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cuicatl, ñe’ë porä, ikar,
yaravi, ül et al. notas sobre
lengua y poesía (contemporánea) amerindias
andr´s ajens
habrá habido una
vez, y aun otras, una tradición, su nombre: ‘Occidente’ — que, con
todo, verosímilmente nunca fuera una sino en el deseo de sus
poderes dominantes y en la economía de guerra de sus más tenaces
adversos —, cultura de vocación universalizante (y al decir ‘cultura’,
término que florece desde la misma raíz que la
palabra ‘colonia’, ya es Occidente quien habla). lo que hoy por hoy se
da en llamar globalization, y que habrá tenido como uno de sus
precursores señeros el “descubrimiento”, colonización y aculturación
del ‘continente americano’, se inscribiera de manera extrema, tal
Extremo Occidente (cf. ‘El teatro total de Oklahoma’ de la América de
Kafka), en la misma apropiativa tradición tardodescendente. nuestra
puntual entrevista aquí: que lo propio de Occidente habrá sido
precisamente lo propio, con sus valores de proximidad,
propiedad, prioridad y primacía. ¿otras
‘culturas’ no habrán dispuesto acaso de un saber y de una práctica de
lo propio? no, no propiamente. lo cual no implica sugerir que
esta trama haya carecido o aun carezca de conflictos, desajustes y
desvíos, tanto en el seno de ‘sí misma’ como en el despliegue de su
planetaria onda expansiva, y que en definitiva haya mucho de no
definitivo en ella, inconclusa como fuera.
lengua afuera
La conquista y
colonización del “Nuevo Mundo”, tal movimiento autoproyectivo,
unificador y asimilero, no habrá eludido ni muy menos el elemento
lingüístico — siguiendo en buena parte los procesos de homogeneización
ya operantes en los propios territorios metropolitanos de las
monarquías (española, portuguesa, inglesa, francesa) colonizantes.
Cuando en 1770, a instancias del arzobispo de Ciudad de México, el rey
Carlos III de España emite la Real Cédula destinada a extinguir
el uso de las lenguas ‘amerindias’ en la América Española (“para que
de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes
idiomas de que se usa en los mismos Dominios, y sólo se hable el
Castellano” / cf. Las lenguas indígenas en el ocaso del imperio
español, H. Triana y Antorveza, 1993), la tarea se encontraba de
facto ya bastante adelantada.
Cierto: durante
los primeros siglos coloniales grupos de eclesiásticos, y entre ellos
particularmente los jesuitas, favorecieran la catequesis y/o
extirpación de idolatrías en lenguas ‘indígenas’ y
establecieran innúmeras gramáticas y vocabularios ad hoc
[siendo el primero el Vocabulario en la lengua castellana y mexicana
(náhuatl) del franciscano Alonso de Molina, de 1555]. Pero, más allá
de la expulsión de los jesuitas a fines de s. XVIII, la lógica misma
fuera: ocupar momentánea y estratégicamente las lenguas aborígenes
como medio para extirpar más rápida y eficazmente las
alteridades “americanas”. La conquista espiritual [hoy acaso diríamos
‘cultural’] del Paraguay (1616), del jesuita y gramático del guaraní
Antonio Ruiz de Montoya, es más que elocuente. Y es que los
vocabulistas coloniales no eran precisamente investigadores
interculturales, sino, en palabras de Jesús Lara, “agentes ejecutivos
del dogma y de los intereses de España” y sus obras “instrumentos de
penetración en el mundo espiritual aborigen” (Notas
preliminares al diccionario qheshua – castellano,
1971).
La política de la
lengua de la Corona portuguesa no habrá diferido mayormente de la
española; de hecho se habrá adelantado algunos años en el orden de la
ley. El Diretório que se deve observar nas povoações dos índios
(1757), impulsado por el marqués de Pombal, viniera a suprimir la
enseñanza de la língua geral o tupí, calificada por el mismo
decreto de invenção verdadeiramente abominável e diabólica, con
una retórica déspota ilustrada que amalgamara acción colonizadora y
misión civilizatoria. Para concluir:
[…] será um dos principais cuidados dos Diretores
estabelecer nas suas respectivas povoações o uso da língua
portuguesa, Não consentindo por modo algum que os Meninos e Meninas,
que pertencem às escolas, e todos aqueles índios, que forem capazes
de instrução nesta matéria, usem da língua própria das suas nações
ou da chamada geral, mas unicamente da Portuguesa, na forma que S.
