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Sergio Vodanovic: conciencia ética y social de un dramaturgo

Por Eduardo Guerrero del Río
Publicado en
http://mensaje.cl/ 13 de Octubre de 2016



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De la llamada “generación de los teatros universitarios”, el dramaturgo Sergio Vodanovic (1926-2001) es uno de sus principales referentes. Por eso, al cumplirse noventa años de su nacimiento, quisiéramos recordarlo aludiendo a sus más importantes producciones dramáticas, que nos permiten —a su vez— contrastar la realidad de su época con la de nuestros días.


POÉTICA

En  Teatro Chileno Actual  (1966) Vodanovic señala: “Hay dos planos que yo destaco en mi producción teatral: la búsqueda de una forma dramática que me permita una comunicación directa con el público y la preocupación ética siempre presente en mis obras. Para lograr la comunicación directa con el público, he ensayado diversos géneros (...). En cuanto a la preocupación ética, ella corresponde a la necesidad que siento de afirmar valores en un mundo y una época de acelerada transfiguración y la dramática experiencia que vive el hombre de nuestros días al comprobar que esas afirmaciones y esos valores deben ser sometidos, también, a una constante revisión en su diaria confrontación con el medio que lo rodea”. En relación con el primer plano, esto se concreta a través del ensayo de diversos géneros (como lo especifica Vodanovic), en un acertado manejo de los resortes propios de la construcción dramática. Lo segundo, es decir, la “preocupación ética”, queda de manifiesto en toda su creación, constituyéndose en definitiva en uno de los ejes sustanciales de su escritura.

Además, no se puede dejar de subrayar otros elementos de igual o mayor significación. Como la mayoría de los integrantes de la llamada  generación de los teatros universitarios  y, más aún, como la mayoría de las producciones de la literatura chilena, estamos frente a un teatro netamente realista, con rasgos incluso de carácter naturalista. Con matices, sin duda. Es una desvelación de la realidad, por otra parte, que lleva consigo un fuerte aditamento crítico y que se vincula con lo meramente testimonial.

Junto con esto, el elemento social se constituye en otra de las preocupaciones del dramaturgo, con diversas variables, entre las cuales saltan a la vista la decadencia de la aristocracia terrateniente, la modificación de la clase media, el problema del arribismo, el rol que debe cumplir la juventud en los procesos de cambio y la corrupción, con todo lo que implica como modalidad para obtener más poder y aludir al ámbito valórico. Otra instancia es la que se refiere a lo utópico, al idealismo. Se trata de un tema interesante de constatar pues, de una forma u otra, la generación de Vodanovic es la generación del sueño y da cuenta de ello ya sea para dejar testimonio de ese deseo de “cambiar el mundo” o, incluso, en una etapa posterior, marcada por los años de dictadura, en una reivindicación de la utopía a pesar de todo o en una denuncia del aburguesamiento de los exutópicos.

Fueron más de cincuenta años de producción dramática, desde el estreno en 1946 de  El príncipe azul  hasta la escritura de  Girasol  el año 2000. Pero no solo de escritura vive el hombre: Sergio Vodanovic estudió leyes y ejerció como abogado, instancia biográfica que nos permite entender también las motivaciones de obras como  El senador no es honorable  y  Deja que los perros ladren. Además, tuvo una fuerte vinculación con el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica, como asesor jurídico, asesor literario y profesor en la Academia en un curso de Historia del Teatro Contemporáneo. 

