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Theodoro Elssaca | Autores |









Theodoro Elssaca y Nicanor Parra, una larga amistad
(Fotografía realizada por Martín Huerta, para La Nación, en Isla Negra, 2003, Archivo Fundación IberoAmericana)


Conversación con Theodoro Elssaca

La obra de Elssaca ha tenido un amplio reconocimiento internacional en los últimos años, que incluye periódicas
giras por España y Francia. Compartimos parte del periplo de este autor chileno que recorre el mundo

Por Ricardo García-Huidobro
Magíster en Comunicación Universidad Diego Portales
Publicado en Revista Quinchamalí. Artes, letras, sociedad N ° 16, 21 de dic. De 2016



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¿Cómo llegaste a la poesía en esta vida?
—El asombro. La inagotable capacidad de asom-bro, me abrió puertas insospechadas hacia todo ese mundo que está detrás, lo que he llamado en un ensayo “aquella columna de humo, casi imperceptible, que sostiene al sentido”.

¿Hubo estímulos en tu entorno?
—Mis primeros recuerdos, son estar de pie, tras una butaca porque sentado no alcanzaba a visualizar el escenario. Ver teatro y cine fue un alimento altamente poético. Escritores, guionistas, fotógrafos, actores, diseñadores y músicos: hondura de conocimientos que traspasaron por osmosis el umbral del niño que yo era.

¿Encontró en ese tiempo otros ecos acerca de estas inquietudes?
—Estudié en el pequeño Colegio Kent, cuyos profesores eran intelectuales españoles que habían llegado exiliados a Chile en el Winnipeg, aquel legendario barco capitaneado por Neruda y Delia del Carril. Tuve de maestro en literatura al valenciano Vicente Mengod, considerado como el literato que más sabía de poesía en Chile, autor de Historia de la literatura chilena. Siempre he honrado a mis maestros, no importa si están vivos o muertos, igual he continuado un diálogo, a veces imaginario, con ellos. Por este motivo uno de mis mejores relatos lo dediqué al enigmático Mengod.

¿Qué camino seguiste después del colegio?
—A los diecisiete, antes de estudiar literatura, entré a Ingeniería Civil en Química, supe que en la escuela de la Universidad de Chile existía un Departamento de Humanidades, donde daba un curso Nicanor Parra. En sus clases descubrí a Pezoa Véliz, que Neruda nombró como “el mejor poeta de Chile” y que murió sin publicar ningún libro. También nos guió hacia las obras de William Carlos Williams, Augusto D ́Halmar y Thomas Merton, entre otros. Al culminar la clase, continuábamos dos horas más con Parra en una fuente de soda por calle Ejército, donde se hablaba del Grupo la Mandrágora, en torno a una suculenta cazuela. La apasionante tertulia seguía recordando a su amigo Vicente Huidobro, su volcánico enemigo Pablo de Rokha y la guerrilla literaria que animó varias décadas, para deslizarse indagando sobre Los Runrunistas, el Grupo de los Diez o la Colonia Tolstoyana.

¿Qué significó ese temprano encuentro con la obra de estos autores?
—Ello me impulsó a frecuentar los círculos literarios y fue mi entrada al lenguaje en todas sus posibilidades significativas, eufónicas, plásticas y simbólicas que constituyen hoy mi camino.

En tu formación hay ocho años de universidad y más de diez de especialización en Europa ¿Cómo sientes eso?
—Lo siento en cada iniciativa que abordo. En cada palabra que escojo o idea que elaboro, hay detrás un fundamento que sostiene la estructura o disciplina de trabajo que te entrega ese proceso, que continúa cada día de la vida. El que cree que ha llegado, está muerto. Sin humildad es imposible seguir aprendiendo. Gonzalo Rojas me dijo una tarde en el café: “Theodoro, lo peor es el hastío”.

He tenido el privilegio de contar con magníficos maestros. Luego en Alemania, conocí a Octavio Paz. Asistí a clases de Armando Uribe en La Sorbonne de París. Y en Madrid a las conferencias de: Dámaso Alonso, José María Valverde, Benedetti, Adonis, García Márquez, Jorge Amado, Onetti y Rafael Alberti. Sería imposible explicar en breve el background que ha significado el contacto con las obras y sus autores, tanto literarias, musicales o visuales.