M. tem recomendado em repetidas ordens, que até agora não se
observaram, com total ruína Espiritual e Temporal do
Estado.
Con la
“Independencia” o “Emancipación americana”, en el siglo XIX, la
situación vendría aun a radicalizarse. Más allá del fraseo indigenista
presente en más de alguna gesta republicana, sea por nuevas políticas
de ‘colonización interna’ (en territorios mapuches y tehuelches, en la
Amazonía, etc.), sea por la implantación de un sistema educacional
extremadamente asimilador y homogeneizante y de un servicio militar de
la misma ralea, las socioculturas “amerindias”, y con ello sus
lenguas, habrán continuado siendo consideraras lastres históricos
destinados a la desaparición. Las ideologías del Progreso
(económicamente expresadas por D. F. Sarmiento en la disyuntiva entre
Civilización y barbarie, de 1845) acentuaran tal des-alteración
forzada. “Nosotros, los que nos llamamos americanos, no somos otra
cosa que europeos nacidos en América” apuntara J. B. Alberdi, el padre
de la constitucionalidad argentina (Bases, 1852).
Incluso bien
entrado el siglo XX, escritores/as resueltamente “pro-indígenas”, como
los nóbeles chilenos Gabriela Mistral y Pablo Neruda, estimaran que la
única lengua digna de considerarse como tal en “nuestra América” era
la del conquistador (cf. G. M., ‘Lengua española y dialectos
indígenas en la América’, 1931; P. N., ‘La palabra’ en
confieso que he vivido). Sólo muy solitaria y paulatinamente,
intelectuales como A. M. Garibay y M. León-Portilla en Mesoamérica, J.
C. Mariátegui, J. M. Arguedas y J. Lara en los Andes, L. Cadogan y B.
Melià en Paraguay, sea por el rescate de textos pre- y poscolombinos
de las tradiciones amerindias, sea por el uso y/o promoción de dichas
lenguas, habrán abierto en el curso del siglo pasado el camino para el
actual retorno de las alteridades ‘americanas’ reprimidas. Las
reformas educativas de los últimos años, que incorporan aún
tímidamente la dimensión ‘intercultural bilingüe’ en sus programas, y
los reconocimientos aún más tímidos de algunas lenguas ‘indígenas’
como lenguas oficiales en algunos pocos países latinoamericanos,
habrán venido también a abrir espacios para una creciente producción y
publicación de lo que se ha dado en llamar literaturas (en
lenguas) indígenas. Con lo cual ya surge más de un lío en
traducción. En primer lugar, la misma denominación “indígena”
introduce desde ya el equívoco de considerar como equivalentes o
partes de un todo las muy diversas tradiciones existentes en lo que
hoy conocemos como el ‘continente americano’, siendo que la
unificación de tradiciones precolombinas es precisamente un efecto de
conquista y colonización, esto es, efecto de la invención de
américa por
parte de Occidente, tal como nos recuerda el libro de Edmundo O’Gorman
(1957). De otra parte, en el mismo término “literatura” — veremos —
despunta un equívoco no menor.
¿literatura (en lengua) amerindia? de la mora en
traducción
janjamarakisa aymarsa
parlktati janjamarakisa q”ichwsa arsktati kawksa tuqitsa
jutawaita kunäsa arumaxä, kunäsa parlamaxä Qulla aymara
jaqitaqi k”it”itasa, R. P”axsi Limachi*
En los Comentarios
reales (1618), el mestizo Inca Garcilaso — tal como para el caso
mexicano lo haría tempranamente ese otro mestizo educado entre
españoles que fuera Fernando de Alva Ixtlixóchitl — reiteradamente
afirma que en la sociedad incaica había poetas y filósofos,
poesía y filosofía. “Los amautas”, escribe, “eran los filósofos”, los
que guardaban en prosa la memoria de las hazañas de los Incas,
ya en modo histórico, ya en modo de ficción: “tenían cuidado de
ponerlas en prosa, en cuentos historiales” o en “modo fabuloso, con su
alegoría”. En tanto “los haravicus, que eran los poetas”, contaban las
historias en verso: “componían versos brevos y compendiosos, en los
cuales encerraban la historia”. Verso y prosa, fábula e historia: he
aquí distinciones ya cargadas de occidentalía que, junto a oralidad y
escritura, habrán venido a tentar la existencia de poesía (y
aún de filosofía) precolombina y, de paso, a inscribir sin más
dichos textos en el gran corpus-archivo de la Literatura Universal
(esa otra invención occidental). La automaticidad de la traducción
entre amauta y “filósofo”, haravicu y “poeta”, esto es,
de veras, su falta de traducción, no habrá sido sino un tempranero
síntoma del programa apropiante occidental, del “encubrimiento del
otro” según palabras de Enrique Dussel (1992) y, por lo mismo, de
disolución de lo singular de otras tradiciones, en este caso,
amerindieras (gesto que se repetirá insistentemente con el traslape
sin más, por caso, del cuicatl nahuátl, del ikar cuna,
del ül mapuche, del yarawi quechua y aymara, del ñe’ë
porä guaraní, y tanto otros, por ‘poesía’).
