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          El  hablante como cronista y mensajero 
          en Cipango  de Tomás Harris
        Por Lila Calderón 
 
          Publicado en Revista "Deriva del Maule", Número 1, año 2018. 
          
          
        
        
          
            
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La mirada,  pensaba yo,
            testigo  presencial destos hechos,
            todo el  mundo reside en la mirada,
            es todo lo  que recuerdo ahora.
          Tomás Harris.
        
          El  trabajo que proponemos supone una mirada analítica e interpretativa de los  códigos visuales y fórmulas discursivas existentes en Cipango, determinada  por el modelo de las Crónicas de la Conquista, en el cual las relaciones entre  la Corona y sus servidores están reglamentadas para permitir un correcto informe  acerca de los avances de la misión de ultramar. De la misma manera, este  servidor de la Corona o cronista en Cipango, se ve inmerso en el modelo  mental del Renacimiento, que impone una nueva manera de ver el mundo y de  describir sus representaciones (mediante reglas científicas y matemáticas) para  transferir fielmente la realidad sobre un soporte bidimensional. En la  perspectiva renacentista albertiana, cada elemento está delimitado para  componer una escena visual donde no debe evidenciarse el artificio. Los  mecanismos de construcción deben quedar ocultos, sin embargo el hablante de Cipango los descubre, delata, desenmascara para integrarlos a su propia crónica:  “Aparecieron muchos peces, matamos uno;/ entonces, la escenografía cambió/ como  por arte de magia: en Orompello”. (“Mar de los reflejos”, Pág.69). “La  escenografía se había transformado de una vez/ estábamos en Tebas”. (“Mar de la  necesidad”, Pág. 75). Harris subvierte las reglas de la perspectiva  albertiniana y ya no describe lo que ocurre desde un punto de vista único y  dirigido, porque también él pone en duda el lugar que ocupa cada elemento en la  escena. De esta manera, en su crónica se dibuja y desdibuja constantemente el  escenario, la realidad, el límite, la cronología y el sentido de la misión de  sí mismo y de los demás personajes obsesionados por la actuación memorable, la  trascendencia y el honor. En su texto-tela-tejido-muro, el cronista traza el  mapa, puzzle en el cual el “dibujo y desdibujo” cohabitan y se comunican por  medio de referencias culturales en una poderosa red transtextual. Es éste el  punto central del trabajo que pretendemos desarrollar al analizar los diversos  factores antes señalados, ya que el mundo de Harris alude fuertemente a la  ficción de la pintura, el teatro, la cinematografía y las artes visuales, así,  nuestro objetivo es dilucidar las formas y modalidades textuales y discursivas  que adquiere la obra Cipango y para ello se utilizarán como modelo las  categorías transtextuales descritas por Gerard Genette (hipertexto, paratexto,  intertexto, metatexto, architexto) y la confrontación de los textos poéticos  con sus referentes pictóricos, cinematográficos, musicales, literarios,  teatrales, virtuales y audiovisuales.
        La  relación entre el hombre y el mundo que ambienta el desarrollo de la actitud  renacentista comienza en Florencia, Italia, alrededor del año 1.400. La  necesidad del hombre por conocer el entorno y ordenarlo mediante el análisis y  la experimentación, lo conducen a aplicar la matemática en la búsqueda de lo "modelable"  (calculable, cuantificable, calificable), dentro del espacio propuesto para  representar la realidad. En este nuevo espacio deberá caber cada cosa, incluso  el espectador, mediante reglas y principios que forman un cuerpo ideológico.  Desde allí la importancia de comprometer mediante la visión todo este juego de  "verdaderos falsos" y movilizar la transmisión de datos que el ojo  aceptará como real y coherente. Esta postura obliga a abusar de la razón para  comprometerse con esa apariencia de realidad: un soporte bidimensional que  poblado de íconos aparece como una ventana abierta al mundo.[1]  El ideólogo de la época, Alberti, dice que el  plano de la representación intercede entre el observador y la realidad  truncando la pirámide visual que va desde el observador a lo observado; se  trata de la perspectiva lineal centralizada. Ahora cada punto de la imagen se  traslada perpendicularmente al plano de la representación y todas las líneas de  profundidad se encuentran en "punto de vista", las paralelas, sea  cual sea su orientación tienen siempre un punto de fuga común. Para imprimir la  realidad sobre esta superficie plana, se justificaron los efectos de realidad  como tramado de artificios en una organización coherente donde residen  perspectiva, volumen, brillos, sombras, texturas, dirección y ubicación de la  fuente emisora de luz, diversidad de planos y sistema de proporciones que  sumados entre sí deben provocar en el espectador el efecto de real. El soporte  pictórico luchará desde entonces por ser el espejo en el que la realidad  aparezca desdoblada. El pintor hará reflejar modelo y contexto en la tela,  buscando la máxima perfección al imitarla. El espectador se verá incluido allí,  conducido hasta reconocerse en el cuadro, al interior del campo, donde a su vez  ha dejado las huellas que lo sitúan en un lugar fuera del tiempo y lo incluyen  al interior de la escena respetando la rigidez del punto de vista único. Ha  sido proyectado al futuro, al espejo de quien se mire con la mirada del otro,  esa perspectiva que los navegantes españoles usaron para describir el Nuevo  Mundo.
