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LOS POETAS DE LOS
LARES Nueva visión de la
Realidad en la Poesía Chilena
Jorge
Teillier Boletin
de la Universidad de Chile Nº 56 - mayo de 1965
Reconocemos, para empezar,
que este trabajo será tal vez arbitrario para la mayoría de los
escasísimos conocedores e interesados en el desarrollo de la poesía
nacional. Pero nuestro objetivo no es el de hacer un inventario de
poetas (inventarios a los cuales son tan adictos nuestros críticos y
estudiosos armados cada uno con sus respectivos ficheros) sino de
elegir entre muchos valiosos y distintos poetas a aquellos que sin
ponerse de acuerdo entre si han dado una linea característica a la
poesía chilena nueva de los últimos quince años, la que podriamos
calificar como de “poesia de los lares”. Por esto, de antemano
señalamos la omisión de varios nombres de indudable interés en
cualquier ensayo sobre poesía nueva, pero situados en otros puntos del
quehacer poético, y por lo tanto, alejados del sentido de este
trabajo.(1)
El regreso de Anteo
Tras estas previas
aclaraciones, hablamos de poetas jóvenes aún, pero que contaron con la
madurez necesaria para afrontar la obra de nuestros poetas mayores
-tan aplastante e incluso distorsionadora, especialmente la de Neruda
entre las década del 30 a1 50- y que incluso la han asimilado e
incorporado a su obra. Poetas que han tenido una visión personal del
mundo natural y cultural, que tomaron conciencia de las preguntas de
la época, de la perplejidad en que nos situarnos frente al mundo, y
han dado sus propias respuestas, sin recurrir a otras artes que las de
la palabra, sin transformar la poesia en seudo politica, religión o
filosofía. Y entre estos poetas destacamos principalmente a Efraín
Barquero, Pablo Guiñez, Alberto Rubio, Rolando Cárdenas, Alfonso
Calderón.
Un primer hecho que estableceremos es el de que los
“poetas de los lares” vuelven a integrarse al paisaje, a hacer la
descripción del ambiente que los rodea. Se empiezan a recuperar los
sentidos, que se iban perdiendo en estos últimos años, ahogados por la
hojarasca de una poesía no nacida espontáneamente, por el contacto del
hombre con el mundo, sino resultante de una experiencia meramente
literaria, confeccionada sobre la medida de otra poesía. Esto es
importante en un país como el nuestro en donde el peso de la tierra es
tan decisivo como lo fuera (y tal vez sigue siéndolo) “el peso de la
noche”, en donde el hombre antes de lanzarse a los reinos de las ideas
debe primero dar cuenta del mundo que lo rodea, a trueque de
convertirse en un desarraigado. Mundo singular el nuestro, que hizo
decir hace muchos años a Miguel Serrano que el chileno en el fondo de
si mismo suele negarse a creer que pueda existir algo más allá del
límite de la cordillera y del océano. Los poetas nuevos han regresado a la
tierra, sacan su fuerza de ella. Y este movimiento lírico ha tocado
curiosamente a los poetas de generaciones pasadas, como Teófilo Cid
(2) y Braulio Arenas (3) que fueran iniciadores del movimiento
surrealista en Chile, creadores de paisajes mentales, que sin embargo
tomaron a la larga conciencia de la tierra y la reflejan en sus
últimas obras; así Teófilo Cid escribe su ambicioso (y formalmente
frustrado) “Camino del Ñielol”, en donde declara que quiere ver “el
brocal en donde brillan las raíces”, y Braulio Arenas recorre el país
y lo inventaría desde su valle natal del Elqui hasta las regiones
magallánicas (4). Asimismo, podríamos alargar la lista con Luis
Oyarzún y su “Alrededor”, Gonzalo Rojas en muchos poemas de “Contra la
muerte”, Mario Ferrero en su “Tatuaje marino”, Nicanor Parra que
recrea una escondida veta folklórica en “La Cueca Larga”.