Incluso la
reciente y por demás interesante obra de Gordon Brotherston, La
América indígena en su literatura: los libros del Cuarto Mundo (1992,
1997), descomunal esfuerzo por dar cuenta del conjunto de las texturas
de la América indígena (native America), no sólo no interroga
ni el concepto ni la palabra, menos los avatares de la inscripción del
término “literatura” (lo hace sinónimo de texto o inscripción
enmarcada en general), dando por sentado que se trata de un fenómeno
universal, sino que también persiste en una traducción sin traducción
al hablar no sólo de poesía y filosofía sino hasta de
“universidades” precolombinas (refiriéndose, por caso, al yacha
huasi del Cuzco). Si bien Brotherston, siguiendo en esto a J.
Derrida, desarma de entrada la oposición entre oralidad y escritura,
deshilvanando con ello la oposición jerarquizante entre sociedades con
y sin escritura, él mismo termina identificando ciertos modos de
inscripción de las tradiciones amerindias con la literatura misma y
criticando de paso, paradojalmente, al mismo Derrida por aparentemente
desdeñar la ‘literatura nativoamericana’ (y ello, según él, a causa de
la supuesta “fascinación” derridiana por el peuple écrit [sic],
el judío!). A cinco siglos de la Conquista, la misma trama: a falta de
una extirpación sumaria, apropiación dulsificada de alter en la
buena consciencia integradora de Occidente.
Si abandonamos la
aprensión de la literatura como ocurrencia ubícua y universal,
habremos de reconocer lo ya entrevisto: su raigambre circunscrita,
occidental — lo que implica al mismo tiempo vislumbrar, aún en su
apertura, sus límites. La literatura, tradición de envíos y reenvíos
inicialmente identificada con la escritura alfabética en general,
desde donde incorpora su preincripción oral, para reconocerse luego
más específicamente en la composición bella, en la ficción bella o
sublime (belles lettres), identificación que perdura hasta hoy
salvo en contadas y recientes excepciones. La literatura como
cosa de Occidente, como tradición occidental: no sólo en su
etimología y concepto, de cierto, también en sus archivos,
instituciones y remisiones en sentido lato. Subrayando el elemento
conceptual, el cordobés Walter Mignolo lo habrá dicho tal cual: “Los
conceptos de poesía y literatura son regionales y pertenecen a
la tradición de las sociedades y culturas alfabéticas occidentales. No
es ni mérito ni desmérito de una sociedad que tuvo un desarrollo
paralelo a las tradiciones de Occidente no poseer o desconocer una
forma de interacción que esta última conceptualizó y le dio el nombre
de poesía y literatura” (La lengua, la letra, el territorio: o la
crisis de los estudios literarios coloniales, 1986). De paso
Mignolo recordará el pasaje de La busca de Averroes de Borges,
en donde el sabio árabe, empeñado en traducir a Aristóteles, se ve
sobrepasado por la imposibilidad de entender el sentido de los
términos tragedia y comedia, que nadie en el ámbito del
Islam “presentía lo que quería[n] decir”. Lo que nos lleva a subrayar:
el contacto entre tradiciones, el roce e interpenetración no
apropiante de alteridades y, por lo mismo, no asegurado o programado
de antemano, no se ahorra ni muy menos las dificultades,
responsabilidades y aporías de la traducción. Claro: siempre podrá
haber una acelerada voz cantante que sostenga: ¡pero este Borges es un
cuentero! ¡Cómo le vamos a creer que los árabes carecieran del sentido
y de la experiencia dramática! ¿Pues qué es el drama? Mímesis. ¿Y qué
es la famosa mímesis? Imitación. ¡Y la imitación es práctica humana
(incluso animal) universal — cualquier niño, aun cualquier loro, en
cualquier parte, lo atestiguará! Es precisamente un tal acelere en
traducción (de facto: olvido de la traducción), lo que borra de
entrada toda diferencia entre tradiciones, contrabandeando de paso la
lengua circunstancialmente dominante, la mismura de siempre, la
“propia”. Habrá habido incluso un antologador de ‘literaturas
indígenas’ contemporáneas, por demás muy competente, que acabará
subagrupando todos los textos indígenas colectados en ‘poesía’,
‘teatro’, ‘cuento’ y ‘ensayo’, pese a reconocer que muchas veces
resulta difícil sino imposible clasificar un texto, por ejemplo, como
ensayo o cuento (como relato o pensamiento), dada la no existencia
clara de tales delimitaciones en las tradiciones amerindias de
referencia (cf C. Montemayor, los escritores indígenas actuales,
México, 1992).