 

DEJA QUE LOS PERROS LADREN (1959) 

Deja que los perros ladren, llevada también al cine y en gira por Europa a comienzos de los sesenta, es una de sus obras clave. En función de su calidad dramatúrgica y de la temática tratada, se transforma en uno de los textos significativos de esa época. Además, se manifiesta un dominio de la técnica dramática, sobre todo en lo que concierne al manejo de los diálogos, aunque comparte con ella una misma preocupación ética, un tipo de denuncia similar y varios motivos literarios que van adquiriendo tal vez una mayor resonancia, trasluciéndose la admiración que siente Vodanovic por el dramaturgo estadounidense Arthur Miller. En cierto sentido, estamos frente a un texto vinculado con lo que podríamos llamar una “tradición ibseniana”. En lo específico, en un ambiente de clase media, nos encontramos con una familia compuesta por los padres (Esteban y Carmen) y un hijo, Octavio, que a simple vista viven sin mayores problemas de convivencia ni económicos. La situación cambia radicalmente con la visita de Ramiro, el Ministro, jefe directo de Esteban, quien le solicita la clausura de un diario opositor al Gobierno, dado que este ocupa el cargo de Jefe del Departamento de Salubridad Social. El cierre obedece más bien a una forma de silenciar a un periódico que ha iniciado una campaña contra el Gobierno. El Ministro, sin duda, se transforma en el antagonista del drama, en el gatillante del conflicto; más aún, la propia esposa de Esteban le enrostra: “Han sido dos años de amargura, de desunión. Dos años que empezaron una noche en que estuvo en esta casa entrometiéndose por primera vez en nuestras vidas”. Es decir, lo que se ha ganado en esos dos años de mejora en la situación económica (el esposo cayó en el juego corrupto), se ha perdido en unión familiar. 

 

VIÑA (1964) 

Aparte de los argumentos diferentes de cada una de las tres piezas que constituyen Viña (“El delantal blanco”, “La gente como nosotros”, “Las exiliadas”), existen elementos unificadores, entre los cuales el de mayor resonancia es el social, en cuanto a la visión de clases sociales en pugna. Esto se concreta a través de la presencia de personajes representativos de sectores burgueses, de clase media y clase baja: no solo la presencia, sino fundamentalmente su discurso, de donde se infiere, por un lado, una determinada postura ideológica y, por otro, una visión crítica. Justamente en apoyo a la materialización de esta instancia, surge a partir de esta obra un elemento nuevo en la dramaturgia de Vodanovic, como lo es la incorporación de la ironía. En sí, los títulos de cada una de las obras de esta trilogía apuntan directamente al sentido último de ellas. En “El delantal blanco”, tal vez hastiada por una especie de aburrimiento existencial, la Señora insta a la Empleada a “jugar” a ser la otra, a partir del cambio de indumentaria, ya que “quiero ver cómo se ve el mundo, qué apariencia tiene la playa cuando se la ve encerrada en un delantal de empleada”. En “La gente como nosotros”, a causa de la detención obligada por la avería del taxi colectivo en el cual viajan, los cuatro personajes conformados por un matrimonio y dos jóvenes no solo se ven obligados a compartir entre ellos, con las visiones encontradas de cada una de las partes, de diferente procedencia social, sino que más bien a desenmascararse entre ellos mismos y en donde, por ejemplo, “la gente como nosotros”, al decir del matrimonio, se da cuenta de que han vivido sin hablarse y han perdido gran parte de sus vidas. Finalmente, en “Las exiliadas”, se manifiesta patéticamente una relación entre una madre y una hija, en un exilio tanto exterior como interior: por un lado, el sentirse invadidos en sus espacios por otras clases sociales (“Viña era de nosotros. ¡De nosotros!”) y, por otro, la soledad en la cual vive la hija, que solo desea la muerte de la madre para liberarse de una esclavizante dependencia.

 

 

 NOS TOMAMOS LA UNIVERSIDAD (1969) 

Nos tomamos la Universidad  tiene como antecedente los sucesos estudiantiles de 1967, en donde se realiza la toma de la Casa Central de la Universidad Católica como demanda estudiantil para efectuar la tan ansiada reforma universitaria. Así, estamos frente a un texto de índole más bien documental y que ha quedado para la posteridad como un claro testimonio de una época convulsa no solo en nuestro país sino que también en Europa, con motivo del mítico mayo francés del 68. De fondo va quedando la reflexión en torno al rol de los estudiantes en el proceso de cambio y en la necesidad de diálogo y de instancias de participación al interior de los planteles universitarios. Sin entrar en un análisis de lo acontecido en estos más de cuarenta años que nos separan de estos sucesos, sin duda, la situación actual universitaria, para bien o para mal (cada uno juzgará desde su propia óptica), es completamente distinta, moviéndose entre intereses e instancias de poder inadmisibles en esa época. En lo particular, en boca de Arnaldo, Vodanovic da cuenta de pertenecer “a una generación que vibró y luchó por nobles ideales”.