Particularmente notable es el caso de Carlos de Rokha, el cual luego
de probar con deslurnbrante destreza y pirotecnia verbal las
innovaciones de la poesía de vanguardia, llega hacia el fin de sus
días a realizar una poesía de profundo contenido terrestre y carga
nostálgica.
¿Por qué esta vuelta? No basta para explicarla, creemos, el
origen provinciano de la mayoría de los poetas, que atacados de la
nostalgia, el mal poético por excelencia, vuelven a la infancia y a la
provincia, sino algo más, un rechazo a veces inconsciente a las
ciudades, estas megápolis que desalojan el mundo natural y van
aislando al hombre del seno de su verdadero mundo. En la ciudad el yo
está pulverizado y perdido como dice Gottfried Benn, que sueña
-intelectual fatigado- a volver a ser “el antepasado de sus
antepasados, una masa de musgo en un tibio pantano”. Sin embargo, no
se crea que los poetas que trataremos vuelven a escribir una poesia
descriptiva y detallista y a realizar una mera enumeración naturalista
que conduciría a una especie de criollismo poético, etapa quizás
necesaria, pero superada tanto en nuestra poesía como en nuestra
narrativa. Si el poeta toma formas populares (cueca o tonada), a su
vez las enriquece, como suele hacerlo Alberto Rubio. Pero más, ya en
1956 señalamos (al publicar “Para ángeles y gorriones”) que es
necesario acudir a un “realismo secreto”, pues es sabido que el mundo
exterior contiene pocas enseñanzas, a no ser que se le mire como un
depósito de significados y símbolos ocultos. Es preciso interpretar y
entrar profundamente en el significado de las costumbres y ritos
nuestros, que se han ido transmitiendo de generación en generación, y
en este sentido, es notable en muchos pasajes la obra de Barquero
“Enjambre” (1957), y luego su “El Regreso” (1962), en donde en un solo
aliento se detalla la muerte y entierro del padre, como cosecha y
reparto de un fruto, como cena de los hijos. Asimismo, operan en este
sentido (ligados a la vez a los ancestros de la Patagonia) muchos
poemas de Rolando Cárdenas en “El invierno de la provincia”. El poeta
no se siente solo, sinó siempre rodeado de un mundo físico al cual
pertenece y que le pertenece, y de antepasados que lo acompañan en su
tránsito terrestre, así como se sabe que uno acompañará en venideros
tránsitos a sus descendientes. Poesía genealógica, en el buen sentido
de la palabra. Y los antepasados y los parientes aparecen en esta
poesía naturalmente no en su condición de mero parentesco, sino
elevados a la categoría de figuras míticas, transfigurados en ángeles
guardianes.
Cultura y
tradición
Al revés de lo que
comúnmente se cree, pensamos que la poesía -al igual que la
revolución- aspira al orden. Enfrentado al caos el poeta rehace el
mundo, entrega luego un nuevo mundo cerrado al cual invita a habitar:
el poema. Y tiene conciencia de que su poesía no es sólo un fruto
espontáneo, sino cultivado con un conocimiento de su oficio y del
orden cultural que le rodea. No en balde enunciaba Louis Aragon: “El
principal enemigo del canto es la ignorancia”.
A la
improvisación, celebrada en demasía entre nosotros, a la indiferencia
incluso por la poesía de otras latitudes, al localismo cultural,
sucede entre la mayoría de los poetas una actitud de responsabilidad y
estudio de su Mester. Podremos ilustrar nuestro aserto con una
reciente declaración de Galvarino Plaza frente a su colección de
poemas: “Traducción libre sobre el origen y la lluvia” : “Cada día
creo menos en la poesía fruto de la pura sensibilidad ciega, que se
genera como los hongos o las lentejas. Es importante, en este orden,
la conciencia de los valores que nos son propios: acervo cultural
superpuesto a caracteres étnicos..."
