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Celebración a una joven poeta de Concepción

EL TRINAJE Y EL TRINO: ASCENSOS Y DESCENSOS EN UNA POESÍA DE PASAJE
a propósito de la poesía de Carmen Martin

Por Thomas Harris




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TRINO: es según el diccionario de la RAE, una voz onomatopéyica, tal trillo, en su primera acepción el gorjeo de los pájaros, pero tiene una segunda acepción, marítima, cuando suena el pitido de alarma, como un tremolar entre las olas, y se produce cuando al soplar, como cuando se mueve la lengua, como pronunciando una erre prolongada, pero, y, además, es una sucesión rápida y alternada de dos notas de igual duración, entre las que media la distancia de un tono o un semitono: canto de aves, súplica del marino perdido en la altamar, una suerte de llamado en el naufragio, clamando por la lengua tal aparato fonatorio de auxilio; y música, una instancia entre dos notas musicales que llaman su atención rítmica: aves, mar, ritmo. ¿Y qué es un Trinaje? Creo que la sumatoria de las tres acepciones citadas y su connotación simbólica, desde donde nace la poesía, por mor de la etimología.

Trinaje entonces, sería, entones, la summa del canto de las aves, del clamar de los náufragos y del ritmo de la música, en tanto envuelve toda poesía. Pero, claro, en una palabra que se constituye como un neologismo, sus sentidos son más abarcadores y “personales”, es decir, ritman ese “temple anímico”, y que, creo, es en suma el quid de toda poesía, comprendiendo esta como la única e irrepetible ubicación en el Mundo del poeta ( la poeta en este caso).

Me explico: ¿qué es el trino del ave en este poemario?: entre otros sentidos, el pedido de auxilio del navegante, el ritmo de la música para el que habla desde tal o cual situación enunciativa, el lamento de la pájara, el crujir de la naturaleza, el desgarro existencial, el desdoblamiento de la sujeto en ave, tal nahualismo, en este caso la de Carmen Martin en su propio, personal, dolorido, y exclusivo Trinaje.

Lo primero que veo o leo en Trinaje, es esa idea que a mí me ha dado vueltas siempre: el que el trinar de los pájaros es un gemido de dolor de la naturaleza: que el trino del pájaro al amanecer es una suerte de queja del día, cuando despertamos de lo informe a la forma, una manera de vagido o salmo de (in)felicidad, o de la naturaleza en tanto madre y en tanto hija: o sea el trino, como el canto del ave, es un discurso dolorido: preparto, y más, un eco del silencio que tuvo que hacerse palabra. Trinar no es un despertar feliz, sino un desgarrón del cuerpo que escucha -con dolor- ese locus donde se estuvo sin dolor, antes, quizá antes de nacer a la conciencia; pero también desde el sin sentido, desde la ausencia de discurso: es decir, nacer es advenir al sentido, al discurso, a la palabra, es comprender que cada pájaro que trina, es un recuerdo del paraíso perdido, de la niña que siente el recuerdo de una naturaleza herida, porque ella nació herida por ser niña, mujer, bruja, hembra, nodriza, en toda su condición desmedrada de mujer. Veamos antes de proseguir el epígrafe, considerando que, a veces, los epígrafes son guiños para situarse en cierta tradición, en una retórica o poética o, sencillamente, una suerte de agiornamieto textual. No es tal el caso de Trinaje: el epígrafe de este libro determina y programa todo lo que el texto quiere situar y decir:

Los anocheceres del verano, a la hora en que cierran los parques públicos
y las niñitas se vuelven a sus casas con sus nodrizas
y otras más pequeñas van en sus cochecitos, ya dormidas,
detrás de ellas vienen en muda procesión, invisible, las niñas muertas.
pálidas, con cabellos marchitos, llevando en sus manos atadas
sus ramos secos de flores, cual pequeños poemas
que no alcanzaron a aprender de memoria

Yanis Ritsos

El epígrafe de Ristos nos sitúa en un espacio (los anocheceres) donde la poeta se identifica con una condición (las niñitas) donde su estar en el mundo (existencial y poético) es desgarrado: en el regreso a un presunto “hogar” y llevadas por unas (siniestras) nodrizas están dormidas, pero este sueño es la muerte, sus cabellos están marchitos, sus manos atadas y van en una procesión muda, como engrilladas, llevando en sus manos flores secas, que son los poemas mudos, fragmentarios, al borde del silencio, a los cuales no alcanza el recuerdo. Entonces he aquí la condición de niña-pájaro, de pájaro niña perdida en la fragmentación de un límite del discurso que sólo podemos percibir como desgarro.

Un rapto. Espacio vacío que busca una mano.

Piezas inconclusas;
un baile que fractura a los danzantes.

Una cara vagamente conocida

El poemario se abre con estos versos: la hablante está raptada, obnubilada. Enajenada de su self: ella está situada en un espacio vacío, inconcluso, por hacerse o (des)hacerse, en el ritmo del texto, fragmentario e indeterminado, que nos sitúa en una condición difusa: el rostro, la cara o la máscara (en tanto discurso) es “vaga”, si hay una suerte de conocimiento de sí, este está desmembrado, entre silencio y silencio y cuyo conocimiento es nonato o neonato, perdido en un discurso donde lo único que se puede percibir son los gorjeos de los pájaros, como quejas en el amanecer: el despertar del sujeto a un mundo nebuloso y prenatal, y, si se me permite, preternatural y siniestro (en el sentido freudiano), antes de que la niña, o la pre púber, llegue a configurarse tal mujer.

