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        De la lectura menor a la poética
traficante.
 
Primeras anotaciones
en torno a la poesía de Tomás
Harris y Nicolás Miquea
From the minor Reading to the Poetic Trafficker.  First Notes about the Poetry of Tomás Harris and  Nicolás Miquea
          
          Por Ricardo Espinaza Solar  
          Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Arturo Prat. Iquique, Chile.  
          respinaz@unap.cl
        
Publicado en AISTHESIS Nº 59 (2016)
          Instituto de Estética - Pontificia Universidad Católica de Chile
        
        
        
          
        
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                   Resumen
         A partir de la noción de “literatura menor” propuesta por Gilles Deleuze, el artículo comprende  una aproximación general a las escrituras de los poetas chilenos Tomás Harris y  Nicolás Miquea, para plantear la posibilidad de una “lectura menor” en tanto ejercicio de  reflexión para la escritura crítica de ambos autores. Así, desde un amplio enfoque teórico,  el artículo también explora la identidad de lo poético en tanto acontecimiento de salud,  otredad y estética relacional para la formulación conceptual de una “poética traficante”.
         Palabras clave: lectura menor, acontecimiento de salud, estética relacional, poética  traficante, Tomás Harris, Nicolás Miquea.  
        
        Abstract  
        From the notion of “minor literature” proposed by Gilles Deleuze, the article comprises a  general approach to the writings of the Chilean poets Tomás Harris and Nicolás Miquea,  to raise the possibility of a “minor reading”, as an exercise of reflection on both authors.  From a broad theoretical approach, the article also explores the identity of poetry as  health event, otherness, and relational aesthetics for the conceptual development of a  “poetic trafficker”.
         Keywords: Minor Reading, Health Event, Relational Aesthetics, Poetic Trafficker, Tomás  Harris, Nicolás Miquea.  
         