Así sucede entonces que en
la nueva poesía se halle correspondencia (más que influencia, sin
temer en absoluto a este término) con voces desacostumbradas en el
desarrollo, de la poesía nacional, pues los poetas buscan desarrollar
su propia voz a través de afinidades con creadores; así en estos
últimos años es notorio el aporte no ya de las influencias de nuestros
poetas como son Vicente Huidobro, Neruda o Pablo de Rokha, sino de las
de Prévert, Rilke, Dylan Thomas, Mary Webb (cuya relación con la obra
de Efraín Barquero aún no ha sido señalada) entre los de otras
lenguas, y la de César Vallejo y López Velarde, entre los de nuestra
lengua, además de la revalorización de poetas tan valiosos como
Rosamel del Valle y Omar Cáceres, entre otros.
El poeta, hermano de las cosas: hacia
una poesía de la comunicación
Nueva
particularidad de esta nueva poesía es la de que los poetas ya no se
sitúan como centro del universo, con el yo desorbitado y romántico al
estilo de Huidobro (“hablo con una voz venida del principio de los
siglos”), Neruda o Pablo de Rokha, sino que son observadores,
cronistas, transeúntes, simples hermanos de los seres y de las cosas.
Los habitantes más lúcidos, tal vez, pero en todo caso, habitantes más
de la tierra. Y quizás consecuencia de esta actitud es la de que el
lenguaje poético no se diferencia fundamentalmente ya del de la vida
cotidiana: no se buscan palabras brillantes y efectistas, se emplean
frases y giros corrientes, sin desdeñar por esto las experiencias de
renovación verbal en las cuales suele ser un maestro Alberto Rubio. No
se desdeña el lugar común, pero el lugar común ya ennoblecido por el
uso, como los guijarros transformados por los ríos en claros homenajes
al paso del tiempo. La palabra salvada del prosaísmo es irremplazable
y no funciona, por supuesto, sólo en un sentido descriptivo. No se
hacen imágenes por la imagen, sino que surgen del contexto del poema,
que en cuanto a su estructura vuelve a moldes más tradicionales que
los predominantes hasta los últmos años: los poemas están construidos
desde un centro emotivo o verbal. Incluso Alberto Rubio esconde
brillantes innovaciones tras la máscara de la rima y del ritmo.
También a la estrofa regular se ciñen regularmente Pablo Guiñez y
Alfonso Calderón. Barquero usa preferentemente el verso libre de gran
aliento, incluso el versículo a la manera rilkeana de "Canción de vida
y muerte del corneta Cristóbal Rilke", en su poema fúnebre a su padre,
"El regreso". Quie sabe si esta forma y este lenguaje puedan cumplir
en alguna medida el milagro de acercar al poeta a los lectores, no
digamos al gran público, aislado obviamente de la poesía no sólo por
ciertas condiciones intrínsecas de ella, sino también por la presión
de la publicidad que lo desvía hacia otras expresiones, y de las casas
editoriales que la han abandonado en el desván de los malos negocios,
en forma superficial, pues de paso recordaremos que ninguna novela
chilena se ha acercado ni remotisimamente en tiraje a los "20 Poemas
de Amor”, para no dar sino un ejemplo.
Pues la poesia que
tratamos es, sin desdeñar los aportes de la poesía de vanguardia
-incluido el surrealismo- predominantemente una poesía de
comunicación, en contraste con la poesía que durante varios años
imperó en nuestro país, en la cual al amparo de grandes palabras que
pretendían confundirse con el tono mayor, el acarreo de irrisorios
monstruos verbales de cartón piedra, o discursos de cementerio dichos
en la oscuridad, se ocultaba una descarada vacuidad que confundía al
público. Si la poesía, por naturaleza, constituye una “sociedad
secreta” (al decir de Miguel Arteche), no es menos cierto que su
misión es la de -sin ceder en lenguaje y visión- incorporar a ella
todo hombre que se le acerque.