        En  la construcción de una mirada hay un modelo que funciona como un poder  congregador. En la actualidad, la Ideología de la Representación continua  siendo la dominante visual a pesar de no ser fiel a la realidad  psicofisiológica del ser humano, ya que en el ojo no se proyecta la imagen  sobre una superficie plana sino sobre la cara   interna de una esfera. La construcción de una perspectiva exacta abstrae  el comportamiento psicofisiológico del espacio y lo muta en un espacio  matemático que niega la diferencia entre lo que hay delante o detrás de cuanto  vemos, como también a derecha e izquierda o cuerpos intermedios para imponer  una solución en donde todos los elementos del espacio se organizan en un único  plano, como si el ojo construyera una visión monocular fija, sin considerar que  la mirada no sólo recoge la realidad con dos ojos sino que además estos se  mantienen siempre en movimiento. Debido a que la realidad se proyecta sobre una  superficie cóncava, se produce además la misma discrepancia que se manifiesta  en la cámara fotográfica entre la realidad y su modelo.  En la antigüedad clásica, en las obras de los  ópticos y teóricos del arte contrarios a la perspectiva plana, ya aparece la  observación de que lo recto es visto como curvo y lo curvo como recto, y vemos  que en los templos dóricos se materializa la aplicación de ese pensamiento  modelando en las columnas el éntasis en el tercer medio —para compensar el  fenómeno— por el cual no aparecen curvadas ante quien las mira.  En el transcurso del tiempo se constatan  críticas a la Ideología de la Representación en tendencias pictóricas, estilos  y escuelas que de alguna manera se distancian de ella, unas lúcidamente otras  lúdicamente, velando o haciendo explícita una postura de rechazo al engaño  visual y a la transparencia de la imagen. El Barroco, el Impresionismo y los  ismos posteriores revisan el papel de la pintura en las artes y su dependencia  del modelo mimético de la realidad, pero aún así la vigencia dominante de la  Representación es clara en el presente. Una ideología que aceptada como fórmula  ha abierto un camino para involucrar también al mercado a través de la imagen  publicitaria. Se produce así un híbrido de representación y simulacro que  repite esa forma de instalar frente a sí un "modelo espectador"  subliminal que responde desde la virtualidad del presente, circulando como un  sonámbulo en la dependencia de la ideología de la Industria Cultural cuya  apariencia seductora agrega elementos insospechadamente caóticos.  Los avances tecnológicos apoyan el efecto de  real buscando integrarlo en juegos de video, programas computacionales,  electrodomésticos, informática y comunicación, sin embargo la demostración más  difundida se produce a través del Cine, que logra en la conjunción sonido e  imagen en movimiento, recursos como la diversidad de planos y confusión de  niveles entre campo y fuera de campo, que fortalecen la Representación y  garantizando la complicidad del público, que asiste a la sala y permanecerá  allí hasta conocer el destino final de esos personajes que viven dentro del  espectáculo una historia que puede ser también su propia historia. Harris se  propone jugar con estos elementos delatando el artificio en el que participa al  reproducir un mundo organizado desde el metalenguaje de la tradición visual,  renunciando a la transparencia de la ventana abierta al mundo,  interceptándola con la opacidad de un telón de cine, papel fotográfico, tela  pictórica y decorados teatrales que hacen evidente la manipulación de la  realidad. Con un guiño paródico implica al lector en el reconocimiento de que  se está construyendo una ficción en la cual concientemente participa y se  distancia. Núñez Ramos dice que “La poesía, por ser ficción, no apunta a una  realidad exterior a sí misma, mantiene siempre un doble vínculo con la  realidad, pues por un lado la invoca y por otro la revela, y ello sin hacernos  salir del dominio cerrado y ficticio del juego”. 
        En  el libro Cipango, que ha tomado como modelo discursivo la fórmula comunicacional  de los cronistas españoles, Harris instala su visión de la historia a modo de  una crónica poética, donde el hablante siempre en tránsito, se representa como  un hombre que asume los intereses renacentistas de abarcar y comprender las  diversas áreas del conocimiento y las artes, pero, actualizadas a través del  filtro de los cinco siglos transcurridos desde la Conquista de América.  Asimismo, el cronista-mensajero —que oficia de médium para dar cuerpo a las  distintas voces poéticas que crea o por las cuales es poseído durante su  viaje—, agobiado por el peso de la imaginería medieval que invade su  conciencia, recurre a una síntesis del trabajo descriptivo de las artes  visuales hasta ingresar con los medios tecnológicos a una suerte de Realidad Virtual,  en la que navega explorando el ciberespacio, un lugar construido con referentes  que vienen desde la tradición de la imagen. Un mundo calculable y regulable —a  partir del establecimiento de la perspectiva albertiniana—, pero esta vez,  hecho de imágenes flotantes y retazos de la memoria colectiva, tejidos sobre  una crónica desbordada que desorienta al espectador, en cuanto al lugar que  debe ocupar en la escena: “Lo primero fueron las costas de Cipango,/ pero en el  sentido inverso de la creación,/ en el sentido descendido del poso:/ un vasto  panorama pintarrajado en el couché de una postal,/ una postal descolorida de  deseo,/ una postal carcomida por las aves que migran al vacío,/ una postal  borroneados sus primeros planos por la lluvia,/ los cuervos,/ el silencio,/ el  miedo, el miedo/ creciendo como un faro intermitente allá al fondo del/  sentir”. (“Lo primero fueron las costas de Cipango”, Pág. 188).  La mirada de Colón  es otra y así se lee en la descripción que hace el 28 de octubre: “y entró en  un río muy hermoso y muy sin peligro de bajas ni otros inconvenientes; y toda  la costa que anduvo por allí era muy hondo y muy limpio fasta tierra (…) Dice  el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles, todo cercado el  río, fermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto,  cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente”. Un  panorama que se abre agradable a los sentidos y que reproduce la imagen  placentera de un cuadro descrito a la manera de una ventana abierta, que  permite apreciar el mundo a la manera albertiniana, en perspectiva, con  diversos planos que se orientan hacia un punto de fuga donde quizá migran  aquellas aves al atardecer. Lo mismo ocurre en su descripción del día 14 de noviembre:“Maravillóse en gran manera ver  tantas islas y tan altas, y certifica a los Reyes que las montañas que desde  antier ha visto por estas costas y las de estas islas que le parece que no las  hay más altas en el mundo ni tan hermosas y claras, sin niebla ni nieve, y al  pie de ellas grandísimo fondo; y dice que cree que estas islas son aquellas  innumerables que en los mapamundos en fin de Oriente se ponen. Y dijo que creía  que había grandísimas riquezas y piedras preciosas y especiería en ellas”. La  intención de dar cuenta a Sus Altezas de todo cuanto descubre es la tarea  primordial de este mensajero de la Corona, quien construye imágenes para  hacerles sentir esa profundidad espacial donde caben todas las formas de la  naturaleza, que sin embargo recubre de datos que provienen de otras imágenes  tales son las de los mapamundis, sin dejar de agregar aquello que aun no puede  figurar en la escena y para la que él guarda un lugar dentro del cuadro: las  riquezas. Él cree que las hay y las invoca llenando el espacio, que materialmente  debieran ocupar, con la palabra. Porque todo deber caber en esa escena. La  composición debe contenerlas y el espectador debe verlas al abrir su ventana. 
