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La incertidumbre nos acosa
– Presentación del libro AmérikaNoAmérika de Timo Berger –

Por David Muñoz


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Primeramente les voy a decir que no conozco a Timo Berger y, por lo tanto, no tengo la necesidad de arrojarle pétalos sobre la cabeza para alabarle sus textos. Tampoco tengo la necesidad de indicarles que él es un buen poeta, y manque así fuera, no lo haría puesto que esto de andar recomendando libros – hasta cierto punto es vano-. Ustedes saben que ni siquiera podemos andar recomendando familiares para una chamba y ya no digamos al  banco… cuantimenos a un autor, cada lector es diferente e irrepetible.

Sin embargo, he de confesarles que en realidad me puse a investigar sobre “quién es Timo Berger” y la verdad, encontré varias cosas, por ejemplo que vivió en Argentina un año, que habla español a la perfección, que se da sus descolgadas a Perú y demás; en el internet también encontré algunas entrevistas, vídeos en el youtube y demás, así mismo lo traté de hallar en el Facebook pero salieron al paso más de quince personas que se llamaban igual. Todo lo anterior, a fin de pararme frente a ustedes y decirles quién es este bato güerito que está a mi costado.

Y , bueno, perdonen pero… después de toda esa odisea informativa lo único que puedo comentarles es que no tengo ni puta idea. Uno podría pensar que esto sería bochornoso para el autor o para mí, que ahora pareciera quedar como un tonto; aunque no se crean, les puedo asegurar que no es ningún problema, y que mejor aún, es totalmente beneficioso.

Pero bueno, -me interrumpo- de seguro tanto ustedes como el autor han de estar pensando, qué significa toda esta verborrea ya que no nos hablan ni del autor ni del libro (que es a lo que nos trujo Chencho). Y, para serles franco – no me malinterpreten- pero la  verdad es que no vengo a platicar de ellos, sino que, como todo lector al que le han negado el derecho a la voz es que pienso apoderarme de ella, y mejor hablarles de mí, de este lector de a pelo, igual a ustedes.

Cuando digo que hablaré de mí no me refiero a quién soy yo, sino de mí como lector de esta obra (como el poeta en el que me convierto para rescribir estos versos), de lo que dice sobre mí (y posiblemente sobre ustedes o lo que les rodea). Por ello, es que no importa Berger, importa que uno pueda utilizar su texto como propio para increparse a sí mismo, para ver cuál es nuestra verdadera o falsa condición. Un lector cómodo, huevón o cobarde es el que únicamente quiere vanagloriarse con el texto. Hay que pretender más, buscar que el libro nos permita ver lo que somos. Necesitamos que el libro funcione como un espejo devastador, como la pintura de Dorian Gray, que no sólo sirva para contemplar la fealdad del monstruo sino para averiguar qué constituye a ese ente, ya sea de Amérika o no de Amérika, de aquí o de allá, como en el caso de Los muertos de James Joyce.

Vayamos de menos a más. Primeramente les quiero platicar -porque eso es lo único que haré- platicarles de lo que me he hallado, de la belleza en algunas cosas que negamos entre lo cotidiano como pueden ser unos perros copulando en la banqueta, el semen sobre los zapatos de un cura al salir de su “oficina”, o sobre el caso de un policía de tránsito haciendo de las suyas, es decir, un ser que para subsistir tranza por mandato y obra impunemente – cómplice y expresión nuestra- y quien parece ser una suerte de sanguijuela o vampiro a la caza de un inocente (porque perversamente así nos consideramos). En este libro hay un poema que se titula “Magdalena del Mar”, me agrada este poema porque me ha dejado ver algo que yo -y tal vez muchos de nosotros- ya no nos damos permiso: disfrutar de una escena erótica en plena acera como si estuviéramos en una sala de cine. No hablo de una secuencia porno ni mucho menos, no. En este caso, Timo hace una pequeña desmitificación sobre ese servidor público, a quien normalmente todos asociamos al hampa, a la corrupción, a la mordida, etc. El texto trata sobre un poema escrito al reverso de una factura, que repentinamente se le vuela de la mano al poeta, gracias a la brisa del mar. En esos versos describía a un motoperro que a todas luces habría de ir a morder a una linda muchacha de falda corta, qué garañón verdad. Sin embargo, apenas se acerca y todo  vuelca en una historia de amor porque surge un beso. La joven trepa detrás de él, se agarra a la espalda del motoperro enamorado, éste enciende el motor  y da una vuelta en “u” al más puro estilo de “Poncharelo”, después, lleno de alegría, hace sonar el claxon como si su caballo se alejara relinchando, colmado de virilidad, quién dice que un policía no puede ser un galán.