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        1. Posibilidades y acontecimientos para una lectura menor  
        Ante la posibilidad de lectura de las obras poéticas de los escritores chilenos Tomás  Harris (La Serena, 1956) y Nicolás Miquea (Llay-Llay, 1951), asoma un intercambio  y circulación de sentidos varios que deviene en acontecimiento. Una realidad materializada  en la palabra e inscrita en el verso. Un acontecimiento de la escritura que a  la vez se transfigura en una advertencia al lector como algo que siempre vendrá. Un  nuevo acontecimiento por venir.
         Así, ante la relación que ocurre entre escritura y lector igualmente adviene una  especie de desplazamiento. Acontecimiento y desplazamiento que sobreviene en  trayecto o tránsito. Un tráfico o transporte cuyo sentido y propósito va mucho más  allá de la movilidad retórica de las metáforas, las imágenes y otras figuras afluentes,  porque la literatura es aquella escritura que en pos de una “salud” trama desplazamientos.  Recorridos por el lenguaje que para Tomás Harris consisten en “el fragmento  la parte el par / sin cara” (Cipango 41), mientras que para Nicolás Miquea sucede que  “después de todo vino a resultar / que nadie sabía hacia dónde íbamos” (Fermosa 35).  Así entonces, escritura de fragmentos e incertidumbres en constante movimiento que  para estos poetas se traducen en una posibilidad de ser y no ser, de estar y no estar,  de acontecer y desplazarse poéticamente a la vez.
         Siguiendo el pensamiento de Gilles Deleuze, podemos recordar que para el  filósofo francés escribir es siempre una posibilidad de “devenir”. Un devenir siempre  inacabado y siempre en curso que va desbordando cualquier materia vivible o vivida, y  es por ello que no hay líneas rectas ni en el lenguaje ni en las  cosas; la sintaxis poética  es el resultado de un conjunto de senderos que se añaden y bifurcan. Un laberinto  de caminos indirectos creados en cada ocasión de escritura y lectura para poner de  manifiesto la vida en las cosas, en tanto zonas de vecindad e indeterminación (Deleuze  11), como “zonas de peligro ininteligibles” (Harris, Cipango 29). Espacios de la incertidumbre  y del “entre” que son los agujeros del mundo y, a su vez, los agujeros de la  realidad, “agujeros de gritos poblando el silencio” (46). Lo indiscernible del lenguaje  y la salud de la vida “que me dicen agujereada del presente infinito del poeta […] y  apenas si alcanzo a girar la cabeza agujereada de la incertidumbre” (Miquea, Libro de  Atanasio 195). Zonas, espacios y agujeros por los que generalmente no se llega nunca  a ser sino a estar siempre en vías de ser algo distinto.
cosas; la sintaxis poética  es el resultado de un conjunto de senderos que se añaden y bifurcan. Un laberinto  de caminos indirectos creados en cada ocasión de escritura y lectura para poner de  manifiesto la vida en las cosas, en tanto zonas de vecindad e indeterminación (Deleuze  11), como “zonas de peligro ininteligibles” (Harris, Cipango 29). Espacios de la incertidumbre  y del “entre” que son los agujeros del mundo y, a su vez, los agujeros de la  realidad, “agujeros de gritos poblando el silencio” (46). Lo indiscernible del lenguaje  y la salud de la vida “que me dicen agujereada del presente infinito del poeta […] y  apenas si alcanzo a girar la cabeza agujereada de la incertidumbre” (Miquea, Libro de  Atanasio 195). Zonas, espacios y agujeros por los que generalmente no se llega nunca  a ser sino a estar siempre en vías de ser algo distinto.  
        Escribir, dice Deleuze, “es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en  curso […] y devenir no es alcanzar una forma (identificación, imitación, Mimesis),  sino encontrar la zona de vecindad, de indiscernibilidad o de indiferenciación tal  que ya no quepa distinguirse” (12). Continuando con esta idea, tiendo a creer que en  la escritura poética de Harris y Miquea acontecen ciertos agujeros indiscernibles de  expresión por los que el sujeto poético deviene como “por un gran agujero entre el  cielo y la tierra” (Miquea, Que nos queremos 71), “por donde las estrellas eran orificios  en el cielo […] huecos por donde se transparentaba el baldío” (Harris, Cipango 50).  Ciertamente, sabemos del ejemplar agujero indiscernible de expresión rimbaudiana  que, producido por el desorden de los sentidos, declara “yo es otro”. Desde entonces,  además, la poesía ya no “es” sino que “está siendo” un otro para huir del ser. Una  otredad que se fuga hacia lo informe o lo inacabado; o bien, que se desplaza y acontece  en posibilidades de indeterminación, en agujeros de expresiones de alteridad,  en “oscuros vacíos hacia el final del pensamiento” (Cipango 76), “digo escribo y se /  vuelca el vacío más allá del poema” (Miquea, Fermosa 49).