        El  viaje como proyecto y el documentar cuanto ve para ser narrado, exige forzar  las posibilidades descriptivas del lenguaje verbal y sumar otros recursos para  ir construyendo la atmósfera, con la cual el cronista irá instalando y  cuestionando los soportes que a través de la historia han sido depositarios de  un “dónde ver y cómo ver la realidad”, y que ha obedecido a los intereses de  una época o grupo, situación ajena al sentido generador de la poesía. Rafael  Núñez Ramos dice que: “los enunciados poéticos invocan cosas y situaciones,  pero no representan estados de cosas existentes en el mundo; tienen sentido  pero no referencia. Y puesto que la referencia no es sino la realización de esa  virtualidad que lleva al signo fuera de sí dejando atrás al significante, la  ficcionalidad de los “signos poéticos” invoca el mundo y las cosas, pero no  para llevarnos al mundo y a las cosas, sino para traerlos a la materia sensible  de los vocablos con la que el juego combinatorio intenta ligarlos”.[2]  La referencia que el cronista de Cipango hace a la tarjeta postal es provocativa y sugerente en este poema por cuanto va  registrando una transformación de la escena, un abandono de los elementos  descritos presionados por la contingencia del tiempo que desvanece los primeros  planos cuando sobreviene la lluvia o permite el transitar de las aves en su  migración hacia el vacío. Esta forma de comunicación visual que permite  difundir texto e imagen posibilita la dolorosa transformación —que se expresa  asumiendo la voz del Almirante ante las costas de lo que cree Cipango—, y  reinstala la vigencia del formato como tarjeta postal animada, dejando atrás la  bidimensionalidad del cartón para conseguir mayor realismo y permitir su  circulación a través de Internet —por correo electrónico o los diversos sitios  apropiados para dar cuenta de un lugar, un paisaje o un estado emocional—, un mensaje  abierto que supone múltiples destinatarios y ya no sólo aquél dirigido al Poder  que originó el discurso de las crónicas: “Esto fue lo que yo vi, Vuesas  Altezas,/ pero hay resabios de sueños/ que se mezclan engañosos con lo real,/  confundiéndonos”. (“Viaje sin regreso”, Pág. 135). El tópico del viaje ilumina  y da sentido a la labor del poeta-cronista en su desplazamiento por un espacio  que se comporta como un laberinto, en donde encontrar la salida permite  comprobar la existencia de un continente, país, ciudad, barrio, lugar, que él  quiere conquistar para reparar el error cometido por el almirante Colón, quien  cree haber llegado a las Indias, y a través de sus cartas a los reyes españoles  ha situado sus descubrimientos en un lugar equivocado, dando origen con  ello al problema identitario de América: “Con el calor de la propia muerte en  tierra extraña;/ no traíamos mujeres ni relicarios ni espejos,/ nada que  obliterara el Ser, la Identidad”. (“Lo primero fueron las costas de Cipango”,  Pág. 188).  La Realidad Virtual —con su  hibridez de recursos audiovisuales en pro de la figuración de la escena— nutre  también a la ideología de la Representación al introducir en la ilusión  elementos de la informática para apoyar el realismo de cuanto se ve, aunque  también pone en tensión todo su sistema al renunciar al encuadre pictórico  tradicional y abrir una nueva realidad donde el espectador participa  activamente. Así, él está contenido dentro de la pantalla y puede atravesar el  laberinto y navegar dispuesto a descubrir, a creer, a engañarse, a explorar, a  reconocer el nuevo territorio que no existe en lugar concreto alguno: “antes yo  creía que el mundo era una esfera (…) para demostrarlo dibujé con mis manos en  el aire,/ frondosos universos,/ fluorescentes espejismos (…) y salieron  millones, millones de ratas azules y falsas/ entre las sedas y la carne/ con  todos nuestros deseos dentro;/ no puedo asegurar si logré engañar a alguien,/  el público me rodeaba”. (“Discurso de Marco frente al Can”, Pág. 225).  Colón escribe con  gran entusiasmo el 24 de octubre: “a media noche levanté las anclas (…) para ir  a la isla de Cuba, adonde oí de esta gente que era muy grande y de gran trato y  había en ella oro y especerías y naos grandes y mercaderes, y me mostró que al  Ouesudueste iría a ella (…) por señas que me hicieron todos los indios de estas  islas y aquellos que llevo yo en los navíos, porque por lengua no los entiendo,  es la isla de Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas, y en las esferas  que yo vi y en las pinturas de mapamundos es ella en esta comarca”. Para  el hablante de Cipango la historia está contenida en la memoria y tras  esa cascada de visiones él pareciera desembocar continuamente en el  ciberespacio tras su objeto del deseo; y en este navegar sin rumbo  —adentro de la imagen— él tropieza con  retazos de cultura, piezas de historia, fragmentos humanos que se metamorfosean  entre sí, diálogos heroicos y ecos que se comportan como imágenes fundidas en  busca de un soporte: "Nada de esto estaba en las esferas,/ en las  pinturas de mapamundos,/ todos los deseos se congregaban ahí,/ había  fotografías que ilustraban todos los aspectos de lo/ maravilloso (…) la riqueza  era inimaginable,/ la forma de este Mundo hacía su Ser desde la riqueza,/ pero  el fuerte olor del rojo se difundía sobre las/ confusas pinturas de  sangre". (“Donde se habla del palacio del Can”, Pág. 228).
