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    UNA LECTURA DE ZONAS  DE PELIGRO DE TOMÁS HARRIS:
  MITIFICACIÓN DE LO HUMANO A TRAVÉS DE LA   EXPERIENCIA ENFERMA.
Por Marcos Arcaya Pizarro
 
Zonas de  Peligro (1985), el primer libro de Tomás Harris, se  ubica en la poesía de las décadas del 70 y 80, en una numerosa y heterogénea  generación de poetas, desarrollada en el contexto posterior a la herida-grieta  transversal que atraviesa a Chile, a partir del golpe de Estado del 11 de  septiembre de 1973.
Según señala el mismo Harris, la poesía no es  un producto cultural ahistórico; la poesía del periodo es el registro de “un  universo poético demarcado por la represión y sus consecuencias” (2002, p.41).  Ha de  entenderse el carácter intransitivo del texto, esto es, su ligamen a  referentes culturales externos, sin que por ello sean aludidos directamente[1].
entenderse el carácter intransitivo del texto, esto es, su ligamen a  referentes culturales externos, sin que por ello sean aludidos directamente[1].
Zonas de  Peligro como un cuerpo textual herido, horadado,  “deceptivo” en términos de Roland Barthes (1983, p.309), significante múltiple  de significados no cerrados. Cuerpo textual herido, dijimos, vinculado a un contexto  histórico que no es sólo el chileno dictatorial, sino el del dolor bajo el  dominio y la violencia que funda Latinoamericana, desde la llegada misma de la Modernidad al continente[2].
Proponemos en estas líneas, una relación  directa entre la corporalidad del(los) sujeto(s) que configura(n) Zonas de peligro, en conexión al cuerpo,  vivido-representado, como desgarradura, sobrevigilado y enfermo, sin distinción  rotunda entre lo extrinseco y lo intrínseco, donde la desgarradura (experiencia  enferma) conformaría una estrategia de mitificación de lo humano en lo  individual-colectivo pasado y presente.
En nuestra aproximación usaremos como  referencias centrales “Concepción como mito” del mismo Tomás Harris, “Subjetum  comparationis: las incidencias del sujeto en el discurso” de Wladimir  Krysinski, “La experiencia de la corporalidad” de J.J. López Ibor y J.J.  López-Ibor Aliño y “Lo ominoso” de Sigmund Freud.
Todos y cada uno de ellos, en relación directa  y oblicua al sí pero de las Zonas de Peligro, en tanto cuerpo-escritura  sobreviviente, confundido entre el proyecto realista del sí y el proyecto moral del pero[3],  por medio del simulacro donde observamos que algo medular no es el símbolo,  sino la alusión, en tanto siempre remite a otra cosa, a otro algo: en palabras  de Barthes, “La alusión es una fuerza defectiva, deshace la analogía apenas la  ha propuesto” (1983, p.170). Piénsese desde ya al decir sobreviviente, no sólo  en términos de Lyotard, sino también en términos de Freud respecto a “Lo  ominoso”, en relación a Nathaniel y Olimpia, sobrevivientes en tanto seres a  mitad de camino entre lo animado y lo inanimado[4].
1.- CRISIS DE LA   RACIONALIDAD MODERNA Y DICTADURA.
Siguiendo a García de la Huerta, observamos estrecha correspondencia entre el mito del progreso  vinculado al imaginario técnico de la Modernidad y las prácticas de los regímenes totalitarios del siglo XX, a saber,  el colectivo humano sería una parte constitutiva de dichas maquinarias  complejas, no ya “la técnica al servicio del hombre”, sino lo humano como  pieza-órgano dividido en grupos y unidades altamente jerarquizados: “los  llamados <<efectos secundarios>> del progreso son en este  aspecto enteramente primarios y en cierto modo representan el equivalente de <<los  excesos>> de un régimen totalitario” (de la Huerta, p.121).
La técnica y las dictaduras desbordan sus  límites, alcanzando al conjunto de los agentes sociales, al propio cuerpo y la  corporalidad (sedes y agentes de sus imaginarios y prácticas), en función de los  principios propios de este poder ubicuo,  descentrado, difuso, que atesora algunos/as sujetos en correspondencia del  desmedro y sufrimiento de otros/as, en conexión a su desaparición real o  simbólica. Sírvanos la siguiente cita:
  “no lo irracional como opuesto a la razón, no la  violencia como opuesta a la armonía social, no la transparencia y la armonía  opuestas a una suerte de enajenación y disolución de la sociedad, sino cómo […]  se van dando las condiciones para la emergencia de una relación cada vez más  intensa y profundamente dialéctica entre la razón y lo irracional, entre el  hombre libre en el universo técnico científico y las formas cada vez más  arcaicas de la violencia política” (Forster, 1996, p ).
Como en un régimen dictatorial, aquella lógica  supuestamente objetiva propia de la Modernidad, es entendida ahora como dispositivo de producción de creencias, de  mitos, por medio de evidencias intelectuales y sensoriales, en anhelo de una  verdad única, originaria y trascendente. Razón moderna que comporta, a un  tiempo, la emancipación y la violencia genocida (Dussel, 2001), como  procedimientos orientados a fines utilitarios y resultados operativos.
Modernidad ligada al desarrollo comprendido  como categoría ontológica; modernidad ligada a la “racionalización” en tanto  encubre, en nombre de la “racionalidad”, una determinada forma de dominio desde  su misma estructura. En su escrito Ciencia  y técnica como ideología, Habermas hace una cita a Marcuse que bien ilustra  lo anterior:
  “La técnica es en cada caso un proyecto  histórico–social; en él se proyecta lo que una sociedad y los intereses en ella  dominantes tienen el propósito de hacer con los hombres y con las cosas. Un tal  propósito de dominio es material, y en este sentido pertenece a la forma misma  de la razón técnica” (1986, p. 55).
Lo que Ricardo Forster ha llamado “la crisis de  la racionalidad moderna”(1996), involucra transformaciones radicales en lo  social, transformaciones que implican dentro de sí la dimensión estética y los  paradigmas científicos de la misma Modernidad. Un carácter destructivo guía a  ciertos artistas, a ciertos intelectuales entre el peligro[5] (Benjamín y  Adorno como ejemplos para Forster), enfrentados al desmoronamiento de las  estructuras de base de la sociedad burguesa. Sentido prometeico que atisba en  la crisis una nueva oportunidad para el pensamiento crítico. Se hace una  necesidad de primer orden la práctica de nuevos acercamientos, necesidad  imperiosa de preguntarse por lo postergado en las versiones oficiales de las  preceptos cristalizados, resemantizando los textos en el retorno de los  discursos al lugar de la historia (Guha, 2002).
2.- EL OJO VISTO ES CUERPO  (PERO NO). EL OJO QUE VE ES SUBJETIVIDAD (PERO NO)
Según nuestro interés, en acuerdo a las máximas  que guían esta reflexión, aplicamos un principio que borra las distinciones  categóricas. Leemos en Zonas de Peligro y la relación de la corporalidad y su dimensión subjetiva, en la relación del  cuerpo escritura y el mundo, la crisis de la racionalidad moderna, en tanto  heteroglosía diferente a la sobrecodificación unidimensional de la Modernidad (Preciado, 2005). Se entiende de paso que no hablamos de la  subjetividad del autor, sino de la subjetividad representada en el texto,  necesariamente transformada en discurso[6]. Entronquemos a nuestros fines ya  especificados, la observación que hace Harris vinculada al tema de la  continuidad, cambio y quiebre en la tradición poética chilena de los 60 y 70:
  “Pensemos que ninguna frontera está claramente  delimitada, que todo territorio adyacente a otro se define justamente por la  ductilidad y permeabilidad de la misma adyacencia, la demarcación de lo que  limita se borra produciendo la imbricación y, por lo tanto, la entrada y salida  de un territorio en otro” (Harris, 2002, p.43).