         Sobre esto último, y a propósito de la poesía latinoamericana, el crítico Mario  Rodríguez Fernández ha declarado que con el “devenir” la palabra poética permanece  en el círculo de atracción del verbo estar y huye del círculo del verbo ser (24), por lo  que la palabra poética es ya un acontecimiento de la otredad. Una intensidad delirante  que deshace la identidad: “en el delirio que / acompaña el amor, en el delirio impune  en que / terminábamos todos, comenzamos a imaginarnos cosas: yo, en la penumbra,  te abrazaba el cuerpo pensando / que te abrazaba el cuerpo en la claridad” (Harris,  Cipango 55); o bien: “Yo soy todos los nombres de mis fábulas. Yo soy nadie y con ello  miento mi existencia y vivo. Yo soy ella, la poesía. Ella somos nosotros, el acontecer”  (Miquea, Que nos queremos 13).  
        Así también, para el autor de Crítica y clínica, el devenir del sujeto poético ocurre por medio de un conjunto de expresiones delirantes que no son manifestaciones  enfermizas sino saludables. El delirio puede ser un síntoma patológico cuando es  nominado por las fuerzas del orden: el delirio es una enfermedad, la enfermedad por  antonomasia, cuando erige una raza supuestamente pura y dominante. Pero, a la vez,  el delirio es un modelo de salud cuando invoca a una raza bastarda y oprimida que  se agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona  y se perfila en la literatura como proceso o creación procesual (16). De manera  similar, Félix Guattari, en “El nuevo paradigma estético”, ensayo incluido en el libro  Caosmosis, señala que las prácticas artísticas y literarias se encuentran animadas por  un “creacionismo mutante”, siempre por reinventar, siempre en trance de perderse,  como mecanismo para la producción de nuevos infinitos a partir de la inmersión en  la finitud sensible. Infinitos cargados de virtualidad potencial y actualizables en cada  situación para desmarcarse de los universales inventariados por el arte (142). De modo  que toda escritura literaria contiene efectivamente la rimbaudiana cualidad de “estar  siendo otra” en un proceso infinito. Las escrituras de Harris y Miquea son, por su  parte, un intento por hacer manifiesto, en su delirio, la producción de un decir revolucionario  en tanto posibilidad de vida. Un agujero como acontecimiento de vitalidad  o una identidad vivificante de la poesía: “Digo vida y no queda, / se vuelve violenta /  calcinando la página” (Miquea, Fermosa 49). El acontecimiento de una nueva salud  o el devenir de una salud otra como un proceso de medicina[1] que posibilita un desplazamiento desde la finitud del ser hacia la indiscernibilidad infinita del estar nada  más que en las palabras del trayecto hacia un otro. Zona heterotópica que, como bien  señalaba Michel Foucault, posiblemente no sea sino la indeterminación del ser de las  palabras. El ser del lenguaje habitando en el blanco de la página (63), “el puro blanco  / el blanco sin intersticios para detenerse a respirar” (Harris, Cipango 42).  
        Por ello Rodríguez Fernández, lector de Deleuze, también afirma que “el delirio  del poeta es una empresa de salud” (36). Pero no se trata de una gran salud, sino de  una salud otra, “una irresistible salud pequeñita producto de lo que [el poeta] ha visto  y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables,  cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud  de hierro y dominante haría imposible” (Deleuze 14). Sin embargo, esta nueva salud  como acontecimiento de la otredad, que ocurre desde la subjetividad poética para  manifestarse en la identidad del lenguaje es, a la vez, un acontecimiento en los lindes  del lenguaje. Acontecimiento en donde el poeta deviene “médico de sí mismo” a la vez  que se rebela ante el poder de decir Yo: “Yo soy el autor, yo soy / el poeta, la ficción, / la  biografía. Escribo […] Yo soy todos los nombres / de mis informes. Yo soy / Nadie / y  con ello miento / mi existencia / y vivo. Yo soy ella, la poesía. Ella somos nosotros, el  acontecer” (Miquea, Libro de Atanasio 78). Porque bien ha dicho Deleuze que la salud  como literatura, como poesía y escritura, consiste en inventar un “pueblo que falta”  (15), una otredad que habita tan solo en el lenguaje de esas fábulas del pueblo ausente.  “Estábamos en nuestro / propio pueblo no estábamos en nuestro propio pueblo. Los  pueblos eran pueblos fantasmas” (Harris, Cipango 56). “En la casa había una sombra  / que debía existir / porque había algo que no debía estar / había oxígenos y eso era  una sombra / porque había algo en la forma / porque había algo que no debía estar  / que debía estar nombrándose / y eso era una fábula” (Miquea, Libro de Atanasio  53). De este modo, es posible señalar que aquello que deviene y que delira, que hace  agujeros y crea una salud nueva en el ser mismo del lenguaje y los sujetos, no es más  que la propia palabra poética en tanto posibilidad y acontecimiento de la otredad.  Desplazamiento y tráfico. Un devenir-otro de la lengua en la lengua o bien aquello a  lo que se refiere Deleuze cuando al citar a Marcel Proust alude a una lengua extranjera  o bien cuando cita a Franz Kafka para referirse a una lengua menor. Una alternativa  del decir. Una posible intensidad de la palabra por un otro nacimiento (im)posible  en la imaginación: “A la palabra imposibilidad, nos reconocíamos / en los cuerpos  desmembrados por la imaginación” (Harris, Cipango 59). El otro nacer de la vida:  
        