Nostalgia de la Edad de
Oro
Frente al caos de
la existencia social y ciudadana los poetas de los lares (sin ponerse
de acuerdo entre ellos) pretenden afirmarse en un mundo bien hecho,
sobre todo en el del mundo del orden inmemorial de las aldeas y de los
campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de
siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la
gestación de los dioses (recordemos a Dyonisos) y de los poemas. Por
omisión, se repudia entonces el mundo mecanizado y standardizado del
presente, en donde el hombre medio sólo aspira a las pequeñas metas
del confort como el auto, la televisión en donde el habitante de
nuestros paises pierde su individualidad gracias al lavado mental de
la propaganda y deslumbramiento impuestos por el ejemplo y la
propaganda de formas foráneas de vida (esas formas que causan millones
de neurosis en nuestro “Gran Vecino del Norte” ); en donde el
burócrata “técnico en planeamiento” o locutor de radio, o político de
maquinaciones en oscuros pasillos, ha desplazado de la conducción de
los pueblos al héroe; en donde la ciencia al servicio de intereses
económicos amenaza con llevarnos a una destrucción atómica final.
“Progresamos. ¿Por qué no retroceder?”, como decía Rimbaud ya en 1873.
0 como indicaba proféticamente Rilke (5): “Para nuestros abuelos, una
torre familiar, una morada, una fuente hasta su propia vestimenta, su
manto, eran aún infinitamente, infinitamente más familiares; cada cosa
era un arca en la cual hallaban lo humano y agregaban su ahorro de
humano. He aqui que hacia nosotros se precipitan, llegadas de América;
cosas vacias, indiferentes, apariencias de cosas, trampas de
vida . . . Una morada en la acepción americana, una manzana
americana, o una viña americana nada de común tienen con la morada, el
fruto, el racimo en los cuales habían penetrado la esperanza y
meditación de nuestros abuelos.. . Las cosas dotadas de vida, las
cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra confianza, están en su
declinación y ya no pueden ser reemplazadas. Somos tal vez los
últimos que conocieron tales cosas. Sobre nosotros descansa la
responsabilidad de conservar no solamente su recuerdo (lo que sería
poco y de no fiar), sino su valor humano y lárico”. El poeta,
entonces, como el artesano, debería conservar las cosas reales, en
vías de extinción, frente a esta invasión de las irreales que nos son
impuestas en serie.
De ahí entonces que Efraín Barquero escriba
un libro llamado “Los Oficios” en donde inventaría y canta los
trabajos artesanales (así opera asimismo Rolando Cárdenas en
“Personajes de mi ciudad”). Poesía social de contenido profundo y no
de fácil consigna, en la que el poeta mismo toma el lugar del
trabajador, al que canta con amor y conocimiento.
De ahí
también la nostalgia de los “poetas de los lares”, su búsqueda del
reencuentro con una edad de oro, que no se debe confundir sólo con la
de la infancia, sino con la del paraíso perdido que alguna vez estuvo
sobre la tierra (y en este sentido, la nueva poesía chilena actúa
sobre el campo de un Dylan Thomas, de Sergei Esenin, Gerard de Nerval,
Milosz y otros). Los poetas ya no se deleitan con la velocidad y el
amor al futuro, incluso no les preocupa demasiado la posibilidad de
los viajes espaciales, ni el progreso de la ciencia que, lo hemos
visto, puede llevar finalmente al exterminio. En este sentido, es bien
definida cierta parte de la poesia de Alfonso Calderón, que busca
ensoñaciones y fantasmagorías del “pais sin nombre” de la infancia,
como refugio contra el presente.
Así, los poetas actuales
persiguen una Edad de Oro de la cual se tiene un recuerdo colectivo
inconsciente, buscan los verdaderos alimentos terrestres, restablecer
“la antigua conexión con el dínamo de las estrellas”.
El Poeta, habitante del
mundo
Sin embargo, esta
apertura hacia otro plano de la realidad, no indica una falta de
receptividad frente al mundo en que se vive, un cerrarse a sus
experiencias. (Pues el mundo es “sagrado” como señala Gabriel Carvajal
en su hermoso libro “Los nombres de nadie”: “Sagrado el golpe del
hombre que parte el cielo, raja la madera.. .”). .Con optimismo vemos
que existen poetas que no comparten la angustia y la extrañeza frente
al mundo de la mayoría de nuestros contemporáneos, sino que se ubican
en la tierra como en la casa paterna y al mundo incomunicado e
incomunicable de los maníacos de las teorías, de los devoradores de
“papel cansado”, de los lumpen-poetas y de los lumpen-críticos,
responden afirmando las más humildes realidades con las palabras más
humildes, ganadas a través de largas vigilias y experiencias, y piden,
con un sentido casi religioso, ser escuchados por sus semejantes, pues
la libertad interior que gana el poeta en la creación debe hacerlo
trascender por sobre su condición histórica de criatura alienada y
hermanarlo en un solo haz con los poetas de cualquier época.
