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CARTA A ISABEL Y CATALINA
"Amiga Mía", Teresa Calderón. Editorial Forja, 2014
Por José Miguel Ruiz
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Querida Teresa:
Esta tarde me he quedado a solas en el colegio y he leído completa
tu novela “Amiga mía”, y te escribo en medio de mi emoción, apenas la he terminado. Es de lo más bello que he leído últimamente o entre lo bello que he leído desde antes.
No sé qué decirte exactamente de ella en estos momentos, pero sí sé que quiero transmitirte que es una joya de libro y que me ha dejado unas resonancias de asombro y maravilla. Es una historia de amistad, de conflicto, de profundidad y complejidad humanas, escrita bellamente, inteligentemente, con una verosimilitud que coge y no suelta. Uno sabe que la literatura es ficción, pero también sabe que una ficción arraigada férreamente en el conocimiento humano, y aquí hay mucho de eso. Aquí se ha llegado a las habitaciones más interiores. Además, se expresa en una prosa impecable, musical, precisa, que va hasta el meollo de una experiencia y la transmite a los otros. Es un libro que se convertirá en un referente de toda tu obra.
Y esa amistad maravillosa entre Catalina e Isabel.
Esa Isabel alucinada y alucinante, esos textos de la libreta de apuntes (esa libreta que siempre llevamos o deberíamos llevar para el momento de la epifanía). Esa sabiduría que surge de una experiencia profunda. Mientras leía, iba marcando algunas frases o fragmentos para no perder algo que no quería olvidar: “Estás rodeada de luz” ; “Hay que tenerle paciencia a la vida. Solo falta darle una oportunidad para que te demuestre que no es tan terrible”; “El dolor es lo que sirve…”, esa cita de Enrique Lihn por el joven que ha muerto; “Pero ¿dónde hay alguien? ¿En algún lugar del mundo hay alguien?”: “Cuando desaparece una pieza importante del puzzle de tu vida, sobreviene una catástrofe: quedas a oscuras en un recinto derruido”; “Dios, dame la vida que necesito para terminar el bordado”, y los momentos finales de Isabel, vistos por la poeta, que en lo personal reafirman lo que creo: que la muerte debe ser una experiencia estética; el supremo acto poético; y así será el de Isabel, colmado, en su paradoja, de final y principio, de dolor y belleza.
Y esos guiños a las clases de literatura de Roque y tu Alfonso (tan conocidos y cercanos), y a la misma “Techi”: “¡Cuídate de mí, maldito, porque te amo!”.
Y todo en un clima espiritual culto, y tan natural, en una dimensión de autores que están presentes en el espíritu de la obra, de los acontecimientos, no como la intención de un autor(a) que necesita mostrar sus conocimientos literarios, sino como aceptar y recibir la presencia de autores que están en los sueños, en la vida que viven los personajes de la obra y la autora: Gide, Proust, Faulkner, Neruda, Lihn, y tantos otros espíritus que nos han visitado.
En fin, quise decirte esto. Has escrito una gran novela, una obra bellísima verdaderamente, profunda y poética. No solo es una narración, sino que es el fruto (o la flor) de una visión poética y de un haber ahondado en la experiencia humana desde donde surge lo que es de todos, lo que nos conmueve porque rezuma verdad, porque sentimos que el relato emana y es un manantial venido desde lo hondo.
Gracias, de veras. Esta tarde ha sido asomarse a pozos profundos, desde la mirada que tienes y que es capaz de embellecer el dolor, la soledad, las pulsiones más íntimas y entregarnos esa amistad maravillosa, que es la suma de todas las amistades grandes que hemos tenido y podremos, Dios mediante, tener en lo que viene. Ojalá.
Un abrazo,
Miguel