Periplo vital
          Veinte años 
            de escritura
          Por Bruno Cuneo
            en Revista de Libros de El Mercurio, viernes 
            30 de abril de 2004
          
           
          En un excelente ensayo sobre Sylvia Plath el poeta irlandés 
            Seamus Heaney refiere las que, según él, constituyen 
            las tres etapas esenciales del arduo periplo que todo poeta está 
            llamado a cumplir a lo largo de su vida. En la primera, el poeta se 
            desgasta en probarse a si mismo que también él posee 
            la habilidad técnica necesaria para expresar en un lenguaje 
            poético sus experiencias, a la manera 
como 
            quien quisiera cantar debe probarse antes de que es capaz de solfear 
            o llevar el ritmo. En una segunda etapa, sobre la mera habilidad se 
            alza ahora la capacidad de esa escritura para dar a ideas y experiencias 
            puramente personales una longitud de onda tal que son capaces de persuadir 
            intelectual y emotivamente a sus lectores. Finalmente, en la tercera 
            etapa, la más difícil y la más rara, parece como 
            si fuera el poema mismo el que burlara toda habilidad y control por 
            parte del poeta para emprender una búsqueda sin concesiones 
            de la percepción y el conocimiento propiamente poéticos. 
            Valga todo esto como un símil, jamás como un modelo. 
            Lo cierto es que Teresa Calderón, al reunir en Obra 
              Poética el trabajo de casi veinte años de escritura, 
            parece haber superado ampliamente la primera etapa, sorteado en un 
            comienzo con holgura la segunda y de ningún modo haber superado 
            la tercera.
          Escritura casi siempre autobiográfica, confesional, 
            una antología es lo que mejor conviene, para
            una poetisa que ha reconocido como motivo esencial de su escritura 
            el ir recopilándose o rescatándose a pedazos de los 
            tumbos en los que se enreda y maltrata su existencia. En un libro
            como Causas perdidas (1984) esa voluntad de autoposesión 
            se traduce en breves poemas que remiten a cada instante a la ingenuidad 
            perdida de uno que, al haber abandonado irremisiblemente la infancia 
            o la seguridad familiar garantizada, no puede sentirse ya en el mundo 
            como en casa (Cfr. «Infancia» y «Hazañas 
            de la memoria»), mundo que, sin embargo, aunque ofrece ya sus 
            primeras complejidades, por el ardid de uno que todavía es 
            capaz de jugar no conduce aún al desengaño ("Acaso 
            el juego consista / en mostrar todas las cartas / y ocultar sólo 
            el dolor / bajo
            la manga"). El desengaño, en cambio, parece ser la ley 
            de Género femenino (1989); el careo con sus propios 
            padecimientos personales y conyugales se alterna allí hábil 
            y bellamente con una irónica recusación de los estereotipos 
            culturales que lastran la subjetividad femenina forzándola 
            a definir su identidad en relación al hombre o lo doméstico. 
            Ni asomo de nostalgia por la casa, la voz de Calderón se sitúa 
            resueltamente en la intemperie y desde allí se recompone y 
            amplía hasta otorgarle a su escritura resonancias líricas 
            y políticas (cfr. «Mujeres del mundo: unios») de 
            largo alcance, vehiculizadas por una precisión verbal que a 
            ratos se podría considerar definitiva: 
          
           
             
              
                "Si esta tarde no fuera 
                  una tarde en la tarde 
                  si fuera apenas nube 
                  o piedra recién instituida 
                  o el aletear de la escritura 
                  sólo fuera. 
                Si esta tarde 
                  fuera un bosque a medio florecer que cae al mundo 
                  o una sola mano nada más 
                Esta tarde es apenas una tarde cualquiera 
                  herida de tiempo empantanado 
                  donde seguimos esperando que algo ocurra"
                  («Si esta tarde»).
                
              
            
          
          El dominio verbal e imaginativo exhibido en estos libros 
            no volverá, sin embargo, a ser igualado en los siguientes. 
            Esa defección, quizás, tenga sus razones poéticas, 
            y las tiene, en un libro como Imágenes Rotas (1995), 
            en el que, como en La tierra baldía de Eliot, el grado 
            de erosión psicológica del hablante se manifiesta ante 
            todo como un delirio deliberado de la forma ("A qué sistema 
            de signos / debo acudir para el consuelo", mas no así 
            en Aplausos para la memoria (1998) o El poeta y otras maravillas, 
            en los que un excesivo experimentalismo, creemos, ha hecho que su 
            pulso lírico se manifieste sólo a ratos, extraviado 
            como está entre recursos dramáticos, prosaicos o metairónicos 
            que escasamente convencen. Precisión verbal e intensidad del 
            sentimiento o la situación expresada no van en estos libros 
            a la par, eso es claro, pero no hay razón alguna, porque ya 
            lo ha demostrado alguna vez con creces, para pensar que en una próxima 
            entrega de Teresa Calderón no puedan volver a hacerlo. Estimamos 
            su poesía, quedamos a la espera.
          
           
          
                Obra Poética
                Teresa Calderón.
            Al Margen Editores, Santiago, 2003,
            260 páginas.