Transformar la vida cotidiana del prójimo gracias a una poesía que
muestre el rostro verdadero de la realidad: he ahí la tarea. Y no
importa que sea incomprendida, escuchada entretanto sólo por unos
pocos, porque a la negación siempre un poeta responde con el “si
universal”. Y porque siempre está vigente la consolación de un viejo
alquimista a uno de sus discipulos: “No importa cuan alejado estés y
cuan solitario te sientas; si realizas tu trabajo a conciencia y
verdaderamente, amigos desconocidos te buscarán y llegaránn a ti’’(6).
Pues para estos “amigos desconocidos” es para quienes, en último
término, escriben los poetas y para quienes (también en último
termino) han sido escritas estas líneas.
ANTOLOGIA (7)
Efrain
Barquero.
Nació en Teno, 1931. En 1954 aparece su primer libro, “La Piedra del
Pueblo”, con prólogo de Pablo Neruda, poesía torrencial, de indole
social. En 1956, “La Compañera”, cantos al buen amor conyugal. Su
personalidad se define ya en “Enjambre” (1957) y luego en “El Pan del
Hombre” (1960) y “El Regreso” (1961). Como un paréntesis está “Maula”,
libro de humor y de picardia popular, y luego, recientemente, sus
“Poemas Infantiles” (Zig-Zag, 1969) que parecen un paréntesis dentro
de su producción.
El
Regreso (Fragmento)
Padre, no pensé
que un día al sentarnos a la mesa estarías tu extendido, como la más
copiosa de las cenas. Y serías tu mismo el dispensador de tu tierra
más oscura. No pensé que al reunirnos una última vez, tu crecerías
de ti mismo más arriba que nosotros. Y estarías sentado en el
silencio de los frutos. Como lentos y cansados sembradores, en la
gran mesa de la tierra todos somos a la vez comensales y extraños
frutos de los dioses. Parecemos comer, y que alguien nos
devora. Parecemos coger algo en nuestras manos, y es la boca de la
tierra que se abre ante nosotros. Habría que pensar en las
semillas, en sus granos petrificados y secretos. Habría que pensar
en el instante de precipitarlas.
El
Afilador
Veréis un tronco viejo una rueda partida. Una piedra
del mundo con la cara vacía.
Veréis sólo mi banco la
luz del cielo fría: me seguirán los niños como a un ave
caída.
Veréis un árbol seco vereís la piedra encima, la
rueda de madera polvorienta y perdida.
Veréis que yo he pasado con mi pobre
angarilla, veréis sólo el acero vencedor de los
días.
Alfonso
Calderón: Nació en San Fernando, 1930. Sus años de infancia y
adolescencia pasaron en Temuco y Los Angeles. Publicó en 1949 "Primer
consejo a los arcángeles del viento", libro de inmadurez, con evidente
influencia de poetas españoles contemporáneos. Su dicción se afina en
"El País Jubiloso" (título sacado de un verso de Dylan Thomas), 1958;
en "La Tempestad" (1961) y "Los cielos interiores”, 1962. Su obra
inédita ha obtenido primeros premios en numerosos concursos. Es
miembro del Instituto de Literatura Chilena.
La
cueca final
¿Quién tañe,
ahora, aquella cueca, si hemos muerto? Juegan los ángeles
chilenos pasándose los tejos y suena la espuela solitaria. Usan
siempre golillas los aldeanos, al calor de una fogata
mortecina.
