cuestas y una carpeta con mis poemas bajo el brazo, fui a pedirle ayuda al jefe de estación. Le conté que quería irme a Santiago a estudiar pero que no tenía cómo pagar el pasaje. Le mostré las cartas presidenciales. Dijo que sí, claro, que podía viajar. Me dejó muy recomendada al conductor y le dijo que me ayudara para el trasbordo en La Calera. Huyendo de los olores a tropa y creolina, hice todo el viaje, un día y medio o más, en la pisadera, donde azotaba el viento.


Tú llevas una bandera me han dicho.
Sí.
Tú llevas una bandera
Yo sé
Que la bandera es de un rojo profundo
Toda bandera es un río de sangre.


En Santiago su vida adquirió una aceleración inconcebible. En la Dirección de Informaciones y Cultura, donde supuestamente se le esperaba, Ricardo Boizard dijo desdeñoso: "No sé qué le pasa a Gabriel... Me manda niñitos y niñitas de La Serena. ¡Aquí no hay nada para usted!" Se sintió desamparada. Recordó que Rafael Fuentes, director de El Siglo de La Serena, le había dicho que fuera al diario "Extra". Le costó encontrarlo. Su director Juan de Luigi, la aceptó como reportera. Se matriculó en Medicina. Sería periodista para financiar sus estudios. Cada día conocía a nuevos personajes: Carlos Droguett, Esher Cosani, Humberto Malínarich, Atilio Molinari, Mario Rivas, Luis Aguirre Pinto. Luego, los escritores y el café "Iris" de Alameda con Estado: Francisco Coloane, Andrés Sabella, Hugo Goldsack, Irma Astorga. A veces llegaba un cabro chico Pepe Pato que se llamaba José Donoso. Almorzó en la casa de Pablo de Rokha. Alberto Romero la llevó a "Michoacán", la casa de Neruda en la Avenida Lynch. Neruda, Teófilo. La vida nocturna, los bares. Frecuentaba "El Patio Andaluz", con Nicanor Parra, Lucho Oyarzún, Humberto Díaz Casanueva. Los hombres se enamoraban de ella, se derretían, le hacían promesas inconcebibles. Stella aspiraba a otra cosa. Traía en la cabeza toda la literatura rusa y eso de la explotación del hombre por el hombre. Casi todos los escritores eran comunistas militantes. Por lo menos, simpatizantes. Ella también ingresó al Partido, Era el veranito izquierdista de González Videla, con tres ministros comunistas en el Gabinete. Después, la voltereta y la represión en el carbón y en el salitre, El gran derrumbe de las esperanzas, El sálvese quien pueda. Cierre de "Extra" y de "El Siglo", detenciones, flagelaciones, censura, luego Pisagua. En 1948 tuvo que dejar la Escuela de Medicina y comenzó a vivir allegada en casas de gente amiga. Un día los "tiras" de la Policía Política trataban de sacar de los tribunales a tirones a la abogada Graciela Alvarez. Ellos tiraban de un lado, Stella y varios compañeros tiraban en sentido contrario.

LOS POSTULADOS NO SIEMPRE SE CUMPLEN

La Alianza de Intelectuales de Chile, fundada por Neruda, era la última tribuna para denunciar la represión. Un día estamos reunidos allí y Ángel Cruchaga Santa María, de pie, dice en tono solemne: "Entre nosotros hay una espía". Con las manos como garras, nos miramos para saber quién era, para destrozarla. ¡Resultó que la espía era yo! Alguien había inventado que me dedicaba a espiar y delatar a mis compañeros porque era serénense y amiga de González Videla. Neruda, perseguido por el gobierno y fondeado, me defendió, Mandó decir: "No sean imbéciles. La colorina no es una espía". También me apoyaron Rubén Azocar, Coloane, Tomás Lago. No sirvió de nada. La sentencia ya estaba dictada.Y yo era una cabra chica recién liegada de provincias.

¿Cuál fue tu reacción?
-Una furia loca. ¿Qué significaba este Partido Comunista para mí si me repudiaba a base de falsedades? No soporté, ni soporto, la injusticia ni la imbecilidad. Odio a la gente hipócrita, maligna y jodida.

Soy marxista, lúcida y lógica. Es que no se puede ser de otro modo. Pero nada que ver con puestos y dirigencias de partidos. No sirven para nada. Hablan de utopías. Yo prefiero hablar de convencimiento profundo. Yo creía... Pensaba que entre escribir -para mí la razón de vivir- y la política no había ninguna diferencia. Tan vital es trabajar por una causa como escribir. Lo sigo creyendo porque verdaderamente creo en el hombre.

