Sex and
Sound
Timo
Berger
Este libro híbrido se lo dedico a
Federico. El otro fuimos a una fiesta re decadente por La Paternal. En
un momento de mucho agite, arrancó mirando el cielo estrellado con un
poema visceral: "Quisimos carne y tuvimos hambre/ Quisimos lucha y
tuvimos mucha/ Quisimos paz y tuvimos más". ¡Ésa!
Gracias a David Magnus y César
Saenz
Berlín, Barcelona, Buenos Aires,
2003-2004
El Tangui-Rey
Todo el mundo me conoce. Todo el mundo me llama el rey de las tangas,
el tangui-rey; doscientos metros de mi casa pasan los autos, retumban
los camiones a Merlo, Morón, a Presidente Perón. Doscientos metros de mi
casa comienza la estepa. Acá todavía ciudad. Acá todavía asfalto, nafta,
decibeles; Liniers. Y allá hay pasto, plantaciones de estramonio, campos
de colinabo. Por debajo de la autopista, para debajo de la General Paz
tengo que pasar invertir lo luqueado en el bar con los cuartitos y la
cara champaña. El bar con los chorros mancos, con el metegol, con el
fichín con premios sorpresa, con la rocola con los discos de los Doors y
Jimi Hendrix, con las 15 marcas de Whisky, las 12 marcas de Ginebra y 1
ó 2 de cerveza. ¡Auguante la Schneider! El pulguiento Tango-Bar al lado
del andén, de la casilla del guardabarrera Sergej. ¡Qué copado, el tipo!
Ucraniano. Cumplió ochenta y todavía el más rápido con la barrera. A la
noche, cuando el último tren golpea las vías, le tocamos la puerta.
Sergej nos acompaña al bar, donde Carola, todas las noches endulza su
Pepsi-Cola con Fernet. Agranda su Fernet-Branca con Pepsi-Cola.
Carola, ojos de almendra y boca de miel.
Carola, pelo por los
hombros color café.
Carola de Tirol, encalló acá, vive en una pensión, una pieza húmeda y
una mesa plegable, cucarachas y gatos a cagar. Siempre tapado, el
inodoro, la gotera, su sacarina. Le regalé flores, le regalé caramelos,
manzanas de amor, maní quemado y corazones de alfajor. Le regalé
entradas para el recital de "Los Pibes Piola".
"Los Pibes Piola" eran Gustavo y Martín, guitar, bass and
drum-machine. Cantar querían los dos. Y al principio también lo
hicieron. Todo mezclado y después superpuesto y simultáneo. Gustavo
atacó las cuerdas, con un falsete, con su tierno soprano hacía la voz
aguda. Martín el bajo, el gordo con el peinado para atrás y el tic y con
la herida cicatrizada arriba de la ceja. Martín con el bajo, el bombo,
el fagot bajo. Después se sumó Charly. Charly que sólo lo dejaban
quedarse por los pelos largos hasta el culo y los dientes torcidos.
Porque hacía gritar a las minitas de la primera fila, y conocía a uno
que ya había probado heroína en Amsterdám, pastillas en Barcelona y
chocolate con hongos en Berlín.
Carola vino al show y besó al patovica y al barmann; al que vendía
las remeras, al iluminador; al sonidista con lengua. Los chicos tocaron
una canción para mí. Sobre el amor, que estaba acabado antes de empezar.
Porque yo soy su más fiel seguidor. Yo les conseguí una sala de ensayo,
en nuestro garage. Tocaron, día tras día, desde las tres de la tarde
hasta la otra mañana. Tocaron 24 horas seguidas. Grabaron su primer CD
en nuestro garage. Después dieron su primer recital sobre nuestro techo.
Hasta que todo el barrio se paró, hasta que toda la vagancia se puso a
bailar alrededor de casa, hasta que vino la cana y con disparos precisos
dejó el bombo; después el amplificador y a Charly fuera de combate. ¡Ay,
eso dolió!
Les traje 7UP y Sinalco. Les traje fideos del chino y cigarrillos del
kiosko. Me preguntaron: César, ¿qué te parece esto? ¿Quizás suena esto
mejor? Dejaron crujir sus instrumentos. Me hicieron comprar cuerdas
nuevas, enrrollar cables, barrer, sacar la basura y limpiar vómitos;
parar la sangre, tratar las ampollas en los dedos y sacar la cuenta;
abrir la puerta a las chicas, acompañarlas hasta arriba, llevarlas hasta
la habitación del hotel, agarrar toallas, jabón y de nuevo para abajo a
buscar forros; atender el teléfono, qutitárselas de encima, llamar al
abogado y pagar los alimentos. Y la prensa.
Yo era su más fiel seguidor. Empezé a tocar el triángulo y el palo de
lluvia, las castañas y el sicu. "No necesitamos ningún sicu, ningún
triángulo o palo de lluvia" -dijeron-. "La formación está completa, el
sonido definido; ¿no te parece, César?" - preguntaron. Y se largaron a
rockear. Hasta que vino mi vieja y preguntó: "Decime, nene, ¿no querés
buscarte un laburo?" - "Voy a ser un Rockstar, mami." - "Ya veo, nene.
Apurate, tengo una punta para vos, Marquitos tiene un stand. Cuatro
tablas de alto, dos bandejas a la izquierda, dos a la derecha, una tabla
y un techo. Un laburo así no vas a conseguir más. Si a vos te gustan las
bandejas; para tu cumple sólo pedías bandejas. Se acabó la
discusión..."