Estaba cubierta de polvo, en el piso, buscando sus dientes quebrados.

Estamos en el tópico de “la mujer rota”, Bouveriano, tanto en cuerpo como en espíritu, la mujer devastada por “culpa” del cuerpo, porque el hecho de poseer un cuerpo ya la devasta, ya la desmorona, en el sentido batailleano del desmoronamiento de santa a puta. Es, apenas niña, bruja, sacerdotisa, puta sagrada, hija violada, súcubo condenado desde su condición

Abre y encauza
por las trizaduras de la
espalda,
las estrías que designan
a los elementos
y su combustión

Pegarse, frotar
hacer la luz en
el azogue

Pero antes de fijar esta condición degradada, está la niña, o más, la hembra impúber, la ninfa, que, sin saberlo, y que debe sobrellevar los deseos que su cuerpo impele, y en este tránsito, digamos maldito, están los pájaros, el Trinaje, el dolor de estas aves que desgarran la naturaleza de su tránsito a ser mujer en toda su plétora, como si los pájaros, como los pájaros de Hitchcock, se interpusieran en su inocencia púber y su necesidad de advenir a la plétora de mujer sexualizada sin culpa, sin linaje, sin dolor ni desgarradura:

El canto terrible de los pájaros: disonancia.
Canon de gritos agudos, ondas de sonido desigual.

*

Pájaros en las esquinas. Pájaros en las muñecas.
Pájaros precipitándose en el ápice de las palabras.
Palabras que no dicen. Palabras que no son.

La inocencia, entonces, se desestabiliza, se corrompe, no logra superar el tempo en el cual la niña, sin trauma , puede advenir a un erotismo pleno y sin desgarradura, sin pasar por la condición nefasta de la diosa, de la bruja o de la virgen desmoronada, sino solo advenir al espacio de la mujer plena en su erotismo, en un mar sin naufragios corporales, sin pitidos de marinos ebrios, sin sirenas engañosas y monstruosas, sin el agon (en el sentido que le da Unamuno) para asequir a una plenitud erótica y existencial. Es decir sin los pájaros siniestros, en una situación discursiva más cercana al Trinaje (la invención de otro canto) que al trino.

Cuando adviene la imagen del padre el trino se distorsiona como podemos leer:

Todos los sábados mi padre me lleva al bosque. Me dice que para hablar con dios hay que ir a un lugar donde no haya nadie.

En el bosque, mi padre se saca la chaqueta y la camisa. Mi padre dice que para hablar con dios hay que estar desnudo.

Mi padre se saca la ropa y me habla de la salvación.

Mi padre a veces se calla y pareciera que no está realmente allí. Cuando eso pasa yo comprendo que dios no me está viendo porque dios no puede ver a través de la tela. Entonces me saco el vestido.

Mi padre sonríe. Me sienta a su lado y me desarma las trenzas. Mi pelo queda como el trigo, como el pelo de mis muñecas. Mientras me peina con los dedos mi padre dice que viviremos para siempre en el reino de los cielos. Lo dice y su voz se entrecorta como si le faltara el aire o las palabras.

Lo dice y me acerca hacia él. Yo siento el cuerpo de mi padre y siento al mismo tiempo mi cuerpo que se vuelve tan extraño por efecto del contacto.

En el bosque nunca hay pájaros ni personas. En el bosque sólo estamos mi padre, dios y yo.

La figura del padre no puede sino ser ambigua, ambivalente, acogedora, mas también amenazante: de allí el bosque. El bosque es siempre un espacio amenazante y acogedor a la vez, el bosque es el locus tanto del lobo como del pater familias. Por eso el bosque se va estructurando el poemario como el paraíso o el infierno, dependiendo como se ve la imagen del padre, ya sea como el protector enamorado o como el licántropo enajenado, tal el padre de Laura Palmer en Twin Peaks de David Lynch.

En fin, Trinaje es mucho más y no es acá el espacio para agotar sus sentidos inagotables, dado que el o los sentidos de este primer e inquietante, tanto como magnífico en sus alcances, así siniestros como piadosos, de Carmen Martin, es mejor que el lector entre en su textualidad impresionantemente madura por su propia lectura. Agregar que hay en él diálogos con la mejor poesía escrita por mujeres hispanoamericanas, sobre todo, lo que es notable por su resonancia identitaria: Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, la Mistral de “Las locas mujeres”. Y la Universal, Silvia Plath, la más desgarrada Emily Dickinson. Pero también las resonancias clásicas trágicas, Sófocles, Eurípides. Y claro, ciertos novelistas argentinos que están siempre resonando en sus sentidos e inquietantes cercanías a la literatura fantástica instalada como un “modo” con esonancias de Ernesto Sábato en el abrazo antinatura de Fernando y Alejandra y la fatalidad que se cierne en esos destinos, políticos, horrorosos y perversos.

Termino con una cita que lo dice todo de este Trinaje de aves turbias, pero también de aves angélicas:

Nazco, broto del sueño y es ese sueño el que me define

Y busco ese instante, que antecede al momento en que se piensa y que es, al mismo tiempo, sucesión y término, nacimiento y fin.

El instante previo que deja de ser futuro cuando se formula, pasando a ser un hilo consecutivo de palabras que se bordan haciendo una forma, un esbozo como un destello de luz.

Otoño de 2013.

 

Trinaje será publicado por Editorial Cuneta en diciembre de 2013



 

 


 

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