Ingresó al Partido Socialista. El director de "La Opinión", Juan Luis Mery le tendió la mano. Comenzó a publicarle un artículo cada día en la página de redacción. Le pagaban una miseria, pero le alcanzaba para pagar una pieza y para educar a su hermano. Un día entró al diario un señor alto y desgarbado, con bastón, que vestía una especie de campera. "¿No hay nadie aquí?", preguntó con impertinencia. Ella le respondió altanera: "Yo soy alguien, Soy Stella Díaz Varin, de La Serena, Poetisa". Se excusó. Era un caballero.
-Me dijo que quería hablar con el director Se sentó en uno de los sillones de cuero y se arremangó una pierna de pantalón: "Todavía me duele", y se sobajeaba una cicatriz oscura."¿Y qué le pasó?" Me respondió que había sido corresponsal de guerra en Europa y había quedado herido. "¿Quién es usted?", le pregunté. "Vicente Huidobro". Me sentí muy confundida, "Perdón, perdón". En eso apareció Juan Luis Mery. Se abrazaron y charlaron un rato en la oficina del director. El poeta le dijo: "Yo me voy mañana. ¿Por qué no le dice a la poetisa que me acompañe a Cartagena?". Mery me transmitió el mensaje.Yo me puse roja y por mi boca habló mi mamá: "¡Cómo se le ocurre! Ese hombre es un vividor". Mery insistió: "Pero no. El vive en Cartagena con su señora..." Le dije: "Así será. Pero si voy, tendría que ir con mi hermano". Huidobro murió tres días después. Escribí un gran artículo sobre él, que se publicó en "La Opinión".

Una sola será mi lucha
Y mi triunfo,
Encontrar la palabra escondida
Aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia


En 1947 había dado su primer recital público, en la sala de conferencias de la Universidad de Chile, con el aval de Aníbal Bascuñán. Salió sola al escenario, con un vestido verde manzana que le prestó María Cristina Menares y dijo sus poemas. Comenzó a dar que hablar, por su poesía y por su personalidad. En 1949, el editor Domingo Morales Ramos publicó su primer libro, "Razón de mi ser". Alone, el sumo pontífice de la crítica literaria, lo elogió de manera sorprendente para muchos (y para ella). La comparó con Huidobro. En 1950 se casó y tuvo un hijo. En 1953 publicó "Sinfonía del hombre fósil", no "fósil" en el sentido vulgar, sino pétreo, arcaico, el hombre olvidado y miserable. En 1959 el Grupo Fuego editó su "Tiempo, medida imaginaria". Después se sintió desencantada. Atravesó momentos difíciles. Estuvo enferma. Cuando se recuperó, siguió escribiendo, en otro tono. Pero no dejó de ser rebelde. Se hacía respetar como fuera, a veces a puñete limpio. (De aquí comenzó a derivar su leyenda). Se imponía a trancas y barrancas. Escribía en el día y en las madrugadas, antes de comprar las verduras para el almuerzo y después de armar la cazuela, mientras ignoraba cada día qué o si se iba a comer al día siguiente. Vivió de nuevo un tiempo de grandes esperanzas con Salvador Allende y la Unidad Popular. Después vino el golpe militar y "el tiempo del asco".

-No agaché el moño, Vi y supe lo que pasaba. Los horrores. Me alejé de todo lo que fuera el Estado.
No quise saber de previsión, de sistemas de salud, nada. Pasé siete años en hospitales, como indigente. Sigo siéndolo en realidad. Porque una pensión mínima de cincuentaisiete lucas... Sobreviví, aunque no sé bien cómo. Participé, como tantos poetas y escritores, todos diría, con escasas excepciones, en la Sociedad de Escritores de Chile, que se condujo con gran dignidad durante el tiempo del asco. Después no seguí, porque yo no sirvo para participar. A lo mejor yo sería un elemento conflictivo, Pero seguí escribiendo.Y seguí siendo socialista, convencida de eso, de ser socialista. En 1987 gané el primer premio en el concurso Pedro de Oña, con "Los
dones previsibles". Después ese concurso fue abolido, como tantos otros. En fin, ese libro apareció en 1992. gracias a la editorial Cuarto Propio.

De manera que pasaste en Chile todo el tiempo de la dictadura. O del asco, según dices. ¿Alguna vez viajaste al extranjero?
-En ese tiempo, jamásmente. Antes tampoco. Sólo una vez salí de Chile, en 1994. Estuve en Cuba, invitada por los escritores cubanos. En La Habana hicieron una preciosa plaquette con una selección de mis poemas, titulada simplemente "Poesía". Gran honor porque en esa serie sólo habían publicado antes a Dylan Thomas y a Rimbaud. Este año 99 debe aparecer "De cuerpo presente", crónicas y fábulas, prosa y poesía, gracias al FONDART. Aquí estoy, entonces. Fumando espero... la sentencia de los médicos, ganándome la vida no sé cómo, recordando, escribiendo.

Por sobre todas las cosas
El canto:
El mío, el tuyo,
El nuestro.
No hay
Sino un solo canto.
No es
Que nos arroguemos el derecho
Porque las conjunciones lo demuestran








 

 

 
 


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letras.mysite.com , proyecto patrimonio, Stella Díaz Varin: Stella Díaz Varin, por José Miguel Varas. Entrevista, en Rocinante, marzo de 1999.


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