Ahora me paso toda la semana en las ferias: vendo bombachas. A los
pibes, los veo cada tanto. Escribieron una canción para mí:
Con mis bombachas malcrío
Con mis push-ups reconcilio
Con
mis medias embellezco
A vos, a vos y a vos, nena
Soy el rey de las tangas, el tangui-rey
Soy el rey de las
tangas, el tangui-rey
Con mis bombachas malcrío
Con mis push-ups reconcilio
Con
mis medias embellezco
A vos, a vos y a vos, nena
Soy el rey de las tangas, el tangui-rey
Soy el rey de las
tangas, el tangui-rey
Pasaron meses, años, décadas. Ahora sé todo sobre telas, costuras,
texturas. Todo sobre cortes, tamaños, finas confecciones. Sobre estilos,
ocasiones, asuntos. Las blancas son para la hermana, las rosas para año
nuevo, las grises para la ama de casa, las negras para el gatito de
oficina, amarillo ocre para la madre, marrón oscuro para el retrobar,
verde venenoso para la jefa, verde menta para la amiga de la infancia,
un tierno rojo para la hija, él se calienta con un ambar salpicado,
oliva para la viuda, lila para las lesbianas, cáscara de huevo para las
monjas, naranja para las horas de gozo, color piel para los puristas,
transparente para los exhibicionistas, cueros para los masoquistas,
látex para los fetichistas, lanas para los hippies, caros para los VIPs,
nada para los nudistas, laca para los laqueados, pintado para los
pintores, tatuados para los tatuadores, afeitado para los afeitados,
perforado para los "Pierciers", hasta las rodillas para el preparto, un
triángulo apenas bonito sobre las nalgas, con bragueta no se usa más,
hotpants te hacen sin duda más linda. Dos bombachitas, dos dólares, tres
corpiños, tres pesos, cuatro par de medias, cuatro pitufos. Éstos son
los precios. Nada es más barato. Nada mejor. Me la paso de feria en
feria, de kermés en kermés; todo el mundo me conoce. Todo el mundo me
llama el rey de las tangas, el tangui-rey.
para César "El Alemán" Saenz, amigo del alma.
............
Kafka y yo
Cuando Fabio aún vivia en la ciudad, en el barrio de Kreuzberg, me
llamaba muy a menudo, la mayoría de la veces tarde a la noche, y
omitiendo el saludo prevío se largaba a contar sin rodeos. Aunque nos
conociéramos ya bastante tiempo, a veces me resultaba difícil, enterarme
en seguida hacia dónde apuntaba. A veces, proclamaba que el amor
existía, a veces proclamaba lo contrario, a veces el amor sí existía,
pero no se lo podía evidenciar. O la evidencia era
falsificada o llevado a cabo de una manera equívoca. Otras veces
resultaba lo que contaba parte de una historia más larga, que sólo se
llegaba a entender tras registrar un serie de varias
llamadas.
Confieso que no seguí siempre atentamente a todas sus
digresiones. Lo más probable es que él tampoco esperaba eso. Mientras
que yo en el otro extrema de la conección emitía ruidos aprobatorios, se
mostraba satisfecho:
-Vos me entendés -decía entonces.
Al
menos en lo temático coincidímos rápidamente: hablábamos de poemas y de
mujeres. A veces, ambos temas se entrelazaban demasiado que quedaba uno
sólo, y entonces hablábamos encima de Kafka.
Pero Kafka nunca fue
un tema que surgió de un apuro, ningún tema para escamotear lo
embarozoso de un silencia. Kafka era un tema que nos llevábamos muy al
pecho. Quizás Fabio más que yo, quizás porque yo siempre le había
desconfiado un poco, tanto a él como a sus lectores, que cualquier cosa
sustraían de sus libros, un lector así era Fabio. Kafka resultaba muy
propicio para ilustrar nuestras a veces tan divergente opiones acerca
del amor y del arte poético. Mientras que yo me restringía a comentar
las metamorfósis y procesos de Kafka con monosílabos y de manera
recelosa, Fabio digresaba, siguía las historías ambiguas, y sí lascivas.
Se perdía en asumpciones del corte de las teorías de conspiración sobre
los destinos de determindados protagonistas de Kafka. Creía haberlos
encontrado fuera de los libros. Sólo para después doblar otra vez la
mirada sobre la biografía de Kafka y la de él. Ahí descubría semejanzas,
producía otras sin pudor. Hasta que empezó a toser sobre la pileta
encorvándose con placer, o escribir a su padre cartas llenas de
reproches, y ése depués de la quinta le contestaba indignado refutando
acidamente todos los reproches, y le daba aludido a su hijo, que él, el
padre, le podría si no cancelar pero en todo caso reducir hasta un
mínimo la renta paternal, para que el chico se volviese a la razón, de
una vez por todas. Fabio estalló en jubileo:
-La misma relación
traumática con el padre.
Su madre se había abstendio en la carta de
cualquier opinión:
-¡La misma madre ausente!