          Vidas ajenas  
            me habitan
  
            Me encuentro a cada instante a boca de jarro
  
            con alguien que lleva
  
            mi rostro por las calles de Salzburgo […]
  
            y eso tampoco me parece demasiado importante
  
            La palabra Yo me queda extraña […]
  
            este recelo que no me nombra
  
            hacia el silencio  
            Por las mañanas alguien se despierta
  
            en mi cama  
            antes que yo
  
            desayuna en mi mesa
  
            y arranca de cuajo la sombra que me ve pasar
  
            (Miquea, Libro de Atanasio 40)  
        
        Ahora bien, Deleuze cita a Proust para señalar una especie de devenir-otro de la  lengua en la literatura. Un devenir de otredad equivalente a “una línea mágica que  escapa del sistema dominante” (16). Tales líneas mágicas constituyen una especie de  “efectos de sintaxis” en donde el escritor no solo destruye su lengua materna sino que  a la vez también crea una lengua-otra, como si se tratara de un agujero al interior del  sistema lingüístico dominante para declarar el paso de la vida al lenguaje, un paso  que incluso a veces va “más allá de la sintaxis” (17). Una salud en que solo habita el  agujero y el tráfico: la intensidad de un lenguaje desterritorializado “al centro mismo  de un viaje sin regreso” (Harris, Cipango 136) o “un retorno sin voz a la escritura”  (Miquea, Que nos queremos 15). Por ello también el teórico francés hablará de una  “literatura menor”, para afirmar que solo mediante el lenguaje el escritor construye  algún tipo de procedimiento de otredad[2]. Por tal razón, lo “menor” no responde a un  calificativo para ciertas literaturas, sino que atañe a las condiciones revolucionarias  de cualquier producción literaria que afecta el seno de lo que es llamado “literatura  mayor”, en tanto literatura establecida como lengua estética y políticamente dominante  para la colectividad. En consecuencia, es al interior del espacio literario de la otredad  donde aparece una colectividad invisible, menor, anulada y olvidada. Aquello bien  puede apreciarse en las siguientes heterotopías poéticas de los muertos olvidados,  presentes en el libro Que nos queremos tanto de Nicolás Miquea:
        
          DE LOS MUERTOS IMAGINARIOS DE CONCEPCIÓN, 
            ESPLÉNDIDOS OBJETOS REPITIÉNDOSE EN LAS
            SOMBRAS, DE LOS MUERTOS IMAGINARIOS DE
 
            CONCEPCIÓN, FOTOGRAFIÁNDOSE JUNTO A SUS 
            VERDUGOS EN LA PLAZA DE LA INDEPENDENCIA,
            NOS DEJEN LA IRREALIDAD DE SUS GESTOS,
 
            LA VIDA DE LOS HIJOS DE QUIEN, APAGÁNDOSE
 
            LEJOS DE LA RETÓRICA DEL DOLOR Y LAS
 
            CONFESIONES QUE PUEDA MENTIR LA POESÍA
           DE LOS TERRITORIOS INFINITOS DE CONCEPCIÓN, 
            DESCOLGÁNDOSE DESDE LOS BALCONES HACIA EL
 
            BÍOBÍO, NOS DEJEN NOMBRAR A NUESTROS SERES
 
            QUERIDOS, QUE FUERAN LA HIERBA QUE NOS VIO CRECER 
          NOS DEJEN NOMBRAR A NUESTROS SERES QUERIDOS,
 
            POR LOS MISMOS LUGARES QUE ALGUNA VEZ ELLOS
 
            TOCARON JUNTO A NOSOTROS, QUE ELLOS
 
            RESPIRARON JUNTO A NOSOTROS (47) 
        