        ¿Quién es el cronista que nos hace “ver” su viaje en Cipango?  Si se ha de ver y sentir lo observado y el  desafío reside en un ver para contar, es necesario que el testimonio del  cronista transcriba certeramente la experiencia del estar allí. Pero ¿dónde  está ese lugar en el que ocurren los hechos? La invención de un ciberespacio  para un navegante-cronista aclara el lugar de la exploración porque el viaje ha  de realizarse en un no territorio y para llegar a él hay que atravesar el  laberinto de la realidad virtual. La confusión y el riesgo de perderse  al carecer de fronteras están latentes, ya que mientras está navegando se está  inmerso en un sitio inexistente al que ha ingresado como usuario donde  enfrentará constantemente la transformación del escenario. Es éste el espacio  del navegante-cronista, un lugar donde no hay vida sino viaje, movimiento,  evasión de un link a otro para desplazar la mirada que va de ventana a  ventana, de puerto a puerto, recorriéndolo todo con una visión tridimensional  que aumenta la duda y el delirio al estar dentro y fuera del espacio donde ya  no rigen las nociones de margen, borde o límite y él es ahora un  espectador-operador, motivado a participar de una nueva forma de representación  en la que se conduce interactivamente vagando como un boyeur —sin ataduras ni  cerraduras que se interpongan ante lo que quiere descubrir. Ya no está sometido  al punto fijo fuera del encuadre, ahora es un operador dinámico que participa  de la simulación, sin embargo, en este caso, el problema para el hablante  reside en la historia que visita, ya que lo traslada hacia cualquier punto del  tiempo donde los hechos ocurridos sí exponen sus fronteras, sus muros: "Aclaraba  muy lento,/ al final desembocamos en otro corredor,/ uno más,/ aparecieron  muros,/ se trastocó la luminosidad (…) el Mundo estaba hecho de escenarios  giratorios,/ la identidad estaba hecha de escenarios giratorios,/ el baldío  estaba rodeado de muros,/ cinturas sucesivas de murallas,/ había corazones  sangrientos pintados sobre las murallas". (“Donde se habla del palacio del  Can”, Pág. 228).  Estas escenas descritas  por el navegante-cronista no sólo nos llevan a interceptar algunos momentos del  desplazamiento de Colón y la perspectiva de su viaje descrito en relaciones y  diarios. Sumadas otras voces y otras miradas en el trayecto de la historia de  la conquista del Nuevo Mundo encontramos también una evocación a la matanza del  Templo Mayor, ocurrida en México el año 1520. Entonces los españoles estaban  instalados en Tenochtitlan, y Motecuhzoma era prisionero de Hernán Cortés, éste  debió dejar la ciudad para ir a combatir a Pánfilo de Narváez que venía a  aprehenderlo por orden de Diego Velásquez, gobernador de Cuba. Ausencia que  aprovecha Pedro de Alvarado —apodado “El Sol” por los mexicas—, para ejecutar  la matanza durante la fiesta de Tóxcatl (la celebración de los nahuas en honor  al dios Huitzilopochtli), y, que según cuentan los informantes de Fray Bernardino  de Sahagún[3] se produce: “Mientras se está gozando de la fiesta, ya es el baile, ya es el  canto, ya se enlaza un canto con otro, y los cantos son como un estruendo de  olas, en ese preciso momento los españoles toman la determinación de matar a la  gente. Luego vienen hacia acá, todos vienen en armas de guerra. Vienen a cerrar  las salidas, los pasos, las entradas: La Entrada del Águila en el palacio  menor, la de Acatl iyacapan (Punta de la Caña), la de Tezcacoac (Serpiente de espejos). Y luego que hubieron cerrado, en todas ellas se  apostaron: ya nadie pudo salir”. A partir de ese momento, los españoles  ingresan al Patio Sagrado premunidos de espadas y escudos con intenciones de  atacar por sorpresa a quienes participan de la celebración y según narran los  informantes de Sahagún: “Cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los  atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego  lo decapitaron, lejos fue a caer su cabeza cercenada. Al momento todos  acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren (…)  Todas las entrañas cayeron por tierra. Y había algunos que aun en vano corrían:  iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos”.[4]  El cronista-explorador que se manifiesta en  el libro Cipango, asume toda la gama de discursos conquistadores y  también las elegías o cantos tristes de los nahuas, a medida que avanza en su  travesía poética-virtual. En el poema “Los últimos días del sitio de  Tenochtitlan”, se expresa con dramatismo la visión de lo ocurrido, en la voz de  quienes experimentaron la destrucción de su mundo: “En los caminos yacen dardos  rotos,/ los cabellos están esparcidos./ Destechadas están las casas,/  enrojecidos tienen sus muros.// Gusanos pululan por calles y plazas,/ y en las  paredes están salpicados los sesos./ Rojas están las aguas, están como  teñidas,/ y cuando las bebimos,/ es como si bebiéramos agua de salitre”.[5]  Harris advierte que “el baldío estaba rodeado  de muros” y había “corazones sangrientos pintados sobre las murallas” al modo  de un canto triste nahua que refleja también una escena sangrienta y traumática  que se fija en la memoria de una comunidad. Harris dialoga con estos poemas  nahuas que son la otra versión de la conquista: “Bajamos por los márgenes, entre  fierros y/ basurales, la ladera que debía dar al/ mar; a nuestras mujeres se  les fue haciendo/ barro, lluvia, moho, liquen el cuero;/ dijeron que éramos  lumpen,/ que parecíamos perros,/ pero no éramos perros,/ éramos nahual,/ así  sobrevivimos”. (“La huida”, Pág. 186). Así podemos sentir la dolorosa relación  al evocar estos versos nahuas: “Y todo esto pasó con nosotros./ Nosotros lo  vimos,/ nosotros lo admiramos./ Con esta lamentosa y triste suerte/ nos vimos  angustiados (…) Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,/ y era nuestra  herencia una red de agujeros./ Con los escudos fue su resguardo, pero/ ni con  escudos puede ser sostenida su soledad”. Cabe recordar que cuando Hernán Cortés  regresó a Tenochtitlan, luego de vencer a Pánfilo de Narváez y aumentar sus  huestes con ello, fueron atacados por los mexicas quienes logran recuperar su  ciudad. Los conquistadores huyen la noche del 30 de junio de 1520 cruzando el  lago por sobre los cadáveres —a modo de puente—, ayudados por guerreros  tlaxcaltecas. Los tesoros que cargaban les impedían avanzar con celeridad bajo  la persistente llovizna y las bajas fueron considerables. Se cuenta que el  amanecer sorprendió a Hernán Cortés al pie de un ahuehuete llorando al  comprobar la derrota. Y esa es la razón de que la historia denomine el suceso  como “la noche triste”.  Así, esta  alusión a los hechos toma en Cipango la voz de la derrota desde los  soldados españoles en el escenario de una ciudad moderna: “Convertidos en  sacerdotes de aquella religión”/ desnudos, embarrados de otros barros  bautismales,/ comiendo la flor blanca de la carne de hembra/ para romper el  límite de toda prohibición,/ al filo de la luz,/ avanzamos por estas calles  irreales, aún humeantes,/ latientes rescoldos de semáforos e incendios/  indeterminados,/ estrellas,/ dientes de oro desparramados,/ y miedo/ podía  haber sobrevivientes,/ muertos-vivos/ multiplicándose por las vitrinas  astilladas,/ por la alfombra de vidrios rotos que enceguecía desde/ el  pavimento”. (“Los habitantes de la noche”, Pág. 91).  