¿Te identificas con alguna corriente poética?
—Las múltiples lecturas y experiencias, me llevaron a valorar las distintas corrientes poéticas, que en su hondura representan una postura, una manera de pararse frente al mundo y por ende un pensamiento. Visité y mantuve amistad con poetas tan disímiles como Enrique Gómez-Correa, que se relacionó con Bretón y Magritte; Eduardo Anguita, autor de la polémica Antología de Poesía Chilena Nueva; Jorge Teillier, a quien le he dedicado un extenso poema sobre los trenes del sur; Enrique Lihn, con quien alcancé a leer en el Hospital Ramón Barros Luco en la peor época de nuestros anni di piombo; Humberto Díaz-Casanueva, a quien recibí en los festivales de París y Barcelona, en 1984.

De alguna manera, hay algo, una semilla invisible, de todos esos encuentros, lecturas y afectos. Se percibe la evolución natural en mi escritura, que ha ahondado en aspectos filosóficos y antropológicos, desde el Locus amoenus hasta los mundos del desamparo, la pérdida, el dolor y la tragedia, y que según los críticos, ha entrado a una fase donde un nuevo ingrediente tuerce esas visiones llegando al humor soterrado, más implícito que explícito.

¿Cómo ha experimentado esta nueva fase creativa?
—Esta nueva época, incorpora un mayor espectro de sensaciones y posibles lecturas que se potencian en cada verso, abriendo distintas posibilidades lecturales, manifestadas en poemas como: “Fulgor de Relojes”, donde cito a Goya y Poe; “Florencia”, sugestión y tormento; en “Té Blanco”, evoco a Li Tai Po, la meditación Zen y Lao Tse; “Didáctico”, el juego del abecedario; “La Aparición de la Mora Palíndroma”, que incluye un diálogo con Parra y el culteranismo de Góngora; o “Árbol de las Palabras”, donde aludo a Heidegger, Cervantes y Shakespeare.

Respecto a los premios en poesía, usted considera que ¿le hacen un bien o un mal al poeta? ¿Existe algún riesgo de caer en un ego poco fructífero al recibir un galardón?
—Siempre un reconocimiento significa un estímulo para quienes han conquistado una madurez interior. Los premios son necesarios porque la poesía, que siempre es la cumbre de las artes, como apunta Hegel, requiere de un apoyo visible que de alguna manera ayude a proyectar esas obras en medio del ruido ensordecedor que hoy nos acecha.

¿Cuál es el poeta que más lo ha influido a usted y por qué?
—No hay nadie, ningún autor, que no tenga influencia de quienes le precedieron. Las obras surgen del talento y la honda formación. Sin embargo, para mí es imposible definir un solo autor como la influencia principal. Somos el torrente de los muertos que nos precedieron. Hay múltiples lecturas, pero en los inicios estuvo Nicanor Parra y la abolición de los límites; Vicente Huidobro y el juego genial y surrealista; Humberto Díaz-Casanueva y los enigmas; Jorge Teillier y el universo lárico; Neruda y sus raíces americanas; Gonzalo Rojas y el eros, lo tanático y lo numinoso, como un océano al que arriban diversos ríos. Sin embargo, yo no podría identificarme con un poeta que más me ha influido, porque mi travesía tiene desde el comienzo elementos que integran la reflexión antropológica y filosófica. Intento ahondar en cuestiones relativas a la existencia, la sabiduría y el lenguaje. Temáticas que se extienden a un cierto misticismo que algunas veces cita mitologías, en la sugerencia de pasajes del budismo zen, el mazdeísmo o apariciones de Lao-Tsé y el Tao Te King. Es una evolución permanente que solo culminará con el último latido.

En su Caligrama “Poetanía”, uno puede vislumbrar un Norte en el Sur. ¿Qué motivó dicha obra?
—El paso por la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, dirigida por el visionario Alberto Cruz, donde estudié diseño industrial y trabajé a fines de los años ́70 en la construcción de la Ciudad Continental Abierta “Amereida”. Concepto que surge a partir de América y la Eneida, del Eneas de Virgilio. Esa iniciativa enarbolada por el poeta Godofredo Iommi, ha sido iluminadora.

