Ven conmigo a la soledad de los hipermercados, a las tres de la madrugada, mientras dura la auténtica oscuridad del alma. Deambula conmigo entre las góndolas y los espejos de las columnatas, mientras el ojo de una cámara obsesiva vigila cada paso y cada acto de la mano.
En el área de electrónica los aparatos de televisión continúan encendidos; su luz amoratada combate con las lámparas de carnicería que asolan el ámbito. En la sección de muebles, el vigilante dormita sobre una pila de diez colchones, con una botella de brandy entre los brazos, como aquella princesa del guisante.
El piso de plástico relumbra como una pista de patinaje. Entra a la inquietante intimidad del departamento de señoritas, poblado con maniquíes de sonrisa espectral. La tienda es una catedral edificada para conmemorar el abandono de los dioses. Mira el ojo de pánico de un toro —sus despojos martirizados en el hielo— en la descomunal parrilla de un refrigerador. (En el refrigerador contiguo, Séneca reposa su cabeza filosófica en la canilla abierta a cuchillo.) La zapatería parece un harem asaltado por una turba de anacoretas bizantinos: las botas, las zapatillas, los huaraches rememoran a las odaliscas en el delicado contorno del tobillo, las puntas en que sólo cabe un dedo, las suelas del color de una piel ennegrecida.
La aurora se congela en las grandes vidrieras. Salgamos antes de que empiece el monótono pedalear de las máquinas sumadoras, que instauran en la tienda el aire enrarecido de un burdel. El vigilante ya se despierta, baja la escalerilla en la pila de colchones, semiborracho; todavía debe limpiar las huellas que un par de gatos dejaron sobre el piso de plástico.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com HIPERMERCADOS
Por Alfredo García Valdez
(Cedros, Zacatecas, 1964)