Sólo demoró un
par de días hasta que se le ocurrió la figura del condicionamiento
mutuo, en la que, sin embargo, mucho tiempo no le quedaba claro, si él
de Kafka o Kafka de él surgió. Después empezó a alinearse a Kafka y a él
antepasados en común, a hablar de una evolución paralela, una tradición
lateral, que se había podido desplegar con un retraso de setenta años a
causa de un hueco en el tiempo, comparable a esos vacíos en el espacios
aereo durante el vuelo en avión. Cuando yo le pedí que que se bajase un
poco, porque había tendido en sus afanes de explicar el mundo demasiado
el arco de Kafka a Marx, pasando por Nietzsche, Freund, Charly Chaplin y
Roberto Zimmerman, alias Bob Dylan, él sólo decía:
-No tenés ni
idea.
Con eso me mataba. Yo no sabía mucho de los que sin cansarse
rebuscaba para la comparación. Y eso lo sabía él. Y menos sabía yo de la
relación de ellos con Kafka. Pero Kafka me lo había leído todo, y no
había caído en su trampa.
-Eso es lo que pensás vos -objetó
Fabio. -En realidad estás muy obsesionado con él. Si no, ¿por qué me
prestaste tanta atención durante tanto tiempo?
-Kafka -decía Fabio una noche por teléfono -Kafka vivía en Steglitz,
no mucho tiempo, pero tiempo suficiente para dejar su sello en el
barrio.
Aunque hoy en día, era sólo visible en un único lugar,
una casa trasera de la calle Lepsius, contaba Fabio.
-Ayer lo vi
-seguió contando -el departamente de Kafka. Dos rumanos con un sentido
para la historia viven ahora ahí en 25 metros cuadrados con tres gatos y
un retrato de Kafka en el baño. Uno fuma como una chimenea, el otro se
llama Dimitri.
-Cachivaches -dije yo-. ¿No sabías que Kafka se
contagió del tubérculo cuando residía en Steglitz?
-Nada que ver -se
enojó Fabio-. Él escribía allí, los que eran sus mejores cuentos. Y eso
se siente aún en el departamente. Un escalofrío estremeció mi cuerpo
cuando pasaba por el piso de tablas.
Fabio siente mucho y en la
mayoría de las veces antes de todos los demás. Tenía sentimientos
anticipatorias y era sensible. Más a pesar de sus visiones incesantes no
le ocurrio nada cómo para sacar a los dos rumanos de ahí.
Incondicionalmente quería mudarse a Steglitz:
-Si viviera allá
-estuvo convencido- ya no nos separaría casi nada, a Kafka y a mí.
Y
orgulloso empezaba a tender y dilatar sus dedos enganchado por arriba de
su cabeza hasta que crujiesen.
Fabio iba todo los días a
Steglitz. Al menos eso contaba en sus llamadas nocturnas desde las
cabinas telefónicas, de las que había cada vez menos, y a las que tenía
que caminar cada vez más. Y cuando entonces encontraba una, era casi
siempre muy tarde, yo ya dormía, cuando sonaba el aparato. Entonces
contestaba poco o se me salío en un precipicio. Cosas que acababa de
soñar, que se me soltaban sin pensar de la lengua. Fabio las recibía
alucinado:
-Esto es material, chico -se entusiasmaba-,
inspiración, el método surrealista: écriture automatique.
Sólo
faltaría grabar mis frases y mezclarlas con las huellas de Kafka. De
esas había encontrado muchas, en Steglitz, un lugar, dónde un edificio
como el pulgar amenazador de Díos se tronaba sobre un suburbio
gris.
Los dos rumanos ya hace rato que no se extrañaban con
Fabio, que merodeaba tardes enteras por su patio. A veces lo convidaba
con una cerveza, lo que Fabio rehusaba agradeciendo e indicando su
fingido estado de salud precario. No quería hacerse demasiado amigo, ya
que consideraba a los rumanos como inquilinos iligítimos, como
usurpatores, que habían tomado un lugar que a raíz de su afinidad
espiritual con el gran escritor le correspondía a él. Dimitri, parecía,
tenía un sexto sentido para las inclinaciones hostiles de Fabio y lo
observaba desconfiado de una distancia prudente desde el balcón. Su
colega, sin embargo, seguía tirando sus cigarrillos, se estiraba las
piernas en el patio, a veces le guiñaba un ojo a Fabio como un cómplice
y poco le extrañaba ese insistente espectador de gorra, que revolvaba en
la superficie de la tierra, -Buscando huellas- comunicaba al ser
interrogado, y pronto decantaba la tierra suelta como un buscador de oro
en un tonel de lluvia y empezó a colarla muy entregado.
-Esa es
pura pasión -se entusiasmó Fabio por teléfono.
Desde que había
marcado su claim en el patio, había vuelto a saber de nuevo qué
significaba ese sentimiento.
Cuando los rumanos a las nueve de la
noche cerraban la cortina, bajaban la luz y solo traspasaba una
musiquita baja desde el departamente hacia afuera, Fabio marcaba con una
tira de ceniza blanca el pedacito de tierra que se había propuesta para
el día venidero a arar. El pasto en el patio quedaba sembrado de
montecitos de tierra como toperas y diminutos cráteres, que en su
conjunto se agrupaban en un patrón regularmente perforado en forma de K.
Fabio contemplaba a la luz del farol agotado y satisfecho las
consecuencias paisajistas de su mina a cielo abierta no concesionada. El
sudor pegaba en su cuerpo, sus manos estaban lleno de ampolas, y cuando
me reportaba en el telefono sus progresos diarios, aun suspiraba hondo.