¿Qué ha significado la poesía en su vida?
—Toda mi vida se ha sustentado en el acontecer poético. Le ha dado sustancia y sentido a cada día. En el Ars Poética (publicado por Ediciones Vitruvio, Madrid) declaro: “Antes de ser parido, ya era poesía”. Desde ese hondo pozo surgió como matemática y música la poesía que sigue fluyendo.

¿Qué le provoca escribir poesía?
—Internamente, me provoca una indescriptible fascinación. Se sabe además que la mayor actividad sináptica la produce el acto de la escritura creativa. Es ofrenda y necesidad visceral. Desafío constante que asumo porque de no hacerlo mi filosofía de arte-vida perdería su sentido.

¿Cómo ha influenciado en su escritura la veta de artista visual, y en específico la de fotógrafo antropologista?
—Ha significado una constante expedición a los orígenes. Un descubrir que no conduce siempre a las respuestas, sino la mayoría de veces, a formularse más preguntas. He retratado el fenotipo humano en Micronesia, Polinesia, Melanesia y convivido con tribus en la espesura de la Amazonia. Indagué en el legendario carnaval de Venecia con sus influencias bizantinas. Desde Andalucía, cruzando por El Peñón de Gibraltar, me interné al África por la depresión norte del Sahara, los Tuareg y Bereberes, hasta las regiones del centro, Eritrea y Etiopía, junto al Golfo de Adén, en el Índico, génesis de la vida humana. Cadena evolutiva y trashumancia que llegaría a habitar Europa, cruzando el refinado tamiz del Cercano Oriente que hoy conocemos como el mundo árabe, que nos ha legado su rica cultura, la invención del cero y cerca del doce por ciento de las palabras del español que usamos. Esas investigaciones y experiencias han sido expuestas en exposiciones itinerantes e impregnan buena parte de mi escritura.

En el libro La línea azul, Ennio Moltedo Ghio, escribió el ensayo “Canto para celebrar a Theodoro Elssaca”, publicado en forma póstuma por Ediciones Altazor, donde refiere su expedición amazónica y alude al Dante y Virgilio, con citas textuales en italiano, para referirse a su obra.
—Poco antes de su muerte dejó resuelta la maqueta de ese libro. Con Ennio compartimos años de conversaciones inolvidables, junto a Allan Browne, Juan Luis Martínez, Hugo Zambelli y otros autores, en el desaparecido Café Bavestrello. También participamos en recitales en la Biblioteca Severín.

El texto de Moltedo, alude a mi expedición al Amazonas, donde murieron los tres amigos que me acompañaban: el botánico, el ornitólogo y el antropólogo. Fue un naufragio en el río más ancho, profundo y caudaloso. Hice el juramento de seguir adelante. Ese viaje duró un año. Fui rescatado por una tribu poco contactada, los Sharanahua. Testigo de sus rituales de iniciación y acuciado por las visiones de esa otra realidad, comencé a escribir con la pluma de su ave sagrada, el paucar, y como tinta utilicé la sangre aún tibia de los animales recién sacrificados. Esa experiencia poetizada dio lugar cerca de veinte años después al libro El Espejo Humeante-Amazonas. También me refiero a los Asurini, los Aguaruna y otras tribus. El libro reproduce más de setenta de los simbólicos petroglifos que rescatamos. Desde la mayor biodiversidad del planeta, incrusto en el texto los nombres de ríos, animales, pócimas y ritos, como testimonio de la milenaria tradición chamánica de América.

Sabemos que además del reciente Premio Poetas de Otros Mundos, ha recibido otros importantes reconocimientos, como el Premio Mihai Eminescu, por su prosa, durante el Primer Festival Literario de Craiova, en Rumanía. Háblenos de su narrativa.
—Estoy dedicando bastante tiempo a la prosa. El nuevo libro se llama Fuego contra hielo, es el fuego creativo, la conversación con alma, la amistad, la lectura fruitiva, el encuentro con el otro, que derrite el hielo deshumanizador de la indiferencia, los témpanos de la muerte.