Consecuentemente, el baldío en Zonas de peligro se ofrece como alusión,  entendida en tanto “[…] la semejanza queda burlada sin que por ello se borre”  (Barthes, p.170). Alusión como lenguaje fronterizo respecto al saber-poder  hegemónico (incluidas las nociones de arte), respecto a los parámetros  masculino-autoritarios fundacionales del Nuevo  Mundo y la dictadura, en tanto actos de violencia donde “la retórica es el  mito”(Harris, 1992, p.22).
  “la ciudad, el espacio urbano,  la calle de las relaciones eróticas equívocas, <<los tercos  adoquines>> que sobrevivían desde la Colonia, premodernos y en  todo su esplendor, y esa calle lúgubre con nombre de Cacique mapuche  [Orompello], con sus fachadas retorcidas y descascaradas. El espacio urbano se  abría así como no un telón de fondo, si no el locus mismo donde debía  proferirse, ocurrir, devenir nuestra poesía, desde una contextualización  metafórica y metonímica” (Harris, “Concepción como mito”, p.4).
Locus fronterizo respecto a la experiencia de la corporalidad. Alusión al  cuerpo inútil (material y vivido), enfermo (“las carnes oscuras  gimientes/partidas abiertas refregadas”. Harris, p.18), porque así como en el  éxtasis místico “yo” y mundo tienden a asimilarse, ocurre que en la enfermedad  las distancias entre el “yo” y la materialidad del cuerpo decrecen, aunque no  deja de hacerse presente en la misma escisión de lo enfermo, en el hecho mismo  del cuerpo como un algo otro (aunque difuso) respecto del yo ( p. 40):
  estos  cuerpos inmóviles en las esquinas
    ya  habían sido pintados sobre los muros,
    cuero  sobre estuco, hueso sobre adobe, pintura sobre carne
    viva:  para contagiarnos de amor datan sus llamados
    o  ecos del deseo y la magia simpática de cada culo de tiza,
    de  cada pecho de látex aguardaron en silencio, como
    todo  amor verdadero, agujereando de lóbrego amor cada muro.
    (Harris,  1992, p.17)
Enfermedad de la experiencia del mundo, de los  cuerpos decadentes, horadados, proyección del fracaso de la Modernidad, enfermedad síntoma de la represión militar, de su intención de  borradura del otro. Alusión al sitio eriazo, al terreno-cuerpo-escritura  marginal respecto al trazado de las ciudades (a lo marginal respecto a los  imaginarios de las centralidades). Fracaso de los valores que guiaban la  empresa humana (crisis de la carne-cuerpo-escritura: uno solo), etc.
Multiplicidad de alcances que al tiempo que se  abren se obliteran, en un desplazamiento por medio del cual “deslegitiman la  pureza, la teleología y la unidimensionalidad de los saberes producidos por las  representaciones de la Modernidad”(Preciado, 2005  p.4). Evidencia de la mentada crisis de la racionalidad moderna, pero también,  y no menos importante, intención de fuga del acto coercitivo del nombrar[7] y  del acto artístico dentro de las normas impuestas desde las hegemonías  (Herrera, p.9-10)[8]: “y un espejismo las putas vestidas de ropas blancas,/ y  un espejismo los eriazos floreciendo” (Harris, 1992, p.16)
Desplazamiento limítrofe espejeo de la amenaza  de la disolución de las fronteras del mundo, del sujeto, evidencia de su  fantasmagoría en relación al espejo: “no se sabe demasiado si el sujeto se  refleja en él o se refleja para él otra cosa que él mismo”(Clement citado por  Krysinski, p.279). Sujeto como soporte y mito, fantasma en los diferentes  ámbitos sugeridos en Zonas de Peligro,  en los niveles de la subjetividad, del cuerpo-escritura objetivado y del mundo  exterior, que al cabo, recalcamos, en tanto ilusión, teatralización, todo es  uno (dolor colectivo-individual, pasado-presente, Concepción-Latinoamerica,  etc.), cada uno es el otro y ninguno: “pero ahora fíjense que las costillas/ ya  parecen haberse enraizado sobre los peñascos sucios,/ de la calle donde esta  tirada como a dormir” (Harris, 1992, p.23). Idea que no deja de recordarnos el  tema de “lo ominoso” en Freud[9], en relación a lo fragmentario del  cuerpo-escritura (“el mito el fragmento la parte tu ojo tu/ culo tu idea las  puras ganas lo mismo/ lo otro”. p.22) , en relación a la repetición, al motivo  del doble en Hoffman y los personajes de Zonas  de Peligro como desdoblamiento de la(s) voz/voces eje en “el otro tú el  demente/ el niño rapado el otro/ ese hombre/ enmascarado en un viejo” (p.14),  “Jaqueline dorada” (p.19), Luciano Cruz y Sebastián (p.22), las putas, etc.  Duplicación que “de un seguro de supervivencia, pasa a ser el ominoso  anunciador de la muerte” (Freud, p.235), donde el otro es el semejante al yo y  su dolor es el propio.
