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         Eslabones (2020), Teresa Calderón
          
 
          Por Thomas Harris
          
          
        
             
            
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        Dónde se me cayó la palabra que era  eterna... 
          Paul Celan. 
        
           Cuando escribimos a la muerte, y en la muerte,  escribimos, inevitablemente al amor: Eros y Thánatos, lo sabemos, sobre todo  estando en una “situación de muerte” apelamos, más conscientemente que aunque  ignorándolo a “un estado de amor”. Nos tocó, ahora, cuando estábamos  pensando en un mundo mejor, desembocar en ya sea esa pintura que siempre nos  habló desde un intersticio irrevocable, El triunfo de la muerte de  Peter Brueghel, el viejo, o el deseo de vivir el tremendo poema de Dylan  Thomas: Y la muerte no tendrá dominio. Estamos entre esos dos ámbitos,  una tremenda pintura sobre ese triunfo inapelable, y su contraparte, el deseo  de vivir y vencerla de la que nos habla Dylan Thomas: Y la muerte no tendrá  dominio./ Los hombres desnudos han de ser uno solo/ con el hombre en el viento  y la luna poniente; /cuando /sus huesos queden limpios y los limpios huesos se  dispersen,/ ellos tendrán  estrellas en el codo y en el pie; /aunque se vuelvan  locos serán cuerdos,/ aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,/ aunque  se pierdan los amantes, no se perderá el amor;/ y la muerte no tendrá  dominio... Siempre queremos que la vida tenga su dominio sobre la muerte,  pero lo sabemos, la muerte también cobrará sus fueros: como ahora, como hoy,  en el año 2020 y desde marzo.
estrellas en el codo y en el pie; /aunque se vuelvan  locos serán cuerdos,/ aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,/ aunque  se pierdan los amantes, no se perderá el amor;/ y la muerte no tendrá  dominio... Siempre queremos que la vida tenga su dominio sobre la muerte,  pero lo sabemos, la muerte también cobrará sus fueros: como ahora, como hoy,  en el año 2020 y desde marzo. 
         La pintura y la poesía dan cuenta de esto, y nos  perturba, y a veces nos hace más lúcidos y otras más tristes, pero nada  puede entreverarse entre ambos “dominios”: el de Brueghuel, el viejo o el de  Dylan, con sus 18 whiskies. Nos encontró desapercibidos la peste, nos  encontró sin pensarlo ni imaginarlo, nos halló desarmados y sin defensas,  cuando tras una revolución que pensábamos nos haría mejores, apareció como  siempre aparece, ella, la muerte, en su expresión más desalmada, ahora en la  forma de la peste: y no sólo en Chile, sino en el Mundo todo, globalizado y  además con un tiempo que ya era extraño. Algo olía mal en nuestro tiempo, y  las esperanzas se hacían violentas, y el futuro hostil. Creo que por más  utopías que se nos asomaban en el horizonte, estas, aparecían de sopetón,  distópicas, ya fuese en las representaciones literarias, cinematográficas o  dramatúrgicas, en las pinturas y en los trabajos y los días, y los días  ahora sin trabajo, en las acciones artísticas, en las canciones y sobre todo  en la vida misma, sin representaciones ni mediaciones culturales. Algo, no  sabíamos qué, parece que no estaba resultando bien, a pesar de los tiempos  que nos decían algo viene mejor; pero triunfó la muerte, cobró su dominio en  una peste que aún no sabemos si fue una venganza de la naturaleza o  simplemente un gesto del Mundo que se sacudía de nosotros. 
         Creo que este libro, Eslabones (2020) da  cuenta de todo esto, proponiéndoselo con conciencia de causa, pero a la vez,  mostrando, como decía, desde aquellos poemas que nos dicen de la muerte a esos  otros que nos hablan del amor, porque no hay una sin la otra.
         ¿Qué son esos eslabones de los que  escribe Teresa, me pregunté, cuando leí sus primeros poemas: un recordar la  muerte enamorada, tal como nos habló de ella Manrique en las Coplas por la  muerte de su padre, o de la muerte ineludible de la que nos cantó Neruda  en Sólo la muerte?: La muerte está en los catres:/en los colchones  lentos, en las frazadas negras/ vive tendida, y de repente sopla:/ sopla un  sonido oscuro que hincha sábanas,/ y hay camas navegando a un puerto/ en donde  está esperando, vestida de almirante... O en Los heraldos negros de  Vallejo, ese poema que no deja respiro cuando nos habla de las crepitaciones  de ese pan que en la puerta del horno se nos quema. ¿Y el amor? El amor,  encadenado en cada eslabón. ¿Qué es, finalmente, un eslabón? Entre otras  acepciones: una pieza con forma de anillo que está enlazada con otras formando  una cadena. Una cadena de muerte o una cadena de amor: una cadena es una  sucesión de hechos, acciones, sentimientos o situaciones (que serían los  eslabones) que en conjunto y necesariamente conforman un todo: eslabones de  muerte o eslabones de vida, eslabones de amor o eslabones de odio o esas  cadenas que nos recuerdan a los esclavos en tiempos no tan lejanos: eslabones:  formas de atarnos, formas de aunarnos, formas, incluso, de amarnos. 
         Sigo creyendo que los mejores poemas son los  poemas de amor: llevamos siete meses confinados y nos amamos como se aman los  viejos que ya vamos siendo y nunca imaginamos serlo: recordando cuando fuimos  jóvenes y la vida era tirar, reírse, ver series en televisión comiendo  cositas ricas, durmiendo entrelazados como siempre los cuerpos, bebiendo sin  culpa ni miedo, amaneciendo con la tremenda resaca, resaca de la vida, pero  riéndonos, riéndonos de la muerte, porque ya somos eternos en nuestra resaca  de la vida, porque nos sacarán de este departamento a los dos con las pies  para adelante, sin culpa ni miedo, sin arrepentimientos ni deseos, ya que lo  vivimos todo, o casi todo, siempre nosotros, siempre los dos.
         Por esos días le leía unos poemas de Celan a  Teresa, esos poemas póstumos desde siempre: y cuando me dio a leer sus “eslabones”  hubo un eco que me conmovió: de ahí el epígrafe de esta nota que es un  susurro del discurso que apenas puede dar cuenta de los que nos comenzó a  conturbar desde el 16 de marzo de 2020. El epígrafe de este texto viene de  ello: después de leer sus “eslabones”, sentí una presencia de Celan –ya  presentida– en sus poemas y sus citas, en los ritos segundos de la parte III, y  sus sentidos y sus intertextos: “La voz de nadie, otra vez”. O la voz de su  padre, Alfonso Calderón, judío por padre y siciliano por madre. Pueblos  sufridos, pero incandescentes, como este, estos, los múltiples que ahora  encarnamos: el Mundo y su habitante y su (des)esperanza. De ahí el epígrafe,  de ahí la relectura –que le agradezco– del poeta rumano que se fugó en el éter  de París, sobre el Sena, después de haber (supuestamente) sobrevivido a tanta  muerte. 
         Entonces celebro este libro que nos eslabona a la  vida y la muerte, al amor y a la esperanza, que nos ha tenido “confinados” en  nuestro departamento, con miedo y con pena, y con amor sobre todo; nos  apañamos, nos abrazamos y miramos hacia un espacio extraño y diferente, que  no sabemos cuál es y será, pero como humanos y poetas y lo que sea que  seamos, hoy, nos confiamos en la escritura, en el lenguaje, en los poemas y la  música, y los amaneceres y atardeceres que nos quedan por sobrevivir. 
          
          
        
        diciembre de 2020.