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POESÍA SUBVERTIENTE Y CIVIL
Obra Poética de Teresa Calderón


Por Arturo Volantines





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La obra de Teresa Calderón es profusa y notable en sus tres vertientes. Su prosa autobiográfica y desatada es despudorizada, testimonial y fresca, donde se confirman sus aportes a la literatura en Chile, haciendo literatura desde sus experiencias en la literatura. Además, su saga de “Súper Inti” ha llenado de magia andina a la enseñanza escolar y ha dado larga vida a un súper héroe local. Su poesía ha contribuido a la lírica chilena; ha representado muy bien a las nuevas voces femeninas; ha militado en el Género y ha aportado desde la tradición a las nuevas fronteras de la Lírica.

“Obra Poética” es un arqueo y antología de su andadura, porque obviamente continuará su producción. Este libro, publicado por “Al Margen Editores”, Santiago, 2003, reúne sus trabajos de poesía editados a la fecha: “Causas Perdidas” (1984); “Género Femenino” (1989); “Imágenes Rotas” (1995); “Aplausos para la Memoria” (1998) y “El Poeta y otras Maravillas” (2003).

Poeta de la Generación ’80, publicó al comienzo de esa década: “Causas Perdidas”, donde ya se vislumbraba lo que iba a ser toda su producción lírica: lenguaje directo, coloquial y de ternura más cercana a la melancolía que a la broma. Este primer libro, indudablemente, es concordante con otros poetas de su Generación, como: Jorge Montealegre, Memet, Paz Molina, y en el Norte los otrora poetas parrianos del taller “Recital” de Antofagasta. Sin embargo, por su intensidad y volumen esta más cerca de Bolaño. Concuerdo con el prologuista Floridor Pérez, cuando dice: “…trae un aporte original a la poesía de hoy y es el humor triste o la tristeza risueña con que descompone la intimidad amorosa en fragmentos…”. Comienza en esta obra lo que sería común en toda su producción: la desfachatez, que es otra forma que ha sostenido para salirse de la tradición.

En 1989, publica: “Género Femenino”, con el prólogo de su padre Alfonso Calderón. Claramente, éste acota el texto; demuestra, con su propio desenvolvimiento verbal lo verbal de esta obra, que va desde lo formal y tradicional en su viaje textual: sobrio, melancólico; algo retenido y suave, como un tren que pasa a medianoche por la pradera. Y desemboca, tal vez, en su mejor conjunto de poemas notables y de lo más notable de su Género, en el ámbito de la mujer en Chile. Me refiero al conjunto denominado: “Celos que Matan, pero no tanto”, que fueron ganadores del Primer Lugar en el Concurso de El Mercurio, en 1988. Estos “celos” son un claro distintivo del cambio y postura madura del Género, que nuestro país ha ido asumiendo, hasta convertirse en política de Estado. Estos celos son irónicos, aparentemente contradictorios, quieren matar de amor y por amor; se vuelven herramienta discursiva de la venganza, de la cocinería y de la intimidad. Pero, sobre todo, su impronta poética —pura sensibilidad femenina y olfativa—, asume lo felino: contingente e insurgente. La hembra sabe sin saber que está siendo engañada, cuenteada y en peligro. Aún más, los textos son felinos; es decir, se cumple con una de las premisas del arte, que la poesía sea la felina. Y termina este libro con su himno epocal: “Mujeres del Mundo: Uníos”, parafraseando a “La Internacional”. Este texto orquestal se vuelve una marcha del Género, de la redención; pero no de aquella santidad decimonónica, sino de la libertad del cuerpo y alma, del gozo y del erotismo y de la heroicidad de la vida cotidiana.