Después de tres semanas Fabio gritaba fuera de si por el cable,
que lo había hallado.
-¿Qué? -le pregunté con una voz
dormida.
-The missing link, el miembro faltante.
Otra
vez no entendía ni lo más mínimo. Fabio se jadeó, vaciló y se puso a ir
al fondo: El padre la había tomado la promesa a Kafka entonces, un año
antes de su muerte, cuando ése por primera y única vez dejó la casa
paterna, de sacarse en la capital alemana una piedrita que mucho le
molestaba en la bolsa de su testículo. No fuera por que hubiera habido
mejores médicos allá que en Praga, pero con un poco de viveza y siendo
miembro de la minoría judía-germanoparlante se pudiera captar una
operacion sin pagar, argüía el padre. Sólo se tenía que atravesar la
jungla de los formularios, pero ésa habilidad, Kafka, el comprometido
asesor de finanzas de medio jornada, ya había demostrado a pleno. La
enfermera le había entregada, cuenta Fabio, cuenta Kafka, un poco
puderosa, cuando él, Kafka, se despertó de la narcósis unas sedimentos
en forma de papa envueltos en vendas de gasa. En una ceremonia de
medianoche, en la presencia de su amada, Kafka enterraba, de vuelta en
Steglitz, con aullidos de lobo, el testículo falso debajo de la capa de
césped. Y él, Fabio, lo había encontrado ahora. No muy llamativa, la
cosa, pero de un enorme valor ideal: El tercer testículo de
Kafka.
-Eso, te lo inventaste todo, vos! -objeté yo. Pero no me
dejó de terminar de hablar.
-Todo eso es pura verdad. Ni una palabra
de mentira.
Si bien el episodio del hospital, reconoció Fabio,
sólo aparece en una parte enteramente tachada del diario berlinés de
Kafaka, él, Fabio había compaginado todo con las actas de la Charité.
Ahi figuraba todo tal cual como lo había investigado, dejando ni mínimo
margen para la duda, dijo Fabio. Y encima, el testículo supérfluo
explicaba todo, según Fabio: La visión que tenía Kafka de las mujeres,
su trato con la sexualidad, entre resguardo y orgía, entre abstenencia y
locura, tanto sus fantasía de ominpotencia como sus de impotencia frente
al padre, la orden curiosa al amigo Brod -¡Verbrenne alle meine
Hinterlassenschaften! ¡Quema todas mis legajos! (¡Dijo
legajos, no escritos!)- hasta la enfermedad mortal: En el hospital se
infectó, cuando le dieron una infusión errónea.
-Lo trágico de la
historia de Kafka -dijo Fabio-, cuando le sacaron la piedrita, recíen
podía amar a pleno, pero después no le quedó tiempo para vivir.
-Y
esto que reina el amor -lo interrumpí yo.
-Tus bromas no vienen al
caso -dijo Fabio ácido.
-¿Por qué te volvés de repente tan sensible?
-pregunté-. Cuando yo, al contrario, había tragado casi sin muecas de
desagrado tu abstrusa historia entera, y nosotros, en todo ese lapso, no
avanzamos en la propia discusión ni en lo más mínimo.
-¿A qué te
referís? -preguntó.
-Si el amor existe -le recordé.
-Sí es que
existe -dijo Fabio-, pero uno tiene que dejar que se le quiten algo
primero.
-¿La libertad? -no sabía a qué apuntaba.
-Por ahí tambien
-dijo-, pero eso sucede sin que hiciéramos algo. Se trataba más bien de
cambios físicos. En el caso de Kafka era la piedrita, en el tuyo va a
ser otra cosa, pero sin dejar plumas no vas a salir de ninguna manera.
-¿Qué querés hacer ahora? -le pregunté.
-Vuelvo al sur, a
Steglitz.
-¿Y eso, cómo? -le pregunté.
-Al final resultó toda muy
fácil -contó Fabio. Les había ofrecido a los rumanos su propio
departamente a cambio. Al principio no querían, Dimitri sospechaba una
trampa en el trueque. Pero cuando vieron el loft chic de Fabio, el
departamentucho de ellos a contrario, moho en los rincones y en el baño
-esa oferta no se podían perder. Dimitri se dejó hacerse rogado sin
embargo. Decía que no podía aceptar la oferta de Fabio, que su vivienda
estaba muy venida abjao. No, pero, no, intentaba Fabio convencerlo, no
eran brotes de hongos, era el odem de Kafka que aun emanaba de cualquier
poro de la pared. Él, Fabio, prometió que se iba a ocupar de la
renovación, eso se arregla, decía y en cuanto ellos lo más pronto
posible despacharan sus cosas. Dimitri sacudía incrédulo la cabeza, para
mí será bien, asintió, según Fabio, entonces. El otro ya estaba haciendo
las valijas.
Fabio estaba al parecer con las recientes
desarrollos del todo contento. Por telefono se jactaba que logró
finalmente restaurar la amueblación original del departamente, lo cual
le costó cifras inimaginables de plata y le había deparado una corrida
inmensa por la ciudad, pero estaba enteramente como Kafka lo había
descrito en una carta a su amigo Brod: Un catre angosto, un escritorio
en un rincón, un sillón y en la pared, estantes y estantes, sin libro
alguno.
