Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Tomás 
              Harris | Julio Espinosa Guerra | Autores | 
             
             
             
             
            “ÍTACA”
                Tomás Harris, LOM Ediciones, Santiago 
                de Chile, 2001.
            Por Julio 
              Espinosa Guerra
              Revista de Poesía 
              “La Estafeta del Viento” de Casa de América, número 
              1, primavera – verano, 2002
             
            
            
          
          Poeta increíblemente productivo, Tomás 
            Harris (La Serena, 1956) se ha ganado un lugar de privilegio en 
            la actual poesía chilena y latinoamericana a partir, principalmente, 
            de “Cipango” (1993, Premio Municipal de Poesía), “Los 
            7 náufragos” (Premio del Consejo Nacional del Libro y la 
            Lectura, Poesía Inédita) y “Crónicas Maravillosas” 
            (Premio Casa de las Américas, Cuba,  1996); 
            textos en los cuales poetiza la ciudad latinoamericana (encarnada 
            específicamente en Concepción), que vivía y vive 
            la ilusión del desarrollo en medio de una realidad subdesarrollada, 
            valiéndose de una especie de crónica posmoderna, donde 
            el hablante hacía propios los giros lingüísticos 
            del narrador de la conquista española para plasmar su particular 
            visión de mundo.
1996); 
            textos en los cuales poetiza la ciudad latinoamericana (encarnada 
            específicamente en Concepción), que vivía y vive 
            la ilusión del desarrollo en medio de una realidad subdesarrollada, 
            valiéndose de una especie de crónica posmoderna, donde 
            el hablante hacía propios los giros lingüísticos 
            del narrador de la conquista española para plasmar su particular 
            visión de mundo. 
            
            En “Ítaca” prosigue intentando develar este territorio de mestizaje 
            cultural y tecnológico, manteniendo la anulación o estancamiento 
            del tiempo y la superposición del relato mitológico 
            al histórico, pues cree que este “sirve (…) para dar cuenta 
            de estados arcaicos que se siguen manifestando a pesar de los cambios 
            históricos que perviven más allá de las grandes 
            muertes: de la muerte de Dios, de la Historia, de las Utopías”, 
            pero además incorpora elementos mucho más actuales y, 
            por ende, identificables, como el fenómeno del zapping 
            y la cultura de la imagen. De esta forma es fácil entender 
            que el libro no tenga unidad estructural y salte de una problemática 
            a otra casi sin nexo alguno, propiciando una escritura en expansión, 
            que incorpora códigos como los del cine, la pintura, las lecturas 
            y circunstancias particulares presentes en el imaginario del autor. 
            Mas esta disgregación es necesaria, ya que desea reflejar 
            el efecto de la posmodernidad, y digo “necesaria” aunque en muchos 
            momento la elaboración del discurso tienda a parecer un calco 
            poético hecho a la medida de las teoría y norma socioculturales 
            vigentes y no un resultado del desarrollo natural de su poética. 
            
            
            Así las cosas, la creación artística sería 
            una crónica cifrada del contexto real, como nos dice en unos 
            versos de la primera parte del libro, La balsa de la Medusas (Escenas 
            de una poética): “Todo cuadro es un suceso;/ y el pintor, un 
            cronista de los hechos./ Velázquez pintó la Nada o la 
            desolación/ de la decadencia” (p.15). Por eso no es de 
            extrañar que la primera metamorfosis del hablante se dé 
            en un Teseo posmoderno y light, absorbido por el sistema, que 
            sentado frente al TV (no “televisor”) recorre una “otra” realidad 
            que causa placer y olvido, niega la historia y mitifica el espacio 
            en que está inserto, donde todo se confunde, donde todo es 
            nada y nada es la realidad, pues habita un tiempo sin tiempo y un 
            lugar sin lugar. Allí se vuelve múltiple y en lo múltiple 
            pierde su individualidad (es Antonius Block, Ofelia, Aguirre, un yonki, 
            un holograma de sí mismo, entre otros): “Todos los hombres son adverbios(…)/ Los adverbios son 
            intercambiables y todos los adverbios son máscaras/ dice la 
            sombra(…)” (p.39): el hablante de Ítaca se nos presenta 
            como un agonista, pues se sumerge en la virtualidad, utilizando un 
            discurso híbrido y mestizo, sin haber superado el momento histórico 
            anterior y, por ende, su destino sería desaparecer.
 
            otros): “Todos los hombres son adverbios(…)/ Los adverbios son 
            intercambiables y todos los adverbios son máscaras/ dice la 
            sombra(…)” (p.39): el hablante de Ítaca se nos presenta 
            como un agonista, pues se sumerge en la virtualidad, utilizando un 
            discurso híbrido y mestizo, sin haber superado el momento histórico 
            anterior y, por ende, su destino sería desaparecer.
            