El tema de “lo ominoso” también en relación a  los prismáticos del cuento de Hoffman y al nexo en él propuesto entre sujeto,  ojo y realidad cotidiana siniestra. En Zonas  de peligro, el ojo es vivido y es objetivado, el ojo enfermo que enferma es  la matriz, pero que, como recuerda Barthes a propósito de Historia del ojo de Bataille, “por su libertad metonímica [...]  todas estas asociaciones son a la vez mismas y otras; pues la metáfora, que las  varía, manifiesta entre ellas una diferencia regulada, que la metonimia que las  intercambia se dedica en seguida a abolir: el mundo se hace turbio, las  propiedades ya no están divididas”(1983, p290).
Ligado a lo anterior y a nuestra premisa, en Zonas de Peligro, es un ojo “reflejo y  refracción” (p.19), es “un rojo disco de metal” (p.11), “un sol mohoso al fondo  de una calle” (p.11), es “los cuerpos” (p.12), “un semáforo que no termina  nunca de parpadear”(p.13), “la lumbre del cigarrillo” (p.13), “tu culo” (p.15),  “el lirio vaginal” (p.15), los pezones de “tetitas de perra joven” o de “ubres  de vaca vieja”(p.19), una ampolleta roja de “40 wattios” (p.21), etc.  Proyección de las sanciones disciplinarias en una subjetividad colectiva  paranoica que todo lo cubre, que transforma al lector en paranoico[10], en  enfermo. Escritura metonímica, fragmentaria, que se extiende al resto de lo  representado[11], al resto de lo presentido; “estados flexionales de una misma  identidad”(Barthes, p.284).
Escritura hija agónica, testimonio del poder  disciplinario de la Modernidad y de la dictadura,  que aunque no se deja ver, se intuye omnipresente, sintomática de la tradición  estética que, aunque se niega en los márgenes, en el baldío, permanece  omnipresente en los cuerpos, en la escritura. Un ojo rojo en “formas  flexionales de una misma palabra”(Barthes, p.284), un ojo rojo enfermo,  sangrante, un ojo rojo que todo lo enrojece, lo descompone, lo enmohece, lo  enferma, lo ensangra y teatraliza[12].
El baldío como escenario de lo imposible vuelto  posible, en tanto vigilado por el ojo. En nuestro caso, siguiendo a Lopoldo  María Panero, podemos hablar de una metáfora de la escritura que relega lo  imposible a una suerte de no existencia, que torna posible la imposibilidad en  tanto se la adscribe a la   Ley, a lo social. Aparente derrota  inevitable de lo imposible en la escritura, en lo objetivado por el ojo. Leemos  en el poema “Zonas de Peligro” de la página 25:
  Inventaron  un baldío donde no se ponía el sol
    pero  te inventaron una calle donde no refractaba
    el  sol        La Concepción te inventa          una nebulosa
    fragmentaria      lo inventado es parcial      lo
    inventado  está fetichizado      tú estás  fetichizado
    tú  eres el fetiche
Todo es simulacro,  todo es símbolo, invención, pero no. Todo es alusión. Todo está muerto, pero  no, porque todo sobrevive (el sí como de algo): (sin)razón, sujeto, arte[13], dolor, pero también la oportunidad. Más  adelante en el mismo poema se lee:
  no  eres la inven-
    ción  de un falso Genet diciéndote que este es el
    centro  perdido de las orgías de tu corazón que
    refracta  luces rojas      palpita por todos los
    ojos  falsos de los semáforos o la sangre de
    plena  medianoche cuando se detiene el tránsito
    cuando  los cuerpos se detienen
                                                                   se  ocultan
    ahora  los fantasmas espían desde los intersticios
    ahora  tú tiemblas, como si te masturbaras o permanecieras
