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Eslabones (2020), Teresa Calderón
Por Miguel de Loyola
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No puede ser más oportuno en estos momentos el poemario Eslabones publicado por la poeta Teresa Calderón. Sus poemas apuntan hacia lo que se respira en el ambiente, en medio de una pandemia que ha puesto a la humanidad entera frente a un asunto dejado a un lado por el confort de la modernidad, por la cultura light… Alejándolo todos los metros posibles, disfrazándolo incluso, al punto de convertir una realidad inminente casi en fantasía. Baste observar los cementerios parques, o los parques cementerios, los velatorios asépticos, impersonales, los sitios donde despedimos a nuestros seres queridos, ajenos por completo a la intimidad hasta ayer compartida que transmiten esa sensación de desapego, lejanía y distancia imperdonable.
Quizá la pandemia que asola al mundo sea un llamado de atención frente a algo de lo que nadie quiere hablar, saber, ni menos asumir, a pesar de su inminencia. Ya lo dijo Heidegger de manera rotunda y concreta: somos seres para la muerte, la muerte habita todos nuestros posibles. Sin embargo, la ignoramos, la alejamos como algo que nunca nos va a suceder. Tampoco se trata de dejar de vivir para pensar en ella. Sencillamente, frente a las adversidades y catástrofes, frente a las discusiones estériles, frente a la vanidad, orgullo y soberbia, frente a la falta de acuerdos sociales, es imperativo tenerla presente. No olvidar que: “a la muerte no la vemos./ Ronda que te ronda/ huele y se aproxima./ Te pisa los talones/ y ya no eres más/ nunca más serás quien crees”.
Los poemas de Teresa Calderón perfilan el problema, lo palpan, lo sienten, lo denuncian, mediante una simpleza de lenguaje que remece la conciencia, —no la moral—, sino la estética, donde se funde la eterna trascendencia poética. Sin retruécanos, sin alardes de sapiencia, sin palabras rebuscadas, sin versos al boleo tampoco, describe, transmite la esencia, el ser, diría acaso el mismo filósofo al que ya hicimos referencia. “De tumba en tumba / de tumbo en tumbo / pirámides y mausoleos// Cementerios católicos/ tierra y mortajas judías/ cruces y estacas / murciélagos y coronas.”
Sus poemas avanzan de estación en estación siguiendo el calvario de Cristo, dejando en evidencia esa muerte hacia donde avanzamos inexorablemente, un enemigo que acecha desde el primer momento de la gestación de la vida hasta el último hálito de existencia. “Un óvulo pequeño / rendido al apremio del espermio / esperaba la noche más oscura / el silencio que precede al milagro.”
Sus versos advierten, preguntan, calan a fondo esa materia inasible de la conciencia de sí: “Nadie sabe qué espera en qué futuro/ si hay futuro/ cenizas sombra y sólo sombra/ sobre figuras de barro/ grano de arena polvo en el polvo/ derramándose /dese hace cuatro mil millones de años.”
Las interrogantes persisten: “¿Qué hacer con este cuerpo ahora / derrotado como está / por la vida y por la muerte?” El cuerpo que es un todo, templo sagrado del ser existencial, inseparable del sí mismo.
Leer los Eslabones de Teresa Calderón es detenerse en el tiempo sempiterno. Mirar la vida a través del calvario de la muerte. O bien la muerte a través del calvario de la vida, en un momento histórico tal vez necesario, inesperado pero evidente, conforme a los excesos y a la ingratitud de quienes fuimos llamados a la vida, a pesar de la muerte.
“Hay en otra parte un país/ donde la muerte/ es asunto delicado/ pero nunca una cuestión/ del otro mundo. “Tal vez quisiéramos que ese país fuera el nuestro, más pleno, más íntegro, más consecuente.
“Dios mío, qué solos se quedan los vivos.” Podría ser el epitafio de Teresa.
El mío: “Al morir, échenme a los lobos. Ya estoy acostumbrado.” (Diógenes)
Santiago de Chile – 7 de marzo del 2021