Son treinta relatos que surgen de mis viajes. Es una prosa poética que aborda historias centradas en Estambul, La Habana, Buenos Aires o Ciudad de México; así también hay otras referidas a Valparaíso, Tunquén, Chiloé o San Pedro de Atacama. El libro lleva una obertura del Dr. Alberto Infante, radicado en Ginebra, que ha llamado “Cuentos de Viajero y de Viajes” y una presentación de Antonio Skármeta, que comienza diciendo “Estos cuentos hacían falta...”.

¿Recibe a otros autores que buscan aprender?
—Nunca terminamos de aprender. Somos eternos aprendices. Con frecuencia recibo y guío a otros autores. Les recomiendo lecturas en la línea personal de sus intereses. Incluso reviso algunos textos y sugiero mejoras respetando sus estilos. Debatimos. Es un trabajo de taller literario para motivar a las nuevas generaciones y mantener encendida esta antorcha.

¿Dónde está la luz al final del túnel en Chile y Latinoamérica? ¿Dónde y bajo qué camino ve usted esperanza?
—La única esperanza es el cambio cultural. Es necesario que todos accedan a la educación y el arte. He tenido la oportunidad de vivir en países donde las personas se nutren desde una base cultural muy poderosa. Obstaculizar el acceso a la cultura eclipsa el afecto necesario para la arborización de las neuronas, cristaliza la atrofia de las neuronas espejo.

¿Cuál es su visión de la problemática ecológica en el panorama actual en el mundo?
—Hemos llegado a los límites de la depredación, expoliación y exterminio. Me queda la esperanza que puedan unirse los distintos poderes en pugna para intentar equilibrar el desastre que hoy llamamos “cambio climático”, que nos está llevando al fin del mundo que conocemos. El poema Selva de mi sur, lo culmino diciendo “tal vez la humanidad / no merezca seguir viviendo”.

En esta situación ¿Cuál es el aporte de los escritores?
—Hace unos días recibimos a Jennifer Clement en la Fundación IberoaAmericana, ella es la Presidenta del PEN Internacional. Estamos organizando el primer encuentro latinoamericano a fin de propiciar una nueva visión que nos permita accionar en torno a causas universales, como manifestar la voz del silencio, la libertad de expresión y la defensa de la tierra que habitamos.

¿Podría explicarnos acerca del PEN Internacional y Nacional?
—El PEN es una asociación de escritores que fue fundada en Londres en 1921. La sigla resume: Poesía, Ensayo, Narrativa. En este movimiento han participado grandes autores como: George Bernard Shaw, Joseph Conrad, H.G. Wells, Thomas Mann, Arthur Miller, André Gide, Anatole France y otros. Está presente en más de cien países y en el nuestro fue creada en 1935, por escritores como Carlos Silva Vildósola, Eduardo Barrios, Juan Emar, Antonio de Undurraga, María Flora Yáñez y Amanda Labarca. Hace un tiempo me eligieron como director del PEN Chile y me siento profundamente honrado por este cargo, la lista de directores previos me intimida y me desafía. Este año nos reuniremos más de doscientos cincuenta escritores en Galicia, donde voy a representar a Chile.

Lo central es la defensa de la libertad de expresión y de los autores presos por sus ideas, por ello hemos realizado varios actos culturales y salvamos la vida del poeta palestino Ashraf Fayed, acusado de apostasía y sentenciado a ochocientos azotes y la decapitación por sus poemas.

¿Tan feroz puede llegar a ser la palabra?
—Baste recordar que cuando Goethe publicó la obra Las penas del joven Werther, muchísimas personas enfrentadas a ese texto desolador decidieron suicidarse. Este año daré una ponencia sobre el vehemente poder de la palabra, en el Festival de Madrid.