¿Y nunca más verá ponerse traje de cola a
alguna niña, tras IIuviosos feriados escolares? El
pitío enmudece en algún cerco y hace el signo de la
secta misteriosa. El damasco se acicala o canta una
tonada.
En trajines
del otoño, glorias puras asedian a la mañana apetitosa y a la
lúcuma febril. Silvestres y sonoros los ríos nos
despiertan mientras ciñe el viento una túnica
lineal.
El aire pule
las piedras a puro escalofrío. ¡Juro, entonces, o prometo, por
las yemas mismas de tus dedos, preservarte de todo
fuego, guardarte los anillos o quitar de tu alma
el
pecado original, que nos descubre a todos!. Pone la muerte pies
en polvorosa: besemos nuevamente las pestañas de alguna niña
antigua. La alegría procede del agua que separa al fuego
lastimable
de la ceniza. Maduras las grosellas
reintegran el perfume de tus manos. Doy al viento su cruz de
caballero. Formulo, para siempre, una promesa. Y en la cueca
rompe el bordón aquella risa
niña.
(Inédito, 1964)
Rolando Cárdenas. Oriundo de Punta Arenas, 1932. Ha
publicado “Tránsito Breve”, 1959 (editado por la FECH); “En el
invierno de la provincia” (Premio Alerce de la Sociedad de Escritores,
1963) y “Personajes de la ciudad” con grabados de Guillermo Deisler,
Ed Mimbre, 1964. Lo más logrado y personal de su obra (que se
singulariza por su cordialidad y emoción) está en su segundo libro, en
donde resucita los, mitos de su tierra natal, su historia, su desolado
paisaje, en donde el viento y la nieve son los personajes junto a la
sombra de corsarios y loberos, y de errantes indios condenados a la
extinción.
Fueguinos
Los primeros
hombres fueron hechos de arcilla oscura por un antepasado que
residia en el cielo.
Siempre vivían
alejándose entre islotes rocosos más allá del Cabo
Froward o por las últimas orillas del Beagle donde las
estaciones se parecen. Conocian el viento helado que soplaba
desde el océano cuando se agitaban las ramas de los
arbustos. Esperaban que los primeros guanacos bajaran a las
playas huyendo de la nieve para proveerse de su piel todo el
invierno.
De un roble hueco nacian las canoas, mientras
las mujeres buscaban huevos de pájaros en la
primavera, porque en otra kpoca los árboles no
quieren”.
Allí comienza la historia de algún bosque y la
tupida cortina de la lluvia hace pensar que lloverá para
siempre. Subian pequeñas columnas de humo desde las
silenciosas tolderias. Ellos sabían abrigarse haciendo arder
leños enteros. Permanecían a su lado como si tuvieran
sueño, porque era hermoso ver arder un árbol
inmenso, retorciéndose, rojo, en medio de viento y de la
noche.
Nunca supieron de la muerte, porque recobraban el
tiempo en el secreto del agua.
Pero vivían alejándose del
norte dentro de un roble hueco.
Ahora son los ríos y los
montes, las estrellas rojas que atraviesan la
noche.
(de “En el invierno de la provincia”,
1962)
Carlos de Kokha. Valparaiso 1920, Santiago 1962. Uno de
los pocos casos de nuestra historia literaria de alguien que pasó sus
dias sin distinguir diferencias entre vida práctica y poética, entre
realidad y sueño, hasta que el ángel de los poetas se cansó de tirarle
las orejas y le retiró su protección. En sus últimos años derivó desde
sus poemas de deslumbrante imaginería, pero desprovistos de tensión
emocional, a una poesía de ácido testimonio interior que iluminaba
premonitoriamente, como linterna agitada entre sombras, su paso
próximo hacia la muerte. Su nombre no puede faltar en este testimonio
de una generación que lo tuvo también entre los suyos.