Después no me llegaron más noticias de Fabio durante un
largo rato. No llamó. Ni siquiera a deshoras. Me volví, lo debo
reconocer, un poco impaciente. Me pillé varias veces, cuando dicaba su
nuevo número. Nunca me contestó nadie.
Con el paso del tiempo ponderaba de emprender un viaje a Steglitz
para rescatar a Fabio. Ya había definido el itinerario, me había
preparado mentalmente para charlar con los dueños de los chiringuitos y
kioscos, los choferes de buses y las mozas de los bares en las cercanías
de la calle Lepsius. Pero por entonces, un día, volvió a llamar
Fabio:
-Esta mañana -contó con una voz torturada-, hacía mucho
frío, y yo estaba delante del espejo en la cocina con la navaja de
afeitar. Había tapado el desagüe de la pileta y la había llenado con
agua caliente. En el espejo dividía de repente entre las columnas de
vapor la cara hinchada de Vincent. Vi como mi mano derecha levantó
lentamente el cuchillo. Apenas obstaculizado por el cartílago suave como
manteca, atrevesó la carne. Vi como una nariz cayó en la pileta y pegó
ondas. El agua se tiñó, se volvió más oscuro, más oscuro.
para Edmundo Bejerano
Buki no
more
Cuando entré al bar de siempre, Bukowski no me prestaba atención.
Estaba tirado en el sofá con una chica a su lado oliendo a vómito.
Algunas moscas revoloteaban sobre su cabeza. Dicen que iba embriagado a
los bares para volver sobrio. Me acerqué y la chica me miraba como si el
intruso fuese yo. No existían los demás cuando estaban juntos. La chica
empezó a hablarle cualquier cosa para que yo no pudiera decir nada. Pero
de repente, Buki se incorporó. Debe haber escuchado mis pasos que
repercutían en las tablas de madera.
-¿Qué quiere, mozo?
-preguntó. Hablando mostraba su mandíbula. Le faltaba casi la mitad de
los dientes.
La chica se puso inquieta y prendió un cigarrillo, pero
no fumaba.
-Estámos cerrando -me atreví a mentirles.
-Todo
bien -dijo Buki reacomodándose en el sofá- sírvese un trago, Mozo, pago
yo...
Movimientos en los restantes
puestos
El ranking de las cervezas sigue encabezado por Quilmes seguida por
Brahma, pero este año hubo movimientos en los restantes puestos:
Scheider logró quedarse con el tercer lugar. Según la consultora Equis
Quilmes tiene un 45,29 por ciento del mercado; Brahma, 14,97%;
Schneider, 5,33%; Palermo, 5,29% e Isenbeck, 5,19%. Schneider es
propiedad del Grupo CCU, que también controla en el país las cervezas
Budweiser, Heineken, Santa Fe, Córdoba y Salta. La marca se distribuye
en la Capital Federal desde 2001.
La mejor es la Isenbeck, la
Negra, la Warsteiner también es buena, o la irlandesa, esa que tomamos
el otro día en el boliche cerca de La Cigalle, acá no la tienen, la
Negra, dice Wendy que me acompaña al kiosco de la otra cuadra, único
kiosco abierto a esta hora, sin salir del barrio. Hay gente esperando.
Tenemos que hacer cola y disimular. Que yo siempre me olvido y la trato
de besar en plena calle. ¡Pará!, que acá me conocen -dice Wendy- y
después se lo van a decir a Rubén: Ché Rubén, ayer vimos a tu hermana,
estaba con un tipo, un rubio, de acá no era, muy cariñosos los dos. Eso
van a decir y todo mal.
Tiene puesta una gargantilla negra de
terciopelo, un arito en la ceja y un cinturón de remache. Es el look que
más me gusta de las nenas de hoy. ¿No tendrás un peso? -pregunto. A
cambio de su colaboración le dejo elegir la marca. Ella no vacila. Pide
dos botellas de un litro con etiqueta marrón: la Quilmes Bock que tiene
casi el doble de alcohól que la común. Y un paquete de diez de Marlboro
-le pide al kioskero que nos conoce y cada vez que me encuentra a solas
pregunta si ya me la cojí: La minita está re guena, si no te apurás,
loco, me la cojo yo.
Los hinchas son de ella, los puchos también.
Que yo no fumo, no debo fumar, no fumaba hasta hace un par de días,
hasta que la conocí en un boliche. No había gente, la música pésima, y
ella linda, de entrada ya me marcó. Y yo no sabía cómo acercarme. Pero
no hacía falta. Pues ella sin dar más piruetas me empezó a hablar. ¡Y
cómo me encaró! Viene con una birra, brinda alzándola por ahí demasiado
y dice salud -salud nomás, ¡así de fácil! Y después de tomar un trago,
me la pasa, está fría, bien fría y rica.
Después salimos, salimos
a buscar cigarros y terminamos pasando el resto de la noche tomando más
y más cerveza en la plazoleta de Palermo, rodeados de pibes y perros, en
el aire un olor a porro. Wendy me hablaba, y yo no hacía otra cosa que
mirarla: esos ojos oscuros que resaltan aún más por el rayo negro en los
párpados, por la sombra turquesa. ¡Cuánto tenía para contar, cuántos
amores malparidos, cuántos delirios drogados había experimentado ya! Y
el alcohol la aceleraba, le alucinaba. Mientras a mí, me apagaba, hasta
marearme tanto que tuve que disculparme y echarme a correr. Siempre es
feo vomitar, pero ebrio uno se lo aguanta mejor. No se siente el dolor
de las contracciones ni la inercia convulsa del estómago a punto de
estallar.
