Nunca ha sido fácil capturar la atención de los niños, ni muchos menos poblar su imaginación. Si no fuera por esa inteligencia o capacidad de los adultos de seguir siendo niños aún después de la niñez, jamás conseguiríamos adentrarnos en sus fantasías, conocer sus inquietudes, percepciones, sentimientos, emociones… En ese sentido, vivimos en una doble dimensión. Y es bueno que así sea. Neruda en su libro de memorias afirma: “En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.” Gabriela Mistral hace la siguiente advertencia: “Muchas de las cosas que nosotros necesitamos pueden esperar, los niños no pueden, ahora es el momento, sus huesos están en formación, su sangre también lo está y sus sentidos se están desarrollando, a él nosotros no podemos contestarle mañana, su nombre es hoy.”
En El tesoro de la bruma, libro que celebramos hoy, se advierte desde sus primeras líneas una conexión natural con la magia del mundo infantil: “La tarde estaba demasiado tranquila a pesar del color rojizo que comenzaba a teñir el cielo, dándole un extraño aspecto. Parecía la cúpula de un palacio oriental decorado en oro y pedrerías…” Teresa calderón, la autora, consigue proyectar una historia posible al interior de esos mundos imaginarios, volviéndose niña otra vez, la niña que acaso tal vez fue, o sigue siendo todavía. Sin esa transfiguración de la escritora, sin ese volver a ser niña también, no habría podido articular El tesoro de la bruma, ni tampoco Llovían Cántaros Azules, con la misma plasticidad y verosimilitud lograda en este libro.
Es sabido que el escritor tiene que encarnar los personajes que perfila, convertirse en ellos, ser ellos mismos, meterse en su piel, mirar a través de sus ojos, si de verdad quiere insuflarles vida, como bien ocurre aquí. Las tres hermanas: Laura, Alicia y Cecilia, son personajes proyectados como seres colmados de vida. Las vemos, las sentimos, las oímos, las vivimos. Lo mismo ocurre con el pirata de botas azules, con el personaje que inflama la fantasía de las niñas mediante la alusión al mapa del tesoro escondido.
La búsqueda de un tesoro oculto, ha sido y sigue siendo un tema recurrente a través de los siglos. No hay quien no haya soñado con esa posibilidad. No hay quien no lo haya buscado tampoco, aunque haya sido en sentido figurado, metafórico. La idea colma de sentido a niños y adultos porque crea expectativas, y son las expectativas las que nos llevan a todos a soñar y nos mueven también a la acción, a adentrarnos en la aventura, como ocurre en El tesoro de la bruma, y también en el otro cuento que conforma el libro, aunque allí, en Llovían cántaros azules, se apele a otro motivo: la lluvia, el diluvio, al arca que salvará al mundo.
Teresa Calderón consigue recrear en este libro dos tópicos conocidos, pero que gracias a la magia del lenguaje y la imaginación de la escritora, seducen con la misma fuerza y misterio que si fueran prístinos. A eso llamamos literatura.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "El tesoro de la bruma", de Teresa Calderón.
Por Miguel de Loyola