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"Tridente"
de Tomás Harris
Sobrecogedor
desquiciamiento
Por Grinor Rojo
Artes y Letras de El Mercurio, 9 de Octubre
de 2005.
Tridente, el último libro de Tomás Harris,
se llama así por su aspaventoso inclín demoníaco,
pero sobre todo por las tres secciones que lo componen: "Edipo
androide en la blanca Colono", "Balada del condenado de
Oklahoma" y "Las jornadas del sordo". Harris trabaja
cada una de estas secciones a partir de un material básico:
la tragedia de Sófocles en el primer caso (Edipo ciego y errante
en compañía de sus hijas), la ejecución de Timothy
McVeigh en el segundo (el estadounidense McVeigh espera su ejecución
y medita. El referente intertextual es aquí la Balada de
la Cárcel de Reading de Osear Wilde) y un Goya sordo y
semiloco, a quien la mirada del poeta sorprende en su taller de paredes
blancas, cubiertas ellas por sus pinturas aquelárricas. Tal
es el material de base. Pero otra cosa muy diferente es lo que Harris
hace con él, cómo cruza ese material con paisajes culturales
de distinta naturaleza, en los que conviven espacios y tiempos disímiles,
constituyendo al fin sistemas imaginarios completos y perfectamente
razonables en su sobrecogedor desquiciamiento.
Pero, por debajo de toda ese horror, ¿no será Harris
un moralista encubierto? Sus mundos imaginarios son tremebundos y
el lenguaje duro, sin temor del vocablo violento y soez. Si uno tuviera
que caracterizar sintéticamente la estética de "Edipo
androide en la blanca Colono", por ejemplo, tendría que
decir que es algo así como la tragedia de Sófocles releída
en un código de ciencia ficción demencial (Bradbury,
Kubrick, Javier Campos...), con mucho de tecnología de las
comunicaciones, en particular televisiva, un poco de Blade Runner,
otro poco del cine expresionista de los veinte y del "post"
de David Lynch, y sazonado todo ello con las salsas de la novela gótica
inglesa (el monje Lewis) y la poesía maldita francesa (Poe,
Nerval, Baudelaire, Rimbaud). Se trata, en última instancia,
pienso yo, de una vasta alegoría, alusiva a un presente que
perdió la brújula hace ya bastante tiempo, que ya no
sabe adonde va, que se precipita indeteniblemente en el abismo sin
fondo de su propia estupidez.
Sin héroes
Más claro queda esto mismo en la "Balada" de McVeigh.
El asesino de Oklahoma es el héroe de la Guerra del Golfo,
es el joven patriota que ha matado por su país, por lo cual
ha sido reconocido y honrado, pero también es el joven terrorista
que en nombre de ese mismo patriotismo, para "defender la Constitución",
según él mismo declaró, vuela el edificio estatal
de Oklahoma City y deja con ello un reguero de ciento sesenta y ocho
muertos. Matar para un lado no sólo resulta legítimo,
si no que lo ha hecho acreedor de toda clase de alabanzas. Matar para
el otro, y aunque sea por las mismas razones, no sólo
no está permitido, si no que se castiga con "el líquido
espeso de la Piedad", ese que le administraron a McVeigh en la
cárcel de Terra Haute el 11 de junio de 2001. Es una fábula
moral, como vemos, y el poeta de Tridente no procura contener
su indignación: "Dudo si existe Santiago de Chile, Sudamérica,/
este finís terrae desde donde yo profiero mi asco".
Por último, Goya, en más de un sentido el portador
de la poética del libro, recoge en sus pinturas los "cuerpos"
que recorren la "Ciudad de Oro" ("Era indudable que
la Ciudad de Oro transitaba/ De la Edad de Oro a la Edad de Hierro/
A la Edad de la Sombra"). Goya, que "comenzó haciendo
tapices", que después "se mofó de la corte",
pasará después de eso a pintar "aquelarres y autos
de fe", para acabar "bailando con ellos". "Todo
lo que ha hecho", sentencia el verso de Harris con ironía,
"es producto de su sordera". El pintor ya no escucha, no
atiende a las buenas razones que en sus oídos dejan caer las
no menos buenas conciencias. El ve, sólo ve, y eso que ve son
las "sombras" en las que se ha transformado la otrora esplendorosa
solidez de la ciudad, las sombras de "tanta muerte en España"
y "tanta muerte en el Mundo".
Dije que la última sección de Tridente es portadora
de la poética del libro. En efecto, en el poema titulado "La
visita de Saturno" (una reelaboración del famoso "Saturno
devorando a sus hijos"), se nos refiere que lo que se presentó
frente a los ojos de Goya fue "un enano comiendo un muslo de
faisán", pero que lo que Goya vio en realidad fue "un
gigante despiadado devorando un niño". De la misma manera,
lo que se presentó frente a los ojos de Harris fue el cuadro
del maestro y lo que él vio en realidad fue lo que se nos comunica
en el poema que estamos leyendo. Con el añadido de que así
como el cuadro de Goya tiene un doble fondo, el poema de Harris también
lo tiene. Ese doble fondo es el de la "tanta muerte" en
la ciudad. Tanta, allá y acá, entonces y ahora.
Tomás Harris es un poeta avezado, seguro de su instrumento,
con un imaginario y un lenguaje que él ha ido enriqueciendo
con los años y que son suyos y de nadie más. Autor de
una decena de libros esenciales, receptor y merecedor de premios múltiples,
es un número puesto en cualquier antología de la poesía
contemporánea de este país. Tridente no sólo
no desmiente esa trayectoria, si no que la consolida y la expande.
Su poesía, la de este poeta de inclinaciones tan poco santas,
resulta ser al cabo harto más moral y pudorosa de lo que él
nos quiere hacer creer.