La Bock está potente, te va a pegar más rápido -dice
Wendy, sonríe y toma. Y yo no sé por qué carajo nos tenemos que
embriagar siempre antes de los besos, de los abrazos y de las caricias a
veces demasiado rudas por falta de tiempo y lugar donde recluirnos. Un
amor de veredas, de entradas sombrías y rígidas, de fugas en bondi, en
subte a cualquier lado. Besos sin salida de ojo abierto que espía por
arriba del hombro escaneando las caras de los transeúntes, por si acaso
pasa Rubén o el chico de Wendy.
Vamos a tu casa -digo- llevo las
botellas, prendéte de mi brazo. Ella no, prende un cigarrillo, me lo
pasa. Observo las mínimas marcas purpureas de su lápiz labial, saboreo
el humo, lo retengo, lo suelto, tomo otra pitada, la miro, la miro bien.
Se deja mirar, le gusta que la mire, que la piropee con la mirada. Ella,
recién cumplidos los diecinueve, está linda, está de buen humor, se cree
inmortal, nos llevamos diez años, es inmortal. Ya tomó todas las drogas
que yo nunca más probaría. Según sus cálculos cogió miles de veces más
que yo. Con su mejor amiga, con el novio de su hermana, con el
quiosquero. Le gusta contármelo todo, veo cómo sus pezones dejan marcas
por la fina remera negra de tela sintética. Habláme -pide- contáme algo.
Que no quiere hablar todo el tiempo sola.
¿Pero yo qué le voy a
contar? No sé porqué, pero siento la obligación de arrebatar sus
historias e inventar hazañas sexuales igual de drámaticas que las de
ella. No quiero que su mirada se desvíe, que de repente tenga los ojos
puestos en el tipo de la otra vereda.
¡Qué asco ese tipo! -dice.
El otro día se me vino encima. Estaba muy pero muy borracho. No me
gustan los borrachos, pero le hice el aguante al guacho, tenía manos
lindas. Bueno, no importa, son detalles -dice, es más bien dormir poco,
salir siempre. Toda su filosofía resumida en una frase.
Me agarra la
mano, se pone en puntas de pie, asoma su cuerpo hacía mí. Siento el roce
de sus pechos, olfateo su aroma a vainilla mezclado con nicotina y
sudor. Su lengua espumada me da cosquillas en las encías. La busco, la
voy a buscar, la buscaré siempre.
Ché, pará, corré, mi hermano
está volviendo, ¿no lo escuchás? Vuelve borracho casi rompiendo la
puerta. Vuelve de lo de Marquitos. Se fue a mirar el partido. Habrá
perdido Racing que ya viene. Estará de mal humor. Mejor que no te vea
-dice.
¿Me querés todavía? -le pregunto en su cuarto.
¡Qué tonto
que sos! -me reprocha- si no lo sabés vos.
¿Y tu chico?
-insisto.
¿Qué te voy a decir? Sigue siendo el segundo, el primero
será siempre el cantante de Blur, pero no me digás que no haya
movimientos en los restantes puestos. Te quedás con el tercero que el
año pasado ocupaba otro cuando aún no estabas en Capital.
La veo
tomando el último trago de cerveza. Veo como cierra la ventana y corre
la cortina. Veo entrar a Rubén que echa una mirada por todo el cuarto y
la saluda con un beso muy cerca de la boca. Afuera estoy, ja, Rubén, ni
me ves.
para Sergio Raimondi
Nightmare de un poeta
I
Ya no puedo escribir. Después de todo, después de... no sé en
realidad que fue, pero sé que hubo algo. No digo que te afané faso y
verso, no es por fanfarrón, seguro, copié, pero vos copiaste, todos
copiamos, todos transamos, esa es la gracia, un día me dijiste-
envejecemos, pero las mujeres siguen de veinte -otro día me dijiste-
ella es poeta apesar de que se acostó conmigo - hecho que -según tú
lógica- te hacía perder el criterio.
Te soñé, que te hiciste
amigo con Sheik, que desde el primer instante se dio un entendimiento
mútuo, lo que decían de las mujeres, Sheik quería enclaustrar a todas,
vos sólo a algunas, a la panadera, a la chica del Todo por dos pesos, a
la cadeta de la empanadería, a la hija de la portera, a tu última
aliada. Condenaban la poesía, Sheik salva a Al Corán, vos a José Villa,
a Temperley, a Elliot y a algun que otro poeta beat... ¡La poesía
argentina me traicionó! -decías- ese monstrúo que frankensteineamente
creaste y poseiste, esa troglodita que creció y creció hasta romper la
jaula.
Vos y Sheik, en un cíber de Managua, coinciden en grabar
un videoclip. Vos vestido de beduino, Sheik de poeta bardo, los dos
pitando una shisha, vos con tos, Sheik te palma la espalda, agarra una
guitarra, te alcanza una harmónica. Y se ponen a cantar viejas canciones
de Dylan. I shall be released...
II
En otra pesadilla vos te despertás y decís que ves pequeños puntitos
negros flameando por tu retina, un arcoíris perforado.
La Audiosea
Desde que viniste ni un solo día que no nos drogamos.
Yo no
traje el problema de las drogas.