                 “Muertos imaginarios” u “otredades espléndidas” que se fotografían con sus verdugos.  Muertos que, además, el sujeto poético también reconoce en la irrealidad de los  gestos y en las confesiones mentirosas de la poesía. Es decir, en la otredad irreal del  lenguaje de la poesía, en la identidad del otro. Aquello que no es cierto, pero que a la  vez también se deja nombrar y respirar de manera colectiva.
“Muertos imaginarios” u “otredades espléndidas” que se fotografían con sus verdugos.  Muertos que, además, el sujeto poético también reconoce en la irrealidad de los  gestos y en las confesiones mentirosas de la poesía. Es decir, en la otredad irreal del  lenguaje de la poesía, en la identidad del otro. Aquello que no es cierto, pero que a la  vez también se deja nombrar y respirar de manera colectiva.  
        Ahora bien, considero que a partir de estos rasgos indiciales y característicos de  una literatura menor es igualmente posible configurar una idea de “lectura menor”;  esto es: un tipo de lectura que surge desde las condiciones revolucionarias en relación  a probables lecturas mayores, en cuanto lecturas críticas dominantes y/o determinadas  por el prestigio histórico de la autoridad y el saber. Es por ello que, desde el entendimiento  de la lectura como un ejercicio de desterritorialización que afecta al idioma,  en tanto “desterritorialización de la lectura” para la manifestación de la otredad, creo  que también es posible inferir que toda lectura no solo es un ejercicio político, sino  que igualmente adquiere un particular valor colectivo. Una lectura menor, desde tal  perspectiva, es entonces aquel tipo de lectura que posiblemente se enfrenta o discute  con otras lecturas políticas y colectivamente dominantes para dialogar de manera  crítica. Porque mientras la escritura es un ejercicio indiscutiblemente activo, la lectura  solamente logra su actividad en virtud de los textos que lee y relaciona, a la vez que  reacciona críticamente a los resultados generados por lecturas precedentes. Es decir,  una lectura cuya posibilidad de sentido opera en reacción a una actividad lectora  y crítica anterior. Una lectura menor que además puede devenir en lectura activa  cuando se propone leer y traficar de otro modo los textos que revisa. Una lectura que  incluso sea capaz de hacer devenir en lengua extranjera a la propia lengua poética de    las obras revisadas. Una lectura que no diagnostica enfermedades sino que acontece  abogando por la imaginación constante de una nueva salud, en tanto manifestación  por una otredad vital. No la lectura utópica, sino la heterotopía del espacio lector.
        
