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      Los libros pavorosos de Tomás Harris: Las dunas del deseo
          (Presentación de Las Dunas del deseo, en la Biblioteca Nacional,  Chile)
        Por Damaris Calderón Campos
         
         
        
          Si uno se equivoca y le coloca la   H a su nombre, (Thomas), Tomás Harris podría ser confundido  con el otro, el de los best-sellers. Imagino que no le disgustaría el equívoco,  que miraría con ironía el juego de espejos, de identidades intercambiables  donde el autor se convierte en esa aspiración , anónimo, Nadie, como Ulises.
          
          Nacido en La Serena, formado y deformado  en Concepción, esa ciudad textual que vuelve recurrente en sus textos como Cipango, Catay, Tenochitlán, Tebas. Autor de Zonas de peligro(1985), Diario  de navegación (1986), El último viaje (1987), Alguien que sueña,  Madame (1987), Cipango (1992), Noche de brujas y otros hechos de  sangre (1993), Los 7 náufragos( 1995) y Crónicas maravillosas (1996) (poesía), Historia personal del miedo(cuentos, 1994), Encuentros  con hombres oscuros, (poesía 2001), Itaca, Tridente y Lobo, la poesía de  Tomás Harris tiene muy poco de serenidad y de sosiego. Traducido parcialmente  al inglés y al sueco, con el Premio Municipal de Poesía (1993) por Cipango;  el Premio Nacional del libro y la lectura en la categoría de obra inédita por Los  siete náufragos, el Premio Pablo Neruda por el conjunto de su obra en 1995  y el Premio Casa de las Américas (1995) por Crónicas maravillosas, Tomás  Harris se vuelve sospechoso. Cuando se franquea la muralla de premios y uno se  adentra en los libros, en su universo autónomo sin rótulos validatorios, el  lector se encuentra con uno de los hábeas literarios más sólidos no ya de  Chile, sino de la poesía hispanoamericana y con la voz personalísima de Tomás  Harris, que ha creado un universo singular, emblemático, donde su ciudad  recurrente, Concepción, (Tebas) se transmuta y se convierte en símbolo de las  ciudades latinoamericanas bajo estados dictatoriales. Cruzado por la historia,  por la fabulación, la novela de viajes, de horror gótico, textos clásicos como La Odisea y la Ilíada, la  pintura y el influjo cinematográfico, poco y nada tiene que ver su obra con el  panfleto en lo que el autor ha llamado su "antiépica”. Parafraseando a  Nietzsche ha dicho que “la poesía se hace a martillazos” y el lector, ante sus  textos, recibe esa sacudida; no sale indemne. Trabaja calladamente en la Biblioteca Nacional  (“nada que ver con Borges”), parece , a primera vista, un animal doméstico,  pero si uno mira detenidamente sus ojos azules, percibe la contención del  felino.
          
          Entre las cosas que me llaman la atención  de la escritura de Tomás Harris, está su capacidad de creación de mundos, más  que de libros autónomos, discernibles. Quiero decir, creo que con su obra ha  creado un universo tan propio, en la Concepción de Tebas, en la Putamérica, como  símbolo, como García Marquez  ha hecho  con su Macondo, o Faulkner con su Yoknapatawpha o Mutis con sus paisajes. Quiero  decir, estamos ante el autor no de poemas aislados o libros singulares, sino de  sagas.
          
          Los libros de Tomás Harris  se proyectan a la manera de sagas (estas  sagas) o estas también resacas  y son  pavorosas, irguiéndose, o arrastràndose en una escritura proliferante,  exacerbada, , donde sus propios recursos se extreman a veces hasta la  extenuación.  Escritura barroca, que se  va haciendo de la acumulación y de residuos, imágenes de cines, de filmes,  fragmentos de versos, de citas, de autocitas, un palimsesto polifónico,  mezcla de la ficción y la historia, de lo  real y la holeografía, donde cada vez más va desapareciendo la condición humana  y va siendo sustituida por estas presencias de androides, mutantes, en una  anticiudad, en un antimundo,” el culo del mundo”, un planeta azul a punto de  extinguirse. Harris, como Velásquez, en el cuadro de las meninas, crea objetos  tridimensionales y carga la tela de referentes y personajes que se desplazan  hacia las cavernas neoplatónicas, hoy cines XXX. 
          
   Otra de las cosas que más me llaman la  atención en la escritura de Harris y que se evidencia en este poemario, es  cómo los relatos transmigran y transmutan. Hay  un núcleo duro, nodal, autobiográfico, de su poesía, cifrado en Concepción (Cipango)  que deviene (Tebas) Ttreblinca,   Arraquis, Marraques, donde el horror va desplanzando sus centros.  Así, creo que este libro viene siendo la  continuidad o la exacerbación de libros anteriores, desde Cipango , pasando por  Itaca y Tridente, donde ya estaban las cartas de amor imposible entre Cordelia  y Edipo, donde ya estaban los androides mutantes, los antisiquiatras, la  anticiudad, donde el horror ya no tomaba cuerpo sino en la mutación. En estas  dunas del deseo, abre el libro una cita de Vallejo, “ simplificado el corazón,  pienso en tu sexo”, y la princesa Cordelia nos dice que “ nos simplificaron el  corazón con especias pero…no se puede pensar en un sexo sin saber las formas  que tienen un corazón” Así, el libro se va abriendo a una polifonía de  discursos fragmentados, donde aparece el Atriles, con una nueva y vieja,  inmemorial e interminable misión: la ruta de  las especias, de la seda, la figura del khan, esta vez, mirando a un planeta  azul, que nadie ha visto por su telescopio, desde el cosmos que no se sabe si  es el cosmos o su representación, otra de sus imágenes, reaparecen Nerval,  Rimbó “ el poeta nacional” , los nexos inconexos, imposibles entre Cordelia y  el Ataide ¿(Nerval)? ¿Quién es otro? Todos son otros, perdidos en su saga,  Kafka en la biblioteca donde los libros cuelgan como reses muertas en un  frigorífico, donde los torturadores del kan, del golpe del 73 chileno, de Treblinca,  de las cámaras de tortura de Hitler, o los gobiernos de turno norteamericano,  se suceden en el horror cíclico, circular, interminable, donde la esfera de  nuestros ojos sólo pueden ver el vacío de las imágenes. Porque cada vez más,  cada nuevo libro de Harris nos adentra en un mundo más deshumanizado, donde la  danza de la muerte medieval ahora es una irrisión cotidiana, fría, asèptica, un  relato como de guerra de las galaxias donde ya no van quedando galaxias ni  relato ni sujeto ni hombre ni mujer ni amor ni deseo posible. Entonces este  libro ahonda en la parodia, en la saga a lo Lukas, al far West, a la ironía,  que es decir, en la imposibilidad de aquello que se quiso, que se esperó, a su  melancolía, por lo que sospecho que el autor de Las Dunas del deseo, es también  un romántico. Quiero finalmente celebrar la publicación de este libro y decir  que es bueno ser  un contemporáneo de un  gran poeta, que es bueno poder reconocerlo entre los pares y expresarlo aquí,  públicamente.