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Teresa Calderón vuelve a sacar la voz
Eslabones (2020) Poesía. Puerto de Escape, Santiago, 2021, 76 páginas.
Por María Teresa Cárdenas
Publicado en El Mercurio. 21 de febrero de 2021
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"Siempre he sentido que publicar poesía es tener algo que decir; publicar para hacer número en la lista no es lo mío", afirma Teresa Calderón (La Serena, 1955), autora de los poemarios Causas perdidas, Género femenino, Imágenes rotas, Aplausos para la memoria, El poeta y otras maravillas, Obra poética y Elefante. El primero publicado en 1984 y el último en 2008. Doce años después, su voz poética vuelve a oírse en Eslabones (2020) (Puerto de Escape).
Aunque fueron años de silencio, aclara: "Sí escribí bastante, pero eran poemas sueltos, ejercicios necesarios. Y trabajé en proyectos de antologías de poesía chilena con Thomas Harris y con Lila Calderón". Además, cuenta, "me dediqué a darle forma al trabajo que mi padre me encargó antes de morir, cuando me entregó una carpeta amarilla llena de hojas escritas a máquina, recortes de diarios, papeles pequeños con anotaciones, nombres y fechas. En eso estuve muchos años y saldrá por Catalonia, que publicó las antologías anteriores y está en espera de esta cuarta y última".
Vinculada desde niña a los libros, Teresa es hija de Alfonso Calderón, Premio Nacional de Literatura 1998, y hermana de Lila, también poeta. Y es su pareja, el poeta Thomas Harris, quien prologa estos Eslabones de vida y de muerte en el que se suceden tres partes: Via Crucis, Epitafios y Ritos. La muerte desde distintos ángulos; la muerte que no vemos, pero "ronda que te ronda/ huele y se aproxima".
En estos meses de encierro, Teresa Calderón sintió que sí tenía algo que decir. "Efectivamente, Eslabones surgió en pandemia; sin embargo, cuando trabajaba en las Estaciones del Via Crucis me fui dando cuenta de que se conectaban con poemas publicados en libros anteriores. Era curioso, porque al comenzar la descripción de la estación, mi mente se iba atrapada como por un imán a algo que yo sabía que ya había escrito en otra parte. Y ahí empecé a indagar en mi propia escritura anterior.
—Aparte de la escritura, ¿cómo fue este año en pandemia?
—Durante 2020 trabajé muchísimo. Tenía diez talleres. Nunca imaginé que sería tan difícil y agotador el trabajo a través de plataformas digitales. También me tocó como siempre ser jurado de concursos de poesía y de novela, asistir a lecturas y evaluar proyectos para becas de creación. Lo nuevo
fue que con cuatro de los talleres publicamos antologías de cuentos escritos con la conciencia de estar viviendo un tiempo que marcaba un antes y un después. Curiosamente no escribieron de pandemia, crearon historias llenas de imaginación y mucho humor, además de narraciones autobiográficas. Pienso que tal vez estábamos conscientes de que la muerte
nos pisaba los talones y eso nos hizo estar más vivos que nunca.
La muerte es la gran inspiradora de este libro, pero también está el amor, que se manifiesta desde el prólogo de Harris. "Eros y Thanatos, la pulsión de la vida y la muerte siempre juntas —explica Teresa—. Con Thomas estuvimos solos día y noche desde el 16 de marzo hasta octubre, cuando él debió
volver a la Biblioteca Nacional. En esos meses nos volvimos a mirar de frente y nos reconocimos. En pandemia cumplimos 31 años de vida juntos y ahora me cuesta pensar que debe ir dos veces en la semana a trabajo presencial, porque lo echo de menos.
Sobre el Via Crucis de su libro, con las respectivas estaciones, señala: "Yo soy creyente. La Semana Santa me ha conmovido desde niña y cada año participaba del Vía Crucis. También pedía cargar la cruz en alguna de las Estaciones. Y mi corazón se conectaba profundamente. El Vía Crucis de Eslabones es el mío y el de toda creatura humana. La muerte para mí siempre ha sido eso que puede ocurrir en cualquier momento. Cuando olvido que ella existe, la realidad me la presenta con nombre de parientes o amigos".
—"Faltaba un alma a ese soplo/ que llamábamos lenguaje.// Esto es solo el comienzo". ¿Siente que recuperó su voz?
