Sobre P A F de Tamym Maulén
Por
Verónica Barrionuevo
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Si verdaderamente son palabras las palabras
Tienen que hacerle ¡paf! al corazón
¡Pum! al rostro ¡splash! al egoísmo
La poesía es todo menos yo
La poesía es todo menos shhhhh
(PAF, Tamym Maulén)
Paf se acabó, son las últimas palabras de Rayuela, esa novela/anti-novela que fue también ruptura. Después vienen los capítulos opcionales, pero el final propiamente dicho es ese. Paf se acabó piensa Oliveira cuando sopesa las posibilidades que le presenta ese encuentro fugaz, un encuentro que no podía durar más que un instante terriblemente dulce, pero donde está, al mismo tiempo, todo el sentido. Y hay algo de ese paf bisagra en el P A F de Tamym Maulén, que es muchas cosas, entre ellas salto al vacío, comienzo, definición, y también búsqueda de sentido.
El poeta salta al vacío y juega a su propia rayuela de muchas maneras en esta obra. Salta, en principio, en cuanto a lo formal: nos presenta una sucesión de poemas exquisitamente construidos, que juntos forman una unidad mayor, narrativa. ¿Podríamos considerar a P A F una novela en clave poética? Probablemente. Tiene todos los ingredientes del género novela. Hay personajes, movimiento, acciones, evolución. Transcurre el tiempo, hay evocaciones del pasado, hay ideas sobre el futuro (o el no future más punk) y aparecen diferentes aristas de los personajes, como en una fotografía familiar puesta a secar en la sala de revelado.
P A F es Puro Amor Familiar, es una casa chilena con las puertas cerradas y las persianas bajas; Maulén las abre para que miremos. Nos deja entrar a esa cotidianeidad tan privada como quien nos ofrece un pedazo de pan; en un gesto honesto y simple. La elaboración poética, sin embargo, está bien cuidada, bien construida: cada pieza es delicada y suena hermosamente en su equilibrio frágil de notas poéticas, para integrarse al resto y completar el cuadro más grande, la foto familiar en movimiento, donde no hay pose, esa gran instantánea que encuentra desprevenidos a sus integrantes.
P A F es también, claro, la onomatopeya de un golpe o de muchos golpes. Es el sonido que produce el que golpea cuando intenta marcar una pausa, detener cierta acción, imponer un límite, pero en PAF la acción sigue discurriendo como el agua que fluye, sin pausa y con naturalidad. Todos los golpes recibidos han formado a un poeta. Quizás le hayan mostrado matices que desconocería de otra manera, la cornisa entre el odio y la ternura, la visceralidad y el amor, la devoción y el rechazo.
Esta dualidad no nos es conflictiva en el marco de esta obra, porque hay muchos pares de opuestos en estos poemas. Hay violencia: una violencia que vulnera y también desafía los límites de la tolerancia extrema, una violencia que enciende la llama de la rebeldía pero también la de la compasión. Hay fe y hay un cuestionamiento de esa fe. Y también hay un observador tan metido en esa realidad que por momentos le es ajeno, como si la viera desde otro lugar. La costumbre ha dejado huellas en él y le ha moldeado los ojos. Este observador es el Maulén más genuino: quienes lo conocemos sabemos que su mirada no es de este mundo, que sus ojos hijos de los ojos mapuches y cansados de su padre y de los ojos hermosos y abismales de su madre pueden darnos cuenta del revés de la trama, de un relieve que no hubiésemos sabido ver si él no nos lo indicaba, como quien percibe la sutileza de los muchos aleteos por segundo de una mosca.
Y así partimos del silencio, guiados por este miembro de la familia que nos muestra la intimidad de las habitaciones. Partimos del Shhhhh, del mandato contrario a la palabra, del germen callado donde todo es potencia del decir. El silencio condensa todas las posibilidades, todas las opciones de su propia nulidad. Pero el comienzo no es tímido: si bien hay un in crescendo, la osadía es efectiva desde la primera página. Desde ese Shhhhh inicial, desde esa primera rebeldía, ese silencio que no es tal, sino un intento de imposición, se comienza a nombrar lo innombrable con palabras certeras, y pasamos gradualmente a la primera ruptura: crash, algo estalla, crash, algo se vuelve pedacitos, crash, Tamym sabe que no hay reparación posible ni la intenta, sino que recoge las piezas y con ellas arma algo nuevo y brillante, una forma que nadie más hubiera creado, y nos la deja ahí para que la miremos. Y luego paf, paf propiamente dicho, paf el golpe, paf el intento del golpeador de devolver al golpeado al estado de silencio inicial, de aleccionar de una manera bien arcaica y física, de corregir vayamos a saber qué. El resultante y, a la vez, la resolución, es un último poema donde se condensa todo lo que se ha ido mostrando, pero que llegamos a leer desplegado, como un mapa, en esta última parte. Todo se vuelve concreto: las onomatopeyas toman nombre y forma y se materializan en un niño, un niño chileno con guitarra a palos, palpable, único, particular.
P A F, poesía de lo sencillo y complejo a la vez, de lo anecdótico y denso, de lo que es pasajero pero va a quedar y a dejar su marca. Poesía mecanismo de reloj, delicado mecanismo como es el funcionamiento de los vínculos familiares. Casa donde el sol entra a veces y otras veces deja que la humedad gane las paredes. Si entramos, vamos a poder ver la ropa colgada, las migas sobre la mesa, la guitarra tirada, la poesía de sus elementos ya presente en todos lados, insinuada en las paredes desnudas, esperando que las manos que allí viven la recojan y la escriban para siempre, después de entender que la poesía es todo menos cerrar los ojos.
Buenos Aires, octubre de 2011
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Verónica Barrionuevo (Argentina, 1979). Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Participó en la publicación conjunta "Laboratorio I" (Pornos/Milena Caserola) y escribe artículos para diversos medios web. Se espera la publicación de su primera colección de poemas, "El lomo arqueado + Música para barcos" en los próximos meses.
