Proyecto Patrimonio - 2022 | index |
Teófilo Cid | Martín Cerda | Autores |













PRESENCIA DE TEÓFILO CID

Por Martín Cerda
Publicado en Ercilla. N° 2030, 1974


.. .. .. .. ..

Hace diez años, un 13 de junio húmedo e incierto, murió Teófilo Cid, dejando por toda herencia un puñado de libros y la sombra de un largo martirio. Seis años después, en una fina semblanza suya, Jorge Teillier advertía cómo el espectro del amigo que, en su soledad baudelaireana, había renunciado a la tiranía de la face humaine, iba transformándose en una leyenda.

"Recuerdo —anotaba Teillier— haber leído un libro llamado Soy leyenda, Teófilo Cid podría haber firmado una autobiografía con ese título, ya en vida era una leyenda y ahora ha pasado a serlo de verdad. Su nombre circula como una contraseña entre muchos jóvenes, cada vez más deseosos de acceder al conocimiento de su obra. por ahora casi inhallable".

Esta leyenda está, en efecto, ahí: en el poema Aparición de Teófilo Cid, salido de la misma mano limpia de Jorge Teillier. Lo está en la Cantata a Teófilo Cid, de Eduardo Maturana. Lo está en Zoom de Hernán Valdés, pero con el mismo, por así decirlo, vampirismo que en Frecuencia Modulada y En el fondo, de Enrique Lafourcade. Lo está, asimismo, en el recuerdo de todos aquellos que fuimos sus amigos, como en la mitomanía de aquellos que jamás lo fueron.

En 1969, con ocasión del quinto aniversario de su muerte, se efectuó un acto en la Casa del Escritor, austeramente convocado por Armando Menedín, escritor, titiritero y editor, bajo el llamado abierto de Hablemos de Teófilo Cid. En esa oportunidad hablamos, frente a un clavel rojo, además de Menedín, Eduardo Molina, Altenor Guerrero y el autor de este recuerdo. No pudieron hacerlo, por fuerza mayor, Braulio Arenas y Guillermo Atías.

La nombradía literaria es siempre equívoca.

Es la sociedad la que, en último trámite, la presta o la niega porfiadamente al escritor. Pero ¿qué podía ofrecerle la enmascarada sociedad chilena al autor de Bouldroud? (pdf) ¿Qué podía, en verdad, ofrecerle sino el reflejo del desdén que éste sentía por ella? Teófilo fue, sin duda, un gran desdeñoso. Lo recordaba el malogrado Juan Tejeda cuando, dejando su vena humorística en el tintero, apuntaba en la muerte de Teófilo:

"¿Quién era Teófilo Cid? Un gran señor de la literatura que pasó sobre la tierra con andar soberbio y desdeñoso. Vivía en un mundo más alto y dejó de ocuparse de las cosas y los seres circundantes. (...) Caminaba con los zapatos rotos y la cabeza echada atrás, elegante en medio de su miseria, inteligente y fino dentro de su cuerpo y del abrigo raído".

¿Quién fue, en verdad. Teófilo Cid?

Todos hemos confundido, en una u otra oportunidad, su presencia pública, su manera de ir por las calles sin prisa ni destino, la mirada siempre más allá de los pasantes, con aquel otro ser que encandilaba, sorprendía o irritaba en cada escrito. Aquel gesto displicente establecía una distancia. La distancia del outsider. Lo condenaba, posiblemente, al exilio interior, pero, al mismo tiempo, condenaba a la sociedad que lo humillaba. Era un gesto profundo que traducía una inquietud más arcana.

"¿Qué clase de vida he deseado? ¿Por qué la perdí y la estoy perdiendo? ¿Quién soy yo?".

Estas palabras del amigo moribundo, este mensaje postrero de una secreta inquietud, nos recuerdan, diez años después de su desaparición carnal, que la suprema elegancia vital de un escritor está en sus obras. Esas obras que esperan todavía la mano jeromiana que las reúna y la cabeza de un editor alerta que las imprima.

Teófilo Cid fue nuestro Jarry.

 

 

 

 

 

Aparición de Teófilo Cid.
— Jorge Teillier—

 Antes del lóbrego fluir
de los taxis por la ciudad nocturna,
antes de los gatos y perros vagabundos
rodeando los tarros de basura
que crecen para el alba de los desventurados
antes que los brocales de la Frontera
fueran cerrados
por el trabajo de las abejas de la muerte
en los turbios espejos de las pensiones,
el río recién nacía al reflejo de su rostro
unido al rostro de su amada,
y a su paso florecían las lomas de la infancia,
el sol brillaba como el yelmo del Conquistador
y el bosque le entregaba el tótem de los aucas
que nadie supo describir
bajo sus tristes párpados entornados.

Antes de esos bares donde comen los pobres
estrujando sus últimos billetes
como un invierno mendicante las hojas de los álamos,
antes del tiempo estepario de los bares y el Café
antes del despertar friolento en las plazas sin fotógrafos,
antes del cáliz del cloroformo del hospital,
y de la implacable costra de cemento
que se preparaba a sellar sus días,
resonaba siempre en sus oídos
como el mar en los caracoles
el rumor de la casa natal
y el sueño le traía
el regazo de los verdes paraísos.

Ahora
que el náufrago de la noche,
el viejo gladiador vencido
desdeñado por la luz de la ciudad
“servidora sólo de los ricos”
sea hallado por la lluvia del Ñielol
que piadosa lave sus huesos
y nos devuelva su rostro original.

Ahora que su recuerdo sea la llama azul que remienda los puentes
preparando el paso de la primavera
que viene a oprimir locamente los timbres
y su palabra
esa flor que nos aguarda entre los escombros
del tiempo que nos vence
y que él ya ha vencido.

 

 

 



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2022
A Página Principal
| A Archivo Teófilo Cid | A Archivo Martín Cerda | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
PRESENCIA DE TEÓFILO CID
Por Martín Cerda
Publicado en Ercilla. N° 2030, 1974