Sí, lo admito, pero vos lo
fomentaste.
Con tus regalitos en botecitos de film
Con tu música
-esa perfecta banda sonora
para salir de viaje, para comerse un
bicho-
Con tus pips y trics que escalofríos dan
que corren como
hormigas debajo de la piel
que derriten el chocolate lisérgico
en
un café de la Schönhauser Allee
En una de tus audioseas
deambulás
por barrios desconocidos
captandando con microfono ruidos y sonidos
grabando hasta un film, un labiríntico sinestético
maldito film
sobre amigos y enemigos
una cinta de crujidos.
Decís- por
ahí
Decís- se me hace
Decís- convengamos que todo gira alrededor
de SEXO y SONIDO
sex'n sound, sex'n sound, sex'n sound.
¡Cómo
chupan esos pibes, cómo chupan!
¡Tomen ustedes, chicos, yo ya no
puedo!
¡Bajá el volúmen, por favor!
vino el vecino de
abajo
con el hijo mongo.
Me dice- mi hijo tiene
problemas
mentales, la música -tú música-
le provoca
convulsión.
Me suena, me suena.
¡Igual es un flash!
para Fabio "Homero" Cirelli
Aquí sí hay glamour
Hay bares franceses para escritores
heladeras en la calle tiradas
o a los techos extraviadas
cada refresco kitsch y un grafiti que dice
fridge
guerras entre punkeros vecinos y okupas
mezquinos
cada disquería para los DJ y para cada chica un DJ
una
cumbia lounge en un boliche
se come pescado crudo como el
cebiche
un döner kebab a las tres de la mañana
con
musiquita de Valderama
un metro que corre toda la noche
gente que
te sigue a troche y moche
una gasolinera que a la insominia
cura
cuando la baja de alcohol te apura.
balcones, faroles y
veredas
un chorro de agua fría cuando de Pessoa recitás poemas
una
moza que nunca te va a cobrar-
¿Qué soy puta para que me quieras
pagar?
Esto no es un estado de ánimo,
es Berlín, es Santiago.
para Gladys Gonzalez
Abuela
Mi abuela nunca fue una gran narradora. Contaba poco de antes. Nada
de la primera autopista que atravesaba el pueblo, de la kermes, de las
mares de banderas rojiblancas con la cruz negra. Contaba más del día de
ayer, de los accidentes y fallecidos, lo que escribía la prensa amarilla
y el diario local. Mi abuela nunca fue una gran narradora, pero cuando
aun estuvo lúcida, nunca se confundía con nada. Ordenaba todo los
sucesos uno tras otro. Sacaba a nosotros los nietos de la tele y nos
proveía de frutas, de trozo pelados de manzanas cortados para bocas de
niños. Así escuchar era un placer doble. Entonces contaba como ella al
fin del verano andaba en bicileta hacia los praderos para cosechar, para
recojer ciruelos y los mirabeles caídos y destilar aguardiente. Mi
abuela nunca fue una gran bebedora, a lo sumo se dejaba seducir de vez
en cuando por un praliné relleno de licor.
Ahora mi abuela ya no
está lúcida, me confunde todo el tiempo con mi padre, entremezcla los
sucesos cuando cuenta, y sobre todo siempre cuento lo mismo: Que como
quinceañera coquetaba con el hijo del carnicero Scherr en los arbustos
delante de su casa. Sabía besar, ése, y también a la hora de acariciar
era un campeón, al menos el mejor de su grado. Eso había comprobado mi
abuela, en eso era experta como nunguna otra. Pero al Scherr no se la
dieron, se la dieron al Berguer. Ese tenía un oficio honesto, era
carpintero. Abuela nunca se sentía a gusto con él. Ella había nacido de
apellido Rosa. Era una plantita delicada. El torpe de Berguer tenía
manos ágiles para la sierra, para el martillo y las tenazas, pero no
para ella. El Berguer, iba a heredar un taller, una casa y los praderos,
la trataban de convencer los padres. El Scherr era un tipo vago, quería
mudarse a la ciudad y estudiar.
Tres hijos le dio el Berguer. Mi
Abuela envolvía en pañales a los bebés y les daba el pecho, cocinaba y
limpiaba, tallaba leñas y prendía a las cinco de la mañana el horno,
para que una hora más tarde corriesen las máquinas a pleno. El Berguer
empezó pronto a beber, a la noche se reunía con los compañeros y en un
momento lo nombraron guardia civil. Cuando todos iban a la guerra,
incluso el profesor y el cura, y el primero que volvía en un ataúd de
sinc era el jóven Scherr, mi abuela recorrió el pueblo como guardia
civil. Uno tenía que ocuparse del ordén, decía mi abuela y
brillaba:
-¡Qué guapo que le había quedado su uniforme negra, su
motocicleta pulida, al Abuelo!
Nunca la pregunté a mi abuela qué
tenía que ver mi abuelo con todo lo que pasaba en aquel entonces. ¿Cómo
pasó que el hombre a cuyo retos y puñaladas temía tanto cuando a las dos
de la noche volvía a casa borracho del bowling, de repente se empeñó de
guardia civil, y después de la guerra fue concejal electo del partido de
los liberaldemócratas? Dudo que mi abuela me hubiera contestado. Cuando
aun estuvo lúcida, se hubiera reído de mis preguntas que ella llamaba
ingenuas buscándome un trozo de chocolate en el placard de su
dormitorio. Después sólo contaba como coqueteaba con el hijo del
carnicero Scherr en los arbustos delante de casa. Juntos se iban a los
praderos, se volcaban sobre una alfombra de mirabeles fermentadas, los
vapores le subían rápido al cerebro, y ella no paraba de decirle
dulcuras al Scherr.
