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Teófilo Cid vuelve a sus andanzas aniquilando ratas inmundas: "Escritos sobre literatura"
Ediciones Tácitas, 578 páginas. Santiago Aránguiz Pinto ( Selección, prólogo y edición)


Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 23 de enero de 2023


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Cuesta creer que el escritor Teófilo Cid tuviera apenas 49 años cuando murió, en junio de 1964. Hoy diríamos que su muerte fue tristemente precoz, que truncó demasiado pronto una vida de creación y pensamiento. Pero eran otros tiempos, otros ritmos, y la brevedad de su existencia no fue obstáculo para que su obra y su leyenda, a la larga, se mostraran como piezas claves y trascendentes de gran parte de la vida cultural chilena del siglo veinte.

Aunque su nombre se asocia por lo general a su participación en el surgimiento del surrealismo chileno y a un sinfin de anécdotas relativas a su vida bohemia, Teófilo Cid fue por sobre todo una de las inteligencias literarias más afiladas de su tiempo. Llegó a publicar con extraordinaria frecuencia —a veces casi todos los días— sus articulos literarios en numerosos medios, principalmente en la revista Pro Arte y en el diario La Nación, dejando para la posteridad la labor de recoger esos textos esparcidos, como ocurriera en 1975 con el libro ¡Hasta Mapocho nomás!, volumen recopilado por Alfonso Calderón.

Hoy, por fin, se publica un conjunto mayor de textos en prosa de Teófilo Cid, titulado simplemente Escritos sobre literatura. El volumen acaba de llegar a las librerías bajo el sello de Ediciones Tácitas, gracias a una investigación de casi dos décadas de Santiago Aránguiz, quien realizó la recopilación, organizó los textos y elaboró un sustantivo y apasionado prólogo que introduce ese mundo de luces y sombras con pinceladas rápidas pero certeras y emotivas.

El libro, de más de quinientas páginas, es una muestra cabal de Teófilo Cid en acción, estructurado en cuatro ejes temáticos: meditaciones sobre leer y escribir, recuerdos de vanguardias y grupos literarios, ideas sobre autores extranjeros y, finalmente, un gran apartado sobre literatura chilena. Yendo y viniendo entre la crónica, el ensayo y la critica literaria, el legendario autor se explaya acerca de asuntos de lo más diversos: desde las peleas entre poetas y la relación de los escritores con el poder hasta reflexiones sobre un amplio abanico de literatos y obras, la historia del grupo Mandrágora o las grandes dificultades que puede suponer hacer algo tan sencillo como escribir una carta.

A veces con humor y socarronería, a veces con severidad implacable, Teófilo Cid no tenía pelos en la lengua a la hora de juzgar con toda honestidad a sus pares, a condición de respetar siempre el "fair play" en el debate intelectual. La pelea chica lo tiene sin cuidado. Más le preocupa que incluso críticos famosos no sepan leer, es decir, cómo enfrentar un libro, seguir su ritmo, sentir sus frases. Asimismo, reflexiona sobre la lectura y su función didáctica, escandalizándose por ejemplo al comparar los libros que leen los niños de los años 50 y los que leía él cuando tenia su edad en la década de los 20. Recordando que él creció leyendo a Alexandre Dumas o a Espronceda, de adulto se lamenta de que las lecturas infantiles estén dominadas por El llanero solitario, El súper ratón y otros títulos "vejatorios de la verdadera salud mental de los niños". "¡El súper ratón!", protesta. «¡Nada menos que la apología del animal más dañino, más inmundo y más intolerable de la naturaleza! ¿No cree usted que esto es sencillamente un crimen de lesa niñez?".