    bajo  la luz de una vela una nebulosa
    te  inventas que proteja tu cuerpo
Parece no haber escape al poder ejercido sobre  “la docilidad de cuerpos” por los dispositivos de vigilancia (Foucault, 1995),  ni siquiera en las zonas de peligro, en el baldío: ni en Orompello, ni en el  Hotel King, ni en la locura, ni en el erotismo, etc. Pero si no hay escape al  menos hay refugio, aunque endeble, momentáneo y aparente, líneas de fuga en lo  escrito, en sus silencios, en la multiplicidad de sentidos viables sugeridos,  en la multiplicidad de referencias enciclopédicas, en su carácter de testimonio  del dolor de los/as derrotados/as, de los/as oprimidos/as, de los/as  subalternos/as, tejiendo una “red de conexiones entre los hechos, entre las  personas, entre las cosas del mundo” (Harris, 2006, p 387). Posibilidad en el  mismo desplazamiento de los significantes (“protegidos por la ficción”. Harris,  1992, p19), posibilidad del “reflejo y refracción” (Harris, 1992, p.19).
La alusión, puede entenderse entonces, como un  destello de luz[14] por entre lo ominoso, una burla al ojo panóptico: “Pero  como todo transcurría en un teatro/ protegidos por la ficción,/ sólo a lo  lejos, lejos,/ se escuchaban las crepitaciones de ese incendio  terrible”(Harris, 1992, p.19). Escritura testimonio que viene a reinventar un  imaginario a un tiempo individual y colectivo, necesidad de mitificación  identitaria que de cuenta de lugares diferentes de los de la oficialidad  dictatorial, diferentes de las coordenadas de la tradición moderna, incluida la  lógica lineal progresiva (Harris, 2003, Concepción como mito).
Tanto por el pasado proyectivo (Babha,  1997)[15], como por la repetición constante[16] y fragmentada, Zonas de Peligro remite a lo imposible  cualquier intención de visión totalizante del ojo de Dios, de la torre  panóptica. Intención que alude en la repetición, en el retorno, a un tiempo  pasado transhistórico, no lineal ni esencial[17], unido al presente, cruzado  por el dolor de la desigualdad y la violencia proyectiva de la historia  latinoamericana, de la chilena: “Así como largas y angostas fajas de barro/ Así  como largas y angostas fajas de noche/ Así como largas y angostas fajas de  musgo rojo/ sobre la piel” (harris, 1992, p.11).
Ya desde el comienzo del epígrafe de Gonzalo  Rojas que abre el libro, “el viaje mismo es un absurdo”, Zonas de Peligro no remite a un origen, ni siquiera en el sujeto,  en tanto “estructura disipadora” (Krysinski, p.280). Niega el axioma temporal  lineal de lo moderno con el rostro mirando al futuro. Léase lo expresado en los  párrafos anteriores (y cuanto más se estime pertinente) en este texto:
                          La retórica es el fragmento la parte el par         
    sin cara de tetas  pegándote en la espalda en
    el  pasillo de la micro el liquen orgánico el
    lirio  vaginal el deseo escosiéndose las he-
    ridas  las señales las marcas por aquí por
    allá  rojas
    tu  ojo tu culo tu idea tus ganas
    la  retórica es el mito los paraísos jamás
    reencontrados  por estos mismos adoquines ero-
    sionados  caminó Luciano Cruz por los 60
    esta  misma lluvia y no otra barrió hasta los
    desagües  las cenizas de Sebastián el inmolado
    el  mito el fragmento el desagüe tu ojo o
    tu  culo lo mismo ayer hoy mañana pasará
    o  el poeta norteamericano Ginsberg leyó en este
    miserable  rincón sudamericano por los 60
    escribí  mucho allá visitó Temuco y Ancud
    viví  entre de los pescadores éramos
    felices  dice una voz la parte del fragmento
    el  mito sin cara de tetas pegándose en
    la  espalda en el pasillo húmedo de la micro la
    retórica  es el fragmento la parte el otro
    el  tránsito bajo un sol mohoso que te espía
    desde  el fondo de una calle larga sin oasis
    para  detenerse a respirar jadear
    el  mito el fragmento la parte tu ojo tu
    culo  tu idea las puras ganas lo mismo
    lo  otro
   