“Imágenes Rotas” fue   publicado en 1995. También es bitácora sobre el suicidio; es otro de sus acercamientos a Gabriela Mistral. Sin embargo, su propuesta —en la maraña versosa del país— se abre a través de un lenguaje más libre acudiendo a la prosa, a la filosofía, y a la paráfrasis. Es un texto más íntimo y desosegado; ella misma busca respuestas en este lenguaje. Es desconcertante ver el revés de la trama; ronda el suicidio y al suicida y la enfermedad y sus fármacos, que habitan en la palabra y en el alma, y que va en la conducción verbal así un sistema eléctrico. Esta obra es volver del mismo modo al primer texto que publicó Teresa Calderón, ya que la melancolía va de la mano, porque está presente lo que se esfuma cuando se camina. Es fidedigna en su estilo. Si bien es cierto que es una poeta que no se aleja a zancadas de la tradición, sostiene como vidrio quebrado lo que había detrás del espejo o de la ventana. Indudablemente, es paso adelante en su libertad y recorrido respecto a Gabriela Mistral. Pero, el miedo y el pavor parecieran ser común en estas hijas de Coquimbo.

En “Aplausos para la Memoria” (1998), usa la modalidad o acude al teatro para desarrollar un racconto de su vida y cómo fue su hablante expulsada del Paraíso. Aquí se ve un mayor alejamiento de esa tradición que viene, supongo, de la fuerte influencia de Alfonso Calderón. Acude a muchos recursos para ironizar, sacar de madre, parodiar su historia y la de quiénes la rodean. El desenfado se instala y se da inusuales libertades y de otras, sostenidas por el pudor que han mantenido por siglos las niñitas de colegios de monjas. Aquí, aparece uno de sus poemas más notables: “La Vagabunda”: “No me siguieron a parte alguna/ los amantes que no tuvieron tiempo/ de conocerme mejor/ porque se les hacía tarde/ y había que seguir buscando…”. Es un guiño grande a su Generación ’80, a la cual se debe y que le debe a ella mucho más que tanto. “Un diario”, dice en su prólogo Miguel Arteche, “sí, pero también un prontuario”.

El último texto de este arqueo se llama: “El poeta y otras Maravillas” (2003). Es un homenaje a los poetas y a la poesía; guiño a Teillier y a otros; se burla de los poetas sureños y dice que en el Norte no hay nada. Además, es un cuestionamiento a los escritores, a las teorías literarias y a varios conocidos poetas los toma por la solapa. Particularmente, cita a los poetas nuevos, a los de la “Unión Chica”, y otros, que sostienen penosas enfermedades. Lo situacional es que la autora sigue su línea discursiva; ni aquí abandona su lenguaje directo, culto, transparente, sin oropeles. Es una mofa sana, porque se incluye e incluye a sus cercanos. La parodia, el decir en el bar y en la cocina son de arriesgada sinceridad. Acaso ya no se bajaron los poetas del Olimpo. Y es su manera de interrumpir en el infinito. Sobre todo, no ser Ulises el ingenioso ni Penélope la complaciente, sino oleaje de textos del viejísimo Homero, que sigue navegando en la poesía de la vanguardia.

Teresa Calderón en su “Obra Poética” ha enhebrado su estilo y su aporte a la poesía chilena y, particularmente, a la poesía del Género. Sus categorizaciones están relacionadas en su contribución al destino de la mujer y al mundo; en conocer y conocerse más en el papel de mujer, ya sea en su sexualidad, maternidad, vida hogareña, familiar y, obviamente, en la “reflexión cultural del género” (Nelly Richard). Indudablemente, la influencia literaria de su padre es notoria. Pero, pareciera que combatió exitosamente al padre textual y al patriarcado. Y se abrió paso. Tampoco se sometió como muchos de su Generación, en la maraña del misterio, de los hechos legendarios y de otro “Canto General”. Su literatura cotidiana, reflexiva, subvertiente es imagen epocal y testimonio de la insurgencia del Género y de la rebeldía de su provincia: nunca contenta con el centralismo oprobioso de nuestro país.  Su obra es camino propio, abierto desde la tradición, tanto de la riqueza patrimonial de Coquimbo y del desenvolvimiento y recuperación de las formas democráticas de nuestro país, volviéndose su aporte desde el Género, primerísima. Y esto basta y es suficiente para que se le otorgue el Premio Nacional de Literatura, y no se construya al síndrome del hecho de Gabriela Mistral.



 


 

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