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El árbol de la
memoria, de Jorge Teillier
Por Enrique
Lihn
En la revista Alerce,
Santiago, año 1, número 3, 1961 (1)
Celebramos la aparición de un libro de verdadera y real poesía, que
emerge aislado, no por "difícil ni por excéntrico", de la inundación
anual de ediciones de versos, sobrenadándola, El árbol de la
memoria, de Jorge Teillier, el autor de Para ángeles y
gorriones (1956) y de El cielo cae con las hojas (Edición
Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile). El árbol de la
memoria obtuvo con
el títuo de "Los conjuros" el Primer Premio de Poesía en el Concurso
Gabriela Mistral del año pasado.
La "carrera literaria" de
Teillier, rápida, sin espectacularidades, a la vez que atentada,
paciente, persistente y jalonada de éxitos cada vez mayores, supone
una discipina de escritor y don de sobreponerse a toda disciplina que
sólo la misma puede conceder, en virtud del trance expresivo, en suma,
una combinación del talento natural y esfuerzo de la que por cierto se
hablaría en chino a la proliferación de nuestros poetas
incomprendidos, que se acogen a la genialidad como al último refugio
de la tontería.
Pero del éxito de la poesía
de Teillier, aunque oficial, no son ya un índice, los prólogos, los
espaldarazos, los premios literarios, las críticas elogiosas y las
entrevsitas capciosas y amablemente malignas con que los escritores
periodistizados creen, en el mejor de los casos, halagar la vanidad de
los autores jóvenes y contribuir a su nombradía. Este poeta ha llegado
al punto de madurez en que su desarrollo debe pasar, hasta cierto
punto, inadvertido bajo una trama de excelencias formales, continuar,
al favor de la oscuridad, en una zona de la experiencia y de la
expresión sobre las cuales sólo a él le cabe recapacitar. Se ha
adelantado en el terreno de esas carreras literarias marginándose en
los parajes aislados, donde el poeta, como diría Reverdy, descubre que
toda expresión para ser expresada debe ser transformada, allí donde la
poesía es un acto de comunión con la existencia, tan urgente y
costoso, que la palabra llega al límite de su poder de concentración
expresiva transformándose en "un poco de aire". "Y me despido de estos
poemas: -palabras, palabras- un poco de aire movido por los labios
-palabras- para ocultar quizá lo único verdadero: que respiramos y
dejamos de respirar".
En este poco
de aire la poesía vuelve a identificarse por encima de su
circunstancia y hasta cierto punto engañosa transposición al lenguaje,
con el ritmo mismo de la existencia en lo que esta tiene de genérico,
a la vez que de extremadamente singular y recóndito. Semejante
reducción de la palabra, consustancialidad más bien de la palabra y la
vida (la palabra es la vida lo que el aire a la respiración) se
constata aquí desde el punto de vista de un completo agnosticismo,
para el cual lo único verdadero no es más que la existencia disminuida
y generalizada. En el contexto de este poema -"Despedida"-, un
ritornello de expresiones de desasimiento, la estrofa final que
citamos toma un marcado tinte de complacencia con la idea de la
muerte, fundada antes en la resignación de un escepticismo radical que
en un estado de angustia que debería -a juicio nuestro- patentizarse
en esta composición, si ella aspirara a recorrer realmente esa zona en
que la muerte es todavía una experiencia. La duda acerca de la
autenticidad, el más escurridizo y básico de los valores literarios
que también amenaza a la poesía de Teillier, puede gravitar
especialmente sobre este poema -"Despedida"- si no se atiende bien a
su intencionalidad, al lugar que ocupa en relación a los textos que lo
acompañan y prefiguran y de los cuales es, a su turno, una suerte de
inventario. Y algo más, por cierto.
Tenemos la presunción de
adivinar que el poeta atraviesa, lo reconozca o no, por una etapa de
crisis expresiva provocada por las cualidades mismas que caracterizan
tanto sus textos como los de otros escritores dotados de su
generación. Justo en el momento en que ha llegado y por esta razón
misma, a develar en una forma ajustadísima, de fácil y grata
aprehensión una cierta zona de su experiencia, sin implicaciones
intelectuales ni aditamentos retóricos. Unos pasos más en este terreno
y caeria acaso en el virtuosismo, en el abuso de su propio lenguaje,
en el amarenamiento, peligro que no han sabido evitar, grosso modo,
los grandes de nuestra poesía.
Contra estos excesos un
cierto grupo de nuevos escritores chilenos está prevenido por la
naturaleza misma de su vocación literaria, de su objetivo estilístico.