HACIA UN CIERRE DE ESTE  CUERPO
En Zonas  de peligro (tejido deceptivo), aquello que se ve, la imagen supuestamente  objetiva, es también delirio, es también proyectado desde dentro, mitificación,  guiño paródico a las crónicas del Nuevo  Mundo, donde el cronista delira proyectando el mundo desde dentro,  acomodándolo, inventándolo según sus propios códigos; ya no crónica de un mundo  de maravillas ubicado en los confines del orbe, sino discurso fragmentado  decadente en los confines de la urbe, en los márgenes del orden de la  racionalidad moderna. Sin embargo, en acuerdo a lo señalado por Juan Herrera  (p.13), la parodia a las crónicas de conquista en Harris tiende a difuminarse,  en su coincidencia en tanto registro de empresas fracasadas.
Las zonas de peligro de Harris son  representación enferma (malestar) desde el ojo devuelta al ojo, desde la  angustia paranoica reflectada al mundo desde la misma angustia; el mundo un  espejo del ojo, pero el ojo como espejo del mundo. Se hace tabla raza con la  separación categórica sujeto/mundo, sujeto textual/lector (la angustia de la  voz/voces de Zonas de Peligro ahora  es nuestra angustia[18]: el mundo proyectado desde un adentro que es también el  afuera, porque adentro y afuera son uno solo, lo mismo y otra cosa, pero no  (“Una copa de árbol aguada/ cuya profundidad es el miedo/ [...]una copa de  árbol aguada/ cuya frondosidad era simplemente el follaje”. Harris, 1992,  p.13).
El cuerpo vivido, el cuerpo objetivado y el  mundo, así como el pasado y el presente, son cubiertos por una  nebulosa/lluvia/oscuridad/silencio, todo simulacro, mitificación, que casi  cubre la amenaza[19], pero no los síntomas, el dolor (“un grito y otro/ grito  no interrumpen el silencio, lo confirman”. Harris, 1992, p.26), porque ya no es  la noción de progreso lo que da sentido, sino el dolor humano que todo lo  cubre, el dolor es quien traza caminos entre las discontinuidades, el  redescubrimiento del otro como semejante, como otro que comparte los rasgos de  humanidad:
  y  el cuerpo de las vivas se confundía con el cadáver
    de  las muertas,
    y  los signos contagiados de amor se confundieron con los
    signos  contagiados de violencia. (p.17)
De la razón del mundo moderno, bajo la hegemonía  de su versión aséptica, enlazada a los principios del pensamiento positivista  decimonónico de la Ilustración, que aspira en  inicio a la igualdad, a la libertad, a la transparencia democrática, al bien  social, surge en el siglo XIX y se instala en el XX, una racionalidad  instrumental que “produce otro tipo de ataduras y genera nuevas formas de  enajenación” (Forster), que vienen a ser omitidas en la historia por esta misma  razón moderna como lógica de principio.
La derrota en Zonas de Peligro se transforma en oportunidad, a un tiempo, de  continuidad y fuga, por medio de la mitificación del dolor individual y  colectivo en la escritura, en sus intersticios. Derrota inevitable que, pese a  ello, permite atisbar, en ausencia, en lo fragmentario, en la repetición, en la  alusión, lo que nunca es: “la dimensión prohibida del devenir”(Panero, p.8).
Zonas de  Peligro como testimonio del derrumbe del mundo, de la  derrota de lo humano en los “campos de extermino”, pero no, puesto que en la  misma angustia de estos mismos cuerpos, de estos mismos textos enfermos, de  este mismo testimonio del dolor, subyace la resistencia. Valga una última cita:  “La angustia desaparece cuando el hombre se entrega. Los hombres mueren en los  campos de concentración sin angustia, como los animales, puesto que su ánimo es  nulo y su resistencia inexistente” (López Ibor; López-Ibor Aliño, p.45). En  Zonas de peligro, resulta evidente, la angustia no ha desaparecido.
 