Los textos nahuas traducidos por Garibay, y  recopilados por Miguel León Portilla en su libro La visión de los vencidos,  son claves para comprender el acoplamiento de voces que en Cipango adoptan por momentos algunas funciones del coro en la tragedia griega  —al exteriorizar los sentimientos del público,  explicar lo que ocurre, aconsejar, consolar o animar a los personajes en la  desgracia. Estos textos fundacionales en la imaginación latinoamericana nos  acercan a una comprensión más certera sobre el proceso del descubrimiento,  generador de los traumas del encuentro proyectados hasta el presente y que se  inician cuando Colón se maravilla ante la novedad de su hallazgo y se dispone a  la acción y a la escritura para registrarlo. Y es así como sabemos que la mañana  del 12 de octubre de 1492, el Almirante al bajar a tierra llamó a Rodrigo de  Escobedo, el escribano, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y les pidió que  sirvieran de testigos y dieran fe de la toma de posesión de la Isla en nombre  del Rey y la Reina, sus señores. Se realizaron todos los ritos consignando por  escrito cada detalle, en medio de sus hombres y de los habitantes de lo que  para él eran Las Indias. La experiencia de ese encuentro fue narrada en su  Diario: "Yo, porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era  gente que mejor se libraría y convertiría a Nuestra Santa Fe con Amor que no  por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de  vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que  tuvieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla”.[6]  El cronista de Cipango tomando la voz  de Colón expresa: “Después saliéronse los hombres y entraron/ las mujeres, y  sentáronse de la misma/ manera en derredor nuestro, besándose manos/ y pies,  atentándonos si éramos de carne y/ hueso como ellos”. (“I have the power”, Pág.  93). Este es el momento de la elaboración del discurso mitificador creado en  los textos de Colón, que según Beatriz Pastor se caracteriza por “llevar a cabo  una ficcionalización que abarca tanto la realidad del Nuevo Mundo como la  naturaleza y el significado del proceso de su conquista”.[7]  En la formulación del modelo de América a  través de estos textos, Pastor ve que se oculta la realidad natural y humana  del Nuevo Mundo, la cual es deformada e instrumentalizada para mostrar  finalmente a América como un botín, en una profusión de  textos que forman parte de la primera  representación verbal “de una realidad americana percibida según las coordenadas  imaginarias propias de una concepción de mundo europea”. Así vemos cómo  continúan las relaciones hacia la Corona, con informaciones que animan a  incrementar las posesiones y conquistas, según se puede observar en este  fragmento de la carta con la cual Colón anuncia el descubrimiento: “En las  tierras hay muchas minas de metales, y hay gente en estimable número. La  Española es maravilla; las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas, y  las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados  de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar  aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes, y buenas  aguas (…) hay muchas especierías, y grandes minas de oro y do otros metales”.  Es también una constante en estas relaciones el que Colón haga ver la  ingenuidad de los habitantes de las Indias y cómo él paternalmente los protege  de ciertos abusos que sus hombres cometen con ellos, intentando salvaguardar el  sentido enaltecedor de la misión que es lograr nuevos cristianos para Sus  Altezas: “Yo defendí que no se les diesen cosas tan civiles como pedazos de  escudillas rotas, y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas aunque, cuando  ellos esto podían llegar, les parecía haber la mejor joya del mundo (…) así que  me pareció mal, y yo lo defendí, y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo  llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se  inclinen al amor y servicio de Sus Altezas (…) Y no conocían ninguna seta ni  idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y  creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal  catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto  no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que  navegan todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan  que de todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos”.  (Primera carta de Colón a los Reyes). Aquí observamos a un Colón satisfecho por  el éxito de su acción épica, en el cumplimiento de las labores de exploración,  ocupación y dominio, al decir de Pastor, a medida de que se convencía de estar  “recorriendo el Japón y la China y de haber alcanzado, por fin, el Quersoneso  Áureo donde se hallaban las famosas minas del rey Salomón”.[8] Después viene el desengaño y la violencia, que en Cipango asume una voz  desencantada que trasciende el tiempo: “He aquí tu herencia, Almirante:/ vastos  ejércitos de oligofrénicos y desalmados,/ verdes como la carne que transita por  la muerte,/ sucios y perdidos, tanto,/ que llevan su cruz real de pintura  roja,/ látex u óleo,/ pintada en el alma”. (“Bahía de la sequedad”, Pág. 167).
