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INTUICIONES FORJADAS A FUEGO: LA DANZA FINITA DE STANLEY VEGA

Por Luis Fernando Chueca

 

El epígrafe de Whitman sin duda marca el  recorrido de esta Danza finita (Hipocampo editores, Lima 2009). “¿Qué es un hombre, realmente? ¿Qué soy yo?” Y es que, con tono entre aforístico y epigramático, con serenidad y precisión, los poemas de Stanley Vega hurgan en la respuesta (las respuestas) de esas gigantescas e interminables interrogantes. Los textos se deslizan entre dos formas de concebir la vida, ambas marcadas -como lo anuncian los dos poemas iniciales- por la presencia del corazón: en la mochila o bajo los zapatos. Sentir es, pues, palabra clave en este libro que recupera un lirismo fino y sin desbordamientos, directo y agudo como un puñal que atraviesa la propia sombra, como propone uno de los poemas. Esas dos formas, que mencioné, de entender la vida y a sí mismo, son la del escepticismo, casi puro nihilismo, que niega la importancia del mundo, incluso su realidad (“Esta piel / es una parte más / de toda esta ficción inefable”; “La realidad / es una enorme parte / de toda esta gran mentira”), que desnuda la fragilidad de los lazos que unen al hablante de los poemas a esta vida (“La tierra me es /completamente ajena”) y anuncia el sinsentido y la posibilidad del acabamiento (“No quiero depender del aire”; “El vacío crece hacia adentro”; “Jamás he pensado residir sobre este fragmento del mundo”). La otra vía es la de la celebración: la plácida contemplación y la expresión del deseo y el amor (“Observar la manera / en que el viento / desviste poco a poco / tu cuerpo / y cómo esa flor / apetecible / tiernamente / cae / hacia el césped / oscuro / de mi sexo”; “Y de pronto / te has dado cuenta / que lo único / que nos queda / es el agradable olor de la tierra mojada”; “A un refresco de lima / sabía tu cuerpo. / A un refresco de lima / bajo una mañana de verano / frente al mar”).

Sin embargo, a pesar del contrapunto que establecen estas dos maneras de estar en el camino de la vida (en este poemario en que la vida es representada muchas veces como tránsito), pronto esta impresión bipolar (surgida a partir de la lectura de los primeros diez o doce poemas) evidencia su fragilidad o su condición irreal y se observa que esos poemas de celebración y plenitud no desvían, en realidad, al yo del poema de su lectura fundamental acerca del hombre y la existencia. Esos remansos apacibles son apenas eso, remansos, plácidas y  efímeras estancias en un camino ominoso que se sella con el contundente último poema: “Hemos surgido / de la voluntad / de la nada y a la nada / hemos de volver / sin piedad /ni misericordia”. Incluso, esta sublime placidez y la plenitud obtenidas por instantes son motivos para provocar la decisión de salir del entramado de la vacuidad cotidiana y no dejarse engañar más por la abominable realidad. La belleza del momento que provoca esto es perfecta, justamente, por contraste: “Era tu silueta / un mar anochecido. / Lugar perfecto para suicidarse”.

La sencillez del lenguaje de los poemas de Danza finita no nos debe confundir. Sencillez no es simpleza o recorte de las honduras necesarias. La profundidad de las preguntas de Whitman (“¿Qué es el hombre, realmente?, ¿Qué soy yo?”), exige un afrontamiento sin retoques o adornos; por eso el valiente desnudamiento expresivo de estos poemas, que conduce a la mayor claridad de la respuesta. Las vetas y aristas del recorrido de Stanley Vega en este libro, los fragmentos de respuestas que son sus 42 poemas, exploran, pues, varios de los ángulos de la existencia humana: el descreimiento, la fugacidad de la dicha, la plenitud del instante, la soledad, la condición efímera del hombre, la dificultad para hallar sentidos suficientes o perdurables, la belleza y el disfrute, la agonía ante la nada ... Pero dar respuestas, o retazos de ellas, no quiere decir hallar la respuesta que pueda postularse como nueva y única verdad, con suficiencia casi doctrinaria. Stanley Vega sabe eso y nos regala en este libro, más bien, intuiciones forjadas a fuego en el corredor implacable que es la vida. Atisbos duros pero bellos que interpelan y emocionan. La palabra se convierte así, diríamos, en otro de los instantes de plenitud que la vida del hombre requiere y no puede ni debe abandonar.

 

 

 

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