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THALAMON O DEL BEL MORIR
Una bella vida, toda una muerte honra.
Por Thomas Harris
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Thalamon es un poemario, más que notable, y lo es, conmovedor. Conmovedor porque toda elegía sentida, vivida y vívida, nos transporta al deseo del poeta (en este caso la poeta) de que el texto hubiese sido innecesario; me explico que esa muerte del ser amado no hubiese ocurrido jamás y, por lo tanto, el poema jamás hubiese tenido lugar: gran paradoja: si uno de los más grandes poemas de nuestra lengua Coplas por la muerte de su padre de Manrique, no hubiese existido, ¿qué gran pérdida, no? Thalamon habla de la pérdida, de la pérdida del ser amado. Eso son las elegías y esta es una gran elegía. Una de las pocas como he leído desde hace mucho tiempo. El asunto es que la muerte es irrevocable, qué le vamos a hacer, es parte de la condición humana, y la poesía, la buena poesía como la de Thalamon se hace cargo de la muerte en tanto condición humana. Dado que la poesía (y el o la poeta) tienen que hacerse cargo de lo que más nos conturba: el dolor. Pero en el dolor se aloja, también, el amor. De ahí el notable título del libro que tenemos entre nuestras manos, un tanto trémulas por lo que nos dice: eros y thánatos son una entidad inseparable, y lo sabemos, desde que nos sumergimos en esta experiencia: amar. Sabemos que, tarde o temprano, uno u otro morirá antes o tempranamente; sabemos que el dolor y el placer se entreverarán de esta forma injusta, dejándonos un vacío irreparable. De eso nos habla Thalamon: de ese vacío irreparable cuando nos decidimos a amar. ¡Y cómo lo hace! Siguiendo una tradición literaria que jamás podría ni habrá de abandonarnos: el amor y el dolor, hermanados. Y el erotismo y la muerte, el recuerdo y la perenne instancia que, como las hojas de los árboles perennes, nos acompañarán, despojados del otro. Del otro amado. Del otro insustituible. Del otro que nos hace, nos hizo ser continuos, como dice George Bataille en El erotismo, su más fundamental libro: somos seres discontinuos, la única continuidad es el erotismo del amor, del cuerpo, del deseo, del goce, del soñar con el otro, de ser una continuidad que vence a la muerte. Y de ese triunfo nos habla Thalamon: versos para continuar el amor constante más allá de la muerte del que dice Quevedo, de ese amor constante del que “seremos polvo, mas polvo enamorado”. Una elegía es un texto difícil, porque nos convoca lo que más nos perturba y nos enfrenta a lo que, también, más nos enturbia el Ser: el erotismo y el amor frente a la ternura y la pasión. ¿Qué queda en ese lugar vacío donde estaba el otro, ese almohadón de la vida que se llena de las plumas del cuervo de Poe, del ave romántica que desde el busto de Palas nos dice Never More. Thalamon intenta respuestas (im)posibles a ese Never More, desde el corazón de las tinieblas y el dolor, y creo que las responde. La palabra en este libro de amor y de muerte, pero sobre todo de pasión más acá de la vida perdurable en la memoria, a lo Proust, tiene una respuesta prometeica y vital. Hay que leerlo con una mano en el corazón y otra mano en la mente. Un libro fundamental que no nos habla de reminiscencias ni de restaños, sino de Amor eterno y alterno, con mayúsculas, de la vida desde la vida, cuando uno (una) pervive y el otro, como es inevitable, debe, tiene que partir. Un gran libro. Un gran poema. Un lección de amor y supervivencia. Porque al enamorarnos, sabemos que tendremos que super(vivir), por más que nos arda la soledad.
septiembre de 2016.