¿Qué percibe en los nuevos contenidos?
—Actualmente sufrimos una crisis de contenidos. El poema es una obra de arte y Occidente ha perdido toda conexión con los componentes esenciales del arte, en los que existe algo eterno. Mircea Eliade habla de la “muerte iniciática” -que significa el fin inmediato de la ignorancia- como etapa necesaria para renacer a una dimensión más elevada del ser, y nos indica la búsqueda de nuestras raíces perdidas en la sabiduría del oriente. Desde una perspectiva antropológica, es evidente que el “hombre moderno” rechaza conocerse a sí mismo, como origen de una concepción del mundo y una forma de vida. Así hemos llegado al caos globalizado, el que podría ser la necesaria “muerte iniciática”. Es la frágil esperanza que me anima.

¿Qué mensaje daría a los jóvenes que se inician en la escritura?
—Es importante no tener ansiedad por publicar. Alguna vez Gonzalo Rojas me dijo “Theodoro, exprime el limón hasta el final”. En otra ocasión Humberto Díaz-Casanueva, me habló de lo lejos que se encuentra la poesía de las teorizaciones. Rafael Alberti me dijo en Madrid: “Tienes que alejarte, échate hacia atrás como lo hace el pintor, para ver en su conjunto lo que está pasando con su cuadro. Distánciate y en la totalidad escarba en la escena. Guarda por un tiempo el poema, incluso olvídalo, debes dejarlo enfriarse. Cuando ya estás en otras vivencias o escrituras, puedes volver sobre él. Entonces uno descubre nuevas formas para el poema, otros matices que habitan en la sonoridad de las palabras, en sus significados”. Borges -en una conversación a la que fui convocado por el poeta alemán Peter Weidhaas- me hizo notar que más que leer tanto, es necesario aprender a leer bien. Estas sentencias influenciaron mi camino.

¿Qué se viene en su horizonte creativo?
—Entre los nuevos proyectos en curso, se encuentra otro libro de cuarenta relatos breves (que lo espera la editorial Verbum, en Madrid). La poesía de siempre, que surge de súbito y será recogida en una nueva antología de pronta edición. La novela vivencial de Amazonia, que es esperada por un editor de Buenos Aires.

También está el proyecto más extenso en el tiempo, de los brevísimos haiku, filosóficos y sintéticos, surgidos desde el espíritu japónico de la “senda” del monje budista zen, Matsuo Basho, que comencé a escribir cuando conocí a Borges, quien nos habló del haiku en la primera mitad de los ochenta, en un encuentro en la Frankfurter Buchmesse.



Hemos sabido que tiene una íntima relación con la Región del Ñuble.
—Tuve el privilegio de retratar al maestro Claudio Arrau, serie fotográfica que conservo intacta e inédita. También visité y retraté varias veces a Marta Colvin, en su casa taller en las afueras de París, en torno a sus esculturas y conversaciones entrañables de su amor por Chillán. Soy Miembro Honorario del Grupo Literario Ñuble y he participado de sus iniciativas culturales en la región.

Con motivo del centenario de nuestro Premio Cervantes, Nicanor Parra, participé del simposio en Chillán. En esos días una universidad extranjera me encomendó un ensayo sobre el antipoeta, que escribí desde adentro. El comité editorial decidió publicarlo en español, inglés y francés. Ahora lo estoy actualizando para una editorial de Alemania.

Luego está el ensayo sobre Gonzalo Rojas, también Premio Cervantes de Poesía, a quien conocí en el Madrid de comienzos de los ochenta. He sido nuevamente invitado por la Universidad de Salamanca, que tiene la impronta de don Miguel de Unamuno y del poeta místico Fray Luis de León, donde daré mi ponencia con motivo del centenario del poeta del relámpago, en el marco del XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos.

He colaborado en varias ediciones de la prestigiosa Revista Quinchamalí, la que he proclamado públicamente como la mejor revista cultural de América Latina. Cumple una influyente labor formativa. Debemos apoyar esta iniciativa heroica que se levanta como auténtica voz, poniendo en valor contenidos cardinales, cuando la mayoría de los medios busca el shock inmediato, el infarto del alma.

Ahora me despido, debo hacer las valijas.



 

 

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Conversación con Theodoro Elssaca
Por Ricardo García-Huidobro
Publicado en Revista Quinchamalí. Artes, letras, sociedad N ° 16, 21 de dic. De 2016