            Por otro lado, en gran parte de los poemas del libro está presente 
            el discurso erótico /pornográfico /sexual como una representación 
            de poder. Así se entiende por qué el mando a distancia 
            es el “falo dorado del zaping”, donde la virtualidad representa 
            un estado de bienestar y olvido, un sedante para la conciencia, la 
            voluntad y la responsabilidad históricas, ligadas a la razón 
            que el nuevo discurso pretende abolir.
            
            Pero en este tránsito, el hablante es capaz de pasar a otro 
            estadio y metamorfosearse en Ray Milland, el Hombre de Rayos X, 
            que, casi sin querer, en un acto ajeno a su voluntad, pero no a su 
            sensibilidad todavía “humana”, traspasa todo con su mirada, 
            incluso la “muralla virtual” y se encuentra ante el caos y la nada, 
            “un ámbito baldío que no sabía si era lo que 
            era o/ lo que mi Visión le hacía ser” (p.85), donde 
            todo es espejo de la muerte, muerte que vuelve a ser la única 
            certeza.
            
            Esto no evita que en la consecución del relato nuevamente confunda 
            realidad con virtualidad; al contrario, parece que, ante dicha constatación, 
            la única posibilidad de escapatoria es asumir la máscara 
            dentro del Gran Espectáculo del Mundo como la mejor forma de 
            enfrentarlo, máscara que se llega a sobreponer a la personalidad 
            natural del hablante y del resto de personajes que deambulan a su 
            alrededor, con excepción de quienes son capaces de abandonar 
            el espectáculo y aceptar su marginalidad. Y va aun más 
            lejos, puesto que llega a identificarse con el/ los personaje/s que 
            re-presenta /n (cine, TV) y a asumir su /s rol/es. Es el sueño 
            mismo del inconciente el que se confunde con el “espacio otro”. Finalmente 
            el hablante asume ese “otro discurso” en su realidad cotidiana, convirtiéndose 
            en asesino, pero en un asesino incapaz de advertir que sus actos son/sean 
            reales.
            
            Mas todos son recursos del escritor/ hablante para poner de manifiesto 
            el hiato que se ha producido en la ciudad/ país/ continente 
            sudamericano frente al encuentro/ enfrentamiento de la modernidad 
            y la posmodernidad occidentales. Por eso vuelve a la creación, 
            reflejada en un repaso a la obra de Otto Dix, como única posibilidad 
            de salvación, donde la poética que surge de la muerte 
            es la única posibilidad de vencer a la misma. En la creación 
            nuevamente los espacios y tiempos se anulan, quedando como resultante 
            sólo la verdad macabra de la muerte, de la creación/catástrofe; 
            pero, al mismo tiempo, del arte como única posibilidad de memoria 
            en medio de un “discurso otro” que desea aniquilarla.
            
            Es esta memoria la que se recobra en la última parte del libro, 
            donde se hace referencia a momentos no poetizados, biográficos. 
            El hablante encuentra su Ítaca en un ayer real pero perdido. 
            El recuerdo no es lo virtual, se zafa de este, da sentido al devenir, 
            aunque se trate de un sentido por descubrir. El texto que comienza 
            “con” y “en” un tiempo detenido, termina si no negándolo, relativizándolo 
            y asignándole a la memoria un peso fundamental en la comprensión 
            del presente y el advenimiento de un futuro, cualquiera sea este.
            
            El camino que Harris plantea se muestra complejo, hipnótico, 
            lleno de visiones fantasmagóricas, de cíclopes y cantos 
            de sirenas, pero existente: sólo hace falta dejar de dudar, 
            enfrentar el trayecto ofrecido por los dioses y tener la certeza de 
            que – a pesar de lo precaria que pueda llegar a ser – una Ítaca 
            siempre nos estará esperando al final del viaje.