        En  diciembre del año 1502, Colón escribe a los Reyes y les narra los peligros  extremos que padeció con sus hombres en una tormenta que lo sorprendió en el  Mar Caribe: “Nueve días anduve perdido sin esperanza de vida; ojos nunca vieron  la mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir adelante ni daba  para correr hacia algún cabo. Allí me detenía en aquella mar fecha sangre,  herviendo como caldera por gran fuego. El cielo jamás fue visto tan espantoso:  un día como la noche ardió como forno: y así echaba la llama con los rayos. Que  cada vez miraba yo si me había llevado los mástiles y velas; venían con tanta  furia y espantables que todos creíamos que me habría de fundir los navíos. En  todo este tiempo jamás cesó el agua del cielo”.[9]  Una cita a la mencionada carta se observa en  Harris cuando asume la voz del Almirante: “Ojos nunca vieron la mar tan alta,/  fea y hecha espuma./ El viento no era para ir adelante/ ni daba lugar para  correr hacia algún cabo./Allí me detenía en aquella mar fecha sangre,/  herviendo como caldera por gran fuego”. (“Océano de las tempestades”, Pág.  123).  Aquí vemos cómo empieza a  desarrollarse el discurso del fracaso, no sólo en los textos posteriores de  Colón sino también en las relaciones de Cortés y otros conquistadores y  cronistas, donde, como expresa Beatriz Pastor: “Por primera vez se anuncia un  tema que va a ser una de las constantes fundamentales del discurso narrativo  del fracaso, y cuya importancia se prolongará, con variantes innumerables,  hasta la literatura hispanoamericana actual: la derrota del hombre por la  naturaleza y su impotencia total ante ella”. Así aparece el sufrimiento como  elemento central del mensaje. Hay angustia, desencanto, dolor y la necesidad de  comunicarlo. Para Colón, quien no duda del éxito de su empresa, es un  sufrimiento interior que se ha producido por la lealtad en el servir a la  Corona, y que tiene, según Pastor, el mérito de un servicio merecedor de  recompensa —que es otro rasgo del discurso narrativo del fracaso. Colón quería  llegar a las Indias por motivos comerciales para traer perlas, sedas y  especiería. Hizo cuatro viajes y no lo consiguió.  En su último viaje llegó hasta lo que en la  actualidad es el canal de Panamá y creyó que detrás de las montañas encontraría  Cipango, entonces quiso regresar pero su barco se hundió frente a América. Allí  escribe a los Reyes Católicos   —el 7 de  julio de 1503 desde Jamaica— la lettera rarísima, una carta donde  expresa todo su dolor: “Yo vine a servir de veintiocho años, y agora no tengo  cabello en mi persona que no sea cano, y el cuerpo enfermo y gastado”.[10] (La edad de 28 años se atribuye a un error de Colón o del amanuense  transcriptor). El proyecto de su regreso a España es casi una utopía, ya no  tiene barco ni dinero, sólo desea morir. Un marinero que se apiada de su  infortunio consigue comprar en Santo Domingo, por poco dinero, una embarcación  que hace posible cumplir con el plan de regreso para un Colón desolado, enfermo  y ciego. Poco después de llegar a España muere la Reina Isabel, y el Rey  Fernando se desentiende de pactos y promesas que ella acordara con él. Colón  muere el 20 de Mayo de 1506 desconociendo la ubicación real del territorio que  había descubierto.
        Las expediciones al interior del Nuevo mundo se hacen cada  vez más complicadas y los españoles deben sortear peligros que parecen  sobrevenir en cadena, incluidas pestes, rivalidades y traiciones. Beatriz  Pastor dice que: “El discurso narrativo del fracaso cancela el modelo anterior  de acción épica. En este nuevo contexto, la exploración se convierte en  vagabundeo”.[11] No hay ocupación cuando  la tierra no permanece y los conquistadores la transitan como si fuese una  pesadilla. La gran gloria ahora es ir tras la hazaña de sobrevivir, encontrar  alimentos, agua o reponer fuerzas. Así visto el panorama, la tierra que no  permite establecerse no da lugar a la conquista, y, como expresa Pastor: “en el  contexto de un medio natural hostil y agresivo, la acción del discurso del  fracaso se transforma en lucha por la supervivencia”.[12] Así, ya no hay más sueño de riquezas y gloria para mover una empresa que ve  desvanecerse el mito e instalar a cambio una realidad donde se imponen los  desafíos cotidianos del hambre, el frío y la lucha contra los naturales de las  tierras halladas. Al replantearse la meta, el tesoro es otro y salvar con vida  representa el gran fin cuando toda expedición es riesgosa al hallar una  naturaleza incontrolable y al acecho, que se presenta como un feroz oponente.  Entonces, cambia también aquello que se puede ofrecer como un valor a la Corona  y así se lee en estos discursos. Ya no el oro y las riquezas que permitirían  obtener una retribución al mérito; ahora, la certeza del sacrifico al que  voluntariamente se somete como una acción de servicio a sus Altezas, lleva a  producir textos donde el infortunio y la desgracia cobran protagonismo para  demostrar la lealtad puesta en servir a una autoridad que le confió tan difícil  misión. Una lealtad merecedora de una recompensa a la altura de la dramática  experiencia —como si él mismo fuese la ofrenda— impele al cronista a mantenerse  como su mensajero, su informante oficial aunque ahora abatido por la  desesperanza como observamos en Cipango: "Han pasado muchos años  desde entonces, Vuesas Altezas/ ya mis ojos se acostumbraron a las sombras,/ ya  mis ojos leen la tiniebla,/ a veces, entre el paso fugaz por la luz,/ creo  distinguir la madrugada azulina o el anaranjado crepuscular/ tiñendo el flash  de la ciudad,/ entre los diablos parpadeantes/ del cartonpiedra infernal".  (“Viaje sin regreso”, Pág. 135).  El  navegante-cronista va revelando su conflicto interior, accede a los diversos  planos y dimensiones de la realidad virtual, está confundido, oye y ve más de  lo que quisiera, o de pronto no sabe lo que busca, la inseguridad en sí mismo y  en las acciones donde participa le angustian de tal modo que lo llevan a  expresarse a través de una voz en off, un monólogo interior o diálogos  fragmentarios que sostiene o cree sostener con otros personajes: “Así, yendo  como un perro, llegó a los límites de la/ ciudad, brumosos;/ en una punta de  tierra halló dos maderos muy grandes,/ uno más largo que el otro,/ y el uno sobre  el otro hechos una cruz:/ —Di lo que deseas —dijo una voz en off./—Maese, sólo deseo tu Poder”. (“Mar del deseo”, Pág. 151).  