Cocodrilos hipócritas

En sus textos de opinión, Teófilo Cid no se guardaba sus dardos justicieros, sus protestas contra lo que consideraba inconveniente o incluso antiético. El chaqueteo, por ejemplo, le parece una bajeza. "Aquí, todo es agresión a mano armada; todo se reduce a rebajar, pisotear, enlodazar", se lamenta. Cita el caso de Gabriela Mistral, quien sufrió "ese escarnio, aunque la hipocresía nacional le rindiera sus más copiosos lágrimas de cocodrilo a la hora undécima". Lágrimas de cocodrilo que riegan el país: "Porque eso sí que sabemos los chilenos, llorar a los muertos, con tal que estos se queden bien quietos en la tumba y no molesten más a los 'vivos'.









Por qué escribo

Por Teófilo Cid
Publicado en La Nación, miércoles 27 de octubre de 1954








Siempre me he quedado pensando por qué escribo. Para escribir no existe ninguna necesidad de ir a la Universidad, ni de frecuentar los conservatorios. La profesión de escritor es la profesión más libre que hay en el mundo. Jamás podría alguien siquiera imaginar que un poeta vaya a una academia a aprender a escribir sonetos, pongo por caso. Yo, al menos, aprendí a escribir sonetos cuando tenía doce años y me costó muchos dolores de cabeza el darme cuenta de que un soneto perfecto debe estar compuesto en versos iguales. Mi padre, que no quería saber nada de sonetos, expresaba su espantosa discrepancia y me decía: muchacho, te va a ir mal.

En el mundo latino, los escritores no tenemos nada que hacer. Nos pagan mal, nos acusan de comunistas y nos molestan. Yo estoy acostumbrado a eso. Como no represento a nadie y como, además, pertenezco a un mundo espiritual sin estructura, a esta desgraciada clase media chilena que todos ustedes conocen, cada vez que firmo un artículo hay por lo menos cien que protestan. Por otra parte, me encanta saber que existe gente que protesta cuando yo respiro.

Hace muchos años, no tenía doce años aún, me ocurrió la idea de meterme al escritorio de mi padre. Como este caballero, ferroviario antiguo, para que lo sepáis de una vez por todas, era propietario de una máquina de escribir, yo me di cuenta de que había que aprovecharla. Me puse a escribir como un loco. Como un loco lo sigo haciendo todavía. Creo que, para hablar con honradez, ningún escritor verdadero podría declarar otra cosa. Nunca he podido, por eso mismo, saber para quien escribo. Se escribe, en último término, para un adolescente de provincia, magnánimo y generoso que todavía cree en los escritores. Para un adolescente como yo era hace veinte años, cuando todavía creía en los poemas cubistas de Juan Marín, cuando me encantaba con los relatos de Salvador Reyes; cuando, en fin, era inocente. En esa época, entre malón y malón penquista, me metía a la biblioteca de la Universidad de Concepción, bajo la sombra poderosa de don Enrique, a quien a pesar de todo sigo considerando el más grande de los chilenos, y allí, golpeado por el hálito estremecido de Ortega y Gasset, de Unamuno y Pérez de Ayala, me divertía pergeñando versos. Ahora, cuando escribo versos, no me divierto nada. Incluso me da un poco de vergüenza.

¿Por qué escribo? ¿Para quién escribo? Mi conciencia profesional, si es que la tengo, no es otra cosa que copia de ese acto inicial de hace veintisiete años. Tengo la impresión de que mi conciencia no está arrendada a nadie. No soy comunista, no soy partidario de nadie. Gózome, en cambio, refugiado en mi propia vida. Desde allí, como un francotirador, disparo a voluntad sobre el mundo. Llorando, porque esa es la única actitud digna del ser humano, religioso, partidario sin partido, simpatizante sin objeto loable de simpatía, así soy yo. No hago otra cosa que llorar.

 

 

 

 

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Teófilo Cid vuelve a sus andanzas aniquilando ratas inmundas: "Escritos sobre literatura"
Ediciones Tácitas, 578 páginas.
Santiago Aránguiz Pinto (Selección, prólogo y edición)
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 23 de enero de 2023