           II. Consideraciones para una poética traficante  
        Desde Aristóteles en adelante, comúnmente se ha dado razón a una definición de  poética en función de un conjunto de determinados atributos formales para la configuración  de una obra literaria específica. No obstante, un singular contrapunto a la  noción aristotélica fue presentado por el teórico búlgaro Tzvetan Todorov, quien en  un ensayo titulado Poética utiliza una cita del poeta francés Paul Valery[3] para precisar  con la palabra poética “el nombre de todo aquello que se relaciona con la creación o  con la composición de las obras de las cuales el lenguaje es al mismo tiempo la sustancia  y el medio, y no el sentido restringido de colección de reglas o de preceptos  relativos a la poesía” (19). Por tal motivo, desde la perspectiva de Todorov, es posible  afirmar que el entendimiento de la poética ya no corresponde a una descripción de  las virtudes retóricas sobre determinados tipos y ejemplos de discursos literarios, sino  a la configuración de lo textual-literario en tanto discurso crítico vinculado a una  específica capacidad de relación (15)[4]. Es decir, lo poético comprende a aquellos textos  que comportan su autosuficiencia en virtud de su modo de relación con estructuras o  saberes abstractos, diversos e inestables. Por ello, el estudio de la poética implicaría,  más que una descripción formal y/o configuración de los elementos formales para la  expresión literaria, una figuración posible al interior de las reflexiones anteriormente  ensayadas respecto de una obra poética en particular. En efecto, en el ejercicio de  reconocer al lenguaje como sustancia y medio y como mecanismo para abordar la  poética específica de una obra determinada, ocurre que tal reconocimiento se  convierte  a la vez en una nueva proposición. La proposición de una poética posible en  que lo poético propiamente tal acontece desde una lectura menor en tanto discurso  crítico y relación. Un acontecimiento de salud y una posibilidad de vida. De ahí que  Todorov igualmente señale que el objeto de la poética no es solamente la obra literaria  misma en tanto manifestación de un discurso particular, sino sobre todo aquello que  una obra cualquiera puede ser capaz de interrogar, conectar, provocar, relacionar o  hacer funcionar como proyecciones en el pensamiento particular de un lector. En    este marco, la lectura es el intento por la figuración de una poética o una literatura  posible, la posibilidad de una literatura en el acontecimiento traficante del lector[5](19).
convierte  a la vez en una nueva proposición. La proposición de una poética posible en  que lo poético propiamente tal acontece desde una lectura menor en tanto discurso  crítico y relación. Un acontecimiento de salud y una posibilidad de vida. De ahí que  Todorov igualmente señale que el objeto de la poética no es solamente la obra literaria  misma en tanto manifestación de un discurso particular, sino sobre todo aquello que  una obra cualquiera puede ser capaz de interrogar, conectar, provocar, relacionar o  hacer funcionar como proyecciones en el pensamiento particular de un lector. En    este marco, la lectura es el intento por la figuración de una poética o una literatura  posible, la posibilidad de una literatura en el acontecimiento traficante del lector[5](19).  
        Ahora bien, a propósito de la poética contemporánea, el filósofo francés Jean-Luc  Nancy sostiene que la noción de poética no necesariamente equivale a un entendimiento  del sentido de las cosas, sino que más bien corresponde a una forma de “hacer  poesía” en tanto posibilidad de acceso constante para la elaboración de un sentido  cualquiera. Sentido que incluso puede ser constantemente aplazado y/o desplazado  de las cosas, de manera tal que el sentido o la posibilidad de sentido de la poesía es  siempre una posibilidad de acceso a un sentido por hacer o imaginar (156). Un sentido  que acontece en el devenir de las palabras de lo escrito. Algo por leer. Una poética del  acontecimiento que vendrá. En Mil mesetas, Deleuze y Guattari también señalan que  nunca hay que preguntar qué quiere decir un libro o cuál es su significado profundo,  sino cuáles son las posibilidades de operación de los sentidos de un libro cualquiera,  con qué funciona, con qué se conecta, si hace pasar o no intensidades, qué provoca,  en qué multiplicidades se introduce y metamorfosea (10), pues el discurso poético,  siendo cifra de la imaginación del ser humano por medio del lenguaje, es también el  resultado constante de una investigación emocional, intelectual, crítica y singular[6].  Por su parte, el teórico de las artes visuales Nicolás Bourriaud ha señalado en Estética  relacional que las obras de arte contemporáneo ya no tienen como meta ni la reproducción  mimética de la realidad, ni la creación de realidades simbólicas, imaginarias  o utópicas, sino la constitución de modos de existencia o modelos de acción y vida  dentro de lo real ya existente. Así, según Bourriaud, la poética en el arte relacional es  aquella que toma como horizonte teórico la esfera de las interacciones y su contexto  social por sobre la afirmación de un tradicional espacio simbólico, autónomo y privado.  Situación que evidencia un “cambio radical” de los objetivos estéticos, culturales,  políticos y económicos puestos en juego por el arte de la contemporaneidad (13).  En un sentido similar, el filósofo Jacques Rancière precisa que la estética relacional  es aquella que “rechaza las pretensiones a la autosuficiencia del arte como si fueran  sueños de transformación de la vida por el arte, pero reafirma, sin embargo, una idea  esencial: el arte consiste en construir espacios y relaciones para reconfigurar material y  simbólicamente el espacio común” (17), de manera tal que la recepción de lo artístico  comporta un desplazamiento de la percepción para una reconfiguración de lo simbólico.  
        En consecuencia, a partir de autores como Todorov, Nancy, Deleuze, Guattari,  Bourriaud y Ranciére, he querido reconfigurar el pensamiento sobre la poética contemporánea,  considerando sus posibilidades y desplazamientos para imaginar una  poética menor en tanto experiencia de la alteridad lectora que deviene relacional y  traficante. Una poética de las experiencias e intensidades para una nueva escritura  del sujeto lector[7]. Una “inconmensurable extensión de humo, / de pura imaginación”  (Harris, Cipango 150) o “un suceso cotidiano para reconocer la vida” (Miquea, Que  nos queremos 49). Así, la escritura es el resultado del encuentro, desencuentro y/o  reencuentro del lenguaje mismo en tráfico con los abandonados fragmentos de la  fábula de un discurso amoroso. “La fábula [que] sólo podrá ser escrita después / de  habernos reunido en la espesura” (70). Pues como efectivamente precisa el poeta:
        