El
Viajero Inmolado
Yo era el
viajero que volvía de un largo sueño como de un sostenido
olvido Pero cansado de la tierra y hastiado ya del
cielo Encontré, sin embargo, la casa de los viejos lares, A
mi paso sonaban laúdes de otra edad Sólo fantasmas parecían los
antiguos huéspedes Ni una huella en el polvo, ni una flor de
gracia leve en las raíces, nada, nada. Comprendí que volvía al
tiempo de los muertos Acaso yo mismo era un cadáver
lejano Dejaba atrás mi rostro, venía sin ojos y no traía piel
para el encuentro. Mi padre era una sombra, Pero el vino y
el pan Estaban como antes sobre blancos manteles ¿Quién me
aguardaba? Acaso nadie, nadie. Sólo molinos de sombra se movían
en la sombra. Sólo el esqueleto sin mortaja de aquel perro con
que jugué en la infancia descansaba en el huerto todavia húmedo de
mi casa. Sólo un sendero perdido me llevaba hasta el encuentro
de la fuente de plata. Sólo el recuerdo de mi madre Se
agitaba como un extraño viento junto al muro, Un viento helado,
frio y yerto. Después los viejos criados de la
casa Repartieron la ofrenda del pan y de los vinos. Debía
seguir mi ruta Hacia un tiempo aún más desconocido que el de
ahora 0 hacia una isla encontrada y perdida en la
infancia Como entonces la vivía conjurada en mi alma Vieja
llave que nunca abriría ninguna
puerta.
(Aparecida en “Orfeo” No 2, nov.
1964)
Pablo Guiñez. Nació en 1929 en Lumaco, lugar de la
Frontera que desde Pedro de Oña, Neruda y Juvencio Valle ha dada
tantos poetas a la lírica nacional. Su primer libro fue “Miraje
solitario” (1952). Luego, “8 Poemas para una ventana” (1958). Mantiene
inédito -entre otros- un extenso libro, “Este canto de amor”,
terminado en 1961, cuando fue miembro del Taller de Escritores de la
Universidad de Concepción. Como tantos poetas, aún no halla
editor.
Poética
El poema es un
árbol que al girarlo se le cae la música.
En el poema
crece la palabra. Y la palabra canta, como un
pájaro, afirmada en el arco primitivo que desnuda la
sangre.
(de “Miraje solitario”)
Abuelo
Padre de
nuestra sangre, mi abuelo silencioso, don Juan Nepomuceno, Dios
lo tenga en su reino. Y sea azul su capa de campesino
dulce, y su caballo limpio de males de la tierra.
Que su voz
guíe el agua como al viento en el cielo y cuide en la mañana,
del rocío y los pájaros. Que sus manos de polvo sobre el ganado
caigan suaves como una sombra de laurel por sus
ancas.
Que por sus ojos baje a la hornilla caliente un
haz de árboles claros para alumbrar la puerta. Y levanten su
espiga las raíces que el agua sostiene en la humedad de su
corazón virgen.
Su soledad de tierra. Su silencio de
tierra. Sus venas hechas polvo y su sangre muerta, nos
afirman como un árbol suyo. Y dormido recoge su corazón la
lluvia que florece en la piedra.
(de “8 Poemas para una ventana” )
Se
desprenden los muros
Se desprenden
los muros, cuando limpias la casa. La luz converge en
ella. La mesa se desborda. Y el mantel, así eterno, como un
estanque lleno de peces, nos avisa que el cielo está en tus
manos.
(de “Este canto de amor”. Inédito)
Floridor Pérez. Nació en Yates (Chile austral), 1938.
Profesor rural, al igual que Pablo Guiñez. Publicó recién su primer
libro “Para saber y cantar” (1965) en donde con sencillez y claridad
habla sobre su gente y su comarca, iluminándola a veces con
revelaciones de mágica prestancia.
Donde crecimos
No hemos
vuelto a la casa en que crecimos. Ella pensaba que pronto
regresaríamos como dias de lluvia pero no la volvimos a
ver como a la primera niña que amamos.
El viento
hojea el libro en que aprendimos a leer. Volvamos al cuarto en
que la madre remendaba y hallemos la aguja y el dedal de la
gallina ciega, y en el baúl de los abuelos aquellas botas de
montar que creímos únicamente hechas para retratarse en las
plazas de provincia.