        Permanentemente aparece la obsesión de la lealtad  expresándose como una letanía que interrumpe el discurso, entonces, la misión  que mueve al cronista se actualiza en la idea de registrar aquello que quizás  alguna vez cobre sentido, porque la motivación dramática empuja al personaje a  realizar algo y llegar a una meta, pero también debe comunicar al lector,  espectador, público o destinatario los móviles de la acción, ya sean  psicológicas, metafísicas o intelectuales por las cuales persigue ese fin y que  poco a poco comienza a instalarse como una muletilla: "Aunque lo hayamos  dicho en otras relaciones/ vale esta pena de la reiteración/ para que se hagan  huellas en la memoria” (“Metempsicosis”, Pág. 218). Y en ese deambular tras las  huellas del pasado o el futuro, a través de los lugares que el cronista  recorre, accedemos a su espacio ilusorio en un ambiente donde lo dramático juega  cada vez en mayor medida un rol antagónico en relación a él. Sitios desérticos  y hostiles, cordilleras, selvas o mares inmensos y tempestuosos comienzan a  aparecer como obstáculos para todos los personajes que en algún momento  adquieren presencia, sea este el Almirante, su tripulación, Cortés y sus  soldados, los guerreros mexicas, Alonso de Ercilla, los espectadores que  asisten a la tragedia o el propio cronista-explorador. La obra de Alonso de  Ercilla y Zúñiga aparece aludida en Cipango, y él, como cronista es  también parte del discurso narrativo de la conquista que origina la matriz del  texto de Harris. Ercilla expone costumbres, proezas, traiciones y tortuosas  batallas así como encendidos retratos de los hombres más valientes de ambos  bandos.En el canto primero de La Araucana, que estáabocado  a la descripción del asiento de los españoles en la provincia de Chile y estado  de Arauco, Ercilla escribe: “No las damas, no amor, no gentilezas/ de  caballeros canto enamorados;/ ni las muestras, regalos, ni ternezas/ de  amorosos afectos y cuidados:/ mas el valor, los hechos, las proezas/ de  aquellos españoles esforzados,/ que a la cerviz de Arauco, no domada/ pusieron  duro yugo por la espada”.[13] En Harris leemos: “No a las  damas, amor, nos habían dicho,/ Cuando una noche al centro del valle,/ En un  sueño de perro,/ Se nos apareció el amor perfecto;/ Calzaba sandalias rojas de  plástico transparente,/ Toda ella iba mojada,/ El pelo libre/ De caer/ Sobre la  túnica magenta que se le pegaba a las tetitas/ De perra joven”. (“Las utopías  son putas de miedo” Pág. 207).  La  recuperación abre la alternativa al amor aunque en un gesto paródico, “no a las  damas, amor”, sí al deseo, propuesto por la imagen del erotismo de una “perra  joven” con sandalias rojas de plástico.
        La fuerza del ambiente es clara y atraviesa toda la obra de  Harris. Se hace notar a pesar de ser un cubo, una esfera, una nave, un  laberinto, la conciencia de un Ser gravitante cuestionador de la fe, el tiempo,  la razón y las ciencias para recaer sobre un personaje que desestima el riesgo,  el juego, el hado o el mito. En este escenario el panorama nos llama a recordar  la clasificación que propone Greimas al analizar la significación del espacio  según oposiciones binarias: cerrado/abierto; exterior/interior; positivo/negativo;  público/privado, etc. En el caso del laberinto virtual donde navega el  cronista, vemos que el lugar se presenta —generalmente— cerrado, exterior,  negativo y público. Desde ese “sitio” se hace oír el cronista para expresar una  crítica a modo de canto triste: “Y la leche que alguna vez tomamos, Almirante,/  de las recién paridas/ ahora se juntaba con la sangre/ pero sangre no veíamos/  se confundía con nuestro único sol de cuarenta wattios/ pero ahora estábamos  rodeados de reflectores/ por los 4 flancos/ y brillaban más que nunca las  cuentas verdes que les dimos/ por sus cuerpos/ pero rodeaban Orompello guardias  armados/ y alambradas de púas para resguardar el éxodo”. (“Mar de la  necesidad”, Pág. 75).  En los textos de  Cipango, una comunidad de voces vibra densificando la atmósfera. Una frecuencia  específica y sostenida, un ritmo vertiginoso va construyendo el diálogo con el  lector-espectador de una escena fragmentaria y cambiante que el cronista tensa  con la crudeza de las imágenes que son depositarias de una carga forzosamente  provocativa que nos lleva a evocar a Johannes Pfeiffer cuando escribe acerca  del temple de ánimo: “Porque revela, ilumina y hace patente, el temple de ánimo  es “verdadero”; y por serlo —sólo por serlo— puede la poesía, poetizadora de  los temples de ánimo humanos, poseer algo así como una “verdad interior”. Eso  que en la trama de nuestra existencia no son sino chispazos sueltos ocurre en  la poesía con reconcentrada receptividad y concentrada expresividad: la  atemperada revelación de nuestro ser más auténtico”.[14] Entonces, ese temple es un estado que gatilla el ingreso a la esencia poética,  esa sintonía que nos hace percibir más allá del lenguaje porque entramos a las  zonas veladas de la poesía donde se produce el encuentro sensible, porque “la  poesía no es distracción, sino concentración, no sustituto de la vida, sino  iluminación del ser, no claridad del entendimiento, sino verdad del  sentimiento”.[15] Y así leemos, con la  ambigüedad que ofrece toda perspectiva, que un sueño como el viaje de Colón  puede poner en juego “la realidad” del espacio virtual en que se habita cuando  la apariencia del mundo es un asunto de códigos, si comprendemos que: “Sobre el  asfalto humedecido,/ el cielo se densificaba hasta la tierra/ palpitando,/ caliente,/  gimiente,/ sólo mis pasos y el temor abrían la perspectiva/ desencajada de la  calle”. (“El primer espejismo”, Pág. 205).
        Un cronista y mensajero que ha rescatado las elegías de la  humanidad para dar cuenta del dolor existencial registrado detrás de las  palabras —en su girar por las ruedas de la historia—, es aquel que guía el  viaje hacia el puerto de Cipango, pero, él ha dicho que “la verdad, está  en el ojo”, y ese ojo que guía va mudando de pupila, de iris, de humor, de  retina, de persona y de lenguaje para registrar lo que ve en un espacio donde  todo está amenazadoramente vivo y quiere que lo sientan latir, entonces, hay  que nombrarlo para exorcizarlo o invocarlo para que se manifieste como una  intuición poética, porque, al decir de Calvino: “La máquina literaria puede  realizar todas las mutaciones posibles en un material dado; pero el resultado  poético consistirá en el efecto especial de una de esas mutaciones sobre el  hombre dotado de una conciencia y de un inconsciente, es decir, sobre el hombre  empírico e histórico; el resultado poético consistirá en el shock que  tiene lugar por el hecho de que en torno a la máquina escribiente se ocultan  fantasmas del individuo y de la sociedad”.[16]   Y a la sombra de Calvino, las palabras  comienzan a proyectarse de otro modo: “Pero todos mirábamos en silencio y a la  palabra cuerpo/ nos palpábamos el cuerpo, a la palabra aullido, enmudecíamos/  de horror y a la palabra imposibilidad nos reconocíamos/ en esos cuerpos  desmembrados por la imaginación.//Una voz en off decía la verdad está en  la imagen./ Una voz en off decía la verdad está en el ojo”. (“Los  cuerpos sobre el muro”, Pág. 58). Y surge un tiempo original donde todos los  discursos se recrean una y otra vez como si el tiempo real estuviese detenido. 
        