           Puedo fabular y decir que vivo. 
            Puedo
  
            haber existido toda la vida entre los libros  
            y decir que voy entre los hombres. Tú
  
            que me conoces podrás leer mi nostalgia
  
            o la distancia entre el primer poema
  
            y el alma que aún no encuentro. Tú  
            eres el término que hace la totalidad.
  
            La abstracción donde se cruzan  
            todas nuestras señales (Miquea, Libro de Atanasio 35).
        
         Por último, en cuanto a una incipiente idea de “poética traficante”, enunciada a partir  de la conjunción entre lectura menor, acontecimiento de salud y/o manifestación de  la otredad de la poesía por el devenir de una estética relacional, considero pertinente  señalar un cierto tipo de paralelismo inicial respecto del alfabeto y la moneda, puesto  que, como también indica Roland Barthes, en tal paralelismo hay una profunda relación  de la letra con el bien de la comunicación, y de la comunicación con el bien del  objeto de cambio (113), “que cambia monedas de oro por poesía” (Miquea, Libro de  Atanasio 57). De tal forma que las palabras y las monedas conforman una racionalidad  de intercambio y comunicación, son el resultado de una sintaxis de los encuentros.  El dinero, que en sí mismo no es nada, puede convertirse en cualquier cosa, y por su  lado los componentes vacíos de las palabras se unen y llenan de significados “por los  laberintos del deseo” (Harris, Cipango 91), convirtiendo el deseo en signo. Por ello,  en De la gramatología, Jacques Derrida señala que el alfabeto es comercial y, como tal,  solo puede ser concebido dentro un momento monetario de racionalidad económica.  Una racionalización de la nada a la cosa y de la palabra al sentido; del dinero y del  lenguaje al signo (378).
         Sin embargo, una racionalidad que es impuesta por el dinero solo es una racionalidad  que condiciona las cosas, la vida y el lenguaje en tanto sincronización  absoluta de la circulación ilimitada del dinero mismo (Hopenhayn 38); aquello que  precisamente se desvanece ante la irracionalidad de la poesía. Palabra que trafica  sus sentidos en acontecimientos de otredad. Contradicción de toda racionalidad  lingüística y económica posible. Devenir relacional del desplazamiento de la lectura  minoritaria a la manifestación de una poética traficante: “quizá sólo por distraerme /  o por imaginar que tras cada palabra / siempre hay un pedazo de la vida / de alguien”  (Miquea, Libro de Atanasio 118). Un acontecimiento de vitalidad.  
         