    
      
BIBLIOGRAFÍA
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- Rojo, Grinor. “Casi Veinte Años de Literatura Chilena: 1873, 1991”. En Cultura, autoritarismo y redemocratización en Chile. Fondo de  Cultura Económica, Santiago de Chile, 1993.
- Sánchez, Cecilia, en Revisitando Chile. Identidades, mitos e historias,  Sonia Montecino
  (compiladora), Santiago, Publicaciones del Bicentenario, 2003.
- Sanfuentes, Olaya. “Cristobal Colón: el último viajero medieval”. En  Patrimonio Cultural nº 33. Dibam, Santiago de Chile, 2004, pp. 6-7.
 
 
 
NOTAS
  [1]Referencia a la categoría del texto como “intransitivo” en Reis,  Carlos, 1995, p.13.
  
  [2] Marcos García de la Huerta señala: “Los Estados  modernos nacieron del empleo de la artillería y la bala de cañón; España se  impuso en América en gran parte gracias al caballo y el arcabuz; Inglaterra  logró la supremacía sobre el imperio español y el francés por medio de su flota  naval. El imperio americano logró imponerse sobre el japonés gracias a la bomba  atómica y más recientemente sobre la URSS por medio de su  tecnología espacial”. 1996, p. 121.
  
  [3] Consultar sí como proyecto realista y sí pero como proyecto moral,  en “La respuesta de Kafka” de Roland Barthes (1983, pp. 167-172)
  
  [4] Ver referencias a Lyotard y Freud especificadas la bibliografía.
  
  [5] Piénsese en el título del conjunto de poemas de nuestra revisión.
  
  [6] Usamos para el caso, las observaciones de Vladimir Krysinski, en el  artículo “Subjectum comparationis: las incidencias del sujeto en el discurso”:  “La subjetividad de la obra que pasaría por el autor-sujeto y se concretaría en  la obra no se plantea en ella [...]. La dialéctica de la escritura y del  mensaje implica un dialogismo y una interdiscursividad que se juegan entre los  sujetos y las ideologías. La parte del sujeto puede ser determinante y el  receptor [idealmente] la capta sin que el creador haya tratado de dotar a su  mensaje de un carácter social absoluto”. (p.272).
  
