“Los recuerdos profundos no autorizan epitafios”, dice un epígrafe de Melville a uno de los poemas de Tomás Manuel Fábrega en éste, su primer libro, bajo el título sugerente de Primeras Avenidas. Se sabe que el paisaje de la ciudad es uno de los hitos de esa renovación poética que inaugura Baudelaire, la topografía de la gran urbe como anatomía de lo humano en sus esplendores y caídas. Este libro se hace eco de esa tradición, una tradición que entre nosotros tendrá particular gravitación a partir de Enrique Lihn y los poetas de la generación de los sesenta.
Primeras Avenidas es en sí mismo una ciudad, que puede leerse desde o hacia el centro y también desde las periferias y arrabales: una ciudad cuyo trazo se va perfilando desde la historia tanto social como personal, en cuerpo y alma, ensayando un diálogo íntimo en el que asoman diversidad de paisajes geográficos y humanos, en una tensión estimulante entre un mundo fronterizo, alegórico, cuya identidad, marcada por el paso y el peso de generaciones, se ve desgarrada por el tránsito impuesto hacia una modernidad globalizadora y despersonalizante que se consolida, para citar a Marc Augé, por el triunfo del “no lugar”, por la arquitectura del desencuentro y la atomización, por el desplazamiento desde la cultura entrañable e íntima del “terruño”, de las pequeñas aldeas que emergen en cada barrio de la ciudad, a la realidad aséptica de la metrópoli contemporánea, con sus aparatosos centros comerciales, o sus proyectos inmobiliarios y autopistas.
El poeta nos advierte: “Somos esa ciudad/ de amaneceres oliendo a Peumo/ no es por nada/ estamos despidiendo a un valle”. No ha de extrañar entonces que la poesía sea aquí, además, el observatorio de un memorialista, uno que atisba en la conciencia histórica el resguardo de una tradición identitaria fuertemente erosionada por la marea vertiginosa del anonimato posmoderno. Las señas del lenguaje poético no son ajenas a este ejercicio, con toques que modulan nostalgias, ironías y sarcasmos, con expresiones donde el lirismo y la coloquialidad se aventuran con fluida sencillez. Tomás Manuel Fábrega, sospecho, hace de estas páginas la reescritura del epígrafe melvilliano: los recuerdos no admiten epitafios, es cierto, pero sí elegías. Y, como pedía Borges, que también hizo suyo el fervor por su ciudad, “todo poema, con el tiempo, es una elegía”. De esa elegía nos hacemos parte ahora, como gozosos lectores, al transitar por estas Primeras avenidas.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com «Primeras avenidas», de Tomás Manuel Fábrega.
Nora preliminar.
Por Armando Roa Vial