Mucho de lo que
hoy por hoy se presenta como literatura contemporánea en las llamadas
lenguas nativas americanas, leídas ‘desde’ o en relación a la
tradición literaria en que pretenden ser inscritas, y muy a menudo en
¿apuradas? traducciones (generalmente, en el caso de México, Paraguay
y Chile, editorialmente los más prolíferos en este sentido, son textos
que vienen en versión bilingüe del propio autor), suelen ser meras
extensiones de segundo orden de la tradición literaria — muchas veces
una suerte de romaticismo o neorromanticismo aguachento. ¡Incluso
rítmicamente hay borradura de la lengua en la lengua! Hasta hace muy
poco, por caso, toda la “lírica” en lengua guaraní — la más hablada de
las lenguas ‘nativas americanas’ junto al quechua — seguía sin
exepción las rimas y las formas métricas y estróficas de la poesía
española (Wolf Lustig, Tangara, 2003). Con todo, mientras no
compartamos un mínimo de familiariedad con tales lenguas-y-urdiembres
culturales, cualquier juicio, especialmente de carácter estético o
literario, habremos de suspenderlo. Si de juicios se trata (pero de
eso justamente no se trata), habida cuenta que en la actualidad hay
varios cientos de lenguas amerindias en uso, se comprenderá que tal
suspenso ante tales textos es potencialmente permanente. Son las
propias comunidades lingüísticas y culturales ‘nativas’ las primeras
llamadas a reconocer la in/significancia de tales prácticas de
escritura.
El escritor
mazateco Juan Gregorio Regino, maestro bilingüe zapoteco / castellano,
es, con todo, en este trance, contundente: “La literatura en lenguas
indígenas apareció recientemente [en México]. Es realizada por
indígenas que han accedido a la escritura de sus lenguas autóctonas y
han producido diversos textos. Sin embargo, las lenguas indígenas son
empleadas sólo como instrumento para decir lo que se piensa y se
construye en español, es decir, no hay una reflexión y búsqueda de
formas literarias en las lenguas indígenas. Esta literatura […] no ha
generado obras relevantes… (J. G. R., Otra parte de nuestra
identidad, 1998). Regino habrá distinguido previamente entre
escrituras ‘indígenas’ propiamente dichas (esto es, que se inscriben
en tradiciones indígenas específicas), escritura ‘indigenista’ (que
hace de lo indígena su tema) y la mentada ‘literatura en lenguas
indígenas’, escritura occidental en lenguas amerindias. Entre las
escrituras indígenas no directamente asimilables a la tradición
literaria (occidental), en las que el propio Regino inscribe por demás
sus textos, y en la que aún hay muchísimos anónimos y no tan anónimos
escritores, se inscribe singularmente también el hilado de Lorenzo
Aillapán, escritor mapuche que nos acompaña hoy, y de cual diré luego
una palabra.
A las distinciones
esbozadas por Juan Gregorio Regino, habría que agregar la de aquellas
escrituras que explícitamente mestizas, esto es, que hacen del ‘doble
registro’ amerindio / occidental, de la doble o múltiple
referencialidad de tradiciones, su ley de inscripción: lo que J. M.
Arguedas llamara en su momento ‘mistura’, tradición en la que él mismo
se habrá inscrito, y que reconocerá en la nuea corónica y buen
gobierno de Huamán Poma su destello andino inaugural (Entre el
kechwa y el castellano, la angustia del mestizo, 1939). Son
escasas, con todo, las misturas maduras, pero son. Ocurre que es raro
encontrarse con escritores verdaderamente familiarizados tanto con la
tradición literaria como con específicas tradiciones amerindias de
inscripción.
