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EL ESTUDIANTE DE LITERATURA
Miguel de Loyola. Niram Art Editorial, 2013, Madrid
Por Teresa Calderón
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De Loyola nos sorprende esta vez con El Estudiante de Literatura, un nuevo acierto literario. La acción narrativa se desarrolla en dos tiempos: el del joven universitario de los años 70 que se las arregla para ser-existir-sobrevivir como todos/as los disidentes de su generación en plena y sangrienta dictadura y el del cincuentón profesor Olmos que regresa al campus como académico, tras haber dejado los pies, las pestañas y parte de la juventud corriendo maratones entre una universidad y otra, ninguneado con contratos perversos de largas vacaciones no remuneradas, las que siguen siendo la pesadilla de todos los que tuvimos que transformarnos en profesores-taxi y debemos tolerar que aun hoy las cosas poco o nada hayan cambiado a pesar de todos estos años porque una débil democracia insiste en considerar a los profesores, los maestros de la patria, como personas de cuarta o quinta categoría.
Con la llegada de Olmos a la Universidad Nacional instalado en la cátedra de Literatura Comparada comienza a gestarse el nudo de la acción narrativa donde el presente va siendo invadido por retazos inolvidables de su pasado de estudiante, y los planos de realidad se van superponiendo y cruzando ante nuestros ojos inquietos que registran la historia que Miguel de Loyola (o su narrador) va desplegando como en un teatro de sombras ante y sobre nosotros, los lectores ya sumergidos como personajes en su novela. Esas primeras semanas “estuvieron marcadas por la nostalgia propia del reencuentro con un mundo perdido, extraviado en el tiempo, pero vivo en el recuerdo” porque era imposible no verse a sí mismo en sus alumnos que ocupaban “esos míticos espacios, recordados todavía con el velo del ensueño propio de esos años”, aunque esos rostros frescos y sonrisas naturales acusaban la inconmensurable “muralla de separación existente entre ellos y tú, un hombre próximo a la vejez definitiva”.
Entonces reaparece Paola, la joven y aventajada estudiante que resulta compartir con el antiguo amor de Olmos no solo el nombre, sino la belleza y el talento. Ante esta encrucijada y desazón que la muchacha provoca en el maestro habrá de continuarse la historia. La arquitectura de la novela estructurada en capítulos que lanza anzuelos al futuro y al pasado nos permite entrar en la intimidad de la solitaria vida de este profesor cuya pasión por la enseñanza en tanto instalar preguntas más que respuestas y movilizar los intelectos jóvenes se ve constantemente navegando en las torrentosas aguas de ese pasado que se ha vuelto presente: “¿Qué vamos a leer profesor?”. La pregunta había surgido de una alumna en el momento en que Olmos pensaba en la mejor manera de explicar la dialéctica del amo y el esclavo desarrollada en La fenomenología del espíritu e intentaba cazar las mejores palabras para expresar “esa sorprendente idea hegeliana, tan difícil de explicar y comprender, y sobre todo a la edad de esos jóvenes, todavía completamente esclavos de sus instintos, de una sensualidad desbordante, producto de una hiper abundancia de hormonas y de distracciones de todo tipo. Y cuando volviste la mirada hacia quien había hecho tal pregunta, quedaste estupefacto durante varios segundos, convertido en estatua, sin atinar a responder la pregunta. La semejanza con Paola no podía ser más impresionante. Era ella u otra persona idéntica a ella. El mismo cabello, los mismos rasgos de la cara, también un tono semejante de voz, el mismo énfasis, la misma seguridad para expresarse sin titubeos en medio del curso. Y cuando le preguntaste su nombre, aprovechando así de ensayar la clásica terapia de las presentaciones al comienzo de un curso, el corazón te saltó a la boca de manera violenta, como una explosión. La coincidencia también podía ser macabra. Se llamaba Paola, Paola como tu Paola, y el segundo apellido era el mismo, exactamente el mismo, aunque eso lo comprobarías después en secreto, revisando minuciosamente la lista del curso en la soledad de tu privado, ubicado en el segundo piso del casquete del edificio correspondiente al Instituto de Letras, con esos lentes para la presbicia que acentuaban tus cincuenta años, pero todavía con el corazón palpitante de un joven de veinte, enfebrecido por el impacto de hallar a la mujer soñada. No podía ser otra persona que una hija de Paola, pensaste. Así de simple, así de impresionante la coincidencia. Después de casi treinta años volvías a encontrarte otra vez con ella, con una Paola tan joven y atractiva como la de entonces”.
De allí en adelante todo será vértigo tanto para el protagonista asediado por fantasmas y obsesiones como para el lector que ha sido atrapado en el marasmo de una trama extraordinaria tratada con gran dominio de los recursos del escritor que nos deja zozobrando tras haber llegado al final de ese viaje donde cerramos el libro y abrimos la boca en la mejor expresión física del asombro.
El estudiante de literatura es una poderosa novela que reconstruye un tiempo de la historia de nuestro país donde se desarrollan fundamentales y vigentes reflexiones acerca de las dictaduras, la educación, el rol del profesor, la importancia del pensamiento y del saber, el amor al conocimiento y un énfasis especial en el desarrollo de la relación entre el viejo sabio y una Paola de antes y de ahora que ha regresado del tiempo para poner en jaque al solitario profesor Leonardo Olmos.