EL GORDO Y EL FLACO (1992) Y GIRASOL (2000) 

Con aciertos y desaciertos,  Nosotros, los de entoncesIgual que antes,  El gordo y el flacoGirasol, reflejan con claridad la mirada de Vodanovic sobre los años setenta y, además, su pensamiento sobre lo que significó para Chile —en lo institucional y también en lo individual— el golpe militar de 1973. Con desaciertos en cuanto a que la proximidad de la denuncia no permite siempre una decantación de lo artístico, pero con aciertos por la incondicional postura de un hombre que sufre las injusticias del régimen y, sobre todo, por la escritura de dos textos —como El gordo y el flaco y Girasol— que nos permite reencontrarnos con un dramaturgo mucho más maduro en el dominio del oficio y que, a pesar de los años transcurridos desde su inicio como escritor de obras de teatro, mantiene incólume su postura en torno a su concepción del arte.

 El gordo y el flaco (1992) y Girasol (2000) se constituyen en dos textos que revalorizan la calidad literaria de la dramaturgia de Vodanovic, entregándonos a su vez —sobre todo, en la primera de ellas— una mirada nostálgica a los sueños de juventud de quienes quisieron cambiar el mundo. El gordo y el flaco se mueve en dos planos temporales, que van desde un presente hacia un pasado. Después de casi veinte años, Andrés regresa del exilio y se reencuentra con su hermana Beatriz y el esposo de ella, Esteban, amigo de juventud y de ideales. Eran el Gordo y el Flaco, “los que soñábamos cambiar el mundo”. Este regreso provoca principalmente recuerdos de esos tiempos, de esos discursos “incendiarios” (a través de la yuxtaposición de escenas del pasado), pero también un aterrizar forzoso a la realidad, la reiteración de rencillas familiares con su hermana. 

Aquí el tema generacional se da en el enfrentamiento entre Juan Esteban, hijo de Esteban y Beatriz, con sus padres e incluso con su tío Andrés (a quien admiraba profundamente), pues ve que en su afán de “contribuir a construir un mundo más justo” sus referentes más cercanos han claudicado. Con rabia, los encara: “¡Sí, son igualitos al Gordo y al Flaco de las películas! ¡Sí, son para la risa!”. 

Finalmente, en Girasol, vuelven a reiterarse confrontaciones al interior de la familia, en función del conocimiento de la verdad después de muchos años. En lo específico, el matrimonio conformado por Miguel y Leonor se rebela frente a los planes inmobiliarios de Joaquín, hermano de Leonor, al saber que este fue el causante de la muerte de Moncho, amigo de Miguel, justamente en la casa que ellos tenían en Girasol, y en donde se pretende construir un club house.

En un mundo de traiciones y de engaños, existe una añoranza de este joven matrimonio por una época de ideales y de sueños no cumplidos, por ese “mundo que fuimos incapaces de cambiar”. Por su parte, más allá de la culpabilidad de Joaquín en el asesinato de Moncho, el primero de ellos representa a ese “hombre nuevo”, prototipo del régimen dictatorial.

Estas obras aludidas de Sergio Vodanovic son un claro testimonio de la evolución de la dramaturgia de uno de los autores vinculados a la generación teatral de mayor importancia en el desarrollo del teatro chileno. Pero también permiten adentrarnos en temáticas y motivos que consolidan una poética y que reflejan una postura ética y moral consecuente hasta el final de sus días, con un quijotesco idealismo a cuesta y sin miedo a decir las cosas por su nombre. Un idealismo tan alejado de la realidad globalizante de nuestros días.


 

 

 

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Sergio Vodanovic: conciencia ética y social de un dramaturgo.
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