La lluvia vuela como todas las
bandadas. La única calle de la aldea llega a todas
partes saltando puentes de madera: pasa frente al Correo, la
Escuela, el Retén, el Boliche; va a la Iglesia los
domingos y el día que partimos fue con sus dos veredas a la
estación del pueblo.
(de “Para saber y cantar”)
Alberto Rubio. Nació en 1928. En 1952 publica su libro
“La Greda Vasija”, que causó un fuerte impacto en nuestra poesía. Pese
a que escribe regularmente, sólo entregó en 1962 un pequeño conjunto
de poemas, en edición limitada de cien ejemplares (Taller
99).
Tierra
Te van
reconociendo, amándote tendida, si a tropezones te hallo, mis
besos compañeros. Abrupta tierra, antigua, mía,
reconocida, si doy pasos en falso serán los
verdaderos.
Si por quererte tanto me cayera
seguido tropezando tus brazos, perdóname, mi tierra; es que
hace tanto tiempo que te cargo al olvido, que mi hueso
cayéndose con tu hueso se emperra.
Más con besos burlados
tu cuerpo se me pierde, porque tú lo falseas, abrupta tierra,
antigua, hundido de sorpresas, con una hierba verde, con
hierba verdadera que nos anda contigua.
Fieles
ansiosamente, reconocidos bríos hacia ti desembocan, tropezando
tus besos. Serán tuyas verdades tus falseamientos míos, tus
besos tropezones, mis abruptos
tropiezos.
(de “La Greda Vasija”, 1952)
Invierno
Los ángeles de
lluvia hacen la lluvia. elevan la guitarra con sus cuerdas de
lluvia, y lanzan la tonada seminal del invierno. Una cueca
de pájaros se cierne inversamente. Son pañuelos las nubes que
cubre todo el cielo. Alli arriba los ángeles chilenos bailan
cueca, sordamente extendidos, zarandeando los cielos. Los
árboles se embriagan, sin hojas musicales, de un vino lleno de
hojas allá en su savia adentro. De raíz en raíz van creciendo,
creciendo. Y bailan una cueca primavera los
árboles.
(de “La Greda Vasija”, 1952)
- notas -
(1) Entre estos poetas -materia de otro
estudio- por el momento sólo queremos destacar a Miguel Arteche (nació
en Imperial 1926) de nutrida y variada obra que culmina con su intenso
“Destierros y tinieblas” (1963) y al epigramático y humorista Armando
Uribe Arce (1933), además Iúcido ensayista y divulgador de la poesía
de Pound, Montale y T. S . Eliot, entre otros.
(2) Teófilo Cid
(Temuco, 1914, Santiago, 1964) publicó “Bouldroud” (1942), ‘‘Niños en
el río” (1953), “Camino del Ñielol” (1954), y “Nostálgicas mansiones”
(1962).
(3) De Braulio Arenas. (Nació en 1913), ver, “La casa
fantasma” (1962), “Ancud, Castro y Achao” (1963) y “En el confín del
alma” (1963).
(4) Publicado en los “Anales de la Universidad de
Chile”, 1964. Galvarino Plaza (nació en 1931), ha publicado: “Se
camina por las calles, se saluda” (1956) y “Algunas cosas”
(1962).
(5) En carta a Witold von Hulewitz, 13 de noviembre de
1925, al finalizar sus “Elegias del Duino”.
(6) Citado por Jung en
carta a Miguel Serrano, 14 de septiembre de 1960. (Ver “El circulo
hermético”, por Miguel Serrano, Zig-Zag, 1965).
(7) Una antología
más completa incluiría -por el momento- Ios nombres de Rubén Campos
Aragón, Eduardo Embry, León Ocqueteaux, Ruperto Salcedo ( véase
algunos poemas de “Imágenes del Hombre”), Jaime Quezada, Gustavo
Adolfo Cáceres, Angel Custodio González (en “Crónica”), Sergio
Hernández, Edmundo Herrera (en “La casa del hombre”) Iván Teillier,
Luis Rivano.
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