—Creo que sí, me recuperé a mí misma porque recuperé el lenguaje. Como si la vida me hubiera regalado una nueva vida a los 65 años. Y en este reencuentro con la palabra poética estoy trabajando un nuevo libro: "Bendito Eros". Saldrá este año. Estoy muy entusiasmada.
—Aquí vuelve al juego con el lenguaje, ¿fue una escritura gozosa, a pesar de la amenaza de la muerte?
—Siempre la escritura me resulta gozosa, porque independientemente de los temas o tópicos, es un trabajo con el lenguaje. Me apasiona combinar palabras, sacar, mover, cambiar. Se parece a armar un rompecabezas del que ni siquiera tienes el dibujo a buscar, solo trabajas a tientas con los fragmentos hasta que de pronto das con la figura completa.
—En un poema le dice a su padre que ya no tiene que protegerla
porque su tiempo "afortunadamente ya pasó". ¿Le sirvió este libro, o este tiempo, para reconciliarse con su muerte?
—Mi padre fue mi vida. No podía creer que estaba viendo su cuerpo en la cama, que miraba al infinito. Estuve en shock por mucho tiempo. Qué lindo eso de "reconciliarse con su muerte". Es bello como concepto y conmovedor como expresión poética. Después de tantos años, su muerte me sigue doliendo en todo el cuerpo. Pero lo tengo en mi altar doméstico y sé que está siempre cerca. Cuando él estaba en la vida, yo tomaba el teléfono o cruzaba a su departamento y le preguntaba lo que necesitaba saber o dónde investigar algo puntual. Y decía "en el comedor junto al ventanal, tercer estante vigésimo libro, página 42, línea seis, ahí está lo que buscas".
—Pero ya no sirven las lecturas que él le daría para "comprender todo esto". ¿Hubo libros o autores clave para la escritura de este texto?
—Muerte en Venecia de Thomas Mann, La Peste de Albert Camus, El ser para la muerte de Heidegger. Madame Bovary, La montaña mágica, Cumbres borrascosas, La mujer rota... puro drama humano. Pero la clave para mí viene de la infancia, cuando encontré el libro de Rubén Darío del cual mi madre nos leía bellos poemas. Lo abrí al azar y salió "Lo fatal" en Cantos de vida y esperanza: "Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,/ y más la piedra dura, porque esa ya no siente,/ pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,/ ni mayor pesadumbre que la vida consciente". Lo aprendí de memoria, con terror, entendiendo lo que puede entender una niña de siete años. Me daba cuenta de que eso no era como los cuentos, que eso era "verdad".
La segunda parte de Eslabones reúne curiosos epitafios de escritores, artistas, actores. "Los epitafios son todos reales —afirma—. Encontré cientos. Esta fue mi selección. Lo curioso es que los epitafios en general tienen bastante humor, al contrario del dolor y el miedo que rodea ese misterio tan enorme de dejar de ser".
En la tercera parte, Ritos, aborda la ceremonia de la muerte en distintas culturas y vuelve a encontrarse con las momias del Museo Arqueológico de La Serena, su ciudad natal, la "ciudad del castigo", de la que se siente expulsada. "La Serena es mi Matria, ella me dio el mar, las vocales, la poesía, una familia materna amorosa, me dio hermanas y libros. Cada año volvía de diciembre a marzo a estar entre mi dulce parentela y me sentía profundamente feliz. Pero La Serena también es ingrata y no le gusta que sus hijos vuelvan. Las puertas y ventanas se cierran como antes, a las ocho de la tarde, y todo está lleno de secretos a los que no puedes acceder porque ya te convertiste en extranjera. Hay excepciones, amigos poetas incondicionales". Ahora asume que las momias ya no responderán sus preguntas. "Quería saber cómo era el mundo que habían vivido, qué intentaban decir de la muerte en sus caras de espanto, saber cómo habían muerto. Para mí eran el misterio de la muerte exhibido y pensaba que algún día que nunca llegó, lograría que me dijeran que yo había estado allí también con ellas".
—En "Beijin striptease" el baile conjura el miedo a la muerte. ¿Cuál fue su propio conjuro?, ¿la escritura, el humor, el amor?
—Mi conjuro fue también el baile que practico desde niña, y que amo tanto como el significado que tiene para mí la escritura, el humor y el amor. El asunto es el movimiento aunque sea errático, porque con la práctica constante se logra tocar ese mundo que queda al otro lado de lo que nuestra mente es capaz de comprender. Y así nos apropiamos de lo esencial.