        “El  viaje: Transtextualidad discursiva en Cipango de Tomás Harris”
          Capítulo  II. Lila Calderón,  Santiago, 2008.
         
         
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        Notas
        
          
            [1] Néstor Olhagaray  dice en su libro Del video-arte al  Net-art: “Alberti hablaba de una ventana abierta, Leonardo da Vinci agregó:  una ventana abierta al mundo. Esta ventana abierta es un modelo ideológico,  pero en lo concreto estamos hablando de un espacio virtual que se comporta, más  bien como un espejo”.
           
          
            [2] Núñez Ramos, Rafael. La Poesía. Editorial  Síntesis S. A., España, 1992.
           
          
            [3] Códice Florentino, libro  XIII, capítulos XIX, XX y XXI, versión de Ángel María Garibay.
           
          
          
            [5] Anónimo de Tlatelolco, 1528,  Biblioteca Nacional de París.
           
          
            [6] Anzoátegui, Ignacio B. Cristóbal  Colón. Los cuatro viajes del  almirante y su testamento. Editorial  Espasa-Calpe, S. A., España, 1991.
           
          
            [7] Pastor, Beatriz. Discurso  narrativo de la conquista de América. Ed. Casa de las  Américas, Cuba, 1983.
           
          
            [8] Pastor, Beatriz. Ibid.
           
          
            [9] Anzoátegui, Ignacio B. Ibid.
           
          
            [10] Lettera Rarísima en Navarre, vol I, Pág. 240.
           
          
            [11] Pastor, Beatriz. Ibid.
           
          
            [12] Pastor, Beatriz. Ibid.
           
          
            [13] Ercilla y Zúñiga,  Alonso de. La Araucana, Ed. Ramón Sopena S.A.,  España, 1974.
           
          
            [14] Pfeiffer,  Johannes. La poesía, hacia la comprensión  de lo poético. Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1966.
           
          
            [15] Pfeiffer,  Johannes. Ibid.
           
          
            [16] Calvino,  Italo. “Cibernética y fantasmas, Apuntes sobre la narrativa como proceso combinatorio”, Punto y aparte Ensayos sobre literatura y  sociedad. Editorial Bruguera, Barcelona, 1980.
           
         
         
        
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