  [7] “El poder introduce lo real en la ficción, enfoca el ojo del  narrador, hace bizquear el del lector, determina el orden del discurso,  transparenta el mundo narrado. Fluye por todos lados pero se oculta, permanece  en las sombras […] porque el poder, nos referimos al poder disciplinario, no se  deja ver; en verdad, para actuar no le conviene mostrarse”. Rodríguez, Mario.
  
  [8] “tipo de discurso en el territorio de las artes que desborda las  imposiciones en la forma de hacer poesía, la que surge, en segundo término, por  la determinación que los autores escogen al cancelar los atributos modernos  excluyentes que caracterizaron al sujeto “poeta”. Herrera, Juan, p.9-10.
  
  [9] Ver referencia bibliográfica especificada al final.
  
  [10] Admite Juan Herrera en su trabajo en torno a la escritura  harriana: “con el transcurrir de la investigación e incluso más allá de sus  fronteras, surgía el problema de observar la escritura de Harris inscrita en un  marco conceptual mayor, más libre quizás, y que entregara herramientas que le  permitieran escaparse de los límites que nuestras reflexiones le habían  impuesto sin pretenderlo siquiera”. P.12.
  
  [11] “De este modo, la retórica del fragmento puede leerse como una  retórica del collage, el cual extiende su participación a los niveles  temporales, espaciales y a las subjetividades participantes”. Herrera, p13.
  
  [12] Respecto al rojo y la experiencia subjetiva, a sazón de la  teatralización, a sazón de los difusos límites entre el cuerpo  (objetivado-vivido) y el afuera, sírvanos la siguiente cita: “tampoco existe  una subjetividad pura. El rojo como fenómeno subjetivo, es habitualmente un  mito o una idea. Cuando vemos el rojo es siempre como cualidad inherente a un  objeto. Lo importante es, pues, la relación que se establece entre la  conciencia del sujeto y el mundo que lo rodea. Pues bien, esta relación siempre  se establece a través de nuestro cuerpo” (Ibor; Ibor Aliño, 1974, p.21).
  
  [13] “El tema de la muerte no es un tema menor en la poética de Harris,  especialmente en este libro, como tampoco lo es la visión de la muerte cifrada  en los productos culturales privilegiados por la Modernidad: la razón, el sujeto y el arte”. Herrera, p.13.
  
  [14] Aunque como pese a ser esperanza no deje olvidar lo terrible del  incendio.
  
  [15] “La luna aparece como el faro de un/ tren en la memoria de lo  perdido, como un/ ácido venas adentro cuerpo abajo hacia la memoria/ en lo  perdido”. (Harris, 1992, p.26)
  
  [16] Zonas de peligro es el título del conjunto y de varias unidades  dentro del conjunto. “[…] en Cipango el principio de coherencia lo constituye  un continuo retorno del poeta al mismo sitio”, dirá Grinor Rojo (Cipango, 1996,  p.12).
  
  [17] Recuérdece que, parafrasean a Cecilia Sánchez, dentro del  imaginario de la dictadura, en acuerdo al principio ordenador moderno, el golpe  de Estado de 1973, traería consigo la continuidad de Chile la historia que le  era propia, en acuerdo a la restauración de una identidad auténtica. P.333.
  
  [18] ¿al modo del juego de Hoffman en los ojos de Olimpia son los ojos  de Nathaniel?. Freud, p. 232
  
  [19] Se lee en Zonas de Peligro: “una nebulosa/ te inventas que proteja  tu cuerpo” (p.25) o “la estéril cortina de la lluvia de siempre” (p.26) “Estaba  oscuro. Entre las sombras, un grito y otro/ grito no interrumpen el silencio,  lo confirman,/lo pueblan, como nuestros cuerpos/ a la muerte. (p.26)
  
 



 
(*) Marcos Arcaya Pizarro. La Ligua, Región de Valparaíso,  Chile, 1979.
  Parte de sus escritos fueron  incluidos en Anomalías: Antología de  Cinco Poetas Chilenos/as, Editorial Zignos, 2007, Lima, Perú. 
  
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