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Poesía de estos tiempos
Thomas Harris:
La figura del demonio es un ente liberador
Por Pilar González Langlois
Thomas Harris, (La Serena 1956), el poeta de igual nombre que el novelista norteamericano, lo que es sólo una casualidad, es conocido en Chile por pertenecer a la llamada generación de los 80 con una extensa y destacada obra poética. Merecedor entre otros premios del Pablo Neruda, Casa de las Américas (La Habana) y Municipal de Santiago.
El 2006 lanzó el poemario “Tridente”, el que quedó como finalista del premio Altazor en el género de poesía.
Sus horas ajenas a lo mundano las pasa como investigador en el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile y haciendo clases de literatura tal como su eterna pareja, la poeta Teresa Calderón.
Con casi una decena de libros y poemarios publicados, hoy deslumbra con su libro “Lobo” (Ed. LOM), un trabajo complejo en el que se logra un clima íntimo centrado en si mismo. Así, personajes que transitan en la boca de un lobo generan circuitos poéticos que hablan de muerte y resurrección.
- ¿Hay en lobo una identificación personal, metaforizada a través de las palabras y las imágenes de la propia vida?
-Lobo es un libro que surgió de una experiencia donde descubrí que aún habían resabios del dogma católico en mi inconsciente. Asistí a una ceremonia de bautismo de una sobrina y el sacerdote, en un momento del ritual comenzó a hablar de las renuncias que había que hacer para quedar libre de la culpa original. Y todas las renuncias tenían relación con lo que más hace que valga la pena vivir. Al erotismo, al derecho de rebelión, a la duda metódica, a lo carnavalesco, y, finalmente, al Demonio. Metafóricamente, ya sea en Baudelaire, Lautremont, en Leopoldo María Panero, etc., poetas en los cuales me reconozco, la figura del Demonio es un ente liberador, la parte necesariamente oscura que debemos asumir, el Mal no como la otredad sino como un estrato mas de nuestro Ser. Esto me produjo un profundo malestar. De ese malestar surgió Lobo y sus imágenes góticas, de una Edad Media, distópica, el mito de la licantropía, etc.
- ¿Cuál es el verdadero sentido de crear esta obra que entiendo tiene una unidad con libros anteriores como Cipango, los 7 Naufrágos o Crónicas maravillosas y ahora un próximo trabajo que ya tienes bien adelantado?
-Creo que los libros de poemas aislados y sin una continuidad como proyecto totalizador ya están superados. La misma poesía en mi trabajo escritural se entrecruza con el relato, la épica, el ensayo. Cuando comencé a escribir no sabía que asumiría la escritura de esta manera. Pero cuando estaba por la mitad de "Cipango" leí a Pound, por el año 82. Y me di cuenta que algo había de los "Cantos" en ese libro. la idea de un proyecto que obedecía a la Multiplicidad como la entiende Italo Calvino, los mismos cruces espaciotemporales del simultaneísmo, la reescritura como apropiación. Después con "Los 7 náufragos" seguí un continium, pero con nuevos giros formales y temáticos. Todos los demás libros, hasta "Lobo", han girado en torno a ciertas, digamos obsesiones, como el erotismo, la muerte, el mal, el poder, la realidad como representación, ahora, la virtualidad, el cine como una manera total de ver el mundo, sobre todo el cine de terror, que políticamente es un significativo y revelador
- En el texto aparecen continuos pasajes de un mundo pasional que juega en medio de ensoñaciones y trasmutaciones , ¿Cómo podrías definirlo tu mismo?
- Creo que más bien hay una carga erótica bastante fuerte. Una suerte de liberación de lo instintivo, de impulsos básicos, de cruces y frotaciones con el deseo primario, pero a la vez con la contraparte represiva, la canalización de la líbido, el instinto de muerte. La idea de un bautismo inverso, de domesticación del lobo obedece a esa idea: de ahí la apelación al mito del licántropo, un ente mitad lobo, mitad hombre, un híbrido impensable producido por una canalización monstruosa de los instintos a través de un bautismo cristiano, representado por un sacerdote negro, y una contraparte pagana, representada por la esfinge y sus enigmas.
- La tarea del escritor y más aun del poeta nunca ha sido fácil, ¿Cómo logras sobrellevar el camino del poeta sin tropezar ni desistir cuando cada vez se advierten menos lectores para este género?
- La poesía no es asunto de lectores. O no es lo más importante. Si tuviera un solo lector o lectora me bastaría. Incluso si ese lector fuera yo mismo. Pero bueno, si uno publica es para hacer de la poesía un hecho social, inscrito en tu tribu. Ahora, en realidad, el tamaño o el número de la tribu es lo que me tiene sin cuidado. Me quedo, con suerte, con los 200 lectores de los que hablaba Sthendal. Además, habría que agregar, que la escritura obedece a una pasión personal, a una necesidad inclaudicable. Desde esta perspectiva me interesa más escribir que me lean, proceso en el cual yo no participo.
- Has dicho que tu estado de ánimo es el de querer escribir y escribir y que eso choca con el cotidiano de todo ser humano, ¿Cuál es la táctica para mantener la inspiración y las ganas de seguir adelante?
- Claro, yo no llego al extremo de Kafka que quería que lo ataran a la pata de su escritorio para que nadie lo moviera de ahí; pero es cierto que el trabajo de empleado público y de profesor, que son mis fuentes de ingreso, absorben mucho tiempo y son muy mal pagados, y, además, a veces uno se da de bruces con la burocracia y otras plagas muy desagradables. Si hay algo cierto en el catolicismo es que el trabajo es un castigo. El peor. Yo me he hecho una rutina de escritura: de jueves a domingo, desde el crepúsculo al amanecer. Durante la dictadura escribía todos los días. Con la beca Pinochet, claro.
- ¿Te sientes parte de los poetas que tuvieron la voz y la pluma en los 80 y ¿De qué forma ha evolucionado esa tendencia poética?
- Sí, pero creo que mi generación, en un sentido lato de la palabra, entendida como una suerte de educación cultural y sentimental, se forjó en Concepción, con los poetas que escribíamos en la Universidad durante los años 75 y 80 y las revistas que circularon, de mano en mano en la época. En Santiago el centralismo tanto de los grupos literarios y de la crítica era feroz. Los poetas que considero mi generación son Nicolás Miquea, Carlos Cociña, Egor Mardones, Juan Zapata, Carlos Decap, Osvaldo Caro, Alexis Figueroa. Poetas que seguimos la tradición de las revistas: "Enves"; "Posdata". Y un apoyo incondicional de nuestros profesores de la Universidad con sus "cátedras paralelas". Claro, si los nuevos críticos no se toman la molestia de investigar en los intersticios, que es realmente donde se forjó "la voz de los 80" se quedarán con tres o cuatro nombres, los infaltables en todas las antologías, pero eso no es un trabajo acucioso, sino más bien rayano en la indolencia, la haraganería y la ignorancia.