En medio de la
misturácea escasez, he aquí con todo un botón contemporáneo de
muestra. Escrito en una sola lengua (el guaraní), es un pasaje que se
inscribe tanto con referencia a la danza ritual guaraní tangara
como a la escritura ‘fónica’ de ciertas vanguardias literarias. Su
autor, el paraguayo Ramón R. Silva (Tangara tangara, 1985), ex
integrante del grupo vanguardista Paraguay ñe’ê, es parte de
una reciente generación de escritores que hace de la liberación de la
lengua guaraní (liberación de los moldes castellanos y del guaraní
colonizado o ‘reducido’) y, en algunos casos, del encuentro
inter-cultural, una marca fundamental. Voilà:
Avañe'ê parãrã
Guarani. Parãrã
perere. Parãrã. Perere. Piriri. Pilili. Pororo. Purûrû. Pyryrýi. Plíki
plíki. Tumbýky tumbýky. Ple
ple. Guaraníme. Parãrã
perere. Taratata. Perepepe. Piripipi. Tyrytyty. Turundundun
dun
dun. Charráu.**
Que la literatura
pueda ser una tradición abierta, esto es, entre otras cosas, que
quienquiera pueda ‘cultivarla’, no le ahorra a tal quienquiera medirse
(y a la vez, en algún punto, desmedirse) con los hitos de la susodicha
tradición. Al mismo tiempo, y precisamente dado que en aquestas
sursureras comarcas (y en muchas otras por demás) la tradición
literaria es parte de la tradición lingüístico-cultural dominante, una
escritura no meramente cínica ha de franquearse un paso allende la
literatura y el arte sin más. Que una tal escritura, ‘desliteraria’ si
se quiere (más que posliteraria o posoccidental), pudiera seguir
llamándose, por caso, “poesía”, requeriría una lectura atenta de
ciertos textos señeros, como El meridiano de P. Celan y/o El libro por
venir de M. Blanchot, que, de cierto, nos es posible pergeñar aquí.
Tal vez “surescritura” sea un nombre, entre otros migrantes nombres,
para tal acaecer. Tal vez.
Una palabra, ya en
el borde y desborde de este puntual entrevero, a la escritura de
Lorenzo Aillapán: su inscripción memoriosa y anticipante, está dicho,
resiste lecturas literarias sin más. Vedados de una apertura a la
tradición mapuche del ülkantun y, aún más singularmente, a la
tradición del üñumche (üñum, ‘pájaro’, ‘ave’; y
che, ‘gente’, ‘humano’), su textura podrá acaso parecer una
performance folklórica más o menos curiosa o, en el mejor de
los casos, sólo un divertimento chispeante para infantes. Una palabra,
digo, a este co-comarcano del sur del Bío-Bío: mari, mari, peñi
Lorenzo.
Habrá habido una
vez, pues, y aun otra y otras, una tradición, su nombre: Occidente. —
que, con todo, verosimilmente nunca fuera una. Y es que la
propia posibilidad de identificar una tradición, y aun todo
movimiento de identificación en general, habrá presupuesto una
alteración originante, un origen alterado, un extrañía indígena. Tal
descoyunte, tal entre que abre un tal desarreglo, y no un lugar
o un sentido o una identificación asegurada: única posibilidad acaso
para Surescrituras, única posibilidad hoy para algo así como,
de escritoras y escritores, un “encuentro”.
Andrés
Ajens: Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado
Conmemoración de inciertas fechas y otro poema (1992), La
última carta de Rimbaud (1995) y MAS INTIMAS MISTURA (1998).
En traducción, del portugués: Poemas inconjuntos y otros
poemas, de Alberto Caeiro / Fernando Pessoa (1996). Un
conjunto de sus ensayos sobre cultura latinoamericana
aparecieron bajo el título Lecturas meridianas en 1998. Poemas
suyos han sido traducidos al inglés y al francés y publicados
en revistas de Francia y Canadá (Prétexte, Quaderno, The Globe
and Mail); recientemente la poeta canadiense Erin Mouré
publicó en Inglaterra un volumen con traducciones al inglés de
MAS INTIMAS MISTURA (Cambridge, 2001). Diplomado en la Escuela
de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Es el primer
escritor latinoamericano en haber sido invitado a participar
en la prestigiosa Cambridge Conference of Contemporary Poetry
(1999).
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