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LA BATALLA DEL EBR(I)O DE TOMAS HARRIS
La batalla del ebr(io). Thomas Harris. Santiago: Ajiaco ediciones, 2014. 139 pp.
Por Magda Sepúlveda Eriz
msepulvu@uc.cl
P. Universidad Católica de Chile
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Desde el título, La batalla del Ebr(i)o, Harris hace un juego fónico entre Ebro y ebrio. "La batalla del Ebro” es la derrota de los republicanos españoles a manos de sus connacionales franquistas. Es la caída de la res – pública o la cosa pública que es la misma batalla que pierde el alcohólico, a través de las tres estaciones en que está dividido el poemario.
En la “Primera Estación”, el hablante recuerda el inicio de su dipsomanía en Concepción en plena dictadura militar y dialoga con las bandas musicales que escuchaba muy personalmente en esa época. Se trata de músicos que han sido alcohólicos. Lo interesante es la forma cómo efectúa ese diálogo. Las voces del hablante de Concepción y la de los músicos aparecen superpuestas, como si fuera una única subjetividad. Leamos el poema “Pastorius”, titulado así porque se mencionan escenas de la vida del músico británico, de jazz y de funky, Jaco Pastorius:
Me dijeron que era maníaco y depresivo
yo sólo quería tocar mi bajo eléctrico
drogas y más drogas, uf, cómo me dolían los pulgares
entonces tomé las pastillitas verdes rojas azules
[…]
Pero como me dolían los pulgares
dejé de tomar las pastillitas verdes rojas azules y
me volví alcohólico dijeron
Bebía por costumbre
vagaba por las calles de Concepción, Manhattan,
mis amigos eran mendigos y vagabundos del Bronx,
allá por Prat de Chile,
la calle que te llevaba al Cementerio General,
[…]
después de beber una caña de pipeño en el Cecil Bar
el Cotton Club del Sur del Mundo (Harris 17 - 18)
En el poema, la voz del bajista Pastorius está fundida con la voz del hablante que habita Concepción. La fusión de voces y de espacios es una de las constantes de la estética de Harris. En el libro Cipango unió Concepción del fin del mundo con el territorio asiático al que Colón creía que llegaba. Ahora es la calle 54 de Nueva York con Prat de Concepción. Este trabajo de fundir voces y espacios va elaborando un universo continente que es la propia escritura. Es allí donde el sujeto se puede disolver. Así la forma de la escritura y el motivo del alcohol apuntan en un mismo sentido y ello le da la calidad estética al texto.
La segunda estación está elaborada a través del significante “el dragón” que alude al halito alcohólico capaz de delatar su recaída ante la policía familiar, sus amigos y compañeros de trabajo. El poema “Decálogo alcohólico” usa el modelo del texto instruccional negativo, es decir las prohibiciones, para decir lo que no puede hacer un alcohólico que trabaja:
No beberás los miércoles
Así como no matarás,
No mentirás,
No robarás
[…]
Y el viernes sí pueden beber 7 vodkas
7 cervezas
7 copas de vino rojo,
sin culpa ni miedo al dragón
del día laboral (Harris 94-96)
El exceso de alcohol, los siete infinitos vasos y botellas, es la animosidad del sujeto contra sí mismo. Lo domina su pulsión de muerte porque quiere regresar a lo inorgánico que implica una sensación oceánica. Su afán de autodestrucción lo hace maligno, pero no lo puede evitar, el gozo de volver a estar contenido es mayor que su voluntad, por ello pide otro vodka. Acontece entonces la recaída.
En la “Tercera estación”, el hablante toma vino bigoteado y vive en la calle. Observemos el significante del vino bigoteado y los otros con los cuales se describe la indigencia futura imaginada:
fétido a cojones y culo, hediondo de libros perdidos y utopías
vanas,
creo, espero, sonreiré con mi boquerón fétido de caries y tinto
bigoteado
ya sin esperanzas, la mejor de las esperanzas (Harris 106)
La indigencia está descrita a través de la fetidez que emana del cuerpo y de la boca, tornando al sujeto en una “soma” repulsivo. Y ahí, cuando todo vínculo social está roto y el sujeto pasea por su cripta, él alcanza un nivel de tranquilidad, como si su trabajo humano hubiese consistido en llegar a habitar el espacio de los cadáveres.
¿Qué es beber? Creo que en el texto es perder el interés por los vínculos sociales, perder la noción del tiempo, leer y ver películas para evitar el presente, pero por sobre todo usar un lenguaje que construye al sujeto bebedor, donde las palabras pipeño, dragón y bigoteado alcanzan el espesor que solo conoce el alcohólico. Ese que no dice salud! cuando alza la botella.