-¡Y cuánto sabía besar, díos mío! -decía mi
abuela-. El Berguer, en cambio, quedó toda su vida un amargo.
Intentando de entender la lógica de lo que no
tiene lógica
I
¿Qué son 190 muertos, 1425 heridos que no paran un partido? Jugadores
con braceletes negros. Intereses económicos que mueven el futbol.
Equipos que pidieron la suspensión del partido. La UEFA que los obligó a
jugar, jugar sin ganas. Radio Nacional no emitirá el partido. La
donación de sangre sigue. Donas embaraçadas que han perdit la vida. El
magistral hablará: Es una mafia, una secta, una organizacion criminal.
Barça el primer partido que pidió un minuto de silencio, tres días de
luto nacional, aplausos, aplausos. La libertad frente al terror, la idea
de compartir un espacio en común: la libertad. El brazo político del
brazo armado, técnicamente está acabada. Españoles catalanes y españoles
chinos, no podemos jugar con errores, porque ellos se alimentan de
nuestros errores. Vamos a hablar de la selección de las imágenes que
estamos mostrando. Jordi ben vingut, el rey, el presidente de EEUU. ha
expresado sus consdolencias al rey y al magistrado por la victimas.
Lloramos con las familias. Se reúnen buscando el calor de los
sobrevivientes. Muy dificil de narrar, de adjetivar el esenario: una
masija de hierro donde se han mezclado la carne humano con los hierros.
Las infantas. Lo que ha sucedido es el fruto del más grande de los
pecados. La plaga de españa de hoy. Diez explosiones en tres lugares
distintos, minutos antes de las ocho de la mañana. Hospitales de
campaña. No hay pretexto político que justifique el asesinato de tantos
inocentes. La lucha contra esa lacra para acabar con esa plaga. Todo la
opinión francesa, los sindicatos ferroviarios, hombro con hombro con
España. ¿Qué ha dicho el papa? Ofenden a díos. Que es neceario reforzar
los esfuerzos. Convocacion: Voluntarios para la ayuda sicologica a los
familiares. Que son ochenta los forenses que trabajan en la
identificación de los víctimas. Estalla la primera de la mochila-bomba
dentro del vagón. Los pasajero empiezan a vagabundar por los túneles.
Estábas muy cerca. Salga de aquí, salga. Un montón de cadáveres en
posturas inimaginables. Estacíon del Pozo. Restos del tren y restos
humanos. Hay una bomba más. De forma controlada. No hubo aviso
previo.
II
Y los focos. Los de la luz artificial. Más debiles de lo normal. No
están funcionando a todo volúmen. Como si la electricidad fuera
reducida. Como si hubieran colocado un filtro. Colores. Distintos
colores según donde estás parado. Tu mano es verde, rojo, azul. Alzátela
por delante de la cara. Tu mano. Como sobresalen las venas. Verdioscuro,
azuloscuro. No comiste nada, no pudiste comer nada. Y te quedás en
silencio, silencio y después todos aplauden, después empiezan a aplaudir
desde muy arriba, todos se levantan, mirás para los rangos, ves algunos
carteles: VIDA, ¿QUÉ ES LA VIDA? No hay bufandas, ni gorras, ni
remeras, ni chandales, ni silbadoras, ni parches, ni emblemas, ni los
colores de los equipos. Sólo lasitos, negros, caras, blancas.
Tu
remera. Te pusiste? No te pusiste. El brazalete. Te lo olvidaste.
Buscálo. Ya. Es la primera vez que písas el verde. La mitad del equipo
se negó. El entrenador, los árbitros. Llamaron otros árbitros, el
presidente aguarda abajo en la cancha. Vos sos el delantero suplente, el
suplemento delanteral. Siempre te entrenaste con ellos, nunca jugaste,
siempre trotaste a lado del campo calentándote para ser cambiado en el
minuto 85 o 87. Durante el entrenamiento, corriendo de la banda al
pasto, te llevaste una distensión, se te reventó un tendón. Y ya no
podías jugar, ni siquiera durante la prolongación.
Ahí vienen.
Los del otro. Más lento de lo normal. No corren, trotan. Aquí está Zé
Roberto, está Roberto Carlos, aquí está Zedane, está Figo. Ingresan a la
cancha, no corren, sólo trotan.
Tu madre sentada delante del
aparato con los programas especiales. Sacó el polvo de tu foto en la
comóda durante toda la tarde frotando el vidrio, el marco de madera.
Plegó sus manos arriba de su delantal. No esucha el gol. El GOOOOOL, tu
primer gol para Real. Un lindo gol. Como en cámara lenta. Como copiado
del manual de eseñanza. Por arriba de la mano volando del arquero. Justo
en el ángulo. Y los focos. Los de la luz artificial. Los apagaron.
El Tangui-Rey
Kafka y yo
Buki no
more
Movimientos en los restantes puestos
Nightmare de un
poeta
La Audiosea
Aquí sí hay glamour
Abuela
Intentando de
entender la lógica de lo que no tiene lógica