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El soberbio servidor y el humilde creador

Por Teresa Calderón
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Viernes 7 de Octubre de 2005




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Me parece que, actualmente, la circulación, la recepción y la crítica literaria en Chile están pasando por su peor momento. Algunos suplementos literarios, sus editores y ciertos articulistas, además de repetirse o transmigrar de suplemento en suplemento, tienden a canonizar, además, a un grupo también reducido de sus propios elegidos. Sé que a estos mismos "críticos" - muchos de ellos poetas- les carga el término "canonizar", por su asociación con Harold Bloom y, ya se sabe, Bloom es un reaccionario ilustrado, que defiende lo "clásico y universal" y teme que los estudios universitarios de Shakespeare o Cervantes algún día sean relegados a cursos optativos o simplemente salgan de las mallas, para ser sustituidos por lo que él llama la "Escuela del resentimiento", y nuestros críticos, "literatura de género" o "literaturas menores según Deleuze", sin aclarar en ningún momento qué entiende por "literaturas menores" el pensador francés. Una coda: poco después de la ira que causó la aparición del Canon occidental, leí que en una universidad norteamericana había sido sustituida una cátedra sobre Salinger por otra sobre literatura chicana. Algo olía Bloom, entonces.

Volviendo a nuestro medio: en los pocos espacios de crítica literaria se repite un modelo imperante: el modelo del 'gusto': "servidor unánime de la moral y de la estética", según Barthes en su esclarecedor texto Crítica y verdad; por otra parte, los nombres de los firmantes se repiten de medio en medio o mutan en arteros seudónimos cuando quieren darle duro a alguien: es decir, hay un pequeño grupo de elegidos que está dictaminando el gusto. Cada suplemento se ha ido transformando en un fundo como los de antaño, con patrón, casta e inquilinos, lo que constituyó nuestra decadente oligarquía: la endogamia chilensis que determina quién es quién, no sólo en nuestras letras, pero ahora quedémonos en ellas. ¿No es eso canonizar, acaso?

Además, la virulencia, el desparpajo, la burla burda, el descrédito que estos "críticos" ejercen no sólo sobre la obra, sino además sobre los autores, en una confusión entre el escritor y ya ni siquiera el sujeto lírico o personajes o máscaras poéticas (personae, en términos de Pound), demuestran, o bien una ignorancia sin precedentes, una actitud ideológica reaccionaria que ni en tiempos de la dictadura, o, simplemente, mala fe; denostar al que está sobresaliendo mucho, o a quien se vislumbra como un buen escritor o poeta, y, sin embargo, aún no se ha reparado o se prefiere no reparar demasiado en él.

Los poetas, en público, pueden decir cualquier tontería: que las antologías son como un bistec o que los poetas son de Marte y las poetisas de Venus. Pero que el "crítico" no aporte más que improperios, descalificaciones descontextualizadas, servidumbre bufonesca a una determinada línea editorial o consorcios editoriales multinacionales o insultos personales a poetas que han sido un aporte innegable, por su estilo citacional e ilustrado, violento y revulsivo, que le causa ira a un comentador, da la impresión de que no ha leído a Proust, a T.S. Eliot, a Lautréamont, o a narradoras que, más allá de las preferencias de quien escribe estas líneas, son discriminadas por ser mujeres o por atreverse a experimentar con la forma y el discurso, rebaja cada vez más la calidad intelectual y ética de nuestros suplementos culturales.

Cuando se ha intentado un suerte de rasero crítico, de consensuar un mínimo de "objetividad", en el sentido en que el sujeto y el objeto puedan establecer una relación dialógica esclarecedora, como intenta hacerlo Roland Barthes en Crítica y verdad, es negado en pos del "gusto" que es lo que transforma a la crítica literaria en terreno de nadie o de incompetentes y lo que es peor, en resentidos que no dudan en ofender, en términos cercanos a la injuria personal, a poetas que sólo cumplen con lo suyo: escribir poesía. El poder del medio escrito aún no es menor. Ciertamente que internet entra cada vez más en la palestra en asuntos de polémicas culturales, pero es demasiado abierto, y por lo tanto más susceptible a los ataques velados y cobardes. Es por eso mi llamado a cuidar las líneas editoriales, sobre todo las culturales.


 

 

 

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El soberbio servidor y el humilde creador
Por Teresa Calderón
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Viernes 7 de Octubre de 2005