Por otra parte, hay un par de textos que me parecen verdaderamente desoladores, sobre todo por la ola de violencia que sufrimos en esta ciudad. En sí, encierran anécdotas que pueden tomar lugar en cualquier parte de América Latina. En el caso de Torreón sabemos que la gente ha optado por dormir en el piso para alejarse en lo posible de las ventanas, si es que aún no las han sellado. La incertidumbre nos acosa. El primero de ellos lleva por nombre “Asalto al imaginario del repatriado”, ahora verán la cercanía entre el poema y nuestra experiencia pues en él se muestra un robo con violencia en el que se registran algunos disparos. A uno de los clientes le salta la sangre del herido en las ropas. Desde luego que para el repatriado, el sueño es volver a estar con los suyos, recuperar el tiempo perdido, las calles, los olores de la infancia, sentarse las horas viendo el movimiento de los girasoles, cuando súbitamente, en el día más soleado, aparece “un ligero olor a quemado” y – sin saber cómo o por qué- uno reconoce que ese es el día y que no se va a llegar a tiempo para la cena.

El segundo es el apartado VI de “Ayacucho” aquí el poeta nos muestra a los campesinos del Perú cargando la coca para los narcos, tal como sucede en nuestro país, en caravanas de diez personas con un escolta al frente y otro en la retaguardia, armados con rifles arreglados con cinta scotch.“Lo que hay que hacer por 20 soles” indica. Deben caminar tres días a través de la selva, deben mostrar que son parte de ese bando, el disparo puede llegar en cualquier momento después de hecha la entrega. Es a los campesinos a quienes se  juzga por ese trasiego y quienes ya no tienen otra opción de siembra. Ese es el único trabajo digno que les queda, simplemente porque es el único trabajo que hay. El hombre no puede hacer otra cosa, no tiene con qué sembrar otra cosa y si pudiese no se lo permiten los bancos, el gobierno o el crimen organizado. El campesino es un accesorio del paisaje, poco menos que una rama de mezquite, está reducido a ser una yunta o una mula de carga o la efigie de un vampiro en el espejo.

Creo que en verdad un rasgo distintivo de esta obra es el constante testimonio que se da de los individuos a los que aplasta la realidad, gente sin voz, ni cara, ni manos igual que ustedes y yo mismo, que preferimos escondernos detrás de la ignominia, evadiéndolo todo y a todos, adentro de los celulares. Pretendemos ser un animal distinto al vulgo, aquel “que renuncia a toda rutina cotidiana”, nos las damos de artistas y pensamos que entendemos el significado de la vida mediante la lente del endecasílabo. Nada más falso, somos parte del mismo cascajo en el vado del río.

“Somos muertes detrás de nosotros y delante de nosotros”, escribo y escribe el poeta, inertes “nos acostumbramos /al olor de la putrefacción/ que nos envuelve/ como un perfume / exquisito de Paris”.

Sólo nos queda la enajenación de la tele o el futbol, las piernas de Salma Hayek por las que corre el tequila para que llegue a nuestras bocas. Cualquier pretexto es bueno para masturbarse, para fugarse, todos buscamos esa muerte chiquita que nos permita descansar para sumirnos en el letargo como “Heterotermos”, es decir ranas, serpientes, sapos o lagartijas, viviendo sin calor propio.

Es en medio de este escape deseado, donde entendemos que no existe el sur o el norte, sólo la gravedad del abismo negro que nos engulle. En “A mitad de la escalera” mi yo-Berger hace una pausa mientras va saliendo del subterráneo, aguarda en el umbral de dos mundos “el del hampa” y “la superficie”, indica que sus pensamientos lo conducen a bajar las escaleras nuevamente, a rechazar la luz que lo corrompe todo. Pero en la oscuridad la izquierda, el arriba o la derecha son inexistentes, las raíces del sistema son ineludibles y tarde o temprano se alimentarán de uno. El tren que lleva a Budha o a la Peste a fin de cuentas conduce a la misma cosa.

La última parte del libro contiene un texto llamado “Berlin – Buenos Aires”, la ciudad a la que Berger ha emigrado, como a tantos de nosotros. A fin de cuentas la migración es lo mismo que un destierro, un exilio. Pretendemos – vanamente- implantarnos en otro suelo, en tanto que derramamos un rastro de sangre a espaldas nuestras. Así, en el transcurso de nuestro ir y venir nos brotan heridas purulentas adentro de los órganos, no hay en verdad cómo rascarse, no hay alivio. En consecuencia la pus se vuelve una especie de hidra, una especie de estigma nos permite dar fe de nuestra propia existencia.

Torreón, 2013

 

AmérikaNoAmérika / Timo Berger / Género: Poesía
Año: 2012. Páginas: 96. Editores: Bonobos / Secretaría de Cultura de Coahuila, México. Colección: Reino de Nadie

 

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David Muñoz, ha sido ayudante de albañil, baraja mocha, desertor de innumerables escuelas y de sueños -de los cuales aún conserva el pelo largo-. Estudió electrónica y estuvo a punto de morir electrocutado al armar su primer caja de fusibles. Se licenció en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Coahuila. Actualmente coordina un taller de cuento, está encargado del programa de Fomento a la Lectura en el CBTIS No. 4 en Lerdo, Dgo., así mismo, cursa la Maestría en Humanidades orientadas a literatura por parte del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Es docente de Composición literaria, Historia de la lengua española, Literatura hispanoamericana y Literatura moderna, Fonética y fonología en la Universidad Autónoma del Noreste, campus Torreón.



 



 

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