La innovación rilkeana a la experiencia, a la recapitulación de la
experiencia, a los recursos que es preciso acumular y olvidar y
convertir en nosotros mismos, previa la elevación de "la primera
palabra de un verso", ha sido recogida, de otra manera, pero en
sentido semejante -guardando las distancias- por este grupo de poetas
realistas, si no se entiende por realismo un modo pedestre y
programático de imitación de lo real y de exaltación de determinados
valores vitales. Quisieramos recordar aquí un regocijante y conmovedor
aforismo kafkiano, según el cual no see stá seguro de otro terreno
firme que el que se alcanza a cubrir con la planta de los pies. Y la
"fórmula" menos lejana y más elocuente de esta actitud literaria nos
la ofreció, en casa, un poeta que la sigue impugnando cuántas veces lo
cree necesario: "Hablo de cosas que existen, Dios me libre de inventar
cosas cuando estoy cantando" (2)
Esta apetencia y este imperativo de veracidad, señaló a Teillier,
inclinado por temperamento y por circunstancias a la inquietud de la
memoria y a la placidez de la nostalgia, la tarea de reconstruir y
transfigurar las escenas y las emociones de su niñez y de su
adolescencia, tarea que termina acaso de cumplir con la aplicación de
un escolar modelo, y la "infalibilidad" del poeta. La distancia a que
se sitúa de su objeto, al aumentar con los años, ¿no terminará por
debilitar la capacidad de actualizarlo?
En "Despedida", el tema
mismo es ya el cansancio del evocador respecto de lo evocado: "y me
despido de la nostalgia -la sal y el agua de mis días sin objeto-". Y
esas palabaras que se traducen en un poco de aire para ocultar quizá
lo único verdadero, podrían ocultar también el imperativo de escapar a
un mundo que se ha tornado irreal a fuerza de lejanía. El narrador
empieza a moverse entre fantasmas, demasiado ajeno a la inquietud que
despierta el presente, y el relato podría evanescérsele en la
uniformidad de su trama: indistinción, mera yuxtaposición de imágenes,
como en un sueño confuso. No todo tiempo es necesariamente presente. Y
aceptamos con dificultad una poesía, que ha despecho de su emotividad,
se abstenga de entrar en el juego dramático a que nos arrastra una
verdadera actualización de lo vivido.
Teillier evita la
explicación de sus sentimientos y en este plano -si se nos permite una
incongruencia que creemos aparente- borrada la presencia del sujeto
que reaparece allí como un objeto más de observación desapasionada, su
poesía recupera la altitud vital amenazada por la sombra del árbol de
la memoria. "Atardecer en automóvil", "Un año, otro año"
y los pequeños poemas incluidos en la Sección II del libro, son
ejemplos notables de poesía objetiva.
El autor emplea la palabra relatos. El
novelista que se encarna en sus personajes, desapareciendo detrás de
ellos, perdido en el anonimato de su multiplicidad, no difiere
esencialmente del poeta que posee el don de trasfundirse en los
objetos sometidos a su visión. Poesía sin sujeto -es el título de un
ensayo inédito de Eduardo Anguita sobre Paul Eluard-. Es una manera
expresiva de decirlo, aunque, naturalmente, no existe una poesía sin
sujeto como no sea en el talento para crearla, propio de un sujeto
determinado. Teillier tiene ese talento y ha sabido cultivarlo con
originalidad, esa originalidad que no es en absoluto el atributo
exclusivo del arte individualista. La objetividad tiende naturalmente
a colectivizar el arte, imprimiéndoles el sello de una cultura tanto
más original cuanto menos confusa en sus lineamientos
generales.
(1) : Publicación de la Sociedad de Escritores de Chile, dirigida
entonces por Enrique Lihn y Jorge Teillier. (Germán
Marín)
(2) :
Véase
Pablo Neruda en "Estatuto del vino", Segunda residencia en la
tierra. (G.M.)
en El
circo en llamas: Una crítica de la vida Enrique Lihn Edición de Germán Marín Santiago, LOM, 1997. 694 págs.
DESPEDIDA
... el caso no
ofrece ningún adorno para la diadema de las
Musas. Ezra Pound
Me
despido de mi mano que pudo mostrar el paso del rayo o
la quietud de las piedras bajo las nieves de
antaño.
Para que
vuelvan a ser bosques y arenas me despido del papel
blanco y de la tinta azul de donde surgían los ríos
perezosos, cerdos en las calles, molinos
vacíos.
Me
despido de los amigos en quienes más he confiado: los
conejos y las polillas, las nubes harapientas del
verano, mi sombra que solía hablarme en voz
baja.
Me
despido de las Virtudes y de las Gracias del planeta: Los
fracasados, las cajas de música, los murciélagos que al
atardecer se deshojan de los bosques de casas de
madera.
Me
despido de los amigos silenciosos a los que sólo les
importa saber dónde se puede beber algo de vino, y
para los cuales todos los días no son sino un
pretexto para entonar canciones pasadas de
moda.
Me
despido de una muchacha que sin preguntarme si la amaba o
no la amaba caminó conmigo y se acostó
conmigo cualquiera tarde de esas que se llenan de
humaredas de hojas quemándose en las acequias.
Me
despido de una muchacha cuyo rostro suelo ver en sueños
iluminado por la triste mirada de trenes que parten
bajo la lluvia.
Me
despido de la memoria y me despido de la nostalgia -la
sal y el agua- de mis días sin objeto
y me
despido de estos poemas: palabras, palabras -un poco de
aire movido por los labios- palabras para ocultar
quizas lo único verdadero: que respiramos y dejamos de
respirar.
en El Arbol de
la Memoria
Imprenta Arancibia
Hnos.
Santiago de Chile, 1961
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