         
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        NOTAS
        [1]  Según Gilles Lipovetsky: “La medicina también presenta una evolución paralela: acupuntura, visualización del  interior del cuerpo, tratamiento natural por hierbas, biofeedback, homeopatía. Las terapias ‘suaves’ ganan terreno enfatizando la subjetivación de la enfermedad, la asunción ‘holística’ de la salud por el propio sujeto, la exploración  mental del cuerpo, en ruptura con el dirigismo hospitalario; el enfermo no debe sufrir su estado de manera pasiva,  él es el responsable de su salud, de su sistema de defensa gracias a las potencialidades de la autonomía psíquica” (21)
[2]  Ejemplificando con la obra de Franz Kafka, Deleuze señala que para el logro de la expresión en tanto procedimiento  de otredad, lo específicamente “menor” no se define como la literatura de un idioma menor sino como la literatura  que una minoría realiza dentro de una lengua mayor. Literatura menor que, en definitiva, es concebida específicamente  por el uso del lenguaje sobre la base del fuerte coeficiente de desterritorialización que afecta al idioma  y también por una enunciación política que adquiere valor colectivo. Por ello también el crítico Edson Faúndez  V., leyendo Kafka, por una literatura menor, ha escrito que: “La lengua minoritaria de la literatura minoritaria  implica la desterritorialización de la lengua mayor, la articulación de lo individual en la inmediatez política y un  agenciamiento colectivo de enunciación” (30).
[3]  En efecto, las líneas citadas por Todorov corresponden al texto de Paul Valery “De l’enseignement de la poétique  au Collège de France” (Todorov 20). 
[4]  Cabe señalar que para Todorov la poética, en tanto estudio, puede ser abordada a partir de dos actitudes o posiciones  específicas. Ya sea el estudio del texto literario mismo como objeto autosuficiente o bien el estudio de cada  texto en particular pero considerándolo como manifestación de una estructura abstracta. Además, es necesario  indicar que para Todorov tales posiciones no son incompatibles, e incluso pueden complementarse de manera  recíproca (16-7).
[5]  El estudio de los textos literarios, en tanto configuración de/para una poética, ha de ser entendido, siguiendo a  Todorov, sobre la base de las capacidades que tiene cada texto literario en particular para interrogar e interrogarse  de acuerdo a las propiedades que manifiesta el discurso literario propiamente tal, y no en función de una mera  descripción sistemática respecto de los aspectos constitutivos de un texto. De este modo, una obra literaria puede  ser también examinada como aquella que permite cuestionar críticamente su autonomía de expresión y sus posibilidades  de tráfico. Aquellas escrituras que horadando el lenguaje se ubican en los intersticios de la subjetividad  y de la imaginación, en los agujeros de la salud. 
[6]  Según Willy Thayer, el acontecimiento de la lectura en tanto pensamiento poético del lector sobre una obra dada  acontece como una manifestación de la singularidad, esto es: “en la intriga relacional de las materias, siendo su  forma indeciblemente su contenido, y viceversa, coincidiendo con su cosa que siempre es otra cosa […] un devenir  sin eslabones que sarpulle, erosiona, vacila, hace pliegues” (29).
[7]  En Por una teoría de la lectura Roland Barthes señala que el fenómeno de la lectura, en tanto producción de escritura  surgida a partir de una lectura anterior, puede ser comprendido desde la perspectiva de “lecturas muertas” y  “lecturas vivas”. Las primeras son aquellas que están sujetas a estereotipos, determinismos, repeticiones mentales y  consignas que además corresponden al tipo común de lecturas que deviene en ejercicio de la escritura periodística  sobre la literatura; es decir, lecturas muertas que se consolidan en escrituras infértiles. Mientras que las “lecturas  vivas” son aquellas que producen una especie de texto interior, semejante a una escritura amorosa y virtual del  lector. En este tipo de lecturas vivas, el sujeto lector cree amorosa y emocionalmente en lo que lee al tiempo que  conoce y reconoce aquello que Barthes denomina “trampa” o irrealidad del lenguaje poético, pues la lectura viva es  una especie de lectura escindida que implica “la escisión del sujeto de la que hablaba Freud” (84). Escisión fundada  en una lógica muy distinta de la del cogito; “si recordamos que para Freud la escisión del yo se liga fatalmente a las  diferentes formas de la perversión, tendremos que aceptar que la lectura viva es una actividad perversa, y que la  lectura es siempre inmoral” (85). Por ello, es sumamente necesario reconocer ahora, junto a Roland Barthes, que  el ejercicio menor de la lectura viva se traduce en un acto de la imaginación perversa de la identidad del otro que  lee, por ejemplo, a partir de “los signos contagiados de amor [que] se confundieron con los / signos contagiados  de violencia” (Harris, Cipango 35), o bien: “El código de lo imprevisto que permite que / las aguas del Biobío sean  otras cada día” (Miquea, Que nos queremos 11).
         
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        REFERENCIAS
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